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Datos principales
Rango
Eco-Soc XVI
Desarrollo
Sin embargo, en la mayor parte de Europa la producción agrícola se mantuvo instalada en los sistemas tradicionales de explotación de la tierra. El crecimiento agrario permaneció dentro de los límites que permitían las condiciones técnicas y sociales heredadas. Las técnicas agrarias experimentaron un escaso grado de evolución. Los aperos de labranza eran, con pocas diferencias, los mismos que los utilizados en la Edad Media. El grado de innovación resultó muy escaso. La necesidad de regenerar la capacidad productiva de la tierra para garantizar la continuidad de las cosechas se resolvía de forma simple mediante elementales sistemas de rotación. Las tierras de pan producían un año y descansaban otro o dos más. El barbecho era parte consustancial del paisaje agrario. El abonado se basaba exclusivamente en el estiércol de origen animal. La asociación entre agricultura y ganadería era necesariamente estrecha. La tierra en turno de descanso se dejaba para pasto del ganado, que la fertilizaba con sus deyecciones. Este uso ganadero tenía con frecuencia carácter comunal. Tal sistema, junto a la roza de la rastrojera tras la cosecha, era prácticamente el único conocido para conseguir que la tierra no se agotase y quedase yerma. Sin embargo, en las tierras de calidad inferior a menudo era insuficiente para mantener la capacidad productiva. Se verificaba entonces la llamada ley de rendimientos decrecientes, según la cual la tierra producía cada vez menos, aun a costa de invertir cada vez más trabajo en beneficiarla.
El reducido horizonte técnico de la agricultura del Antiguo Régimen condenaba a esta actividad a una casi absoluta dependencia respecto a las alternativas caprichosas de la meteorología. A todo ello hay que unir la escasez de inversiones, que determinó la ausencia de una capitalización del campo, a pesar de que la revalorización de la tierra en el siglo XVI atrajo el interés de grupos urbanos económicamente poderosos. Este hecho, sin embargo, no significó el interés paralelo por la innovación técnica o por una agricultura científica. La incapacidad del campesinado para invertir dependía de la inadecuación de la estructura de la propiedad y de las condiciones jurídicas a que se encontraba sometido. En buena parte de Europa occidental sobrevivió, más o menos suavizado, el régimen señorial . En la Europa centro-oriental, en cambio, pervivió un verdadero feudalismo, que condenó a los campesinos a duras condiciones de trabajo y existencia. Pero incluso cuando el campesinado era jurídicamente libre, la fiscalidad real, señorial y eclesiástica que soportaba esterilizaba cualquier posibilidad de inversión en mejoras de la producción y le restaba estímulos. Un campesino, después de un año de duro trabajo de sol a sol, podía esperar recoger cuatro o cinco veces lo sembrado, si el tiempo había sido bueno. De esto, la cuarta o la quinta parte debía reservarla para resembrar. Otra décima parte se la llevaban los recaudadores del diezmo eclesiástico.
El campesino tenía además que pagar los impuestos reales, como también los señoriales si vivía en territorio de señorío. Con lo que le quedaba debía a menudo hacer frente a deudas y, además, sobrevivir él y su familia. Hablar en estas condiciones de beneficio resulta un puro eufemismo. Cualquier posibilidad de inversión quedaba así disipada. En el caso de los ricos terratenientes , las rentas agrarias tampoco eran reinvertidas en mejorar la producción. Su posición les permitía disfrutar de un lujoso nivel de vida, basado en la explotación del trabajo campesino, sin necesidad de preocuparse excesivamente de otra cosa más que de recibir y dilapidar los beneficios. A este cuadro de dificultades podían añadirse localmente otros problemas. Así, por ejemplo, en Castilla la política de tasas practicada por la Corona para garantizar el bajo precio del trigo en el mercado, si bien beneficiaba a los consumidores, perjudicaba seriamente los intereses de los campesinos productores. Este conjunto de circunstancias condenaba al campesinado a una economía en los límites de la subsistencia y le incapacitaba gravemente para introducir mejoras en la producción.
El reducido horizonte técnico de la agricultura del Antiguo Régimen condenaba a esta actividad a una casi absoluta dependencia respecto a las alternativas caprichosas de la meteorología. A todo ello hay que unir la escasez de inversiones, que determinó la ausencia de una capitalización del campo, a pesar de que la revalorización de la tierra en el siglo XVI atrajo el interés de grupos urbanos económicamente poderosos. Este hecho, sin embargo, no significó el interés paralelo por la innovación técnica o por una agricultura científica. La incapacidad del campesinado para invertir dependía de la inadecuación de la estructura de la propiedad y de las condiciones jurídicas a que se encontraba sometido. En buena parte de Europa occidental sobrevivió, más o menos suavizado, el régimen señorial . En la Europa centro-oriental, en cambio, pervivió un verdadero feudalismo, que condenó a los campesinos a duras condiciones de trabajo y existencia. Pero incluso cuando el campesinado era jurídicamente libre, la fiscalidad real, señorial y eclesiástica que soportaba esterilizaba cualquier posibilidad de inversión en mejoras de la producción y le restaba estímulos. Un campesino, después de un año de duro trabajo de sol a sol, podía esperar recoger cuatro o cinco veces lo sembrado, si el tiempo había sido bueno. De esto, la cuarta o la quinta parte debía reservarla para resembrar. Otra décima parte se la llevaban los recaudadores del diezmo eclesiástico.
El campesino tenía además que pagar los impuestos reales, como también los señoriales si vivía en territorio de señorío. Con lo que le quedaba debía a menudo hacer frente a deudas y, además, sobrevivir él y su familia. Hablar en estas condiciones de beneficio resulta un puro eufemismo. Cualquier posibilidad de inversión quedaba así disipada. En el caso de los ricos terratenientes , las rentas agrarias tampoco eran reinvertidas en mejorar la producción. Su posición les permitía disfrutar de un lujoso nivel de vida, basado en la explotación del trabajo campesino, sin necesidad de preocuparse excesivamente de otra cosa más que de recibir y dilapidar los beneficios. A este cuadro de dificultades podían añadirse localmente otros problemas. Así, por ejemplo, en Castilla la política de tasas practicada por la Corona para garantizar el bajo precio del trigo en el mercado, si bien beneficiaba a los consumidores, perjudicaba seriamente los intereses de los campesinos productores. Este conjunto de circunstancias condenaba al campesinado a una economía en los límites de la subsistencia y le incapacitaba gravemente para introducir mejoras en la producción.