El Océano, Portugal y Castilla
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El Océano, Portugal y Castilla Como la historia no suele ajustarse bien a los saltos en el vacío, lo mismo que un hombre no es analfabeto por la noche y sabio a la mañana siguiente, así tampoco el descubrimiento de América debe ser considerado como un fruto tempranero y casual, o como genialidad exclusiva de un solo individuo, sino algo más metódico, todo un proceso que necesitó hombres capaces, medios, conocimientos y preparación científico-técnica imprescindible para hacerlo posible. Esas condiciones se daban en Portugal25 y Castilla26 mejor que en ningún otro sitio de Europa --no se olvide--; y en esos reinos Colón aprende, conoce, sueña, proyecta y prepara la gran travesía del Atlántico. Dos regiones pertenecientes a coronas distintas: el Algarve portugués y la Andalucía del reino castellano, estaban de antiguo hermanadas por el mar. El golfo de Cádiz era ruta de intereses y actividades comunes. Y los marineros de uno y otro lado del Guadiana apenas conocieron fronteras hasta el siglo XV Pero algo cambió en el sur de la Península cuando Portugal y Castilla se embarcaron en una expansión marítima de horizontes parecidos y alimentada en los puertos del golfo de Cádiz. Portugal tiene un nombre propio (Enrique el Navegante), una ciudad (Ceuta) y una fecha (1415) que fueron verdaderos hitos en sus aventuras oceánicas. Todo cambió para Portugal, y acaso para el mundo entero, cuando el infante don Enrique, hijo tercero del rey don Juan I de Portugal, de la nueva dinastía de Avis, sin corona que ceñir sobre sus sienes, hizo del Océano su feudo, más aún, su imperio, logrando que sus ideas y proyectos fueran asumidos y continuados por el pueblo la monarquía lusitana.
En este sentido, la figura del príncipe llamado el Navegante --aunque nunca navegó-- se funde con la grandeza del Portugal marinero. Cuentan que este infante, taciturno y enérgico, entre místico y aventurero y más medieval que renacentista, proyectaba llegar a la India (Asia) siguiendo la ruta africana, es decir, circunvalando el continente negro que se suponía abierto al sur. Y dicen que para más tarde quedaría la exploración del Océano Atlántico por el Oeste (la ruta que siguió Colón). Demostró que no quería competencia de ninguna otra nación, pues lo había imaginado como una empresa exclusivamente lusitana, y nunca regateó esfuerzos ni dinero. La primera fase exigía tomar posiciones en el Estrecho de Gibraltar, llave natural de la navegación europea. Con ese fin se proyectó la conquista de Ceuta, realizada en 1415. La forma de culminar esta empresa merece ser contada, pues contiene enseñanzas para el futuro. El rey lusitano Juan I engañó a todos con embustes y mentiras durante los seis años que duraron los preparativos de la empresa, y disimuló a la perfección los verdaderos objetivos. Y cuenta el cronista portugués Azurara que llegó a declarar públicamente la guerra al duque de Holanda advirtiéndole en secreto que se trataba de una simulación para no sobresaltar a Venecia, que pudiera sentir ya alguna amenaza comercial, ni a Castilla, que aspiraba a una expansión por el Norte de África. Ceuta significaba participar en la ruta económica, cada vez más activa, del Estrecho de Gibraltar.
También en la riqueza de oro, esclavos y trigo del Magreb. Estamos ante el primer paso expansionista portugués para penetrar y conquistar la zona norteafricana, al mismo tiempo que se agravará la rivalidad con Castilla durante décadas. Sintiendo que Lisboa quedaba muy lejos, el Navegante abandonó la corte y en 1438 montó sus cuarteles al pie del promontorio de Sagres, junto al cabo de San Vicente, y allí fundó un gran centro de investigación náutica, único en su tiempo. Reunió a sabios de nacionalidades diversas y en él la ciencia de navegar avanzó sin cesar. El arrojo de los marineros lusitanos completó el saber teórico de Sagres y ambos, bien conjuntados, ensancharon el mundo conocido, convirtiendo a Portugal en avanzada del Océano. Después de Ceuta, el punto de mira se dirigió hacia los archipiélagos de Canarias, Madera y Azores. Estos archipiélagos, conocidos desde la antigüedad, redescubiertos durante el siglo XIV, empezaron a conquistarse y colonizarse a mediados del XV Difícil por sus vientos variables, tempestades frecuentes, aguas revueltas, resultaba la mejor escuela de aprendizaje para la navegación de altura. Serán punto de partida y escalas obligadas para expediciones futuras. En lo comercial, el clima tropical de estas islas favorecerá la adaptación de la caña de azúcar, sobre todo en el archipiélago de Madera. Durante los años que preceden al descubrimiento de América el comercio azucarero se convertía en un firme negocio.
Los genoveses intervendrán en este tráfico27. También Colón, como veremos. Al comenzar el segundo tercio del siglo XV el infante don Enrique y los científicos de Sagres se hacían esta pregunta: ¿qué hay al sur e las Canarias? De hacer caso al habla popular el mar hacia el sur se teñía de miedos, supersticiones y leyendas. Los árabes de la zona alimentaban aún más esos temores. El cabo Nâo o Nun refleja con su mismo nombre el gran temor a pasar adelante. Sin embargo, el gran obstáculo de esa zona fue el Cabo Bojador o Cabo del Miedo, puerta del Mar Tenebroso. Y cierto es que el paraje resulta singular: peñascos escarpados; fuerte corriente marina que levanta olas gigantescas reventando en los acantilados y arrecifes con ruidos ensordecedores, acrecidos cuando sopla el viento del Oeste; terrible resaca, brumas espesas. Un infierno para cualquier embarcación que se despistara. Aún hoy se evita en lo posible, dicen los hombres e la mar. El año de 1434, fecha trascendental en los descubrimientos del Océano, Gil Eanes salva esta gran barrera. Había fracasado un año antes y ahora por fin lo consigue; pero se da cuenta y comprueba un año después que la ida es fácil y rápida aprovechando la corriente canaria que va hacia el sur lamiendo la costa. Sin embargo, la volta o regreso era factible penetrando en el Océano y desde ahí, en navegación de altura, penetrando más al oeste de las Azores, dibujar un gran arco hasta llegar a Portugal. Gil Eanes acababa no sólo de salvar ese obstáculo natural, sino también de enseñar la ruta que debían seguir las expediciones futuras.
De ahí que sea tan importante esta experiencia. En adelante todo irá más rápido. Guinea estaba bien cerca, a un par de meses de navegación. ¿Qué entendían los portugueses por Guinea? Esa indeterminada zona comenzaba al sur de la desembocadura del río Senegal o Río del Oro, y tenía un interés especial para los lusitanos: interés descubridor desvelando África y sus mares adyacentes, como etapas de proyectos más ambiciosos; e interés económico cada vez más tangible. Los navegantes portugueses que harán posibles los avances descubridores desde Río del Oro hasta el corazón del golfo de Guinea, durante casi cuarenta años tendrán que enfrentarse y aprender a evitar las temibles calmas ecuatoriales (el pot au noir de los franceses, el doldrums de los ingleses), verdadera amenaza siempre para un velero. Caer en ellas significa sufrir un calor húmedo y agobiante, lluvias repentinas y torrenciales y, sobre todo, una falta casi total de viento que inmovilizaba cualquier navío. Y si duraba mucho las tripulaciones se veían diezmadas a causa del escorbuto, disentería y fiebres. En 1479, una carabela portuguesa, en plena costa guineana, tardó doce días en recorrer aproximadamente dos leguas (unos 10 kms.), cuando con brisa favorable lo hacía en menos de una hora. Aprenderán también que ese mar está sometido a vientos y corrientes caprichosas y hay que atravesarlo a mucha distancia de la costa. En lo económico, Guinea se convirtió en objetivo prioritario para Portugal (primero para Enrique el Navegante hasta su muerte, en 1460, y después para los reyes lusitanos).
La explotación se proyectó en régimen de factoría al estilo italiano. En este sentido, destacarán dos centros: el enclave de Arguim, en la costa del Río del Oro (1443-1461) y la fortaleza de San Jorge de la Mina (1482), en la costa de Oro, actual Cape Coast, en el corazón del golfo de Guinea. Ambos representan dos etapas de la expansión y explotación africana. Desde estas factorías las armadas de rescate entraban en contacto con las comunidades locales a través de operaciones de trueque o cambalache. Los europeos empleaban en los intercambios objetos de cobre y latón, de estaño, quincallerita diversa, tejidos vistosos de calidad o vulgares y sal, tan importante para la ganadería. Se decía que en Mali (1450) se cambiaba la sal por su peso en oro. A cambio, los naturales aportaban oro, obtenido por el procedimiento del lavado en las cuencas altas del Senegal, Níger y costa guineana. A falta de oro vendían hombres, intensificándose así el comercio de esclavos, auténtica sangría ara África. También aportaban especias baratas --las ricas procedían le Asia--, como la malagueta o grana del Paraíso y la pimienta de Benín o pimienta de rabo. Vistas así las cosas, a nadie puede extrañar que se pusiera todo el empeño imaginable en asegurar la exclusiva sobre la ruta de Guinea y en evitar la intromisión extranjera, sobre todo castellana. Con una tenacidad ejemplar, unas veces por la; buenas y otras por las malas, Portugal fue convirtiendo esas aguas en un mare clausum, en un mar cerrado a intereses extraños.
Hasta 1480 y durante casi cincuenta años la rivalidad hispano-portuguesa fue una constante. Principalmente, dos problemas habían estado avivando las tensiones entre ambos reinos: Canarias y Guinea; o dicho en otras palabras, las navegaciones atlánticas. Portugal esgrimía como derecho sobre Canarias que las había redescubierto primero, mientras que Castilla desenterraba aquello de ser heredada de los visigodos. A antigüedad, antigüedad doble. Portugal había intentado desde comprarlas hasta el empleo de la fuerza, en una especie de guerra solapada. Pero Castilla no cedió. Tampoco deben olvidarse los intereses privados andaluces en juego, con la nobleza al frente, defendiendo los caladeros de pesca del banco canario sahariano junto a un activo comercio con los naturales de la zona a base de trigo, vino, cueros, armas y esclavos, principalmente. Tal como estaban los tiempos, Canarias era rentable. Pero cuando se descubre Guinea, intrépidos marineros y comerciantes soñarán con esa tierra, después de lo que cuentan de ella. Y para intrépidos --portugueses aparte-- ahí estaban los hombres de Palos, Sanlúcar, Cádiz, Rota y Chipiona, Sevilla o Tarifa. Se creyó que lo más eficaz para defender Canarias era atacar por donde más dolía a Portugal: Guinea. El trueque parecía inminente. En efecto, el 8 de enero de 1455 el papa Nicolás V, en calidad de árbitro, concedía la bula Romanus Pontifex, que confirmaba la exclusiva de Portugal sobre toda la costa africana desde los cabos Nâo y Bojador al sur.
Implícitamente, las Islas Afortunadas quedaban para entretener a Castilla. Pero el poder temporal del Pontífice tenía sentido cuando se trataba de pueblos infieles y la concesión territorial iba seguida de una obligación evangelizadora. En este sentido, Calixto III, un año después, en la bula Inter Caetera concedió a la Orden de Cristo Lusitana todo el poder y jurisdicción espiritual sobre la región reservada a Portugal. Estas bulas son un precedente claro de las que se darán a los Reyes Católicos cuarenta años después, tras el descubrimiento de América. Entre 1454 y 1474 reina en Castilla Enrique IV, a quien se acusa de debilidad y abulia. No supo dominar a la nobleza, ni tampoco se enfrentó a Portugal como debiera haberlo hecho. Los intereses del Océano quedan, ahora más que nunca, a merced de la iniciativa particular de los puertos andaluces. Dos referencias de un contemporáneo, Alonso de Palencia, nos aclaran muy bien como se desarrollan los acontecimientos en el Atlántico: La osadía de estos envalentonados marineros a que dio pábulo la apatía del rey Don Enrique, les impulsó a atacara los barcos de pesca andaluces que por las costas del mar de Marruecos empleaban las redes llamadas jábegas para sacar cierto pescado, muy abundante en las aguas próximas a Tánger. Pronto se apoderaron de muchos de aquellos barcos con sus tripulantes y aparejos. Como se ve, los problemas pesqueros de la zona vienen de antiguo. Mas no todo era sufrir tales atropellos.
Ahí queda a réplica, en la más estricta correspondencia: tres o cuatro pescadores de Palos, curtidos en las cosas del mar, habían refrenado la ferocidad portuguesa, apresándoles muchas embarcaciones al regreso de Etiopía, dando muerte a la tripulación y apoderándose de las mercaderías, esclavos y esclavas que traían... Los hombres de Palos fueron ganando fama de intrépidos y expertos marineros. No parece casualidad que la flota que descubre América parta de ahí. A la muerte de Enrique IV estalla en Castilla la guerra civil. Los partidarios de Isabel la Católica y los de Juana la Beltraneja, a quien apoya Portugal, se enfrentan durante cinco años (1474-79) por la sucesión al trono castellano. Y la guerra se hace notar tanto en Castilla como en el Océano. La actividad marítima de los Reyes Católicos no ofrece grandes variantes con respecto a la que Andalucía había vivido en años anteriores, si bien Castilla reclama ahora su derecho a Guinea, e incita a los marineros del sur a comerciar e interceptar a sus rivales portugueses. ¡Qué más querían oír aquellos! Si en tiempos de paz lo hacían siempre que podían, ahora con más motivo. Por lo demás, el resultado es el mismo: los portugueses capturan a los castellanos y éstos hacen lo mismo con los portugueses. La suerte de las armas es alterna, aunque parece seguro que la mejor organización lusitana sacaría mayores ventajas, dice Pérez Embid. El 4 de septiembre de 1479 se firmaba en Alca?ovas el Tratado de las paces, más conocido como el Tratado de Alca?ovas-Toledo (1479-1480) entre Castilla y Portugal, que ponía fin a las hostilidades.
La ratificación de lo pactado la harán los Reyes Católicos al año siguiente en Toledo (marzo de 1480). Aparte de regular el problema dinástico28 entre los dos reinos, interesa destacar aquí el segundo acuerdo o tratado de paz perpetua que ponía fin a la rivalidad hispano-portuguesa en el Atlántico. Por él se reservan a Portugal los archipiélagos de Azores, Madera y Cabo Verde; todas las tierras descubiertas y por descubrir al sur de las Canarias y el control absoluto de la navegación en el Océano camino de Guinea o Contra Guinea, bajo compromiso de los Reyes Católicos de no enviar navíos e incluso defender que ningún súbdito acuda a esos mares y tierras a negociar o descubrir sin permiso del rey portugués. Castilla, por su parte, puede navegar tranquilamente hasta Canarias y controlar todo el archipiélago. Entre otras muchas cláusulas concertadas bien se puede terminar este apartado resaltando aquélla que establecía que los marineros que no cumpliesen la repartición del Océano fueran considerados como prisioneros de guerra, de manera que si los navegantes portugueses encontraban a algunos españoles o de cualquier otra nación los apresaran y echasen al mar para que mueran luego naturalmente. Muchos puertos andaluces y también portugueses estaban preparados --no sería presunción decir que los mejor preparados de Europa --para hacer la travesía atlántica más gloriosa y trascendental de la historia: el descubrimiento de América. Diversas circunstancias decidieron en favor de Castilla. Pudo haberlo protagonizado igualmente Portugal. Pero de cualquier manera, se llevó a cabo desde un puerto (Palos) del Golfo de Cádiz. Y esos aires, ese mar y ese ambiente es el primero que respira Colón cuando llega a Portugal.
En este sentido, la figura del príncipe llamado el Navegante --aunque nunca navegó-- se funde con la grandeza del Portugal marinero. Cuentan que este infante, taciturno y enérgico, entre místico y aventurero y más medieval que renacentista, proyectaba llegar a la India (Asia) siguiendo la ruta africana, es decir, circunvalando el continente negro que se suponía abierto al sur. Y dicen que para más tarde quedaría la exploración del Océano Atlántico por el Oeste (la ruta que siguió Colón). Demostró que no quería competencia de ninguna otra nación, pues lo había imaginado como una empresa exclusivamente lusitana, y nunca regateó esfuerzos ni dinero. La primera fase exigía tomar posiciones en el Estrecho de Gibraltar, llave natural de la navegación europea. Con ese fin se proyectó la conquista de Ceuta, realizada en 1415. La forma de culminar esta empresa merece ser contada, pues contiene enseñanzas para el futuro. El rey lusitano Juan I engañó a todos con embustes y mentiras durante los seis años que duraron los preparativos de la empresa, y disimuló a la perfección los verdaderos objetivos. Y cuenta el cronista portugués Azurara que llegó a declarar públicamente la guerra al duque de Holanda advirtiéndole en secreto que se trataba de una simulación para no sobresaltar a Venecia, que pudiera sentir ya alguna amenaza comercial, ni a Castilla, que aspiraba a una expansión por el Norte de África. Ceuta significaba participar en la ruta económica, cada vez más activa, del Estrecho de Gibraltar.
También en la riqueza de oro, esclavos y trigo del Magreb. Estamos ante el primer paso expansionista portugués para penetrar y conquistar la zona norteafricana, al mismo tiempo que se agravará la rivalidad con Castilla durante décadas. Sintiendo que Lisboa quedaba muy lejos, el Navegante abandonó la corte y en 1438 montó sus cuarteles al pie del promontorio de Sagres, junto al cabo de San Vicente, y allí fundó un gran centro de investigación náutica, único en su tiempo. Reunió a sabios de nacionalidades diversas y en él la ciencia de navegar avanzó sin cesar. El arrojo de los marineros lusitanos completó el saber teórico de Sagres y ambos, bien conjuntados, ensancharon el mundo conocido, convirtiendo a Portugal en avanzada del Océano. Después de Ceuta, el punto de mira se dirigió hacia los archipiélagos de Canarias, Madera y Azores. Estos archipiélagos, conocidos desde la antigüedad, redescubiertos durante el siglo XIV, empezaron a conquistarse y colonizarse a mediados del XV Difícil por sus vientos variables, tempestades frecuentes, aguas revueltas, resultaba la mejor escuela de aprendizaje para la navegación de altura. Serán punto de partida y escalas obligadas para expediciones futuras. En lo comercial, el clima tropical de estas islas favorecerá la adaptación de la caña de azúcar, sobre todo en el archipiélago de Madera. Durante los años que preceden al descubrimiento de América el comercio azucarero se convertía en un firme negocio.
Los genoveses intervendrán en este tráfico27. También Colón, como veremos. Al comenzar el segundo tercio del siglo XV el infante don Enrique y los científicos de Sagres se hacían esta pregunta: ¿qué hay al sur e las Canarias? De hacer caso al habla popular el mar hacia el sur se teñía de miedos, supersticiones y leyendas. Los árabes de la zona alimentaban aún más esos temores. El cabo Nâo o Nun refleja con su mismo nombre el gran temor a pasar adelante. Sin embargo, el gran obstáculo de esa zona fue el Cabo Bojador o Cabo del Miedo, puerta del Mar Tenebroso. Y cierto es que el paraje resulta singular: peñascos escarpados; fuerte corriente marina que levanta olas gigantescas reventando en los acantilados y arrecifes con ruidos ensordecedores, acrecidos cuando sopla el viento del Oeste; terrible resaca, brumas espesas. Un infierno para cualquier embarcación que se despistara. Aún hoy se evita en lo posible, dicen los hombres e la mar. El año de 1434, fecha trascendental en los descubrimientos del Océano, Gil Eanes salva esta gran barrera. Había fracasado un año antes y ahora por fin lo consigue; pero se da cuenta y comprueba un año después que la ida es fácil y rápida aprovechando la corriente canaria que va hacia el sur lamiendo la costa. Sin embargo, la volta o regreso era factible penetrando en el Océano y desde ahí, en navegación de altura, penetrando más al oeste de las Azores, dibujar un gran arco hasta llegar a Portugal. Gil Eanes acababa no sólo de salvar ese obstáculo natural, sino también de enseñar la ruta que debían seguir las expediciones futuras.
De ahí que sea tan importante esta experiencia. En adelante todo irá más rápido. Guinea estaba bien cerca, a un par de meses de navegación. ¿Qué entendían los portugueses por Guinea? Esa indeterminada zona comenzaba al sur de la desembocadura del río Senegal o Río del Oro, y tenía un interés especial para los lusitanos: interés descubridor desvelando África y sus mares adyacentes, como etapas de proyectos más ambiciosos; e interés económico cada vez más tangible. Los navegantes portugueses que harán posibles los avances descubridores desde Río del Oro hasta el corazón del golfo de Guinea, durante casi cuarenta años tendrán que enfrentarse y aprender a evitar las temibles calmas ecuatoriales (el pot au noir de los franceses, el doldrums de los ingleses), verdadera amenaza siempre para un velero. Caer en ellas significa sufrir un calor húmedo y agobiante, lluvias repentinas y torrenciales y, sobre todo, una falta casi total de viento que inmovilizaba cualquier navío. Y si duraba mucho las tripulaciones se veían diezmadas a causa del escorbuto, disentería y fiebres. En 1479, una carabela portuguesa, en plena costa guineana, tardó doce días en recorrer aproximadamente dos leguas (unos 10 kms.), cuando con brisa favorable lo hacía en menos de una hora. Aprenderán también que ese mar está sometido a vientos y corrientes caprichosas y hay que atravesarlo a mucha distancia de la costa. En lo económico, Guinea se convirtió en objetivo prioritario para Portugal (primero para Enrique el Navegante hasta su muerte, en 1460, y después para los reyes lusitanos).
La explotación se proyectó en régimen de factoría al estilo italiano. En este sentido, destacarán dos centros: el enclave de Arguim, en la costa del Río del Oro (1443-1461) y la fortaleza de San Jorge de la Mina (1482), en la costa de Oro, actual Cape Coast, en el corazón del golfo de Guinea. Ambos representan dos etapas de la expansión y explotación africana. Desde estas factorías las armadas de rescate entraban en contacto con las comunidades locales a través de operaciones de trueque o cambalache. Los europeos empleaban en los intercambios objetos de cobre y latón, de estaño, quincallerita diversa, tejidos vistosos de calidad o vulgares y sal, tan importante para la ganadería. Se decía que en Mali (1450) se cambiaba la sal por su peso en oro. A cambio, los naturales aportaban oro, obtenido por el procedimiento del lavado en las cuencas altas del Senegal, Níger y costa guineana. A falta de oro vendían hombres, intensificándose así el comercio de esclavos, auténtica sangría ara África. También aportaban especias baratas --las ricas procedían le Asia--, como la malagueta o grana del Paraíso y la pimienta de Benín o pimienta de rabo. Vistas así las cosas, a nadie puede extrañar que se pusiera todo el empeño imaginable en asegurar la exclusiva sobre la ruta de Guinea y en evitar la intromisión extranjera, sobre todo castellana. Con una tenacidad ejemplar, unas veces por la; buenas y otras por las malas, Portugal fue convirtiendo esas aguas en un mare clausum, en un mar cerrado a intereses extraños.
Hasta 1480 y durante casi cincuenta años la rivalidad hispano-portuguesa fue una constante. Principalmente, dos problemas habían estado avivando las tensiones entre ambos reinos: Canarias y Guinea; o dicho en otras palabras, las navegaciones atlánticas. Portugal esgrimía como derecho sobre Canarias que las había redescubierto primero, mientras que Castilla desenterraba aquello de ser heredada de los visigodos. A antigüedad, antigüedad doble. Portugal había intentado desde comprarlas hasta el empleo de la fuerza, en una especie de guerra solapada. Pero Castilla no cedió. Tampoco deben olvidarse los intereses privados andaluces en juego, con la nobleza al frente, defendiendo los caladeros de pesca del banco canario sahariano junto a un activo comercio con los naturales de la zona a base de trigo, vino, cueros, armas y esclavos, principalmente. Tal como estaban los tiempos, Canarias era rentable. Pero cuando se descubre Guinea, intrépidos marineros y comerciantes soñarán con esa tierra, después de lo que cuentan de ella. Y para intrépidos --portugueses aparte-- ahí estaban los hombres de Palos, Sanlúcar, Cádiz, Rota y Chipiona, Sevilla o Tarifa. Se creyó que lo más eficaz para defender Canarias era atacar por donde más dolía a Portugal: Guinea. El trueque parecía inminente. En efecto, el 8 de enero de 1455 el papa Nicolás V, en calidad de árbitro, concedía la bula Romanus Pontifex, que confirmaba la exclusiva de Portugal sobre toda la costa africana desde los cabos Nâo y Bojador al sur.
Implícitamente, las Islas Afortunadas quedaban para entretener a Castilla. Pero el poder temporal del Pontífice tenía sentido cuando se trataba de pueblos infieles y la concesión territorial iba seguida de una obligación evangelizadora. En este sentido, Calixto III, un año después, en la bula Inter Caetera concedió a la Orden de Cristo Lusitana todo el poder y jurisdicción espiritual sobre la región reservada a Portugal. Estas bulas son un precedente claro de las que se darán a los Reyes Católicos cuarenta años después, tras el descubrimiento de América. Entre 1454 y 1474 reina en Castilla Enrique IV, a quien se acusa de debilidad y abulia. No supo dominar a la nobleza, ni tampoco se enfrentó a Portugal como debiera haberlo hecho. Los intereses del Océano quedan, ahora más que nunca, a merced de la iniciativa particular de los puertos andaluces. Dos referencias de un contemporáneo, Alonso de Palencia, nos aclaran muy bien como se desarrollan los acontecimientos en el Atlántico: La osadía de estos envalentonados marineros a que dio pábulo la apatía del rey Don Enrique, les impulsó a atacara los barcos de pesca andaluces que por las costas del mar de Marruecos empleaban las redes llamadas jábegas para sacar cierto pescado, muy abundante en las aguas próximas a Tánger. Pronto se apoderaron de muchos de aquellos barcos con sus tripulantes y aparejos. Como se ve, los problemas pesqueros de la zona vienen de antiguo. Mas no todo era sufrir tales atropellos.
Ahí queda a réplica, en la más estricta correspondencia: tres o cuatro pescadores de Palos, curtidos en las cosas del mar, habían refrenado la ferocidad portuguesa, apresándoles muchas embarcaciones al regreso de Etiopía, dando muerte a la tripulación y apoderándose de las mercaderías, esclavos y esclavas que traían... Los hombres de Palos fueron ganando fama de intrépidos y expertos marineros. No parece casualidad que la flota que descubre América parta de ahí. A la muerte de Enrique IV estalla en Castilla la guerra civil. Los partidarios de Isabel la Católica y los de Juana la Beltraneja, a quien apoya Portugal, se enfrentan durante cinco años (1474-79) por la sucesión al trono castellano. Y la guerra se hace notar tanto en Castilla como en el Océano. La actividad marítima de los Reyes Católicos no ofrece grandes variantes con respecto a la que Andalucía había vivido en años anteriores, si bien Castilla reclama ahora su derecho a Guinea, e incita a los marineros del sur a comerciar e interceptar a sus rivales portugueses. ¡Qué más querían oír aquellos! Si en tiempos de paz lo hacían siempre que podían, ahora con más motivo. Por lo demás, el resultado es el mismo: los portugueses capturan a los castellanos y éstos hacen lo mismo con los portugueses. La suerte de las armas es alterna, aunque parece seguro que la mejor organización lusitana sacaría mayores ventajas, dice Pérez Embid. El 4 de septiembre de 1479 se firmaba en Alca?ovas el Tratado de las paces, más conocido como el Tratado de Alca?ovas-Toledo (1479-1480) entre Castilla y Portugal, que ponía fin a las hostilidades.
La ratificación de lo pactado la harán los Reyes Católicos al año siguiente en Toledo (marzo de 1480). Aparte de regular el problema dinástico28 entre los dos reinos, interesa destacar aquí el segundo acuerdo o tratado de paz perpetua que ponía fin a la rivalidad hispano-portuguesa en el Atlántico. Por él se reservan a Portugal los archipiélagos de Azores, Madera y Cabo Verde; todas las tierras descubiertas y por descubrir al sur de las Canarias y el control absoluto de la navegación en el Océano camino de Guinea o Contra Guinea, bajo compromiso de los Reyes Católicos de no enviar navíos e incluso defender que ningún súbdito acuda a esos mares y tierras a negociar o descubrir sin permiso del rey portugués. Castilla, por su parte, puede navegar tranquilamente hasta Canarias y controlar todo el archipiélago. Entre otras muchas cláusulas concertadas bien se puede terminar este apartado resaltando aquélla que establecía que los marineros que no cumpliesen la repartición del Océano fueran considerados como prisioneros de guerra, de manera que si los navegantes portugueses encontraban a algunos españoles o de cualquier otra nación los apresaran y echasen al mar para que mueran luego naturalmente. Muchos puertos andaluces y también portugueses estaban preparados --no sería presunción decir que los mejor preparados de Europa --para hacer la travesía atlántica más gloriosa y trascendental de la historia: el descubrimiento de América. Diversas circunstancias decidieron en favor de Castilla. Pudo haberlo protagonizado igualmente Portugal. Pero de cualquier manera, se llevó a cabo desde un puerto (Palos) del Golfo de Cádiz. Y esos aires, ese mar y ese ambiente es el primero que respira Colón cuando llega a Portugal.