El nacimiento
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Datos principales
Desarrollo
El nacimiento Ruy Díaz de Guzmán nació en Asunción entre el año 1558 y el 1560. Su padre llamábase Alonso Riquel de Guzmán. Su madre, Ursula de Irala. Este tercerón tenía una genealogía española que lo entroncaba con grandes familias de la Península. La conocía muy bien y en su libro hizo alarde de ella, aclarándola a la perfección. Su abuelo se llamaba como él, Ruy Díaz de Guzmán, vecino de Jerez de la Frontera, antiguo servidor de la ilustre casa de los Guzmán. Su padre, hasta los veinte años, había sido paje y secretario del excelentísimo señor don Juan Alonso de Guzmán, sexto duque de Medina Sidonia y octavo conde de Niebla. Casó con doña Ana de Aragón, hija del arzobispo de Zaragoza, don Juan Alonso de Aragón, y era nieta del rey don Fernando el Católico. El abuelo de nuestro historiador, también llamado Ruy Díaz de Guzmán, se había casado con una hermana del segundo adelantado del Río de la Plata y famoso aventurero de la Florida, Alvar Núñez Cabeza de Vaca. El abuelo de Alvar Núñez era Pedro de Vera Mendoza, conquistador de Gran Canaria, hijo de doña Teresa Cabeza de Vaca, que tenía una brillante genealogía. Cuando escribió sus Anales, nuestro autor los dedicó a don Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, conde de Niebla y marqués de Gibraleón. Esta genealogía hace, por parte de su padre, a nuestro historiador, pariente y descendiente de grandes familias españolas. Si ahondáramos más en ellas lo entroncaríamos con otros grupos familiares igualmente nobles y aún de mayor relieve.
Díaz de Guzmán se sentía muy honrado por esta descendencia. La estudiaba y exhibía y, tal vez por ello, se consideraba superior a muchos de sus convecinos y tenía un carácter agrio, poco comunicativo y, en una palabra, orgulloso. En cuanto a su madre, doña Ursula de Irala, no reconocía una nobleza nativa o indígena. Era hija de otra india llamada Leonor. No consta que fuera hija de un cacique o indio principal. Bella guaraní, sin ninguna duda, por haberla preferido y recordado Domingo de Irala, formó parte del pequeño harén del gobernador. Sabido es que la sociedad hispanoguaraní de Asunción y Paraguay constituye un ejemplo único en la historia del mundo, si exceptuamos la poligamia mahometana. Sólo podría comparársele el caso de los mormones, en el siglo XIX, pero la comparación es impropia. Los mormones convivieron con muchas mujeres porque éstas eran más que los hombres y necesitaban que alguien las protegiese. En Paraguay fueron los hombres los que requirieron la ayuda de las mujeres para no ser comidos. Los guaraníes eran antropófagos y polígamos. Por sus continuas guerras con otras tribus, las mujeres abundaban. Si los españoles no se convertían en parientes, cuñados y yernos de los guaraníes, éstos los habrían aniquilado en minutos e, inmediatamente, comido. Para salvar la vida y dominar la tierra tuvieron que asimilarse a su poligamia --no a la antropofagia-- y casarse con docenas de indias. Un genealogista ilustre e inolvidable, el doctor Ricardo de Lafuente Machain, sostuvo que los hijos de Irala no fueron habidos con mujeres indígenas, como había escrito el naturalista y bien informado Félix de Azara, sino con mujeres españolas, existentes en la expedición de Mendoza, o hijas de Irala, nacidas en España y venidas más tarde a Paraguay.
Muchas veces hemos dicho que las suposiciones en historia siempre se convierten en errores. Nosotros dimos a conocer el testamento de Irala, que no admite dudas19 y explicamos, después, cómo se realizó el casamiento del padre de Ruy Díaz de Guzmán con doña Ursula de Irala20. Irala era hombre temido y odiado. Contaba con partidarios que lo sostenían porque él los favorecía. Su gobierno fue puro porque, si no lo hubiera sido, la mayoría de los conquistadores se habrían alejado de Paraguay. Todavía no nos explicamos cómo pudo irse, tranquilamente, Ulrico Schmidl, el otro historiador, y otros contados conquistadores. En 1552, Diego de Abreu quiso suplantar a Irala en el gobierno. Era hombre que tenía sus amigos y todos conspiraron para hacer estallar una revolución. El Paraguay, desde la deposición de Alvar Núñez, había comenzado la historia de sus revolucionarios. Pero las conspiraciones no siempre son afortunadas. Esta fue descubierta y sus jefes se vieron encerrados. Pena: ser decapitados. En la cárcel, bien vigilados, Francisco Ortiz de Vergara y Alonso Riquel de Guzmán esperaban que amaneciese para subir al cadalso. Toda Asunción, a la mañana próxima, contemplaría el espectáculo. En la celda o rancho donde los condenados aguardaban la aurora para perder la cabeza, entró un sacerdote. Era el clérigo Francisco de Andrada, portugués. Venía a confesarlos, según ellos, pero su fin no era éste. Irala necesitaba amigos, hombres capaces que estuviesen a su lado y trabajasen por el crecimiento de ese pequeño, insignificante, país.
Traía una proposición: si los condenados se casaban con dos hijas de Irala y se convertían en sus secuaces, ganaban dos mestizas jovenzuelas y salvaban el cuello. La elección no fue dudosa. Al día siguiente, la gente de Asunción, en vez de presenciar la decapitación de dos españoles, asistió a dos hermosos casamientos: Francisco Ortiz de Vergara casó con la mestiza doña Marina, y Alonso Riquel de Guzmán, con la otra joven, doña Ursula. Las dos niñas tenían unos trece años de edad. Los padres de nuestro historiador fueron muy felices. Ortiz de Vergara, de la misma población de su suegro, no se conformó con ese casamiento a la fuerza. En una ocasión recordó, hablando de Irala, que, ansí competido y apremiado, por escapar la vida, se casó con su bija y ansí lo soltaron. Ulrico Schmidl asistió a este casamiento en una fecha anterior al 26 de diciembre de 1552, último día que estuvo en Asunción. El testamento de Irala nos da la nómina de sus hijos y de sus madres. Diego Núñez de Irala, Antonio de Irala Y doña Ginebra Núñez de Irala, fueron hijos de Irala y de la india María, su criada, hija de un indio principal llamado Pedro de Mendoza. Doña Marina de Irala fue hija de la india Juana; doña Isabel de Irala lo fue de la india Agueda; doña Ursula de Irala, de la india Leonor; Martín Pérez de Irala, de la india Escolástica; Ana de Irala, de la india Marina, y María de Irala, de la india Beatriz, criada de un amigo de Irala, Diego de Villaspando.
Las jóvenes mestizas tuvieron buenos maridos. Además de Ortiz de Vergara y Alonso Riquel de Guzmán, recordamos que doña Isabel casó con el capitán Gonzalo de Mendoza y doña Ginebra con don Pedro de Segura. Los descendientes de estos casamientos fueron muchos. Algunos genealogistas han rastreado sus huellas. Félix de Azara, en el siglo XVIII, conoció algunos, muy pobres, tanto que lo impresionaron. Hoy, descendientes directos se encuentran en grandes y ricas familias de Paraguay y de Argentina. Habráse notado que, en el testamento de Irala, al igual que en un mundo de documentos, los hombres rara vez tienen el título de don, abreviatura de dómine, señor, que se daba con permiso real a quien lo merecía. En cambio, las mujeres, aun las más humildes, llevaban siempre el título de doña. Era una autorización general, que nadie discutía, y que es común en toda la América hispana. Mencionamos este hecho porque algunos lingüistas, en otros tiempos, quisieron discutir esta realidad alegando razones que, por impropias, no vale la pena recordar.
Díaz de Guzmán se sentía muy honrado por esta descendencia. La estudiaba y exhibía y, tal vez por ello, se consideraba superior a muchos de sus convecinos y tenía un carácter agrio, poco comunicativo y, en una palabra, orgulloso. En cuanto a su madre, doña Ursula de Irala, no reconocía una nobleza nativa o indígena. Era hija de otra india llamada Leonor. No consta que fuera hija de un cacique o indio principal. Bella guaraní, sin ninguna duda, por haberla preferido y recordado Domingo de Irala, formó parte del pequeño harén del gobernador. Sabido es que la sociedad hispanoguaraní de Asunción y Paraguay constituye un ejemplo único en la historia del mundo, si exceptuamos la poligamia mahometana. Sólo podría comparársele el caso de los mormones, en el siglo XIX, pero la comparación es impropia. Los mormones convivieron con muchas mujeres porque éstas eran más que los hombres y necesitaban que alguien las protegiese. En Paraguay fueron los hombres los que requirieron la ayuda de las mujeres para no ser comidos. Los guaraníes eran antropófagos y polígamos. Por sus continuas guerras con otras tribus, las mujeres abundaban. Si los españoles no se convertían en parientes, cuñados y yernos de los guaraníes, éstos los habrían aniquilado en minutos e, inmediatamente, comido. Para salvar la vida y dominar la tierra tuvieron que asimilarse a su poligamia --no a la antropofagia-- y casarse con docenas de indias. Un genealogista ilustre e inolvidable, el doctor Ricardo de Lafuente Machain, sostuvo que los hijos de Irala no fueron habidos con mujeres indígenas, como había escrito el naturalista y bien informado Félix de Azara, sino con mujeres españolas, existentes en la expedición de Mendoza, o hijas de Irala, nacidas en España y venidas más tarde a Paraguay.
Muchas veces hemos dicho que las suposiciones en historia siempre se convierten en errores. Nosotros dimos a conocer el testamento de Irala, que no admite dudas19 y explicamos, después, cómo se realizó el casamiento del padre de Ruy Díaz de Guzmán con doña Ursula de Irala20. Irala era hombre temido y odiado. Contaba con partidarios que lo sostenían porque él los favorecía. Su gobierno fue puro porque, si no lo hubiera sido, la mayoría de los conquistadores se habrían alejado de Paraguay. Todavía no nos explicamos cómo pudo irse, tranquilamente, Ulrico Schmidl, el otro historiador, y otros contados conquistadores. En 1552, Diego de Abreu quiso suplantar a Irala en el gobierno. Era hombre que tenía sus amigos y todos conspiraron para hacer estallar una revolución. El Paraguay, desde la deposición de Alvar Núñez, había comenzado la historia de sus revolucionarios. Pero las conspiraciones no siempre son afortunadas. Esta fue descubierta y sus jefes se vieron encerrados. Pena: ser decapitados. En la cárcel, bien vigilados, Francisco Ortiz de Vergara y Alonso Riquel de Guzmán esperaban que amaneciese para subir al cadalso. Toda Asunción, a la mañana próxima, contemplaría el espectáculo. En la celda o rancho donde los condenados aguardaban la aurora para perder la cabeza, entró un sacerdote. Era el clérigo Francisco de Andrada, portugués. Venía a confesarlos, según ellos, pero su fin no era éste. Irala necesitaba amigos, hombres capaces que estuviesen a su lado y trabajasen por el crecimiento de ese pequeño, insignificante, país.
Traía una proposición: si los condenados se casaban con dos hijas de Irala y se convertían en sus secuaces, ganaban dos mestizas jovenzuelas y salvaban el cuello. La elección no fue dudosa. Al día siguiente, la gente de Asunción, en vez de presenciar la decapitación de dos españoles, asistió a dos hermosos casamientos: Francisco Ortiz de Vergara casó con la mestiza doña Marina, y Alonso Riquel de Guzmán, con la otra joven, doña Ursula. Las dos niñas tenían unos trece años de edad. Los padres de nuestro historiador fueron muy felices. Ortiz de Vergara, de la misma población de su suegro, no se conformó con ese casamiento a la fuerza. En una ocasión recordó, hablando de Irala, que, ansí competido y apremiado, por escapar la vida, se casó con su bija y ansí lo soltaron. Ulrico Schmidl asistió a este casamiento en una fecha anterior al 26 de diciembre de 1552, último día que estuvo en Asunción. El testamento de Irala nos da la nómina de sus hijos y de sus madres. Diego Núñez de Irala, Antonio de Irala Y doña Ginebra Núñez de Irala, fueron hijos de Irala y de la india María, su criada, hija de un indio principal llamado Pedro de Mendoza. Doña Marina de Irala fue hija de la india Juana; doña Isabel de Irala lo fue de la india Agueda; doña Ursula de Irala, de la india Leonor; Martín Pérez de Irala, de la india Escolástica; Ana de Irala, de la india Marina, y María de Irala, de la india Beatriz, criada de un amigo de Irala, Diego de Villaspando.
Las jóvenes mestizas tuvieron buenos maridos. Además de Ortiz de Vergara y Alonso Riquel de Guzmán, recordamos que doña Isabel casó con el capitán Gonzalo de Mendoza y doña Ginebra con don Pedro de Segura. Los descendientes de estos casamientos fueron muchos. Algunos genealogistas han rastreado sus huellas. Félix de Azara, en el siglo XVIII, conoció algunos, muy pobres, tanto que lo impresionaron. Hoy, descendientes directos se encuentran en grandes y ricas familias de Paraguay y de Argentina. Habráse notado que, en el testamento de Irala, al igual que en un mundo de documentos, los hombres rara vez tienen el título de don, abreviatura de dómine, señor, que se daba con permiso real a quien lo merecía. En cambio, las mujeres, aun las más humildes, llevaban siempre el título de doña. Era una autorización general, que nadie discutía, y que es común en toda la América hispana. Mencionamos este hecho porque algunos lingüistas, en otros tiempos, quisieron discutir esta realidad alegando razones que, por impropias, no vale la pena recordar.