El miedo a ser sacrificados que tuvieron Cortés y los suyos
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El miedo a ser sacrificados que tuvieron Cortés y los suyos Ocho días después que fueron a cortar madera, llegaron a la costa de Chalchicocca quince navíos. Las personas que por allí estaban en gobernación y atalaya avisaron a Moctezuma de ello con mensajeros, que en cuatro días caminaron ochenta leguas. Temió Moctezuma, en cuanto lo supo, y llamó a Cortés, que no temía menos, recelándose siempre de algún furor del pueblo y antojo del rey. Cuando le dijeron a Cortés que Moctezuma salía al palacio, creyó, si daba en los españoles, que estaban todos perdidos, y les dijo: "Señores y amigos: Moctezuma me llama; no es buena señal, habiendo pasado lo del otro día; yo voy a ver qué quiere; estad alerta, y la barba en la cebadera, por si algo intentaren estos indios; encomendaos mucho a Dios, acordaos quiénes sois y quién son estos infieles hombres, aborrecidos de Dios, amigos del diablo, con pocas armas y no buen uso de guerra; si hubiéremos de pelear, las manos de cada uno de nosotros han de mostrar con obras y por la propia espada el valor de su ánimo; y así, aunque muramos quedaremos vencedores, pues habremos cumplido con la misión que traemos, y con lo que debemos al servicio de Dios como cristianos, y al de nuestro rey como españoles, y en honra de nuestra España y defensa de nuestras vidas". Le respondieron: "Haremos nuestro deber hasta morir, sin que el temor ni el peligro lo estorben, pues menos estimamos la muerte que nuestro honor". Con esto se fue Cortés a Moctezuma, el cual le dijo: "Señor capitán, sabed que ya tenéis naves en que poderos ir; por eso, de aquí en adelante cuando mandéis".
Le respondió Cortés: "Muy poderoso señor, en teniéndolas hechas yo me iré". "Once navíos", dice Moctezuma, "están en la playa junto a Cempoallan, y pronto tendré aviso si los que en ellos vienen han salido de tierra, y entonces sabremos qué gente es y cuánta". "¡Bendito sea Jesucristo", dijo Cortés, "y doy muchas gracias a Dios por las mercedes que nos hace a mí y a todos estos hidalgos de mi compañía!". Un español salió a decirlo a los compañeros, y todos ellos cobraron valor. Alabaron a Dios, y se abrazaron unos a otros con muy gran placer de aquella nueva. Estando así Cortés y Moctezuma, llegó otro correo de a pie, y dijo que estaban ya en tierra ochenta de a caballo, ochocientos infantes y doce tiros de fuego; de todo lo cual mostró la figura, en que venían pintados hombres, caballos, tiros y naos. Se levantó Moctezuma entonces, abrazó a Cortés, y le dijo: "Ahora os amo más que nunca, y me quiero ir a comer con vos". Cortés le dio las gracias por lo uno y por lo otro. Se cogieron por las manos, y se fueron al aposento de Cortés, el cual dijo a los españoles no mostrasen alteración, sino que todos estuviesen juntos y sobre aviso, y diesen gracias al señor con tales nuevas. Moctezuma y Cortés comieron solos, con gran regocijo de todos; unos pensando quedarse y sojuzgar el reino y gente; otros creyendo que se irían los que no podían ver en su tierra. A Moctezuma le pesaba, según dicen, aunque no lo demostraba; y uno de sus capitanes, viendo esto, le aconsejaba que matase a los españoles de Cortés, puesto que eran pocos, y así tendría menos que matar en los que venían, y no dejase juntar unos con otros; y porque aquéllos no se atreverían a llegar, muertos éstos. Con esto llamó Moctezuma a consejo a muchos señores y capitanes; propuso el caso, y el parecer de aquel capitán. Hubo diferentes votos, pero al cabo se decidió que dejasen llegar a los españoles que venían, pensando que cuantos más moros mas ganancia, y que así matarían más y a todos juntos, diciendo que si mataban a los que estaban en la ciudad, se volverían los otros a las naos, y no podrían hacer el sacrificio de ellos que sus dioses querían. Con esta determinación pasaba Moctezuma todos los días con quinientos caballeros y señores a ver a Cortés, y mandaba servir y regalar a los españoles mejor que hasta entonces, pues había de durar poco.
Le respondió Cortés: "Muy poderoso señor, en teniéndolas hechas yo me iré". "Once navíos", dice Moctezuma, "están en la playa junto a Cempoallan, y pronto tendré aviso si los que en ellos vienen han salido de tierra, y entonces sabremos qué gente es y cuánta". "¡Bendito sea Jesucristo", dijo Cortés, "y doy muchas gracias a Dios por las mercedes que nos hace a mí y a todos estos hidalgos de mi compañía!". Un español salió a decirlo a los compañeros, y todos ellos cobraron valor. Alabaron a Dios, y se abrazaron unos a otros con muy gran placer de aquella nueva. Estando así Cortés y Moctezuma, llegó otro correo de a pie, y dijo que estaban ya en tierra ochenta de a caballo, ochocientos infantes y doce tiros de fuego; de todo lo cual mostró la figura, en que venían pintados hombres, caballos, tiros y naos. Se levantó Moctezuma entonces, abrazó a Cortés, y le dijo: "Ahora os amo más que nunca, y me quiero ir a comer con vos". Cortés le dio las gracias por lo uno y por lo otro. Se cogieron por las manos, y se fueron al aposento de Cortés, el cual dijo a los españoles no mostrasen alteración, sino que todos estuviesen juntos y sobre aviso, y diesen gracias al señor con tales nuevas. Moctezuma y Cortés comieron solos, con gran regocijo de todos; unos pensando quedarse y sojuzgar el reino y gente; otros creyendo que se irían los que no podían ver en su tierra. A Moctezuma le pesaba, según dicen, aunque no lo demostraba; y uno de sus capitanes, viendo esto, le aconsejaba que matase a los españoles de Cortés, puesto que eran pocos, y así tendría menos que matar en los que venían, y no dejase juntar unos con otros; y porque aquéllos no se atreverían a llegar, muertos éstos. Con esto llamó Moctezuma a consejo a muchos señores y capitanes; propuso el caso, y el parecer de aquel capitán. Hubo diferentes votos, pero al cabo se decidió que dejasen llegar a los españoles que venían, pensando que cuantos más moros mas ganancia, y que así matarían más y a todos juntos, diciendo que si mataban a los que estaban en la ciudad, se volverían los otros a las naos, y no podrían hacer el sacrificio de ellos que sus dioses querían. Con esta determinación pasaba Moctezuma todos los días con quinientos caballeros y señores a ver a Cortés, y mandaba servir y regalar a los españoles mejor que hasta entonces, pues había de durar poco.