El Franquismo en España y en el contexto europeo
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Como en otras épocas, pero quizá todavía más en esta, resulta fundamental tener en cuenta el contexto general occidental a la hora de valorar el acontecer español, es decir, las coordenadas en que se desarrolló la vida española durante los años del franquismo, y sobre todo aquellas que incidieron de manera más intensa en la vida de las mujeres españolas. Lo que granjeó a Franco el rechazo europeo no fueron los cruentos episodios de la Guerra Civil, a su vez continuación y radicalización de los tiempos de violencia política vividos en años anteriores. Lo que más desprestigió el Nuevo Estado fue la Ley de Responsabilidades Políticas (9-II-1939), promulgada al término del conflicto, que castigaba a los considerados culpables de la tragedia de la contienda española. En esta medida subyacía la intención de construir una España basada en una única manera de pensar, al menos durante la primera década, como se vio después. Esta ley condujo a percibir el Régimen de Franco como análogo a la Europa de los totalitarismos. La Guerra del 14 había dejado una estela de muerte y desánimo que condujo a la crisis de las democracias y a unos años treinta caracterizado por el auge de las ideologías totalitarias de raza en Alemania y de clase en la Unión Soviética. Gráfico Al final de la década de los treinta termina la Guerra Civil española 1 de abril de 1939), pocos meses antes de empezar la Segunda Guerra Mundial (1 de septiembre de 1939).
En este final de los años treinta sólo un tercio de los países europeos no estaban sometidos a un régimen dictatorial, es decir, tan sólo diez estados habían sobrevivido a la hecatombe democrática. Semejante contexto internacional no sólo no ayudó a la recuperación española, sino que contribuyó muy negativamente a ella. Terminado el conflicto mundial en 1945, al tiempo que España quedaba rechazada por el resto de Europa, la segunda posguerra mundial acentuaba en la propia Europa la pérdida de su influencia política y su confusión en los círculos intelectuales de todo el mundo. La Segunda Guerra Mundial acentuó el desprestigio de la idea de superioridad y centralidad de Europa occidental en materia política y cultural. Además, en la posguerra mundial -últimos años cuarenta-, se constató la pervivencia de una profunda crisis de la cultura moderna. Los pensadores analizaban un mundo en proceso de liquidación, caracterizado por la angustia espiritual y la necesidad material. A pesar de eso, el empeño por conseguir la reconstrucción europea terminó por generar en Europa occidental una intensa transformación que fue llevándola poco a poco al comienzo de una auténtica edad de oro económica, lo que los franceses llaman sus "treinta años gloriosos" o los alemanes "el milagro económico". Afortunadamente esta bonanza europea de los años cincuenta se hizo notar en España durante la toda la década, especialmente al final: en 1957, en España llegó el momento de un cambio marcado.
Franco, ante el desafío de una Europa unida de la que España podría quedar excluida, decidió una renovación profunda del gobierno entonces vigente y realizó un cambio que trataba de conjurar ese peligro. Nombró ministro de Hacienda a Mariano Rubio, letrado del Consejo de Estado, y ministro de Economía a Alberto Ullastres, catedrático de Economía Política y Hacienda Pública. Ambos propusieron un Plan de Estabilización económica del país según las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). La ejecución del plan se llevó a cabo con éxito al conseguir la liberalización de la vida económica. A continuación se pusieron en marcha los Planes de Desarrollo, dirigidos por Laureano López Rodó, catedrático de Derecho Administrativo, que pretendían ordenar y racionalizar el empleo de los recursos económicos. López Rodó tomó como modelo el plan del ministro francés Monet, que adaptó a las circunstancias españolas. El objetivo principal de esas medidas era la homologación de la economía española con las de sus vecinos occidentales. Gracias a los Planes de Desarrollo y a la coyuntura económica internacional, se elevó notablemente el nivel de vida de los españoles. En 1959, por primera vez en la historia, un presidente norteamericano, Dwight Eisenhower, visitó España. Franco convirtió la visita en un símbolo de la nueva situación internacional de su régimen, que habría pasado del aislamiento al reconocimiento.
Al año siguiente tuvo lugar el tercer y último encuentro entre Franco y Don Juan de Borbón, el heredero de la corona española, para diseñar los estudios universitarios del príncipe Juan Carlos en España. España regresaba así paulatinamente al concierto internacional. Gracias a la devaluación de la peseta y a la prosperidad de Europa occidental, la costa española empezó a llenarse de turistas. Los ingresos de los emigrantes españoles que trabajaban en Alemania y Suiza, y las inversiones extranjeras contribuyeron a equilibrar la balanza económica exterior. Entre 1960 y 1975 la renta per capita de los españoles se triplicó. En 1962 los conflictos laborales y la creciente audiencia mediática de la oposición franquista en el exterior, empujaron a Franco de nuevo a otro cambio Gobierno. El nuevo ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, trabajó para aprobar una ley que eliminase la censura y garantizase una cierta libertad de información. En 1966 fue aprobada la Ley de Prensa, que sustituyó la censura previa por un sistema de sanciones. El mismo año entró en vigor la Ley Orgánica del Estado, que determinaba los poderes del futuro rey y establecía un sistema de reforma de las Leyes Fundamentales. Gráfico En la década de los sesenta, la crisis de mentalidades que había afectado las élites en el período de entreguerras y había emergido en la segunda posguerra, se contagió a las clases medias (con especial intensidad entre estudiantes y clérigos) suscitando respuestas distintas: desde la opción utópica de la Revolución del 68 a la búsqueda de la espiritualidad cristiana en una época de crisis de la Iglesia Católica, pasando por el nacimiento de movimientos terroristas en diversos países europeos y por la generalización del consumo de drogas en algunos sectores juveniles.
La llamada Revolución o revuelta del 68, no fue propiamente una revolución política, ni tampoco social, sino cultural o quizá contracultural, es decir una propuesta juvenil (madurada en los despachos de algunos profesores) contra la cultura moderna. Una nueva concepción de la vida como camino hacia el placer (búsqueda de la felicidad en el sexo, la música rock y las drogas, etc.) y una sonora protesta contra los valores vigentes para generaciones precedentes. Entre los motivos de protesta y esperanza, muchas veces compartidos por sus mayores, estuvieron la liberación de la mujer o la de las minorías raciales. Algunos autores tienden a destacar que, de hecho, la sociedad occidental apenas cambió a consecuencia de las manifestaciones y los movimientos revolucionarios. Otros, al contrario, subrayan cómo nuestras sociedades cambiaron radicalmente con lo que se ha llamado la revolución sexual de los sesenta, una transformación que no afectó a instituciones públicas como los Estados o los Gobiernos, pero sí a las familias. Gráfico En la universidad española había ingresado una generación de jóvenes, fruto de la mejora económica del país y del baby boom de la posguerra, a los que la Guerra Civil y Franco ya no les decían nada. Cambiaron los estilos de vida y los gustos de la generación anterior gracias a la mayor renta, el aumento del tiempo libre y la búsqueda de mayor bienestar. Las protestas que iniciaron estos estudiantes fueron respaldadas por jóvenes profesionales (abogados, profesores, funcionarios de la Administración, etc.
) recientemente incorporados al mundo laboral. Este proceso aumentó la fuerza de la oposición al franquismo de las clases medias y altas de la sociedad. Y este descontento se vio reforzado a su vez por la clase obrera y por algunos sacerdotes y militantes en organizaciones cristianas. Uno de los momentos más graves se produjo en enero de 1969: un busto de Franco fue destruido en el rectorado de la Universidad de Barcelona y murió un estudiante detenido en Madrid. La ola de violencia surgida entre policías y estudiantes duró varias semanas y terminó con dos meses de estado de excepción en toda España. Esta coincidencia en el tiempo, de posturas extremas que hicieron tambalear incluso sistemas democráticos, ha condicionado con frecuencia la valoración de la situación española del periodo franquista. La consideración de ese contexto probablemente ayude a comprender mejor la valoración que puede hacerse del acontecer español.
En este final de los años treinta sólo un tercio de los países europeos no estaban sometidos a un régimen dictatorial, es decir, tan sólo diez estados habían sobrevivido a la hecatombe democrática. Semejante contexto internacional no sólo no ayudó a la recuperación española, sino que contribuyó muy negativamente a ella. Terminado el conflicto mundial en 1945, al tiempo que España quedaba rechazada por el resto de Europa, la segunda posguerra mundial acentuaba en la propia Europa la pérdida de su influencia política y su confusión en los círculos intelectuales de todo el mundo. La Segunda Guerra Mundial acentuó el desprestigio de la idea de superioridad y centralidad de Europa occidental en materia política y cultural. Además, en la posguerra mundial -últimos años cuarenta-, se constató la pervivencia de una profunda crisis de la cultura moderna. Los pensadores analizaban un mundo en proceso de liquidación, caracterizado por la angustia espiritual y la necesidad material. A pesar de eso, el empeño por conseguir la reconstrucción europea terminó por generar en Europa occidental una intensa transformación que fue llevándola poco a poco al comienzo de una auténtica edad de oro económica, lo que los franceses llaman sus "treinta años gloriosos" o los alemanes "el milagro económico". Afortunadamente esta bonanza europea de los años cincuenta se hizo notar en España durante la toda la década, especialmente al final: en 1957, en España llegó el momento de un cambio marcado.
Franco, ante el desafío de una Europa unida de la que España podría quedar excluida, decidió una renovación profunda del gobierno entonces vigente y realizó un cambio que trataba de conjurar ese peligro. Nombró ministro de Hacienda a Mariano Rubio, letrado del Consejo de Estado, y ministro de Economía a Alberto Ullastres, catedrático de Economía Política y Hacienda Pública. Ambos propusieron un Plan de Estabilización económica del país según las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). La ejecución del plan se llevó a cabo con éxito al conseguir la liberalización de la vida económica. A continuación se pusieron en marcha los Planes de Desarrollo, dirigidos por Laureano López Rodó, catedrático de Derecho Administrativo, que pretendían ordenar y racionalizar el empleo de los recursos económicos. López Rodó tomó como modelo el plan del ministro francés Monet, que adaptó a las circunstancias españolas. El objetivo principal de esas medidas era la homologación de la economía española con las de sus vecinos occidentales. Gracias a los Planes de Desarrollo y a la coyuntura económica internacional, se elevó notablemente el nivel de vida de los españoles. En 1959, por primera vez en la historia, un presidente norteamericano, Dwight Eisenhower, visitó España. Franco convirtió la visita en un símbolo de la nueva situación internacional de su régimen, que habría pasado del aislamiento al reconocimiento.
Al año siguiente tuvo lugar el tercer y último encuentro entre Franco y Don Juan de Borbón, el heredero de la corona española, para diseñar los estudios universitarios del príncipe Juan Carlos en España. España regresaba así paulatinamente al concierto internacional. Gracias a la devaluación de la peseta y a la prosperidad de Europa occidental, la costa española empezó a llenarse de turistas. Los ingresos de los emigrantes españoles que trabajaban en Alemania y Suiza, y las inversiones extranjeras contribuyeron a equilibrar la balanza económica exterior. Entre 1960 y 1975 la renta per capita de los españoles se triplicó. En 1962 los conflictos laborales y la creciente audiencia mediática de la oposición franquista en el exterior, empujaron a Franco de nuevo a otro cambio Gobierno. El nuevo ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, trabajó para aprobar una ley que eliminase la censura y garantizase una cierta libertad de información. En 1966 fue aprobada la Ley de Prensa, que sustituyó la censura previa por un sistema de sanciones. El mismo año entró en vigor la Ley Orgánica del Estado, que determinaba los poderes del futuro rey y establecía un sistema de reforma de las Leyes Fundamentales. Gráfico En la década de los sesenta, la crisis de mentalidades que había afectado las élites en el período de entreguerras y había emergido en la segunda posguerra, se contagió a las clases medias (con especial intensidad entre estudiantes y clérigos) suscitando respuestas distintas: desde la opción utópica de la Revolución del 68 a la búsqueda de la espiritualidad cristiana en una época de crisis de la Iglesia Católica, pasando por el nacimiento de movimientos terroristas en diversos países europeos y por la generalización del consumo de drogas en algunos sectores juveniles.
La llamada Revolución o revuelta del 68, no fue propiamente una revolución política, ni tampoco social, sino cultural o quizá contracultural, es decir una propuesta juvenil (madurada en los despachos de algunos profesores) contra la cultura moderna. Una nueva concepción de la vida como camino hacia el placer (búsqueda de la felicidad en el sexo, la música rock y las drogas, etc.) y una sonora protesta contra los valores vigentes para generaciones precedentes. Entre los motivos de protesta y esperanza, muchas veces compartidos por sus mayores, estuvieron la liberación de la mujer o la de las minorías raciales. Algunos autores tienden a destacar que, de hecho, la sociedad occidental apenas cambió a consecuencia de las manifestaciones y los movimientos revolucionarios. Otros, al contrario, subrayan cómo nuestras sociedades cambiaron radicalmente con lo que se ha llamado la revolución sexual de los sesenta, una transformación que no afectó a instituciones públicas como los Estados o los Gobiernos, pero sí a las familias. Gráfico En la universidad española había ingresado una generación de jóvenes, fruto de la mejora económica del país y del baby boom de la posguerra, a los que la Guerra Civil y Franco ya no les decían nada. Cambiaron los estilos de vida y los gustos de la generación anterior gracias a la mayor renta, el aumento del tiempo libre y la búsqueda de mayor bienestar. Las protestas que iniciaron estos estudiantes fueron respaldadas por jóvenes profesionales (abogados, profesores, funcionarios de la Administración, etc.
) recientemente incorporados al mundo laboral. Este proceso aumentó la fuerza de la oposición al franquismo de las clases medias y altas de la sociedad. Y este descontento se vio reforzado a su vez por la clase obrera y por algunos sacerdotes y militantes en organizaciones cristianas. Uno de los momentos más graves se produjo en enero de 1969: un busto de Franco fue destruido en el rectorado de la Universidad de Barcelona y murió un estudiante detenido en Madrid. La ola de violencia surgida entre policías y estudiantes duró varias semanas y terminó con dos meses de estado de excepción en toda España. Esta coincidencia en el tiempo, de posturas extremas que hicieron tambalear incluso sistemas democráticos, ha condicionado con frecuencia la valoración de la situación española del periodo franquista. La consideración de ese contexto probablemente ayude a comprender mejor la valoración que puede hacerse del acontecer español.