El descubrimiento de la libertad

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Rango

Rococó

Desarrollo


Así titula, con gran acierto, Starobinski su libro dedicado al siglo XVIII, pues la libertad es la idea capital de aquella sociedad. Una de las posibles experiencias del gusto por la vida libre es su abuso caprichoso, otra la protesta contra tal abuso reclamando una renovación moral. Esta doble actitud contradictoria resume un siglo tan bien reflejado por Pierre-Ambroise Choderlos de Lacios (1741-1803) en su novela "Les liaisons dangereuses" publicada en 1782. En la introducción irónicamente hace decir al editor que es imposible suponer que los personajes -cuya correspondencia según el redactor ha sido recogida de sus contemporáneos- hayan vivido "en nuestro siglo, en este siglo de filosofía, en la que las luces, extendidas por todas partes, han hecho, como cada uno sabe, a todos los hombres tan honestos y a todas las mujeres tan modestas y reservadas".En estos tiempos la palabra galante está en todas las bocas y hasta en el nombre de una revista (Mercure Galant). El mismo Diderot piensa que la galantería, "esa variedad de medios enérgicos o delicados que inspira la pasión al hombre o a la mujer... está en la naturaleza". Y el amor, tan representado por los pintores, se convierte en un juego de sociedad en el que el libertino actúa como virtuoso. El juego se descompone en cuatro figuras: elección, seducción, caída y ruptura, todo desarrollado con un ritmo muy rápido. Si éste se relentiza es porque interviene un elemento con el que no se contaba, la pasión.

El libertino no puede enamorarse seriamente pues supondría un descrédito para su profesión y merecería la burla de todas sus amistades.En la nueva sociedad la mujer adquiere un protagonismo desconocido hasta entonces, organiza y participa muy activamente en las reuniones y aunque muchas todavía no se preocupen más que de "practicar el Evangelio y hacer niños", hay otras que destacan por su cultura, como es el caso de Madame de Pompadour. La marquesa de Merteuil de "Les liaisons" acude a la lectura para su formación: "Estudié nuestras costumbres en las Novelas, nuestras opiniones en los Filósofos, incluso busqué en los Moralistas más severos lo que nos exigían, y así me aseguré de lo que se podía hacer, de lo que se debía pensar y de lo que convenía aparentar".La ostentación y las riquezas que rodeaban al monarca y también a la Iglesia durante el siglo XVII formaban parte de la retórica de la persuasión implícita en el Barroco. Súbditos y fieles eran convencidos de que se trataba de algo lógico y producía en ellos un sentimiento de admirada veneración. En el siglo siguiente el ceremonial de la Corte se convierte, como dice Starobinski, en un disfrute abusivo, en un espectáculo en sí mismo, en una convención en la que ni el mismo rey cree. En el pueblo ya no despierta admiración sino envidia, y en el momento en que por los medios que sean -"cuando uno es rico, haga lo que haga no se puede perder el honor" dice Diderot por boca del sobrino de Rameau, consigue enriquecerse se instala también en el lujo, intentando incluso superar a la nobleza.

Como no podía ser menos la marquesa de Merteuil, protagonista de la novela de Lacios, considera que el dinero no da la felicidad, pero ayuda a conseguirla y añade: "No estamos ya en los tiempos de Madame de Sevigné. El lujo lo absorbe todo: se le vitupera, pero no hay otro remedio que imitarlo, y lo superfluo acaba por privarnos de lo necesario". El mismo Voltaire en la voz lujo de su "Diccionario filosófico" apunta que aunque desde hace dos mil años se ha clamado contra él, en verso y en prosa, siempre se le ha amado. Igualmente reconoce que el lujo de Atenas produjo grandes hombres en todos los campos, mientras que la austera Esparta apenas algunos capitanes; hay que condenar a los bandidos cuando saquean pero no hay que tratarles de insensatos cuando disfrutan: no hay tacañería más manifiesta y ridícula que la de un burgués de París o de Londres que aparezca en un espectáculo vestido de campesino.La Corte, los grandes, los nuevos ricos de la burguesía gastan su dinero en un mundo de lujo que tiene su manifestación externa más llamativa en la decoración de los interiores de sus residencias, aspecto fundamental del Rococó. Pero no es ya la pesada y ostentosa decoración del siglo anterior, sino que todo se aligera, se afina, se busca la gracia y el movimiento en una continua lucha contra la simetría gracias a la ayuda de la rocalla. El mundo del lujo no se acaba en las boiseries, en la decoración de ambientes, en los muebles o porcelanas, sino que también afecta al ornato personal como las joyas y, en especial, el traje.

Se busca la variedad, los efectos de sorpresa, con lo que las modas cambian vertiginosamente.El ansia de lujo no está reñido con otro aspecto que bien podemos considerar invento del siglo XVIII y del Rococó; me refiero a la atención especial que se. presta a la búsqueda de lo confortable. "Algunos autores -comenta el contemporáneo moralista marqués de Vauvenargues- tratan la moral como se trata la nueva arquitectura, en la que se busca, antes que nada, la comodidad". Los motivos decorativos lo inundan todo, pero las formas son utilitarias; rige el principio de la conveniencia, todo debe estar adaptado a su función. Un sillón lo primero que tiene que ser es cómodo.Así como la profusión ornamental no está reñida con una confortable utilidad, tampoco es incompatible que una época que se ha definido, a veces erróneamente con un carácter exclusivo, como el siglo de la frivolidad, sea al mismo tiempo el siglo de la ciencia. Se extiende por la sociedad un afán de aprender, un apasionamiento por la física, los experimentos, se multiplican los libros de divulgación. Voltaire con su característica mordacidad no pierde la ocasión de criticar la obsesión científica en su "Micromegas" (1752): el secretario de la Academia de Saturno era hombre de mucho talento que "no había inventado nada, pero explicaba muy bien los inventos de los demás"; en otro capítulo un filósofo -en el sentido que se da a los filósofos en el siglo XVIII, es decir, un sabio, un científico, un pensador- enumera alguno de los objetivos de sus investigaciones, "disecamos moscas, medimos líneas, coleccionamos nombres, coincidimos acerca de dos o tres puntos que entendemos y discrepamos sobre dos o tres mil que no entendemos".

También nuevamente acudo a Lacios, que utiliza el vocabulario mecanicista propio de los filósofos materialistas del XVIII, en particular a La Mettrie, "El hombre máquina" (1748), cuando describe a una mujer simple como una máquina de la que todo el mundo puede conocer pronto los resortes y motores.A Buffon (1707-1781), autor de la "Historia natural del hombre" (1749), se le erige una estatua aún en vida y Federico II de Prusia tiene a gala recibir en su casa a sabios y filósofos. Montesquieu (1689-1754) caricaturizaba la sociedad en sus "Cartas persas" (1721) pero también publica el "Espíritu de las leyes" (1748). Sin embargo, la empresa más trascendental de la Europa del siglo XVIII fue la publicación a partir de 1751 de la "Enciclopedia", obra magna encabezada por Diderot y d'Alembert, con más de cien colaboradores y dirigida a la gran burguesía iluminada. Ciertamente gran parte de las ideas en ella expresadas llevan el germen y adelantan lo que luego estallará en la Revolución, pero su gestación se llevará a cabo en muchas ocasiones en ambientes plenamente inmersos en el Rococó. Como polo opuesto a la "Enciclopedia" se publica en 1762, en edición de lujo, los "Cuentos y novelas" de La Fontaine, financiada por los Fermiers Généraux, ilustrada entre otros por Fragonard, y máxima expresión del género amoroso. Finalmente, no quiero dejar de destacar que es en esta época, todavía en los años de la Regencia, cuando el abate du Bos con sus "Reflexiones críticas sobre la poesía y la pintura" (1719) funda la nueva ciencia de la belleza, que en 1735 Baumgarten llamará Estética.

El gusto por lo exótico venía ya del siglo XVI centrado especialmente en el mundo de las fiestas, pero es ahora cuando llega verdaderamente a su apogeo. En la relación del exotismo con la sociedad del XVIII distingue Corvisier entre el exotismo como curiosidad, como evasión y como moda. El primero de tipo documental, suministra los elementos y tiene su fuente en el cada vez mejor conocimiento del extranjero, gracias a los viajes comerciales, embajadas y viajes científicos. Para el mundo del arte los contactos que más nos interesan, aunque no sean los únicos, son los realizados con el Extremo Oriente, concretamente con China. Los misioneros jesuitas la dan a conocer, el P. Bouvet publica en 1697 un "Estado presente de la China en figuras" que tiene enorme éxito. Ya en pleno XVIII el emperador Kien Lung (1736-1798) manda a Francia los dibujos hechos por cuatro misioneros de los dieciséis grandes cuadros que adornaban su palacio con la representación de sus conquistas. Cochin se encargó de grabarlos y buena parte de los ejemplares se envió a China.Es lógico que una sociedad ansiosa de novedades aprovechara esta curiosidad por lo exótico para utilizarlo en la literatura, en la fisolofía y, cómo no, en las artes figurativas. Lo que en un principio era pura evasión se convierte en moda, se hacen habituales en la decoración los temas chinos (chinoiseries), escenas de su vida y costumbres, aunque un tanto convencionales e inventadas, son objeto de tapices, aparecen incluso pabellones en forma de pagoda y se multiplican las figurillas y temas orientales en la incipiente porcelana europea imitadora de la China. Aunque en menor medida pueden verse también temas turcos (turqueries), más usados por los músicos, o temas rusos (russeries). El nuevo mundo americano, sin embargo, es bastante raro en el Rococó. Mezclados entre los arabescos no es extraño encontrar animales más o menos exóticos, entre los que se prefieren los monos (singeries), que pronto cubren las paredes de muchos hoteles parisinos.Ansia de libertad, galantería, amor, femineidad, lujo, comodidad, ciencia, gusto por lo exótico y también gracia, juego, fascinación, encanto, movimiento, desequilibrio. Todo esto, incluidas sus contradicciones, es lo que constituye el fenómeno que denominamos Rococó.

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