El concepto de viudedad
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Datos principales
Rango
Edad Moderna
Desarrollo
La pérdida del esposo suponía para las mujeres del Antiguo Régimen las dos caras de una misma moneda: por un lado, la pérdida del cabeza de familia conllevaba toda una serie de carencias económicas y afectivas difíciles de superar; por otro lado, aportaba a la mujer una autonomía nunca antes conocida. Fuese una liberación, un yugo, o ambos, lo cierto es que la viudedad suponía para todas ellas un antes y un después. Era, en definitiva, un estado que acompañaba a la mujer durante el resto de su vida; no importaba que fuese joven o anciana, que tuviera hijos o no los tuviera, que su marido hubiera fallecido recientemente o no, ni si quiera que hubiera vuelto a casarse o que sus vecinos no hubieran conocido a su compañero. Lo importante era que la memoria del primer marido permanecía pese a todo y, en cierta manera, la definía. Dicho de otra manera, aquella mujer siempre sería la viuda de. Esto se entiende porque a las mujeres del Antiguo Régimen se les definía por la figura masculina que tuvieran a su lado. Es decir, como a hijas de, mujeres de, esposas de Cristo -en el caso de que pertenecieran a una orden religiosa- o viudas de. Mientras que en la identidad de los hombres su estado civil no era el factor más relevante. Un hombre era preferiblemente definido por su oficio, su estatus social o su pertenencia al clero. De hecho, en los documentos de la Edad Moderna -a no ser que dicho documento fuera una demanda en la que el hombre reclamaba los derechos sobre los bienes de su difunta esposa- rara vez el nombre del varón iba acompañado de la expresión viudo de.
Esto hace que la viudedad durante el Antiguo Régimen fuera un concepto principalmente femenino. Gráfico Durante aquellos siglos, toda persona que llegaba nueva a una ciudad, a un pueblo o a un barrio, debía dar cuenta a las autoridades de su procedencia, de su honestidad y de su estado civil. Así pues, los vecinos que veían llegar a un hombre que había perdido a su esposa conocían su estado. Entonces, ¿por qué la viudedad era un estado principalmente ligado a las mujeres? Varias cuestiones contribuyen a la feminización de la viudedad en la Edad Moderna. En primer lugar debemos retomar las palabras de Guevara, "las desdichadas viudas hallan a mil que juzguen sus vidas". La mujer que enviudaba alcanzaba una autonomía nunca antes conocida; por primera vez desde su nacimiento estaba sola y era, hasta cierto punto, dueña de su destino (principalmente gracias al acceso a recursos económicos, como la restitución de la dote y arras, el usufructo de los bienes del marido o el acceso al mundo laboral). Esta soledad o, más bien, esta libertad suscitaron enormes recelos entre los tratadistas, juristas, clérigos y, en general, entre sus vecinos. ¿Quién salvaguardaría ahora su honor? Esta pregunta hizo que la literatura en torno al control moral de la viuda fuera muy fructuosa. Los tratados que adoctrinaban a las viudas sobre su buen comportamiento, las leyes que castigaban a estas mujeres por su conducta inmoral o la literatura áurea que ridiculizaba a la "viuda alegre" a la par que ensalzaba a la "viuda virtuosa", contribuyeron a que esta figura adquiriese un lugar bien definido en el imaginario colectivo de la época.
Mientras que, aunque los hombres también estaban sujetos a las normas de conducta social y a la moralidad religiosa, la libertad y soledad de un hombre nunca generaron tanta preocupación. Por otro lado, la viudedad asociada a la mujer respondía a criterios meramente cuantitativos. Es decir, este estado se relacionaba principalmente a las féminas por el sencillo hecho de que, durante la Edad Moderna, el número de viudas era mayor que el de viudos. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII la disolución de la familia por la muerte de uno de los cónyuges fue una de las características demográficas de la población. Además, la naturaleza epidémica de la mortalidad hacía que en ciertos períodos el número de parejas rotas por muerte de alguno de sus miembros fuera muy elevado. Pero, ¿cómo de elevado? Las características de las fuentes de los primeros siglos de la Edad Moderna dificultan el cálculo exacto. Tenemos que esperar hasta el Censo de Floridablanca para contar con cifras fidedignas. Gracias a dicho censo sabemos que a finales de la Edad Moderna la viudedad suponía el 6,79% del total de la población española, siendo la viudedad femenina casi el doble que la masculina. Dentro de los estados femeninos, la viudedad ocupaba casi el 9%, mientras que entre los varones rondaba el 4,5%. Aun teniendo en cuenta que estas cifras variaban en cada sociedad y en cada época en función de la incidencia de la mortalidad, de las posibilidades de acceso al matrimonio y de la frecuencia de las segundas nupcias, durante el siglo XVI y XVII los porcentajes para el resto de Europa fueron similares.
Lo que sí varió fue la edad media a la que una mujer enviudaba. Parece que durante el Quinientos y el Seiscientos las mujeres que perdían a sus esposos rondaban los 35-40 años, mientras que a finales del siglo XVIII la edad de estas viudas era ya superior a los 45 años, llegando a sobrepasar la barrera de los 60 a principios del siglo pasado. Pero, volviendo al elevado número de viudas, veamos qué causaba la superioridad numérica de la viudedad femenina. En primer lugar, los historiadores que se han centrado en los aspectos demográficos del pasado coinciden en señalar que las mujeres, aun teniendo en cuenta el riesgo del parto, vivían ligeramente más años que los hombres y, por lo tanto, tenían mayores probabilidades de sobrevivir al marido. A este dato debemos añadir que los viudos se casaban con mayor frecuencia y en un período de tiempo más breve que las viudas. Esta diferencia entre número de viudos y de viudas aumentaba con el transcurrir de los años. Tan es así, que las fuentes apuntan a que, tras la cincuentena, el porcentaje de viudas llegaba incluso a triplicarse. Si a esto añadimos las dificultades de las mujeres mayores para acceder a un nuevo matrimonio, podemos comprender que la incidencia de la viudedad fuera considerablemente mayor entre las mujeres.
Esto hace que la viudedad durante el Antiguo Régimen fuera un concepto principalmente femenino. Gráfico Durante aquellos siglos, toda persona que llegaba nueva a una ciudad, a un pueblo o a un barrio, debía dar cuenta a las autoridades de su procedencia, de su honestidad y de su estado civil. Así pues, los vecinos que veían llegar a un hombre que había perdido a su esposa conocían su estado. Entonces, ¿por qué la viudedad era un estado principalmente ligado a las mujeres? Varias cuestiones contribuyen a la feminización de la viudedad en la Edad Moderna. En primer lugar debemos retomar las palabras de Guevara, "las desdichadas viudas hallan a mil que juzguen sus vidas". La mujer que enviudaba alcanzaba una autonomía nunca antes conocida; por primera vez desde su nacimiento estaba sola y era, hasta cierto punto, dueña de su destino (principalmente gracias al acceso a recursos económicos, como la restitución de la dote y arras, el usufructo de los bienes del marido o el acceso al mundo laboral). Esta soledad o, más bien, esta libertad suscitaron enormes recelos entre los tratadistas, juristas, clérigos y, en general, entre sus vecinos. ¿Quién salvaguardaría ahora su honor? Esta pregunta hizo que la literatura en torno al control moral de la viuda fuera muy fructuosa. Los tratados que adoctrinaban a las viudas sobre su buen comportamiento, las leyes que castigaban a estas mujeres por su conducta inmoral o la literatura áurea que ridiculizaba a la "viuda alegre" a la par que ensalzaba a la "viuda virtuosa", contribuyeron a que esta figura adquiriese un lugar bien definido en el imaginario colectivo de la época.
Mientras que, aunque los hombres también estaban sujetos a las normas de conducta social y a la moralidad religiosa, la libertad y soledad de un hombre nunca generaron tanta preocupación. Por otro lado, la viudedad asociada a la mujer respondía a criterios meramente cuantitativos. Es decir, este estado se relacionaba principalmente a las féminas por el sencillo hecho de que, durante la Edad Moderna, el número de viudas era mayor que el de viudos. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII la disolución de la familia por la muerte de uno de los cónyuges fue una de las características demográficas de la población. Además, la naturaleza epidémica de la mortalidad hacía que en ciertos períodos el número de parejas rotas por muerte de alguno de sus miembros fuera muy elevado. Pero, ¿cómo de elevado? Las características de las fuentes de los primeros siglos de la Edad Moderna dificultan el cálculo exacto. Tenemos que esperar hasta el Censo de Floridablanca para contar con cifras fidedignas. Gracias a dicho censo sabemos que a finales de la Edad Moderna la viudedad suponía el 6,79% del total de la población española, siendo la viudedad femenina casi el doble que la masculina. Dentro de los estados femeninos, la viudedad ocupaba casi el 9%, mientras que entre los varones rondaba el 4,5%. Aun teniendo en cuenta que estas cifras variaban en cada sociedad y en cada época en función de la incidencia de la mortalidad, de las posibilidades de acceso al matrimonio y de la frecuencia de las segundas nupcias, durante el siglo XVI y XVII los porcentajes para el resto de Europa fueron similares.
Lo que sí varió fue la edad media a la que una mujer enviudaba. Parece que durante el Quinientos y el Seiscientos las mujeres que perdían a sus esposos rondaban los 35-40 años, mientras que a finales del siglo XVIII la edad de estas viudas era ya superior a los 45 años, llegando a sobrepasar la barrera de los 60 a principios del siglo pasado. Pero, volviendo al elevado número de viudas, veamos qué causaba la superioridad numérica de la viudedad femenina. En primer lugar, los historiadores que se han centrado en los aspectos demográficos del pasado coinciden en señalar que las mujeres, aun teniendo en cuenta el riesgo del parto, vivían ligeramente más años que los hombres y, por lo tanto, tenían mayores probabilidades de sobrevivir al marido. A este dato debemos añadir que los viudos se casaban con mayor frecuencia y en un período de tiempo más breve que las viudas. Esta diferencia entre número de viudos y de viudas aumentaba con el transcurrir de los años. Tan es así, que las fuentes apuntan a que, tras la cincuentena, el porcentaje de viudas llegaba incluso a triplicarse. Si a esto añadimos las dificultades de las mujeres mayores para acceder a un nuevo matrimonio, podemos comprender que la incidencia de la viudedad fuera considerablemente mayor entre las mujeres.