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Datos principales
Rango
América borbónica
Desarrollo
Fue la hija predilecta de la economía borbónica y logró resultados espectaculares. El siglo comenzó con un absoluto dislocamiento de los circuitos tradicionales como consecuencia de la presencia de buques franceses en todos los puertos hispanoamericanos. Contaron con el beneplácito de Felipe V desde 1702 y suministraron las manufacturas europeas hasta la paz de Utrecht. A partir de entonces comenzó la presencia legal de los ingleses . Teóricamente era un sólo buque de comercio, el navío de permiso, y buques negreros de la Compañía de la Mar del Sur, pero en la práctica eran cientos de navíos, ya que el de permiso se abastecía de mercancías en alta mar (tenía así un fondo ilimitado) y los buques esclavistas introducían contrabando continuamente. Como los holandeses hacían también un intenso comercio ilegal desde Curaçao, el problema del contrabando adquirió dimensiones dantescas. La Corona pidió a sus autoridades en América que reprimieran dicho contrabando, protegió el corso, trasladó el monopolio sevillano a Cádiz (1717) -donde se ubicaron también la Casa de la Contratación y el Consulado- y restableció el viejo sistema de flotas (Proyecto de Galeones y Flotas de 1720), remozándolo con algunas mejoras (se sustituyó el almojarifazgo por el derecho de palmeo y se trasladó la feria de Veracruz a Jalapa). Posteriormente, el ministro Campillo elevó a medio millón de pesos el comercio legal de Filipinas con Nueva España y prohibió enviar ninguna flota de los galeones hasta que no se hubieran vendido las mercancías llevadas por la anterior.
Nada de esto cambió la situación. El contrabando siguió igual y la persecución del mismo, realizada por los corsarios -único medio eficaz de combatirlo- terminó por desembocar en la guerra angloespañola o de la Oreja, llamada así porque el capitán contrabandista Jenkins protestó con toda razón ante los Comunes por la insolencia de un corsario español que le había cortado dicho apéndice. Los ingleses destruyeron Portobelo y trataron inútilmente de tomar Cartagena, pero lo que de verdad lograron fue hundir el moribundo sistema de los galeones, que fue sustituido por el de navíos sueltos. Subsistió, no obstante, la Armada de la Nueva España, si bien cada vez más raquítica. Desde 1720 hasta 1760 hubo ocho convoyes. Los navíos sueltos comenzaron a utilizar la vía del Cabo de Hornos para llevar sus mercancías a los puertos del Pacífico, lo que hizo bascular el comercio hacia el sur, revaluándose el Río de la Plata y la costa chilena, y entrando en decadencia las plazas de Tierra Firme y del Caribe. Para evitar que éstos cayeran totalmente en manos de los contrabandistas se dio libertad (1765) a las islas de Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, Trinidad y Margarita para negociar con nueve puertos peninsulares. La libertad se hizo luego extensiva a Louisiana, Yucatán, Campeche, Riohacha y Santa Marta (1768), aumentando también el numero de puertos españoles autorizados. El mismo año se liberalizó el comercio intercolonial, autorizándose el comercio entre México, Nueva Granada, Guatemala y Perú.
El Reglamento de Libre Comercio de 1778 puso término a esta política, autorizándose el tráfico libre entre los puertos indianos y los peninsulares (los de México y Venezuela siguieron con el régimen anterior hasta 1789). Se suprimió la Casa de Contratación y se crearon juzgados de arribadas en cada puerto autorizado. Siguió vigente la obligación de las colonias de comerciar únicamente con España. Poco duraron los efectos de esta política liberalizadora, pues al poco inició España una serie de guerras con Inglaterra que fueron nefastas para el comercio, ya que se luchaba contra la potencia naval que dominaba el Atlántico. Tras la de 1779-82 vino un período de paz durante el cual se normalizó el comercio. En 1796 sobrevino otro conflicto con los británicos y la Corona tuvo que autorizar el comercio con América a los buques de las naciones neutrales, para evitar que quedara totalmente desabastecida. Los norteamericanos fueron los más beneficiados por ello, ya que se brindaron a llevar cacao y azúcar a España, y vinos, aceite y harinas a Hispanoamérica. El permiso se suspendió en 1801 y hubo que volver a otorgarlo en 1805, al sobrevenir otra guerra con los ingleses que duró ya hasta 1808. La situación de Hispanoamérica en los años previos a la emancipación fue dramática pues llegaron a faltar artículos necesarios como harina y vestidos (lo que disparó los precios) y no pudieron exportarse los excedentes agropecuarios. Otros elementos esenciales del reformismo comercial fueron las compañías comerciales y los consulados.
La primera compañía fue la de Honduras y se fundó en 1714 para negociar con dicho territorio. En 1728 se creó la Guipuzcoana o de Caracas. Siguieron luego las de Campeche (1734), Sevilla (1747), La Habana (1740), Barcelona (1752), los Cinco Gremios Mayores de Madrid (1784) y la de Filipinas (1785). La fundación de nuevos consulados para fomentar la agricultura, la ganadería y el comercio estaba contemplada en el Reglamento de 1778 y se puso en marcha a fines de siglo. Se crearon los de Caracas y Guatemala en 1793, Buenos Aires y La Habana en 1794, y posteriormente los de Cartagena, Veracruz, Guadalajara y Santiago de Chile. En cuanto al tráfico comercial, aumentó progresivamente. Entre 1710 y 1747 negociaron 1.271 buques con un total de 330.476 toneladas, que entre 1748 a 1778 fueron ya 2.365 embarcaciones y 738.758 toneladas. García Baquero señala que, tomando un índice 100 para principios de siglo, el tonelaje creció a 160 entre 1710 y 1747, y a casi 300 entre 1748 y 1778. Entre 1782 y 1796 se cuadruplicaron las exportaciones hispanoamericanas, lo que pareció demostrar la bondad del Reglamento de 1778. Este comercio estuvo controlado en un 76% por Cádiz, pese a la libertad comercial. En América, la Nueva España fue el primer mercado receptor seguido del Perú, el Río de la Plata y Venezuela. El intercambio siguió la tónica de exportar de España manufacturas e importar caudales, productos tropicales y colorantes. Entre 1717 y 1738, los caudales importados superaron los 152 millones de pesos, que ascendieron a 439.728.441 pesos entre 1747 y 1778. Posteriormente, entre 1782 y 1796, alcanzaron los 20,6 millones de pesos. Más significativa es la proporción entre las exportaciones americanas de metales preciosos y de productos agropecuarios. En 1778 el oro y plata suponían el 76% del valor de dichas exportaciones, pero entre 1782 y 1796 bajaron al 56%, demostrándose así que Hispanoamérica exportaba cada vez menos metales preciosos en relación a los productos tropicales.
Nada de esto cambió la situación. El contrabando siguió igual y la persecución del mismo, realizada por los corsarios -único medio eficaz de combatirlo- terminó por desembocar en la guerra angloespañola o de la Oreja, llamada así porque el capitán contrabandista Jenkins protestó con toda razón ante los Comunes por la insolencia de un corsario español que le había cortado dicho apéndice. Los ingleses destruyeron Portobelo y trataron inútilmente de tomar Cartagena, pero lo que de verdad lograron fue hundir el moribundo sistema de los galeones, que fue sustituido por el de navíos sueltos. Subsistió, no obstante, la Armada de la Nueva España, si bien cada vez más raquítica. Desde 1720 hasta 1760 hubo ocho convoyes. Los navíos sueltos comenzaron a utilizar la vía del Cabo de Hornos para llevar sus mercancías a los puertos del Pacífico, lo que hizo bascular el comercio hacia el sur, revaluándose el Río de la Plata y la costa chilena, y entrando en decadencia las plazas de Tierra Firme y del Caribe. Para evitar que éstos cayeran totalmente en manos de los contrabandistas se dio libertad (1765) a las islas de Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, Trinidad y Margarita para negociar con nueve puertos peninsulares. La libertad se hizo luego extensiva a Louisiana, Yucatán, Campeche, Riohacha y Santa Marta (1768), aumentando también el numero de puertos españoles autorizados. El mismo año se liberalizó el comercio intercolonial, autorizándose el comercio entre México, Nueva Granada, Guatemala y Perú.
El Reglamento de Libre Comercio de 1778 puso término a esta política, autorizándose el tráfico libre entre los puertos indianos y los peninsulares (los de México y Venezuela siguieron con el régimen anterior hasta 1789). Se suprimió la Casa de Contratación y se crearon juzgados de arribadas en cada puerto autorizado. Siguió vigente la obligación de las colonias de comerciar únicamente con España. Poco duraron los efectos de esta política liberalizadora, pues al poco inició España una serie de guerras con Inglaterra que fueron nefastas para el comercio, ya que se luchaba contra la potencia naval que dominaba el Atlántico. Tras la de 1779-82 vino un período de paz durante el cual se normalizó el comercio. En 1796 sobrevino otro conflicto con los británicos y la Corona tuvo que autorizar el comercio con América a los buques de las naciones neutrales, para evitar que quedara totalmente desabastecida. Los norteamericanos fueron los más beneficiados por ello, ya que se brindaron a llevar cacao y azúcar a España, y vinos, aceite y harinas a Hispanoamérica. El permiso se suspendió en 1801 y hubo que volver a otorgarlo en 1805, al sobrevenir otra guerra con los ingleses que duró ya hasta 1808. La situación de Hispanoamérica en los años previos a la emancipación fue dramática pues llegaron a faltar artículos necesarios como harina y vestidos (lo que disparó los precios) y no pudieron exportarse los excedentes agropecuarios. Otros elementos esenciales del reformismo comercial fueron las compañías comerciales y los consulados.
La primera compañía fue la de Honduras y se fundó en 1714 para negociar con dicho territorio. En 1728 se creó la Guipuzcoana o de Caracas. Siguieron luego las de Campeche (1734), Sevilla (1747), La Habana (1740), Barcelona (1752), los Cinco Gremios Mayores de Madrid (1784) y la de Filipinas (1785). La fundación de nuevos consulados para fomentar la agricultura, la ganadería y el comercio estaba contemplada en el Reglamento de 1778 y se puso en marcha a fines de siglo. Se crearon los de Caracas y Guatemala en 1793, Buenos Aires y La Habana en 1794, y posteriormente los de Cartagena, Veracruz, Guadalajara y Santiago de Chile. En cuanto al tráfico comercial, aumentó progresivamente. Entre 1710 y 1747 negociaron 1.271 buques con un total de 330.476 toneladas, que entre 1748 a 1778 fueron ya 2.365 embarcaciones y 738.758 toneladas. García Baquero señala que, tomando un índice 100 para principios de siglo, el tonelaje creció a 160 entre 1710 y 1747, y a casi 300 entre 1748 y 1778. Entre 1782 y 1796 se cuadruplicaron las exportaciones hispanoamericanas, lo que pareció demostrar la bondad del Reglamento de 1778. Este comercio estuvo controlado en un 76% por Cádiz, pese a la libertad comercial. En América, la Nueva España fue el primer mercado receptor seguido del Perú, el Río de la Plata y Venezuela. El intercambio siguió la tónica de exportar de España manufacturas e importar caudales, productos tropicales y colorantes. Entre 1717 y 1738, los caudales importados superaron los 152 millones de pesos, que ascendieron a 439.728.441 pesos entre 1747 y 1778. Posteriormente, entre 1782 y 1796, alcanzaron los 20,6 millones de pesos. Más significativa es la proporción entre las exportaciones americanas de metales preciosos y de productos agropecuarios. En 1778 el oro y plata suponían el 76% del valor de dichas exportaciones, pero entre 1782 y 1796 bajaron al 56%, demostrándose así que Hispanoamérica exportaba cada vez menos metales preciosos en relación a los productos tropicales.