Ecuador
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Datos principales
Rango
Area Intermedia
Desarrollo
El período tardío o de Integración ecuatoriano se caracteriza por la autoridad ejercida por ciertos jefes, incluso sobre grupos lejanos, y sobre todo por la formación de una especie de liga o confederación por parte de los mercaderes navegantes de la costa para el intercambio a larga distancia. Los españoles encontraron flotas de canoas y balsas, que, por medio de un juego de quillas, podían navegar largas distancias. Los asentamientos son más densos y complejos, con concentraciones de hasta 30.000 individuos. Se encuentran grandes movimientos de tierra, para la construcción de campos agrícolas elevados, montículos, canales de drenaje, grandes plataformas de tierra y terrazas de cultivo. En los valles costeros hay probables centros ceremoniales y grandes cementerios con tumbas de pozo con cámara. En la cuenca del Guayas, al sur, y en la planicie esmeraldeña, al norte y debido probablemente al tipo de suelo, muy arenoso y a la cercanía del nivel freático, los entierros se hacían en una colina artificial, construyéndose el pozo con grandes cilindros de cerámica o con urnas desfondadas, colocadas unas encima de otras, y la cámara con una urna de gran tamaño. La cultura y el arte mejor conocidos del período corresponden a Manteño-Huancavilca, en las provincias de Manabí y Guayas, con asentamientos característicos en forma de grandes poblados, incluso con construcciones de piedra con barro como argamasa. La piedra, además de usarse como material constructivo, en forma de columnas y pilastras, se utilizó para las famosas sillas de Manabí.
Son banquetas con un asiento característico en forma de U, colocadas encima de una figura antropomorfa agazapada. Debieron ser tronos para personajes de importancia y en cerámica aparecen figuras masculinas sentadas sobre banquetas semejantes. En piedra se esculpieron también unas a modo de estelas, losas talladas con una figura de mujer estilizada, sentada, con los brazos y las piernas doblados lateralmente. Es frecuente también el trabajo de piedras finas, siendo notables los grandes espejos de obsidiana circulares o rectangulares. La cerámica tradicional es negruzca, de carácter escultórico, y son frecuentes las vasijas con un estrangulamiento central en cuya parte superior aparece una cabeza modelada, generalmente de una zarigüeya. Hay pequeñas figurillas macizas, hombres y mujeres desnudos, con una especie de gran gorro liso, siempre hechas con molde y que suelen llevar un silbato. Resultan en general poco expresivas y bastante estereotipadas. Más llamativas son unas grandes figuras huecas y cuidadosamente modeladas que son en realidad un incensario antropomorfizado. Son hombres de pie, o sentados en el característico trono, desnudos, con los órganos sexuales cuidadosamente representados o con objetos en las manos de difícil identificación. Suelen llevar un anillo en la nariz de cobre u oro, grandes pendientes redondos y un tocado muy ancho que constituye el incensario propiamente. El trabajo es delicado, aunque resultan un tanto estereotipadas, y son tan semejantes entre sí que producen la impresión de estar hechas en serie.
Es evidente la relación de las manifestaciones artísticas que hemos visto con elementos de rango que contribuirían a subrayar el prestigio de los señores. El hecho se evidencia aún más en la fuerte incidencia en el trabajo de los metales, destacando el oro, la plata y el cobre y todo tipo de técnicas conocidas. Los metales nobles se reservaron para objetos de carácter suntuario, mientras que en cobre se hacían utensilios tales como anzuelos, cinceles, hachas, mazas y azadones. Pero el trabajo del metal alcanzó aún un desarrollo mucho más espectacular en la cultura Milagro-Quevedo, que ocupó las cuencas de los ríos Guayas, Naranjal y Jubones, controlando las tierras agrícolas de tal vez mayor fertilidad de toda la costa pacífica suramericana, aumentada por el uso de gran cantidad de mano de obra de carácter servil y un sofisticado programa de obras hidráulicas. Se encuentran gran cantidad de restos de población en forma de conjuntos de tolas o montículos artificiales, habitacionales y ceremoniales, templarios y funerarios. Los enterramientos se hacían directamente en el suelo o en urnas en forma de huevo compuestas por dos secciones adaptables, con el cadáver en postura fetal y ricamente adornado. La explotación minera fue considerable y se usó el metal tanto para adornos como para todo tipo de instrumentos variados. El cobre, fundido, forjado o laminado, se destinó a herramientas, siendo típicas unas hachas grandes y pesadas, consideradas más bien como distintivos de rango, y otras, formadas por una lámina delgada, las hachas moneda que se utilizaban como una especie de medida de cambio en los intercambios comerciales.
Las joyas de oro y plata se conformaban básicamente a partir de un alambre y espirales con diferentes y complicadas variantes. Solían llevar engastadas turquesas y resaltarse con una sucesión de bolillas soldadas. Muchos adornos llevan colgados elementos móviles de formas diversas, lo que les confiere gran viveza y vistosidad. El tejido fue otra de las grandes realizaciones de Milagro-Quevedo, siendo común la técnica del icat o teñido mediante el anudado de la urdimbre. Aunque la cerámica es pobre de formas y decorada a base de incisiones, hay que destacar en ella las llamadas cocinas de brujos, pequeños recipientes de formas variadas y profusa decoración modelada y con pastillaje. Miden entre 5 y 25 cm de altura y 8 y 25 de diámetro, y hay escudillas de base redonda y plana, con motivos en relieve de serpientes, monos y aves estilizadas, y otras más complejas, con base acampanada y paredes convexas, y una decoración que alterna los motivos antropo y zoomorfos. Y se encuentran cuencos trípodes, con las patas en forma de lazo y decoradas con una serpiente en espiral. Desconocemos la función de esas curiosas vasijas, pero debieron tener un uso restringido, tal vez relacionado con prácticas de carácter shamánico, tal como lo indica su nombre vulgar. En la sierra ecuatoriana el panorama cultural, menos conocido, parece presentar una mayor fragmentación regional, pero destaca la norteña región del Carchi, cuya cultura tardía toma el mismo nombre asimismo conocida como Capulí.
Su área de dispersión comprende también parte de Imbabura e incluso el departamento de Nariño, en Colombia . La agricultura debió de constituir una base económica de importancia, aunque la caza debió de ser también destacable ya que, en algunas tumbas, entierros de venados forman parte de los ajuares funerarios. Y fue también significativa la domesticación de la llama y del cuy o conejillo de Indias. Existió un comercio importante con la costa, manifiesto sobre todo en la gran cantidad de adornos hechos con conchas marinas. Rasgo distintivo es la enorme cantidad de tolas o montículos para diferentes funciones, y multitud de formas y dimensiones. Algunas son funerarias, habiéndose excavado primero la tumba en el suelo, en forma de pozo con cámara lateral, y levantándose encima el montículo. El arte de Carchi destaca sobre todo por su cerámica, herencia del período anterior, cuya forma básica es la compotera o cuenco con una gran base acampanada. La decoración típica, a veces en negativo es de color negro sobre rojo con diseños geométricos. En los ejemplares más llamativos el pedestal se substituye por personajes, a modo de atlantes o un felino agazapado. Dichas figuras se decoran del mismo modo que el vaso. Son muy conocidas las figurillas de los llamados coqueros, u hombres sentados en un banquillo con el acuyico, o bolo de coca en la boca, revelado por la hinchazón de la mejilla. Son representaciones estilizadas, con tronco largo, cabeza pequeña y redonda y brazos y piernas concebidos como cordones. La conocida decoración en rojo y negro aparece también en los coqueros en forma de pintura facial y corporal. Y hay también mujeres, vestidas con una larga falda y muchas con un niño en brazos. La postura de los coqueros, su actitud, parece indicar que el consumo de la coca era algo restringido, tal vez parte de algún ceremonial o destinado únicamente a personajes significados, hecho que por otra parte es común a todas las culturas prehispánicas que consumían algún tipo de droga o narcótico.
Son banquetas con un asiento característico en forma de U, colocadas encima de una figura antropomorfa agazapada. Debieron ser tronos para personajes de importancia y en cerámica aparecen figuras masculinas sentadas sobre banquetas semejantes. En piedra se esculpieron también unas a modo de estelas, losas talladas con una figura de mujer estilizada, sentada, con los brazos y las piernas doblados lateralmente. Es frecuente también el trabajo de piedras finas, siendo notables los grandes espejos de obsidiana circulares o rectangulares. La cerámica tradicional es negruzca, de carácter escultórico, y son frecuentes las vasijas con un estrangulamiento central en cuya parte superior aparece una cabeza modelada, generalmente de una zarigüeya. Hay pequeñas figurillas macizas, hombres y mujeres desnudos, con una especie de gran gorro liso, siempre hechas con molde y que suelen llevar un silbato. Resultan en general poco expresivas y bastante estereotipadas. Más llamativas son unas grandes figuras huecas y cuidadosamente modeladas que son en realidad un incensario antropomorfizado. Son hombres de pie, o sentados en el característico trono, desnudos, con los órganos sexuales cuidadosamente representados o con objetos en las manos de difícil identificación. Suelen llevar un anillo en la nariz de cobre u oro, grandes pendientes redondos y un tocado muy ancho que constituye el incensario propiamente. El trabajo es delicado, aunque resultan un tanto estereotipadas, y son tan semejantes entre sí que producen la impresión de estar hechas en serie.
Es evidente la relación de las manifestaciones artísticas que hemos visto con elementos de rango que contribuirían a subrayar el prestigio de los señores. El hecho se evidencia aún más en la fuerte incidencia en el trabajo de los metales, destacando el oro, la plata y el cobre y todo tipo de técnicas conocidas. Los metales nobles se reservaron para objetos de carácter suntuario, mientras que en cobre se hacían utensilios tales como anzuelos, cinceles, hachas, mazas y azadones. Pero el trabajo del metal alcanzó aún un desarrollo mucho más espectacular en la cultura Milagro-Quevedo, que ocupó las cuencas de los ríos Guayas, Naranjal y Jubones, controlando las tierras agrícolas de tal vez mayor fertilidad de toda la costa pacífica suramericana, aumentada por el uso de gran cantidad de mano de obra de carácter servil y un sofisticado programa de obras hidráulicas. Se encuentran gran cantidad de restos de población en forma de conjuntos de tolas o montículos artificiales, habitacionales y ceremoniales, templarios y funerarios. Los enterramientos se hacían directamente en el suelo o en urnas en forma de huevo compuestas por dos secciones adaptables, con el cadáver en postura fetal y ricamente adornado. La explotación minera fue considerable y se usó el metal tanto para adornos como para todo tipo de instrumentos variados. El cobre, fundido, forjado o laminado, se destinó a herramientas, siendo típicas unas hachas grandes y pesadas, consideradas más bien como distintivos de rango, y otras, formadas por una lámina delgada, las hachas moneda que se utilizaban como una especie de medida de cambio en los intercambios comerciales.
Las joyas de oro y plata se conformaban básicamente a partir de un alambre y espirales con diferentes y complicadas variantes. Solían llevar engastadas turquesas y resaltarse con una sucesión de bolillas soldadas. Muchos adornos llevan colgados elementos móviles de formas diversas, lo que les confiere gran viveza y vistosidad. El tejido fue otra de las grandes realizaciones de Milagro-Quevedo, siendo común la técnica del icat o teñido mediante el anudado de la urdimbre. Aunque la cerámica es pobre de formas y decorada a base de incisiones, hay que destacar en ella las llamadas cocinas de brujos, pequeños recipientes de formas variadas y profusa decoración modelada y con pastillaje. Miden entre 5 y 25 cm de altura y 8 y 25 de diámetro, y hay escudillas de base redonda y plana, con motivos en relieve de serpientes, monos y aves estilizadas, y otras más complejas, con base acampanada y paredes convexas, y una decoración que alterna los motivos antropo y zoomorfos. Y se encuentran cuencos trípodes, con las patas en forma de lazo y decoradas con una serpiente en espiral. Desconocemos la función de esas curiosas vasijas, pero debieron tener un uso restringido, tal vez relacionado con prácticas de carácter shamánico, tal como lo indica su nombre vulgar. En la sierra ecuatoriana el panorama cultural, menos conocido, parece presentar una mayor fragmentación regional, pero destaca la norteña región del Carchi, cuya cultura tardía toma el mismo nombre asimismo conocida como Capulí.
Su área de dispersión comprende también parte de Imbabura e incluso el departamento de Nariño, en Colombia . La agricultura debió de constituir una base económica de importancia, aunque la caza debió de ser también destacable ya que, en algunas tumbas, entierros de venados forman parte de los ajuares funerarios. Y fue también significativa la domesticación de la llama y del cuy o conejillo de Indias. Existió un comercio importante con la costa, manifiesto sobre todo en la gran cantidad de adornos hechos con conchas marinas. Rasgo distintivo es la enorme cantidad de tolas o montículos para diferentes funciones, y multitud de formas y dimensiones. Algunas son funerarias, habiéndose excavado primero la tumba en el suelo, en forma de pozo con cámara lateral, y levantándose encima el montículo. El arte de Carchi destaca sobre todo por su cerámica, herencia del período anterior, cuya forma básica es la compotera o cuenco con una gran base acampanada. La decoración típica, a veces en negativo es de color negro sobre rojo con diseños geométricos. En los ejemplares más llamativos el pedestal se substituye por personajes, a modo de atlantes o un felino agazapado. Dichas figuras se decoran del mismo modo que el vaso. Son muy conocidas las figurillas de los llamados coqueros, u hombres sentados en un banquillo con el acuyico, o bolo de coca en la boca, revelado por la hinchazón de la mejilla. Son representaciones estilizadas, con tronco largo, cabeza pequeña y redonda y brazos y piernas concebidos como cordones. La conocida decoración en rojo y negro aparece también en los coqueros en forma de pintura facial y corporal. Y hay también mujeres, vestidas con una larga falda y muchas con un niño en brazos. La postura de los coqueros, su actitud, parece indicar que el consumo de la coca era algo restringido, tal vez parte de algún ceremonial o destinado únicamente a personajes significados, hecho que por otra parte es común a todas las culturas prehispánicas que consumían algún tipo de droga o narcótico.