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Felices 20

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No les faltaba razón a los responsables de la política exterior británica cuando pensaban que su aliado Francia era, desde 1934-35, un aliado débil. Ello contó, y mucho, en la decisión de los gobiernos británicos -y sobre todo, del gobierno Chamberlain- de responder al desafío de las dictaduras nazi y fascista mediante una política de concesiones oportunas. La Gran Bretaña de los años treinta era también un país, un Imperio, en declive. Pero la solidez y prestigio social de sus instituciones (Corona, Parlamento), el empirismo desideologizado y pragmático que impregnaba su tradición política, la ausencia de doctrinarismos ideológicos, y el carácter reformista y moderado del laborismo y de los sindicatos, impidieron que el extremismo político pudiera polarizar la vida política y social y deteriorar la convivencia civil. En los años treinta, muchos jóvenes escritores se politizaron y militaron en la izquierda. Evelyn Waugh y P. G. Woodehouse escribieron, cada uno a su manera, sátiras feroces de la sociedad británica. Orwell hizo en toda su primera obra una implacable crítica social del país y de su clase dirigente. Pero, en el fondo, escritores e intelectuales asumían los valores últimos de su realidad nacional, las tradiciones y la historia británicas y la herencia de su cultura, como Orwell puso de relieve al escribir, ya en 1941, su precioso ensayo titulado El león y el unicornio.

El consenso nacional no se rompió. Las instituciones y valores democráticos no hicieron crisis. Esa estabilidad debió también mucho, como enseguida veremos, a la solución -original y controvertida- que se dio a la crisis de gobierno de agosto de 1931, a su vez provocada por la crisis económica. Esta tuvo en Gran Bretaña una gravedad manifiesta. El crash de la bolsa de Nueva York de 1929 repercutió de inmediato en la banca de Londres. La retirada de capitales y el cese de préstamos causó una grave crisis financiera. La depresión del comercio mundial golpeó muy duramente al comercio y a la producción británicos. Las exportaciones disminuyeron entre 1930 y 1932 en un 70 por 100. El Producto Nacional Bruto bajó de 4.910 millones de libras en 1929 a 4.639 millones (a precios constantes) en 1932. La producción de carbón descendió de 243,9 millones de toneladas en 1930 a 222,3 millones en 1935; la de acero, de 9,7 millones de toneladas en 1929 a 5,3 millones en 1932; e1 tonelaje de los barcos construidos, de 950.000 toneladas en 1930 a 680.000 en 1935. El desempleo, que en 1929 se estimaba en torno a 1.200.000 parados, alcanzó la cifra de 2.500.000 para diciembre de 1930 y superó los 3.000.000 en 1932. En una localidad como Jarrow, centro de los astilleros Palmers, el paro alcanzó al 70 por 100 de los trabajadores: la marcha que muchos de ellos realizaron desde allí hasta Londres en octubre de 1936 conmocionó a la opinión pública. Las repercusiones políticas fueron también notables.

El gobierno laborista que, presidido por Ramsay MacDonald, dirigía el país desde las elecciones de mayo de 1929, preparó un presupuesto rígidamente equilibrado que le obligó a aumentar los impuestos sobre la renta y a renunciar a los planes de inversiones públicas -clave para el empleo- que había prometido. Mosley, canciller del ducado de Lancaster, dejó el gobierno en mayo de 1930 en desacuerdo con las medidas. Cuando al año siguiente, los responsables económicos del gabinete decidieron proceder a la reducción del subsidio de desempleo para controlar el déficit y cumplir las exigencias impuestas por los bancos de Nueva York (que habían concedido un préstamo de 80 millones de libras para mantener la libra), el gobierno se dividió y finalmente dimitió el 23 de agosto de 1931. La solución a la crisis fue la formación de un "Gobierno nacional" presidido por el propio MacDonald e integrado por otros tres ministros laboristas, cuatro conservadores y dos liberales. Fue una solución en extremo polémica. Desde luego, abrió una muy grave crisis en el partido laborista, que provocó la expulsión de MacDonald y que causó un irreparable daño político al partido. En las elecciones de octubre de ese año, los laboristas perdieron un total de 241 escaños (obtuvieron sólo 52); los laboristas-nacionales de MacDonald lograron 13 escaños. Dirigido desde 1932 por George Lansbury (1859-1940), un pacifista radical, un idealista candoroso de honestidad intachable, el partido laborista dejó de ser una alternativa de gobierno.

MacDonald, un hombre de aspecto y gustos aristocráticos, espléndida figura, orador formidable, de ideas moderadas, carácter reservado e hipersensible a la crítica, obsesionado por hacer del partido laborista un partido "respetable", había sacrificado el socialismo (que él identificaba vagamente con una acción gradual contra la injusticia y el privilegio) al consenso nacional. Pudo haber actuado, como se dijo, "seducido por el éxito social"; pero no careció de visión de Estado. En cualquier caso, la fórmula del "gobierno nacional", que se prolongó hasta 1937 con dos gobiernos presididos respectivamente por MacDonald y Baldwin, dio el poder de hecho a los conservadores. En las elecciones de octubre de 1931, lograron 473 escaños (11.978.745 votos o 55,2 por 100 del total de votos emitidos) y en las de 1935, 432 escaños (11.810.158 votos; 53,7 por 100). Eso les permitió dominar la coalición nacional que habían formado con liberales y laboristas-nacionales. La hegemonía conservadora dio una gran coherencia y continuidad a toda la acción del gobierno entre 1931 y 1940, evidenciada por la presencia de Neville Chamberlain al frente de Hacienda de noviembre de 1931 a mayo de 1937, y al frente del gobierno, desde esa fecha hasta mayo de 1940. El resultado no pudo ser más positivo, porque la política conservadora contra la crisis, aun con altos costes sociales, fue eficaz. Esa política, diseñada precisamente por Chamberlain, que en algún momento conllevó la reducción del subsidio de paro y de otras prestaciones sociales, consistió de una parte en una rígida política presupuestaria -que recortó drásticamente los gastos del Estado- y de otra, en una política de estímulos a la inversión mediante la baja de los tipos de interés y el abaratamiento de los créditos y del dinero.

Además, si en 1931 el primer gobierno nacional -con el laborista Snowden en Hacienda- abandonó el patrón-oro y devaluó la libra (medidas que reactivaron las exportaciones), en 1932 el gobierno procedió a aprobar un arancel del 10 por 100 para todas las importaciones, excepto las procedentes del Imperio; y tras la conferencia imperial de Ottawa (julio-agosto de 1932), a establecer un sistema de preferencia imperial. O lo que era lo mismo: a hacer del Imperio británico un área de libre comercio bajo fuerte protección arancelaria. Los gobiernos nacionales de MacDonald y Baldwin, y el gobierno conservador que Chamberlain formó en mayo de 1937, procedieron además a subvencionar algunos precios agrarios, a racionalizar los sectores del carbón y del acero, a estimular la construcción naval con contratos del Estado e, incluso a nacionalizar el transporte de Londres (1931) y las compañías aéreas (1939). La reactivación económica fue evidente desde 1932-33. Industrias como la construcción, el automóvil, la electricidad y los transportes experimentaron sensibles mejorías. El desempleo siguió siendo alto, pero disminuyó. Pasó de 2.036.000 parados en 1935 a 1.514.000 en 1939. La renta nacional, que había caído desde 1929 a 1932, se recuperó y en 1936 era ya un 7 por 100 superior a su valor de 1929. De hecho, puesto que los precios bajaron hasta 1932 y luego subieron muy ligeramente, el salario real per cápita mejoró (para la población con empleo). Pese al desempleo y a la existencia de importantes bolsas de pobreza y marginalidad, el consumo de masas (ropa, muebles, bicicletas, aparatos de radio, bebidas, tabaco, cine.

..) aumentó considerablemente. Debilitados por el paro y la pérdida de afiliados -el número de afiliados al TUC bajó de 3.719.401 en 1929 a 3.294.581 en 1933-,los sindicatos estuvieron a la defensiva. El número de jornadas perdidas por huelgas descendió de 8.290.000 en 1929 a 1.830.000 en 1936. El gobierno Chamberlain, además, introdujo una gran conquista social: en 1938 autorizó que empresarios y sindicatos negociaran vacaciones pagadas de una semana para todos los trabajadores, unos once millones, de los cuales pudieron disfrutar ya en 1939. Gobiernos nacionales y políticas conservadoras habían, pues, sacado a Gran Bretaña de la crisis. El fracaso del extremismo político fue patente. El Partido Comunista de Gran Bretaña sólo obtuvo un diputado en todas las elecciones celebradas en los años treinta, Willie Gallagher, elegido en 1935 por el distrito de West Fife. El fascismo británico fue un fracaso. A Oswald Mosley, su inspirador y líder, sólo le siguieron media docena de diputados cuando en 1931-después de salir del gobierno y dejar el partido laborista- creó el Nuevo Partido, que al año siguiente rebautizó como Unión Británica de Fascistas. Todos los candidatos del Nuevo Partido salvo Mosley fueron derrotados en las elecciones de octubre de 1931; la UBF optó por no concurrir a las de 1935. La estabilidad política del país hizo que la Crisis de la Abdicación -planteada cuando el 16 de noviembre de 1936, el rey, Eduardo VIII, anunció su deseo de casarse con una divorciada, la norteamericana Wallis Simpson, lo que era incompatible con su condición de cabeza de la Iglesia de Inglaterra- pudiese superarse sin que se dañaran ni el prestigio de la Corona ni el orden constitucional.

Hábilmente manejada por Baldwin -entonces primer ministro-, la crisis se resolvió con la abdicación voluntaria del Rey y su sustitución, previa recomendación a la nación del propio Eduardo, por su hermano, el duque de York, que le sucedió como Jorge V. A la Gran Bretaña de los años treinta, todavía el mayor Imperio del mundo y la primera potencia de Europa, le faltó en cambio liderazgo. MacDonald y Baldwin eran hombres acabados. Chamberlain, que como ministro de Hacienda había mostrado autoridad y competencia, no supo ser, una vez que llegó a la jefatura del gobierno en mayo de 1937, el líder nacional y aun europeo que las circunstancias internacionales requerían. Ciertamente, acertó a resolver con tacto el problema que se planteó en mayo de 1937 cuando Irlanda, hasta entonces un Dominio, declaró formalmente la independencia. El gobierno británico aceptó la situación de hecho y logró en cambio que Irlanda admitiera la partición del Ulster. En Palestina, donde también hubo de hacer frente a una grave situación, no llegó a tener éxito, pero las propuestas del gobierno Chamberlain - creación de un Estado árabe y de un Estado judío e internacionalización de Jerusalén- parecían las únicas que tenían en cuenta los derechos y aspiraciones de las distintas minorías implicadas. Pero Chamberlain fue la encarnación de la "política de apaciguamiento" hacia los dictadores que dominó la vida internacional de los años 1937-39 (por más que ni fuera el único responsable de ella y por más que se tratara de una política altamente popular en su país). Chamberlain cometió el error de creer que Hitler y Mussolini aspiraban únicamente a lograr la revisión del Tratado de Versalles. Convencido de que Gran Bretaña no podía luchar al mismo tiempo contra Alemania, Italia y Japón, creyó que una política que satisficiera las reclamaciones de los dictadores garantizaría la paz. Churchill, el principal crítico de esa política en el Parlamento británico, era quien tenía razón: la paz exigía firmeza y rearme.

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