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Tomado el poder por los nazis, inmediatamente se procedió a centralizar la maquinaria ideológica. "Para ello -en palabras de Driencourt-, prensa, radio, cine, todos los instrumentos de comunicación del pensamiento son acaparados por el Estado, monopolizados, deformados, puestos bajo el yugo de un poder arbitrario". El 13 de marzo se creó el Ministerio de Propaganda; y el escritor doctor Paul Joseph Goebbels fue nombrado ministro Imperial para la Ilustración Popular y la Propaganda. El nuevo ministerio -según la orden de 30 de junio- debería influir "espiritualmente en la Nación, hacer publicidad para el Estado, la Cultura y la Ciencia, informar a la opinión pública dentro y fuera del país, y administrar y controlar todas las instituciones que ayudaran a esos fines". Para ello, funciones que anteriormente eran desempeñadas por otros ministerios, pasaron a ser competencia exclusiva de Goebbels; si bien, la poca precisión de la ley para fijar las atribuciones respectivas motivó roces entre algunos ministerios, especialmente entre Propaganda y Asuntos Exteriores, en relación con el control sobre los medios de comunicación en el extranjero. El comienzo de la guerra obligó a Hitler a tomar una decisión drástica sobre este asunto. Mediante la orden de 8 de septiembre de 1939 se disponía que toda la propaganda que directa o indirectamente se dirigiera fuera de Alemania quedaba a merced de las consignas e instrucciones del ministro de Asuntos Exteriores.

Este tendría a su disposición todos los medios materiales del Ministerio de Propaganda, donde no deberían ponerse obstáculos. Para lo cual envió Asuntos Exteriores unos enlaces que mirarían por el cumplimiento de sus directrices y la eficacia de los resultados. En realidad, la medida constituía una humillación para Goebbels, que desde el primer momento se negó a compartir su imperio con el "odiado Ribbentrop". Entre ambos ministros estalló una pequeña guerra que imposibilitó toda colaboración y redujo los contactos al mínimo. Por el contrario, el Ministerio de Asuntos Exteriores fue acrecentando sus propias instituciones en materia de propaganda, y el Ministerio de Propaganda hizo lo mismo con sus contactos en el extranjero. La norma era adelantarse, superar al contrario, y ponerle los mayores contratiempos posibles. A consecuencia de ello, al estallar la campaña de Rusia y no encomendarse directamente a ninguno de los dos ministerios el desarrollo de la propaganda en el Este, prácticamente ambos se abstuvieron de hacerlo. Se aprovechó de estas circunstancias un tercero -Rosenberg-, recién nombrado ministro para los territorios ocupados del Este. Lo sarcástico del suceso propició una reconciliación entre Goebbels y Ribbentrop. El 22 de octubre de 1941 firmaron un "acuerdo de trabajo", mediante el cual se abría una estrecha colaboración técnica entre ambos ministerios en todo lo relacionado con el teatro, cine, exposiciones, literatura, radiodifusión y conferencias, y se llegaba a un entendimiento en todas las ramas de la propaganda exterior. Este tipo de incidentes, derivados del excesivo culto a la personalidad que los regímenes totalitarios conllevan, no debe hacer creer que el sistema nazi pudiera basarse en la improvisación o el desorden; y mucho menos su aparato propagandístico, que si algún contratiempo tuvo, fue más por exceso de celo y confianza que por falta de organización.

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