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En páginas precedentes, hemos abordado los orígenes de la guerra fría y la evolución de sus protagonistas esenciales, incluso en lo que cada país tiene de más peculiar en materia de política exterior. Parece lógico ahora abordar este período en sus avatares sucesivos durante una década. Eso implicará a su vez trasladar el centro de interés geográfico más allá de Europa y América pues, en definitiva, algo muy característico de la guerra fría fue el hecho de que los conflictos se produjeron mucho más en la periferia y no entre las dos grandes potencias La supremacía mundial de la Unión Soviética y de Estados Unidos ya había sido prevista a lo largo del siglo XIX por Tocqueville, pero lo que éste no pudo imaginar es que su enfrentamiento se manifestaría en términos ideológicos correspondientes a visiones antagónicas del mundo. Ya se ha visto, sobre todo al tratar de la URSS, que este factor resulta esencial para comprender que, aun sin ser el desencadenamiento de la guerra fría algo inevitable, al mismo tiempo resultaba muy probable el que se produjese. El abismo ideológico existente entre las dos superpotencias hizo que la incomunicación y el error en la apreciación mutua fueran factores de primera importancia. La retórica generada por los políticos -Churchill y Truman, por ejemplo- a menudo contribuyó a crear confusión, pero también galvanizó a quienes de forma espontánea no hubieran percibido la situación real existente en el panorama internacional.

Más importantes que ella misma fueron las interpretaciones que se dieron en Occidente al comportamiento de la URSS y las consiguientes respuestas al mismo. Fue el diplomático norteamericano George Kennan, quien, desde Moscú, en un largo telegrama enviado en el verano de 1947, supo hacer una disección inteligente de la conducta de los soviéticos, producto a la vez del celo ideo lógico y del tradicional expansionismo ruso. Buen observador de la realidad soviética -afirmó que había recibido una educación liberal al contemplar los horrores del estalinismo-, fue muy consciente de que para los norteamericanos el problema no radicaba en una mala comprensión particular con los soviéticos, sino en una diferencia radical de planteamientos de partida. Los Estados Unidos, por ejemplo, al margen de cualquier planteamiento ideológico, habían sido siempre en el pasado una nación interesada en mantener buenas relaciones con sus vecinos, de cara a unas pacíficas relaciones comerciales, mientras que los rusos habían mantenido tradicionalmente unas pésimas relaciones con los países que les rodeaban. Ahora, dado el régimen bajo el que vivían, había que pensar que necesariamente se servirían de la "diabólica" habilidad de Stalin para la táctica y mantendrían un absoluto desprecio por la verdad objetiva. Lo que Kennan previó fue una lucha ardua y duradera para la que aconsejó una política de vigilancia, firmeza y paciencia.

No había que esperar descubrir en los soviéticos una comunidad de objetivos; no cabía aceptar compadrazgo alguno, ni temer enfrentamientos, ni tampoco hacer gestos excesivos. Recomendó, simplemente, mantenerles en sus límites: "contención" -containment- fue el término que denominó a la política recomendada. Gracias a ella, llegaría el momento en que se mostraría la debilidad y la capacidad de división del comunismo. Lo paradójico de la "contención" es que fue una política aceptada por todos y, sin embargo, se entendió de una forma plural e incluso contradictoria. Kennan insistió de forma especial en que se utilizara el arma económica y en que la disuasión militar fuera mínima y especialmente significativa tan sólo en los lugares decisivos (nunca pensó, por ejemplo, en que fuera necesario que Grecia o Turquía ingresaran en la OTAN). Para él, resultaba positiva la existencia de una Alemania neutralizada en el centro de Europa. Sin embargo, si respecto a lo primero fue tomado en consideración, no sucedió así en lo demás. Ello se explica porque la guerra concluyó provocando en las potencias occidentales una inmensa frustración respecto a la postura soviética. La caída de la democracia en Checoslovaquia, por ejemplo, supuso la división del Viejo Continente en dos, hasta tal punto que, años después, el escritor polaco Milosz (1964) escribiría en Francia un libro sobre La otra Europa para recordar la que existía detrás del Telón de acero.

Otra enorme sorpresa fue la conquista por los comunistas del poder en China, elevada a la condición de superpotencia por la intervención norteamericana; llegado el año 1949, los comunistas del mundo eran chinos en sus dos terceras partes. Con anterioridad, la guerrilla comunista había producido efectos parecidos en Grecia. Cuando, después del bloqueo de Berlín, Stalin se mostró dispuesto a aceptar una Alemania neutralizada, los países democráticos no estuvieron dispuestos a creerle, sobre todo teniendo en cuenta que los mismos alemanes que podían votar libremente eran quienes habían optado por Occidente. Fueron, pues, los occidentales quienes dividieron a Alemania en dos, uniendo sus zonas de ocupación, creando una moneda común y permitiéndoles organizarse como Estado. Hay que tener en cuenta, además, que la "contención" provocó desde sus inicios no pocas frustraciones. Se tardó mucho, incluso por parte de valiosos intelectuales liberales, en percibir la debilidad interna del comunismo desde el punto de vista económico e incluso en un primer momento no se creyó en la existencia de divergencias internas en el seno del movimiento comunista. La mezcla de la sorpresa y la aparente invencibilidad de los soviéticos produjo en el mundo occidental un temor al peligro inmediato que representaba el comunismo y una reacción en términos estrictamente militares cada vez más exigente y reticular. Cuando hubo que elaborar una planificación estratégica que concretara la "contención", los norteamericanos -que le dieron el nombre NSC 68- sobrepasaron con mucho las previsiones de Kennan.

La "contención" se convirtió en una cruzada que, además, había de llevarse a cabo en cualquier parte del mundo y no sólo en lugares neurálgicos. Alrededor de todo el perímetro de la URSS se estableció una red de alianzas militares destinadas a sumar países contra el adversario comunista. El lenguaje empleado fue cambiando desde la "contención" original en busca de términos más taxativos. Cuando Eisenhower ganó las elecciones propuso, como sustitutivo al "containment", lo que denominó "roll back", es decir rechazo hacia atrás. Pero la aplicación de un género de doctrina como ésta en sus más estrictos términos supondría un camino cierto hacia el estallido de una nueva guerra mundial. En realidad, lo que verdaderamente hicieron los norteamericanos fue oponer a la expansión soviética la doctrina de las "represalias masivas". De acuerdo con ella, cualquier actitud agresiva adversaria sería respondida de una forma no sólo global y con todos los medios sino también inmediata -"instant retaliation"-, de tal modo que no pudiera existir la posibilidad de que el adversario tuviera un lugar donde defenderse -"no sheltering"-. En realidad, se trataba de términos gruesos pero inapropiados para describir actitudes efectivas. Aunque la sensación de peligro fomentó a menudo en Occidente actividades -emprendidas por la CIA- carentes de cualquier respeto por el derecho internacional, también se mantuvo con frecuencia una actitud de absoluto moralismo que llegó a tener sus inconvenientes.

Henry Kissinger ha señalado, por ejemplo, que el inconveniente principal de la puesta en práctica de la "contención" fue que impedía la utilización de la diplomacia. Establecida una red de alianzas anticomunistas por todo el mundo, parecía que no hubiera otra cosa que hacer. Quizá un político realista, como era el anciano Churchill, apreció mejor que nadie la realidad de las cosas cuando, por un lado, indicó que la URSS trataría de abrir todas las puertas que encontrara cerradas y que sólo se echaría atrás cuando encontrara resistencia, evitando un "casus belli". Pero, al mismo tiempo, afirmó también que era posible y realista vivir con la URSS "no en la amistad, pero sí sin temor a la guerra". El aprendizaje de los acuerdos parciales con la URSS tardó en hacerse, a pesar de que en 1955 se hubiera llegado a una cierta estabilidad en Europa. La carencia de utilización de los procedimientos diplomáticos hizo que se desaprovecharan ocasiones para asentar la paz de forma definitiva. Además, muy a menudo se interpretó incorrectamente el peligro soviético, y no sólo porque se exagerara conscientemente con el objeto de provocar un necesario rearme, en un momento en que la opinión pública estaba en las antípodas de desearlo. Esto último ocurrió, por ejemplo, cuando el responsable militar de las tropas norteamericanas en Alemania, Clay, afirmó considerar como posible un conflicto generalizado; entonces se presentó su opinión como reveladora de una situación prebélica, lo que resultaba injustificado.

Pero el error respecto al adversario fue más grave, porque derivó de una absoluta identificación con el caso de Hitler en 1938. Stalin no creía en la expansión espontánea del comunismo -ni incluso la deseaba si no la podía controlar- y sus ambiciones, por otro lado, eran ilimitadas. Pero fue siempre prudente y no se caracterizó por esas exaltadamente arriesgadas operaciones que con frecuencia habían acompañado a la acción del dirigente nazi. Además, en gran medida, su opción por la guerra fría se debió al temor al contacto con el mundo occidental: ello explica que vetara la aceptación del Plan Marshall por los países de Europa del Este. Nunca haría algo semejante a lo que los norteamericanos habían hecho en el Japón, es decir, ocupar un país para luego permitirle decidir por sí mismo. Pero Stalin nunca representó un peligro inminente contra la paz y menos todavía un sistemático deseo de expansión que concluyera en el inevitable enfrentamiento con la otra gran superpotencia. Si en la guerra fría se produjo una sucesión de esperanzas extravagantes y de miedos agobiantes, fue por el impacto producido ante la opinión pública por un tipo de régimen que desconocía. Churchill había dicho que la URSS parecía un misterio rodeado de un enigma y eso produjo ambas reacciones en los "primitivos", que fue el término con que Dean Acheson designó a personas como Mc Carthy.

Para la opinión pública norteamericana, se dijo también, la URSS era algo tan sorprendente como una jirafa para quien desconociera esta especie, un ser simplemente inimaginable. Pero, además, a esta sorpresa hubo que sumar la existencia de un arma nueva, la nuclear. Al principio, ésta fue considerada como un explosivo más, lo que llevaba a la posibilidad de utilizarla. Sólo a partir de 1946 nació el pánico al holocausto nuclear, que se incrementó de forma exponencial cuando los soviéticos dispusieron de esta arma. En poco tiempo, el arma atómica había creado tanto temor que contribuyó al mantenimiento del statu quo y, en definitiva, al apaciguamiento. En el ínterin, durante los años en que les correspondió a los norteamericanos el monopolio nuclear, habían demostrado que no eran ellos los expansionistas. Durante esos años, en efecto, había tenido lugar el máximo de ampliación del área de influencia soviética.

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