Cómo vino Xicotencatl como embajador de Tlaxcallan al real de Cortés
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Datos principales
Desarrollo
Cómo vino Xicotencatl como embajador de Tlaxcallan al real de Cortés No bien habían acabado de separarse platicando sobre lo arriba tratado, cuando entró en el campamento Xicotencatl, capitán general de aquella guerra, con cincuenta personas principales y honradas que le acompañaban. Llegó a Cortés, y saludáronse cada uno a estilo de su tierra; y ya sentados, le dijo que venía de su parte y de la de Maxixca, que es el otro señor más principal de toda aquella provincia, y de otros muchos que nombró, y en fin, por toda la república de Tlaxcallan, a rogarle los admitiese a su amistad, y a darse a su rey, y que les perdonase por haber tomado armas y peleado contra él y sus compañeros, no sabiendo quiénes eran ni qué buscaban en sus tierras; y que si le habían prohibido la entrada, era como a extranjeros y hombres de otra facción muy diferente de la suya, y tal, que jamás vieron su igual; y temiendo no fuesen de Moctezuma, antiguo y perpetuo enemigo suyo, puesto que venían con él sus criados y vasallos; o fuesen personas que quisiesen enojarlos y usurparles su libertad, que desde tiempo inmemorial tenían y conservaban; y que por conservarla, como habían hecho todos sus antepasados, tenían derramada mucha sangre, perdida mucha gente y hacienda, y padecido muchos males y desventuras, especialmente desnudez, porque como aquella tierra suya era fría, no criaba algodón; y así, les era forzoso andarse como nacieron, o vestir de hojas de metl, y asimismo no comían sal, cosa sin la cual ningún manjar tiene gusto ni buen sabor, porque allí no se hacía; y que de estas dos cosas, sal y algodón, tan necesarias a la vida humana, carecían, y las tenían Moctezuma y otros enemigos suyos, por quienes estaban cercados; y como no alcanzaban oro ni piedras, ni las demás cosas preciadas con que cambiarlas, tenían necesidad muchas veces de venderse para comprarlas.
Cuyas faltas no tendrían si quisiesen estar sujetos y vasallos de Moctezuma; pero que antes morirían todos que cometer tal deshonra y maldad, pues eran tan buenos para defenderse de su poderío, como lo habían sido sus padres y abuelos defendiéndose del suyo y de su abuelo, que fueron tan grandes señores como él, y los que sojuzgaron y tiranizaron toda la tierra; y que también ahora habían querido defenderse de los españoles, mas que no podían, aunque habían probado y echado todas sus fuerzas y gente, así de noche como de día, y los hallaban fuertes e invencibles, y ninguna dicha contra ellos. Por tanto, puesto que su suerte era tal, querían antes estar sujetos a ellos que a otro ninguno; porque, según les decían los de Cempoallan, eran buenos, poderosos, y no venían a hacer mal; y según ellos habían visto, en la guerra y batallas eran valerosísimos y venturosos. Y por estas dos razones confiaban de ellos que su libertad sería menos quebrada; sus personas, sus mujeres, más miradas, y no destruidas sus casas ni labranzas; y si alguno los quisiese ofender, defendidos. En fin, al cabo de todo le rogó mucho, y hasta con los ojos arrasados, que mirase que nunca jamás Tlaxcallan reconoció rey ni tuvo señor, ni entró hombre nacido en ella a mandar, sino aquel al que llamaban y rogaban. No se podría decir cuánto se alegró Cortés con tal embajador y embajada; porque, además de tanta honra como venir a su tienda tan gran capitán y señor a humillarse, era grandísimo negocio para su empresa tener amiga y sujeta aquella ciudad y provincia, y haber acabado la guerra con mucho contento de los suyos, y con gran fama y reputación para con los indios.
Así es que le respondió alegre y graciosamente, aunque cargándole la culpa del daño que había recibido su tierra y ejército, por no quererlo escuchar ni dejar entrar en paz, como se lo rogaba y requería con los mensajeros de Cempoallan, que les envió desde Zaclotan; pero que él les perdonaba los dos caballos que le mataron, los asaltos que hicieron, las mentiras que le dijeron, peleando ellos y echando la culpa a otros; el haberle llamado a su pueblo para matarle en el camino sobre seguro y en celada, y no desafiándole primero, tan valientes hombres como eran. Admitió el ofrecimiento que le hizo al servicio y sujeción del Emperador, y te despidió diciéndole que pronto estaría con él en Tlaxcallan, y que no iba entonces por motivo de aquellos criados de Moctezuma.
Cuyas faltas no tendrían si quisiesen estar sujetos y vasallos de Moctezuma; pero que antes morirían todos que cometer tal deshonra y maldad, pues eran tan buenos para defenderse de su poderío, como lo habían sido sus padres y abuelos defendiéndose del suyo y de su abuelo, que fueron tan grandes señores como él, y los que sojuzgaron y tiranizaron toda la tierra; y que también ahora habían querido defenderse de los españoles, mas que no podían, aunque habían probado y echado todas sus fuerzas y gente, así de noche como de día, y los hallaban fuertes e invencibles, y ninguna dicha contra ellos. Por tanto, puesto que su suerte era tal, querían antes estar sujetos a ellos que a otro ninguno; porque, según les decían los de Cempoallan, eran buenos, poderosos, y no venían a hacer mal; y según ellos habían visto, en la guerra y batallas eran valerosísimos y venturosos. Y por estas dos razones confiaban de ellos que su libertad sería menos quebrada; sus personas, sus mujeres, más miradas, y no destruidas sus casas ni labranzas; y si alguno los quisiese ofender, defendidos. En fin, al cabo de todo le rogó mucho, y hasta con los ojos arrasados, que mirase que nunca jamás Tlaxcallan reconoció rey ni tuvo señor, ni entró hombre nacido en ella a mandar, sino aquel al que llamaban y rogaban. No se podría decir cuánto se alegró Cortés con tal embajador y embajada; porque, además de tanta honra como venir a su tienda tan gran capitán y señor a humillarse, era grandísimo negocio para su empresa tener amiga y sujeta aquella ciudad y provincia, y haber acabado la guerra con mucho contento de los suyos, y con gran fama y reputación para con los indios.
Así es que le respondió alegre y graciosamente, aunque cargándole la culpa del daño que había recibido su tierra y ejército, por no quererlo escuchar ni dejar entrar en paz, como se lo rogaba y requería con los mensajeros de Cempoallan, que les envió desde Zaclotan; pero que él les perdonaba los dos caballos que le mataron, los asaltos que hicieron, las mentiras que le dijeron, peleando ellos y echando la culpa a otros; el haberle llamado a su pueblo para matarle en el camino sobre seguro y en celada, y no desafiándole primero, tan valientes hombres como eran. Admitió el ofrecimiento que le hizo al servicio y sujeción del Emperador, y te despidió diciéndole que pronto estaría con él en Tlaxcallan, y que no iba entonces por motivo de aquellos criados de Moctezuma.