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Datos principales


Desarrollo


Cómo Cortés cortó las manos a cincuenta espías Al día siguiente, tras los presentes como a dioses, que fue el 6 de septiembre, vinieron al real unos cincuenta indios de los de Tlaxcallan, honrados a su manera, y dieron a Cortés mucho pan, cerezas y gallipavos, que traían ordinariamente de comida; y le preguntaron cómo estaban los españoles, y qué querían hacer, y si necesitaban alguna cosa; y tras esto anduvieron por el campamento, mirando los vestidos y armas de España, y los caballos y artillería, y se hacían los bobos y maravillados; aunque en verdad también se maravillaban de veras; pero todo su motivo era andar espiando. Entonces se llegó a Cortés Teuch, de Cempoallan, hombre experto y criado desde niño en la guerra, y le dijo que no le parecían bien aquellos tlaxcaltecas, porque miraban mucho las entradas y salidas y lo flaco y fuerte del real. Por eso, que se enterase si eran espías aquellos bellacos. Cortés le agradeció el buen aviso, y se sorprendió cómo él ni español alguno no habían caído en aquello, en tantos días que entraban y salían indios enemigos en su real con comida, y había caído en ello aquel cempoallanés. Y no fue por ser aquel indio más agudo y sabio que los españoles con los de Iztacmixtlitan, para sacar de ellos con puntadas lo que querían saber. Así que Cortés conoció que no venían por hacerle bien, sino a espiar, mandó coger al que más a mano y apartado estaba de la compañía, y meterlo secretamente donde no lo viesen; y allí lo examinó con Marina y Aguilar; el cual, al cabo de una hora, confesó que era espía, y que venia a ver y anotar los pasos y lados por donde mejor le pudiesen dañar y ofender, y quemar aquellas chocillas suyas; y que puesto que ellos habían probado fortuna a todas las horas del día, y no les salía nada a su propósito, ni a la fama y antigua gloria que de guerreros tenían, habían decidido venir de noche, y quizá tendrían mejor suerte; y aun también para que no temiesen los suyos de noche y con la oscuridad a los caballos ni las cuchilladas y estragos de los tiros de fuego; y que Xicotencatl, su capitán general, estaba ya para tal efecto con muchos millares de soldados detrás de algunos cerros, en un valle fronterizo y cercano al campamento.

Cuando Cortés vio la confesión de éste, hizo luego tomar a otros cuatro o cinco, cada uno aparte, y confesaron asimismo que ellos y todos los que en su compañía venían eran espías, y dijeron lo mismo que el primero, casi con los mismos términos. Así que por los dichos de éstos los prendió a los cincuenta, y allí después les hizo cortar a todos las manos, y los envió a su ejército, amenazando que otro tanto harían a todos los espías que cogiese; y que dijesen a quien los envió que, de día y de noche, y cada y cuando que viniesen, verían quiénes eran los españoles. Grandísimo pavor tomaron los indios de ver cortadas las manos a sus espías, cosa nueva para ellos, y creían que tenían los nuestros algún familiar que les decía lo que ellos tenían allá en su pensamiento; y así, se fueron todos, cada uno por donde mejor pudo, para que no les cortasen las suyas, y alejaron las vituallas que traían para la hueste, para que no se aprovechasen de ellas los adversarios.

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