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Datos principales
Desarrollo
Capítulo XXXVII Del modo que se podría tener para evitar las hechicerías que hoy usan los indios Ya que tenemos concluido, con algo de las muchas ceremonias, abusos, sacrificios, supersticiones, agüeros, hechicerías, ritos, adivinanzas y suertes que estos indios guardaban, aunque no hemos referido la menor parte de ellas, ni, sería posible sacarse ni saberse del todo, por su infinidad, y también deseando excusar prolijidad y fastidio a los lectores, he querido en este capítulo, movido de las lástimas que he visto, el tiempo que he andado entre los indios, y que hoy duran los ministros de Satanás, que de secreto deshacen los cimientos que los ministros de Jesuchristo van echando, en esta nueva Iglesia de las Yndias, y que todo cuanto trabajan en enseñarles, extirpando sus errores y deshaciéndolos en un año, en sola uña noche que viene y entra entre ellos un apóstol del demonio, lo desbarata porque, como aún los ritos antiguos destos indios no los han arrojado de sí, y su mismos padres y madres, y abuelos y abuelas se los refieren, o por industriarlos en ellos, o por curiosidad vana, asiéntaseles esto, de manera que fácilmente imprimen en ellos y en sus corazones, los abusos y hechicerías que antiguamente guardaron. Por esto he querido, en este capítulo, brevemente dar la traza, que muchos años ha se dio, para el remedio de estos males. No hay pueblo hoy en el Perú, donde no haya algunos indios e indias, cuyos padres y madres usaron oficio de hechiceros y de pontífices y sacerdotes de huacas, y los que en los capítulos antecedentes hemos referido.
Si sus padres lo usaron, el día de hoy los hijos lo guardan, y acuden a ellos los indios en las necesidades que se les ofrecen; y si en el pueblo no lo hay, que pocas veces falta, van a buscarlos donde saben los hay, porque entre ellos se comunican de secreto. Muchos de estos ministros, o los más, con cubierta y capa de oficiales de curar, y que son licenciados como ellos dicen, curando las enfermedades, introducen las idolatrías y sacrificios y supersticiones. Algunos salen de sus pueblos, y andan vagando de pueblo en pueblo, muy de secreto; otros, no pueden salir por la vejez y enfermedades que ellos tienen, y los buscan, como hemos dicho, cuando tienen necesidad dellos. Estos son los que siembran las idolatrías, introducen las abuciones y agüeros, y resucitan lo que muchos indios tenían olvidado. Estos derriban los edificios que se levantan por los ministros de Christo y, mientras estos anduvieren entre los indios, y no se deshiciesen y aniquilaren de una vez, imposible es que del todo se desarraiguen las idolatrías y ceremonias antiguas, y que el fruto, que estas nuevas plantas producen, llegue a colmo, y no se seque presto. Los curacas e indios principales y comunes bien los conocen, y saben en lo que entienden, y el daño que hacen, y de dónde vienen, y dónde los hospedan; pero no osan declararlo ni decirlo a los sacerdotes ni vicarios, ni a los corregidores, que son los que con más fuerza pueden remediarlo, porque los temen no les den alguna ponzoña, con que los maten, como cada día se ve, y yo lo he visto y experimentado que, en acusando algún indio por hechicero, vive poco el que le acusó, y así no osan manifestarlos; y también, porque ellos no descubran sus bellaquerías e idolatrías que los curacas hacen, de que son cómplices y ayudantes los hechiceros, y así él está solapado y encubierto.
Los que a esto podían aplicar el remedio, que son los curas y vicarios y los corregidores, los curas no pueden, porque, si algo saben, es mediante confesiones, y en esto es menester mucho recato de no decirlo por el escándalo, y porque no entiendan los indios que se descubre lo confesaron y, muchas veces, no osan porque, como por la mayor parte hay muchos curacas enlazados, en esto temen no les levanten testimonios, y los afrenten o les den algún bocado, con que los maten, que se ha visto hartas veces. Los Corregidores, que son los que más mano y poder tienen, tampoco se atreven, porque, como están embarazados en sus tratos y contratos y granjerías, que es el fin principal y único para el que pretendieron los oficios y vinieron a ellos, no quieren escarbar en esto, porque, las más veces, son curacas los receptadores de los hechiceros, y si se descubre, los curacas e indios han de seguir al Corregidor, y no le han de hacer la ropa, ni dar indios para trajinar el vino y otras granjerías; y si por cumplimiento hacen alguna diligencia o proceso contra los tales, sólo es para guardar el proceso, y que lo sepa el curaca, para tenerlo, con esto, atrahillado y sujeto a todo cuanto hubiere menester el Corregidor para sus granjerías, que no se ose quejar. En viniendo el sucesor al oficio, le entrega el proceso para el mismo fin, de suerte que no hay otro en este negocio, sino que la hacienda se aumente, y tenerles el pie sobre el pescuezo, y la honra de Dios y bien de las almas y justicia, que es lo principal, queda por detrás.
Así no hay justicia, ni se guarda, si se castigan los delitos que cada día cometen los curacas en este y otros géneros, ni los robos y hurtos que se hacen, y así luce la hacienda que dello se saca. Con lo que se podría remediar, es que todos los Corregidores, con el secreto posible en los pueblos, hiciesen averiguación de los indios hechiceros que hay en ellos, o los que han sido y son médicos, porque, como tengo dicho, con esta cubierta hacen mil males, y se pase por cierto que, aunque no se publique de secreto, siempre usan este oficio. Sabidos y conocidos los tales en los pueblos de su distrito, manden hacer en la cabeza dél, o donde más de ordinario residen los Corregidores, una casa grande y, sin admitir excusa ni ruegos ni suplicaciones, llévenlos a ella y metanlos dentro, y pónganles una guarda o dos, para que no los dejen salir a parte ninguna, y los domingos y días de doctrina, haga los lleven juntos a la Iglesia y, oída Misa y doctrina, vuelvan a la casa. Para el sustento desta buena gente, se puede sacar de las chácaras de comunidad de cada pueblo, y llevárselo, o si no sus hijos o parientes, como los sustentaban en sus casas, les lleven la comida de cuando en cuando, y los que dellos tuvieren fuerzas, trabajen en hacer ojotas, y otras cosas que suelen, con que se sustenten. Esta gente son, por la mayor parte, viejos y viejas; en pocos años se irán acabando, y no estando los maestros en los pueblos, claro es que los discípulos aprenderán otras facultades, y así remediarán infinitas ofensas de la majestad divina, que tanto se desirve con el pecado de la idolatría, y los que dél nacen, como vemos, los castigos que por él ha hecho.
Esto que tengo propuesto no es dificultoso de mandar, ni aun de ponerlo en efecto por los corregidores, si quisiesen atender a un negocio tan importante de la salvación de las almas; pues es cierto no les dan el salario, para que traten y contraten con el dinero de las cajas, sino para que hagan justicia, y procuren de su parte extirpar los errores y abusos destos indios, y ayuden con todas sus fuerzas a los ministros que los doctrinan. No es este remedio nuevo, que en el Concilio Provincial de Lima, hecho el año de mil y quinientos y sesenta y siete, y en el Congregado el año de mil y quinientos y ochenta y tres, confirmado por la santidad de Sixto V, se mandó se hiciese lo que en este capítulo refiero y, si se hubiera ejecutado desde que se ordenó, sabe Dios las ofensas y pecados suyos que se hubieran evitado, y él mucho aumento que en estas plantas nuevas pareciera de la fe y religión christiana. Quizás algún día será Dios servido de inspirar en quien lo puede mandar y poner por obra, que ésta tan santa haya efecto.
Si sus padres lo usaron, el día de hoy los hijos lo guardan, y acuden a ellos los indios en las necesidades que se les ofrecen; y si en el pueblo no lo hay, que pocas veces falta, van a buscarlos donde saben los hay, porque entre ellos se comunican de secreto. Muchos de estos ministros, o los más, con cubierta y capa de oficiales de curar, y que son licenciados como ellos dicen, curando las enfermedades, introducen las idolatrías y sacrificios y supersticiones. Algunos salen de sus pueblos, y andan vagando de pueblo en pueblo, muy de secreto; otros, no pueden salir por la vejez y enfermedades que ellos tienen, y los buscan, como hemos dicho, cuando tienen necesidad dellos. Estos son los que siembran las idolatrías, introducen las abuciones y agüeros, y resucitan lo que muchos indios tenían olvidado. Estos derriban los edificios que se levantan por los ministros de Christo y, mientras estos anduvieren entre los indios, y no se deshiciesen y aniquilaren de una vez, imposible es que del todo se desarraiguen las idolatrías y ceremonias antiguas, y que el fruto, que estas nuevas plantas producen, llegue a colmo, y no se seque presto. Los curacas e indios principales y comunes bien los conocen, y saben en lo que entienden, y el daño que hacen, y de dónde vienen, y dónde los hospedan; pero no osan declararlo ni decirlo a los sacerdotes ni vicarios, ni a los corregidores, que son los que con más fuerza pueden remediarlo, porque los temen no les den alguna ponzoña, con que los maten, como cada día se ve, y yo lo he visto y experimentado que, en acusando algún indio por hechicero, vive poco el que le acusó, y así no osan manifestarlos; y también, porque ellos no descubran sus bellaquerías e idolatrías que los curacas hacen, de que son cómplices y ayudantes los hechiceros, y así él está solapado y encubierto.
Los que a esto podían aplicar el remedio, que son los curas y vicarios y los corregidores, los curas no pueden, porque, si algo saben, es mediante confesiones, y en esto es menester mucho recato de no decirlo por el escándalo, y porque no entiendan los indios que se descubre lo confesaron y, muchas veces, no osan porque, como por la mayor parte hay muchos curacas enlazados, en esto temen no les levanten testimonios, y los afrenten o les den algún bocado, con que los maten, que se ha visto hartas veces. Los Corregidores, que son los que más mano y poder tienen, tampoco se atreven, porque, como están embarazados en sus tratos y contratos y granjerías, que es el fin principal y único para el que pretendieron los oficios y vinieron a ellos, no quieren escarbar en esto, porque, las más veces, son curacas los receptadores de los hechiceros, y si se descubre, los curacas e indios han de seguir al Corregidor, y no le han de hacer la ropa, ni dar indios para trajinar el vino y otras granjerías; y si por cumplimiento hacen alguna diligencia o proceso contra los tales, sólo es para guardar el proceso, y que lo sepa el curaca, para tenerlo, con esto, atrahillado y sujeto a todo cuanto hubiere menester el Corregidor para sus granjerías, que no se ose quejar. En viniendo el sucesor al oficio, le entrega el proceso para el mismo fin, de suerte que no hay otro en este negocio, sino que la hacienda se aumente, y tenerles el pie sobre el pescuezo, y la honra de Dios y bien de las almas y justicia, que es lo principal, queda por detrás.
Así no hay justicia, ni se guarda, si se castigan los delitos que cada día cometen los curacas en este y otros géneros, ni los robos y hurtos que se hacen, y así luce la hacienda que dello se saca. Con lo que se podría remediar, es que todos los Corregidores, con el secreto posible en los pueblos, hiciesen averiguación de los indios hechiceros que hay en ellos, o los que han sido y son médicos, porque, como tengo dicho, con esta cubierta hacen mil males, y se pase por cierto que, aunque no se publique de secreto, siempre usan este oficio. Sabidos y conocidos los tales en los pueblos de su distrito, manden hacer en la cabeza dél, o donde más de ordinario residen los Corregidores, una casa grande y, sin admitir excusa ni ruegos ni suplicaciones, llévenlos a ella y metanlos dentro, y pónganles una guarda o dos, para que no los dejen salir a parte ninguna, y los domingos y días de doctrina, haga los lleven juntos a la Iglesia y, oída Misa y doctrina, vuelvan a la casa. Para el sustento desta buena gente, se puede sacar de las chácaras de comunidad de cada pueblo, y llevárselo, o si no sus hijos o parientes, como los sustentaban en sus casas, les lleven la comida de cuando en cuando, y los que dellos tuvieren fuerzas, trabajen en hacer ojotas, y otras cosas que suelen, con que se sustenten. Esta gente son, por la mayor parte, viejos y viejas; en pocos años se irán acabando, y no estando los maestros en los pueblos, claro es que los discípulos aprenderán otras facultades, y así remediarán infinitas ofensas de la majestad divina, que tanto se desirve con el pecado de la idolatría, y los que dél nacen, como vemos, los castigos que por él ha hecho.
Esto que tengo propuesto no es dificultoso de mandar, ni aun de ponerlo en efecto por los corregidores, si quisiesen atender a un negocio tan importante de la salvación de las almas; pues es cierto no les dan el salario, para que traten y contraten con el dinero de las cajas, sino para que hagan justicia, y procuren de su parte extirpar los errores y abusos destos indios, y ayuden con todas sus fuerzas a los ministros que los doctrinan. No es este remedio nuevo, que en el Concilio Provincial de Lima, hecho el año de mil y quinientos y sesenta y siete, y en el Congregado el año de mil y quinientos y ochenta y tres, confirmado por la santidad de Sixto V, se mandó se hiciese lo que en este capítulo refiero y, si se hubiera ejecutado desde que se ordenó, sabe Dios las ofensas y pecados suyos que se hubieran evitado, y él mucho aumento que en estas plantas nuevas pareciera de la fe y religión christiana. Quizás algún día será Dios servido de inspirar en quien lo puede mandar y poner por obra, que ésta tan santa haya efecto.