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Desarrollo


Capítulo XXXIX De las demás fiestas ordinarias de los indios Prosiguiendo los meses por el orden que los indios los contaban, el noveno tenía por nombre Yapaquis, que es nuestro agosto, en el cual hacían sacrificio de otros cien carneros castaños, y se degollaban y quemaban mil cuyes, que son, como está dicho, a modo de gazapos, y los crían comúnmente en sus casas con increíble multiplico, y aún no hay hechicería en que no entren. Este sacrificio era ordenado, para que el hielo, el aire, agua y sol no dañasen a las chácaras. El décimo mes era loyaraimi, en el cual se quemaban otros cien carneros blancos lanudos. Corresponde a septiembre, y se hacía en él la fiesta dicha citua. En esta manera juntábanse todos los indios, antes que saliese la luna. El primer día, y en viéndola, comenzaban a gritar, dando voces, con hachos de fuego en las manos, y se daban unos a otros con ellos diciendo: vaya el mal fuera. Decían a éstos panconcos. Concluida esta ceremonia, se hacía el lavatorio general en los arroyos y fuentes, cada uno en su pertenencia, y luego empezaba la borrachera por cuatro días enteros. En este mes, las Mamaconas del Sol sacaban una infinidad de bollos, hechos con sangre de los sacrificios, y a cada forastero daban un bocado dellos, y también daban a las huacas forasteras de todo el reino, y a muchos curacas, en señal de amistad y confederación y lealtad al Sol y al Ynga. Ya todo esto ha cesado en público, aunque en secreto, variando las ceremonias, algunos indios desalmados lo deben de usar.

El undécimo mes se decía Homaraymi Puchaiquis, en el cual sacrificaban cien carneros, y si faltaba agua del cielo, para que lloviese, ponían un carnero todo negro, atado, en un valle llano, derramando mucha chicha alrededor, y no le daban de comer hasta que lloviese. Este mes es octubre. El último mes, llamado Ayarmaca, que corresponde a noviembre, se sacrificaban en él otros cien carneros, y en él se hacía la fiesta, dicha Raimy Cantaraiquis. En este mes se aparejaba todo lo necesario para los muchachos principales que se habían de horadar las orejas y armar caballeros el mes siguiente de diciembre; y los muchachos con los viejos hacían cierto alarde, dando algunas vueltas. Esta fiesta se decía Yturaimi, la cual también hacían de ordinario cuando llovía poco, porque entonces es la fuerza de las sementeras en tierras templadas, o venían hambre o pestilencia. Demás de estas fiestas, que eran ordinarias, siguiendo los meses como venían y no se podían excusar, también tenían los indios otras extraordinarias, que se hacían y celebraban cuando querían, sin que fuese fuerza. Destas era la fiesta, dicha del ytu, la cual no tenía tiempo señalado, sino que a grandísima necesidad se hacía para celebrarla. Toda la gente se juntaba, ayunando dos días arreo, y, en ellos, no llegaban a sus mujeres y no comían cosa con sal, y así, ni bebían chicha y, acabado el ayuno, se juntaba en una plaza, donde no había de haber ningún forastero ni rastro de animales.

Para esta fiesta tenían dedicadas ciertas mantas, vestidos y aderezos, que sólo servían en ella, y así cubiertas las cabezas, andaban en procesión muy despacio, sin hablar uno con otro, tocaban sus atambores. Esto duraba un día y una noche, y el día siguiente comían y bebían en grandísima abundancia, dos días con sus noches, danzando y bailando y diciendo que su oración había sido acepta al Sol y al Hacedor, y que por eso se holgaban y alegraban, y hacían fiesta en demostración de su contento. El día de hoy, al disimulo en las fiestas del Corpus Christi, traen a la memoria esta fiesta del ytu, aunque variando las ceremonias por no ser descubiertos; pero en efecto ya se van poco a poco olvidando. Cuando el Ynga era muerto, y levantaban por rey al hijo mayor que le sucedía en el señorío, al darle la Mascaypacha, que es la borla, como está dicho, insignia y corona de los Yngas, hacían millones de ceremonias, fiestas y sacrificios con invenciones y regocijos; y, entre otras, usaban sacrificar doscientos niños de cuatro años hasta diez, los cuales se ofrecían al Hacedor y al Sol por la vida del nuevo Ynga, y para que le guardase y diese victoria de sus enemigos, y viviese muchos años, y en su tiempo no hubiese hambres ni falta de los frutos de la tierra, ni a sus tiempos dejase de llover, ni viniesen pestilencias, ni hubiese rebeliones y, en fin, todo le sucediese al Ynga prósperamente, siendo temido de los suyos y de los enemigos. Demás de las dichas fiestas, había otras que se solemnizaban, cuando el Ynga se casaba, y cuando volvía con triunfo de las provincias conquistadas, y cuando sus capitanes alcanzaban alguna victoria famosa, o le nacía el hijo heredero de su reino. En las provincias particulares también se hacían otras fiestas especiales, por buenos sucesos dellas en alguna batalla, donde la gente della se señalaba más que de las otras provincias, o ganaba alguna fortaleza. Entonces, con licencia del Ynga, hacían sus fiestas y regocijos, precediendo sacrificios al Hacedor y al Sol, por la salud y vida del Ynga. Luego entraban las solemnidades, juntándose para ellas la provincia o el pueblo, conforme la calidad que eran.

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