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Datos principales
Desarrollo
CAPITULO XXX Envía el V. Padre a su Compañero al reconocimiento del Puerto de N. P. S. Francisco. Llegó el Comandante D. Pedro Fages a Monterrey, y hallando mudada ya la Misión de San Carlos al Río Carmelo, paso allí a ver al V. P,. Fr. Junípero para comunicarle cuanto había pasado. Causóle al Siervo de Dios mucha pena, que se frustrase el Establecimiento de San Buenaventura, por Ser esta Misión de las tres proyectadas primeramente, y la que llamaba peculiar suya el Illmô. Señor Visitador general D. José de Gálvez; pero viendo que no había sido por causa de los Misioneros, dio a Dios las gracias, así por esto, como porque se hubiese conseguido la fundación de San Gabriel, confiando en su Divina Majestad, que cuando fuese de su mayor agrado, se establecería aquella con mejores proporciones, y menos ansias. Así se lo concedió el Señor después de trece arios de proyectada; y aunque fue la última que el V. Padre fundó, pudo decir de ella lo que la Iglesia Santa de la Canonización del mismo Seráfico Dr. San Buenaventura: Tamen quo tardius eo solemnius, como en la narración de este Establecimiento se verá. Viendo el V. Fr. Junípero desgraciada aquella fundación, le propuso al Comandante la de San Luis, pero se excusó por la misma razón, diciéndole, que si se disminuía la Tropa, y venía de San Gabriel noticia de alguna novedad en aquella Misión por parte de los Indios, se vería desde luego imposibilitado de pasar a socorrerla; que luego que se supiese dile estaban en quietud, se daría mano a fundar la Reducción de San Luis.
Considerando aquel fervoroso Prelado, que entretanto no se verificase novedad alguna por abajo, omitirían el despacho de Correo, y que con esta expectación se estarían todo el año sin adelantamiento alguno, propuso al Comandate Fages, que ínterin se recibía noticia, se fuese al reconocimiento del Puerto de Ntrô. Padre San Francisco, para ver qué sitio se encontraba proporcionado para la Misión, y a comunicar y congratular a los Gentiles, para que hubiese esto adelantado cuando llegase la ocasión del Establecimiento. Convino el Comandate a esta Expedición, ofreciendo ir en persona con el Padre Crespí, luego que pasase la estación de las aguas, si para este tiempo no había novedad. Viendo a mediados del mes de Marzo, que ya no llovía, ni había venido Correo de San Luis, y dando por supuesto que no habría por allá ningún acaecimiento, salieron de Monterrey el día 20 de dicho mes del año de 1772, de cuyo viaje y registro formó su Diario el citado Padre Crespí, que asentó a continuación de los demás (al cual remito al Lector curioso). Impidióle concluir aquel registro a su satisfacción la noticia que recibieron por un Correo que llegó de S. Diego de que aquel Puerto estaba a peligro de desampararse, por írseles acabando los víveres, y que para remediarlo había bajado a la antigua California el Padre Durnetz; pues aunque el Paquebot S. Antonio había traído aquel año igual carga de comestibles que en los antecedentes; pero también se habían aumentado los consumidores, así con los Peones que quedaron del Barco, como con los Neófitos que se agregaban a la Misión por cuya causa iban dando fin insensiblemente los bastimentos que había.
Luego que el Comandante recibió esta noticia (estando en la Expedición del citado reconocimiento) retrocedió para Monterrey, como se advierte en el expresado Diario, y despachó la Recua cargada de víveres para abastecer a S. Diego y a San Gabriel, que por dicho Correo se supo no había habido novedad alguna con los Indios de esta última Misión, y sí, que los dos Ministros de ella se habían retirado enfermos para la antigua California, y quedaban supliendo los de San Buenaventura, como dejo dicho. En atención a esto y a que quedaba sólo en San Diego el P. Fr. Luis Jayme, envió con la Recua al P. Fr. Juan Crespí, que acababa de llegar del reconocimiento del Puerto de N. P. San Francisco. Llegó a San Gabriel y San Diego este socorro, y poco después recibieron otro, que les remití yo de la antigua California con un Misionero, y al mismo tiempo llegó el Padre Dumetz. Quedó con esto socorrida aquella necesidad, que dentro de poco tiempo se trasladó a Monterrey, porque retardándose el Barco que conducía las provisiones tres meses más que los años antecedentes, hubieron de padecer aquellos vecinos los efectos de la escasez, haciéndoles desde luego notable falta los víveres que enviaron al Puerto de San Diego. En esta atención se vió precisado el Comandante D. Pedro Fages a tomar la providencia de dejar en el Presidio un corto número de Soldados, y pasar con los demás a la Cañada, que llamaron de los Osos, distante cincuenta leguas del Presidio, para hacer matanza de estas fieras, y comprar semillas silvestres a los Indios, con que pudiera mantenerse la gente. Duró esta necesidad hasta que con el arribo del Barco quedó remediada, aunque a los Padres no les alcanzaron tanto sus tristes efectos, por haberlos socorrido los Gentiles, como se verá en la siguiente carta del V. P. Junípero.
Considerando aquel fervoroso Prelado, que entretanto no se verificase novedad alguna por abajo, omitirían el despacho de Correo, y que con esta expectación se estarían todo el año sin adelantamiento alguno, propuso al Comandate Fages, que ínterin se recibía noticia, se fuese al reconocimiento del Puerto de Ntrô. Padre San Francisco, para ver qué sitio se encontraba proporcionado para la Misión, y a comunicar y congratular a los Gentiles, para que hubiese esto adelantado cuando llegase la ocasión del Establecimiento. Convino el Comandate a esta Expedición, ofreciendo ir en persona con el Padre Crespí, luego que pasase la estación de las aguas, si para este tiempo no había novedad. Viendo a mediados del mes de Marzo, que ya no llovía, ni había venido Correo de San Luis, y dando por supuesto que no habría por allá ningún acaecimiento, salieron de Monterrey el día 20 de dicho mes del año de 1772, de cuyo viaje y registro formó su Diario el citado Padre Crespí, que asentó a continuación de los demás (al cual remito al Lector curioso). Impidióle concluir aquel registro a su satisfacción la noticia que recibieron por un Correo que llegó de S. Diego de que aquel Puerto estaba a peligro de desampararse, por írseles acabando los víveres, y que para remediarlo había bajado a la antigua California el Padre Durnetz; pues aunque el Paquebot S. Antonio había traído aquel año igual carga de comestibles que en los antecedentes; pero también se habían aumentado los consumidores, así con los Peones que quedaron del Barco, como con los Neófitos que se agregaban a la Misión por cuya causa iban dando fin insensiblemente los bastimentos que había.
Luego que el Comandante recibió esta noticia (estando en la Expedición del citado reconocimiento) retrocedió para Monterrey, como se advierte en el expresado Diario, y despachó la Recua cargada de víveres para abastecer a S. Diego y a San Gabriel, que por dicho Correo se supo no había habido novedad alguna con los Indios de esta última Misión, y sí, que los dos Ministros de ella se habían retirado enfermos para la antigua California, y quedaban supliendo los de San Buenaventura, como dejo dicho. En atención a esto y a que quedaba sólo en San Diego el P. Fr. Luis Jayme, envió con la Recua al P. Fr. Juan Crespí, que acababa de llegar del reconocimiento del Puerto de N. P. San Francisco. Llegó a San Gabriel y San Diego este socorro, y poco después recibieron otro, que les remití yo de la antigua California con un Misionero, y al mismo tiempo llegó el Padre Dumetz. Quedó con esto socorrida aquella necesidad, que dentro de poco tiempo se trasladó a Monterrey, porque retardándose el Barco que conducía las provisiones tres meses más que los años antecedentes, hubieron de padecer aquellos vecinos los efectos de la escasez, haciéndoles desde luego notable falta los víveres que enviaron al Puerto de San Diego. En esta atención se vió precisado el Comandante D. Pedro Fages a tomar la providencia de dejar en el Presidio un corto número de Soldados, y pasar con los demás a la Cañada, que llamaron de los Osos, distante cincuenta leguas del Presidio, para hacer matanza de estas fieras, y comprar semillas silvestres a los Indios, con que pudiera mantenerse la gente. Duró esta necesidad hasta que con el arribo del Barco quedó remediada, aunque a los Padres no les alcanzaron tanto sus tristes efectos, por haberlos socorrido los Gentiles, como se verá en la siguiente carta del V. P. Junípero.