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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO XXV De la entrada de los españoles en México No pretendo tratar los hechos de los españoles que ganaron a la Nueva España, ni los sucesos extraños que tuvieron, ni el ánimo y valor invencible de su capitán D. Fernando Cortés, porque de esto hay ya muchas historias y relaciones, y las que él mismo escribió al Emperador Carlos Quinto, aunque con estilo llano y ajeno de arrogancia, dan suficiente noticia de lo que pasó, y fue mucho, y muy digno de perpetua memoria. Sólo para cumplir con mi intento, resta decir lo que los indios refieren de este caso, que no anda en letras españolas hasta el presente. Sabiendo pues, Motezuma, las victorias del Capitán, y que venía marchando en demanda suya, y que se había confederado con los de Tlascala, sus capitales enemigos, y hecho un duro castigo en los de Cholola, sus amigos, pensó engañarle o proballe con enviar con sus insignias y aparato, un principal que se fingiese ser Motezuma; cuya ficción, entendida por el Marqués, de los de Tlascala que venían en su compañía, enviole con una prudente reprensión por haberle querido engañar, de que quedó confuso Motezuma; y con el temor de esto, dando vueltas a su pensamiento, tornó a intentar hacer volver a los cristianos por medio de hechiceros y encantadores, para lo cual juntó muchos más que la primera vez, amenazándoles que les quitaría las vidas si le volvían sin hacer el efecto a que los enviaba. Prometieron hacerlo. Fueron una cuadrilla grandísima de estos oficiales diabólicos, al camino de Chalco, que era por donde venían los españoles.
Subiendo por una cuesta arriba, aparecioles Tezcatlipuca, uno de sus principales dioses, que venía de hacia el real de los españoles, en hábito de los chalcas, y traía ceñidos los pechos con ocho vueltas de una soga de esparto; venía como fuera de sí, y como hombre embriagado de coraje y rabia. En llegando al escuadrón de los nigrománticos y hechiceros, parose y díjoles con grandísimo enojo: "¿Para qué volvéis vosotros acá? ¿qué pretende Motezuma por vuestro medio? Tarde ha acordado, que ya está determinado que le quiten su reino, y su honra y cuanto tiene, por las tiranías grandes que ha cometido contra sus vasallos, pues no ha regido como señor, sino como tirano traidor." Oyendo estas palabras, conocieron los hechiceros que era su ídolo, y humilláronse ante él, y allí le compusieron un altar de piedra, y le cubrieron de flores que por allá había. Él, no haciendo caso de esto, les tornó a reñir, diciendo: "¿A qué venistes aquí, traidores? Volveos, volveos luego y mirad a México, porque sepáis lo que ha de ser de ella." Dicen que volvieron a mirar a México, y que la vieron arder y abrasarse toda en vivas llamas. Con esto el demonio desapareció, y ellos, no osando pasar adelante, dieron noticia a Motezuma, el cual por un rato no pudo hablar palabra, mirando pensativo al suelo; pasado aquel tiempo, dijo: "¿Pues qué hemos de hacer si los dioses y nuestros amigos no nos favorecen, antes prosperan a nuestros enemigos? Ya yo estoy determinado, y determinémonos todos, que venga lo que viniere, que no hemos de huir, ni nos hemos de esconder ni mostrar cobardía.
Compadézcome de los viejos, niños y niñas, que no tienen pies ni manos para se defender"; y diciendo esto, calló, porque se comenzaba a enternecer. En fin, acercándose el Marqués a México, acordó Motezuma, hacer de la necesidad virtud, y saliole a recibir como tres cuartos de legua de la ciudad, yendo con mucha majestad y llevado en hombros de cuatro señores, y él cubierto de un rico palio de oro y plumería. Al tiempo de encontrarse, bajó el Motezuma, y ambos se saludaron muy cortesmente, y D. Fernando Cortés, le dijo estuviese sin pena, que su venida no era para quitarle ni disminuirle su reino. Aposentó Motezuma a Cortés y a sus compañeros, en su palacio principal, que lo era mucho, y él se fue a otras casas suyas. Aquella noche los soldados jugaron el artillería por regocijo, de que no poco se asombraron los indios, no hechos a semejante música. El día siguiente juntó Cortés en una gran sala a Motezuma y a los señores de su corte, y juntos, les dijo sentado él en su silla, que él era criado de un gran príncipe que le había mandado ir por aquellas tierras a hacer bien, y que había en ellas hallado a los de Tlascala, que eran sus amigos, muy quejosos de los agravios que les hacían siempre los de México; y que quería entender quién tenía la culpa y confederarlos para que no se hiciesen mal unos a otros de allí adelante, y que él y sus hermanos, que eran los españoles,estarían allí sin hacerles daño; antes les ayudarían lo que pudiesen.
Este razonamiento procuró le entendiesen todos bien, usando de sus intérpretes, lo cual percibido por el rey los demás señores mexicanos, fue grande el contento que tuvieron, y las muestras de amistad que a Cortés y a los demás dieron. Es opinión de muchos que como aquel día quedó el negocio puesto, pudieran con facilidad hacer del rey y reino lo que quisieran, y darles la ley de Cristo con gran satisfacción y paz. Mas los juicios de Dios son altos, y los pecados de ambas partes muchos, y así se rodeó la cosa muy diferente, aunque al cabo salió Dios con su intento de hacer misericordia a aquella nación, con la luz de su evangelio, habiendo primero hecho juicio y castigo de los que lo merecían, en su divino acatamiento. En efecto, hubo ocasiones, con que de una parte a la otra, nacieron sospechas, y quejas y agravios, y viendo enajenados los ánimos de los indios, a Cortés le pareció asegurarse con echar mano del rey Motezuma, y prenderle y echarle grillos, hecho que espanta al mundo, igual al otro suyo de quemar los navíos y encerrarse entre sus enemigos, a vencer o morir. Lo peor de todo fue que por ocasión de la venida impertinente de un Pánfilo de Narváez, a la Veracruz, para alterar la tierra, hubo Cortés de hacer ausencia de México, y dejar al pobre Motezuma en poder de sus compañeros, que ni tenían la discreción ni moderación que él. Y así vino la cosa a términos de total rompimiento, sin haber medio ninguno de paz.
Subiendo por una cuesta arriba, aparecioles Tezcatlipuca, uno de sus principales dioses, que venía de hacia el real de los españoles, en hábito de los chalcas, y traía ceñidos los pechos con ocho vueltas de una soga de esparto; venía como fuera de sí, y como hombre embriagado de coraje y rabia. En llegando al escuadrón de los nigrománticos y hechiceros, parose y díjoles con grandísimo enojo: "¿Para qué volvéis vosotros acá? ¿qué pretende Motezuma por vuestro medio? Tarde ha acordado, que ya está determinado que le quiten su reino, y su honra y cuanto tiene, por las tiranías grandes que ha cometido contra sus vasallos, pues no ha regido como señor, sino como tirano traidor." Oyendo estas palabras, conocieron los hechiceros que era su ídolo, y humilláronse ante él, y allí le compusieron un altar de piedra, y le cubrieron de flores que por allá había. Él, no haciendo caso de esto, les tornó a reñir, diciendo: "¿A qué venistes aquí, traidores? Volveos, volveos luego y mirad a México, porque sepáis lo que ha de ser de ella." Dicen que volvieron a mirar a México, y que la vieron arder y abrasarse toda en vivas llamas. Con esto el demonio desapareció, y ellos, no osando pasar adelante, dieron noticia a Motezuma, el cual por un rato no pudo hablar palabra, mirando pensativo al suelo; pasado aquel tiempo, dijo: "¿Pues qué hemos de hacer si los dioses y nuestros amigos no nos favorecen, antes prosperan a nuestros enemigos? Ya yo estoy determinado, y determinémonos todos, que venga lo que viniere, que no hemos de huir, ni nos hemos de esconder ni mostrar cobardía.
Compadézcome de los viejos, niños y niñas, que no tienen pies ni manos para se defender"; y diciendo esto, calló, porque se comenzaba a enternecer. En fin, acercándose el Marqués a México, acordó Motezuma, hacer de la necesidad virtud, y saliole a recibir como tres cuartos de legua de la ciudad, yendo con mucha majestad y llevado en hombros de cuatro señores, y él cubierto de un rico palio de oro y plumería. Al tiempo de encontrarse, bajó el Motezuma, y ambos se saludaron muy cortesmente, y D. Fernando Cortés, le dijo estuviese sin pena, que su venida no era para quitarle ni disminuirle su reino. Aposentó Motezuma a Cortés y a sus compañeros, en su palacio principal, que lo era mucho, y él se fue a otras casas suyas. Aquella noche los soldados jugaron el artillería por regocijo, de que no poco se asombraron los indios, no hechos a semejante música. El día siguiente juntó Cortés en una gran sala a Motezuma y a los señores de su corte, y juntos, les dijo sentado él en su silla, que él era criado de un gran príncipe que le había mandado ir por aquellas tierras a hacer bien, y que había en ellas hallado a los de Tlascala, que eran sus amigos, muy quejosos de los agravios que les hacían siempre los de México; y que quería entender quién tenía la culpa y confederarlos para que no se hiciesen mal unos a otros de allí adelante, y que él y sus hermanos, que eran los españoles,estarían allí sin hacerles daño; antes les ayudarían lo que pudiesen.
Este razonamiento procuró le entendiesen todos bien, usando de sus intérpretes, lo cual percibido por el rey los demás señores mexicanos, fue grande el contento que tuvieron, y las muestras de amistad que a Cortés y a los demás dieron. Es opinión de muchos que como aquel día quedó el negocio puesto, pudieran con facilidad hacer del rey y reino lo que quisieran, y darles la ley de Cristo con gran satisfacción y paz. Mas los juicios de Dios son altos, y los pecados de ambas partes muchos, y así se rodeó la cosa muy diferente, aunque al cabo salió Dios con su intento de hacer misericordia a aquella nación, con la luz de su evangelio, habiendo primero hecho juicio y castigo de los que lo merecían, en su divino acatamiento. En efecto, hubo ocasiones, con que de una parte a la otra, nacieron sospechas, y quejas y agravios, y viendo enajenados los ánimos de los indios, a Cortés le pareció asegurarse con echar mano del rey Motezuma, y prenderle y echarle grillos, hecho que espanta al mundo, igual al otro suyo de quemar los navíos y encerrarse entre sus enemigos, a vencer o morir. Lo peor de todo fue que por ocasión de la venida impertinente de un Pánfilo de Narváez, a la Veracruz, para alterar la tierra, hubo Cortés de hacer ausencia de México, y dejar al pobre Motezuma en poder de sus compañeros, que ni tenían la discreción ni moderación que él. Y así vino la cosa a términos de total rompimiento, sin haber medio ninguno de paz.