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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO XXI De otro género de sacrificios de hombres que usaban los mexicanos Había otro género de sacrificio en diversas fiestas, al cual llamaban racaxipe valiztli, que quiere decir desollamiento de personas. Llamose así, porque en ciertas fiestas tomaban un esclavo o esclavos, según el número que querían, y desollándoles el cuero se lo vestía una persona diputada para esto. Este andaba por todas las casas y mercados de las ciudades, cantando y bailando, y habíanle de ofrecer todos; y al que no le ofrecía, le daba con un canto del pellejo en el rostro, untándole con aquella sangre que tenía cuajada. Duraba esta intervención hasta que el cuero se corrompía. En este tiempo juntaban estos que así andaban, mucha limosna, la cual se gastaba en cosas necesarias al culto de sus dioses. En muchas de estas fiestas hacían un desafío entre el que había de sacrificar y el sacrificado, en esta forma: Ataban al esclavo por un pie en una rueda grande de piedra y dábanle una espada y rodela en las manos, para que se defendiese, y salía luego el que le había de sacrificar, armado con otra espada y rodela. Y si el que había de ser sacrificado prevalecía contra el otro, quedaba libre del sacrificio, y con nombre de capitán famoso y como tal, era después tratado. Pero si era vencido, allí en la misma piedra en que estaba atado le sacrificaban. Otro género de sacrificio era cuando dedicaban algún cautivo que representase al ídolo, cuya semejanza decían que era.
Cada año daban un esclavo a los sacerdotes para que nunca faltase la semejanza viva del ídolo, el cual luego que entraba en el oficio después de muy bien lavado, le vestían todas las ropas e insignias del ídolo, y poníanle su mismo nombre, y andaba todo el año tan honrado y reverenciado como el mismo ídolo. Traía consigo siempre doce hombres de guerra, porque no se huyese, y con esta guarda le dejaban andar libremente por donde quería, y si acaso se huía, el principal de la guardia entraba en su lugar para representar el ídolo, y después ser sacrificado. Tenía aqueste indio el más honrado aposento del templo, donde comía y bebía, y adonde todos los principales le venían a servir y reverenciar, trayéndole de comer con el aparato y orden que a los grandes. Y cuando salía por la ciudad, iba muy acompañado de señores y principales, y llevaba una flautilla en la mano, que de cuando en cuando tocaba, dando a entender que pasaba, y luego las mujeres salían con sus niños en los brazos y se los ponían delante, saludándole como a Dios; lo mismo hacía la demás gente. De noche, le metían en una jaula de recias verguetas, porque no se fuese, hasta que llegando la fiesta, le sacrificaban, como queda arriba referido. En las formas dichas y en otras muchas traía el demonio engañados y escarnecidos a los miserables, y era tanta la multitud de los que eran sacrificados con esta infernal crueldad, que parece cosa increíble; porque afirman que había vez que pasaban de cinco mil, y día hubo que en diversas partes fueron así sacrificados más de veinte mil.
Para esta horrible matanza usaba el diablo por sus ministros una donosa invención, y era que cuando les parecía iban los sacerdotes de Satanás a los reyes y manifestábanles cómo los dioses se morían de hambre, que se acordasen de ellos. Luego los reyes se apercibían y avisaban unos a otros, cómo los dioses pedían de comer; por tanto, que apercibiesen su gente para un día señalado, enviando sus mensajeros a las provincias contrarias para que se apercibiesen a venir a la guerra. Y así congregadas sus gentes y ordenadas sus compañías y escuadrones, salían al campo situado, donde se juntaban los ejércitos; y toda su contienda y batalla era prenderse unos a otros para el efecto de sacrificar, procurando señalarse así una parte como otra en traer más cautivos para el sacrificio, de suerte que en estas batallas más pretendían prenderse que matarse, porque todo su fin era traer hombres vivos para dar de comer a los ídolos; y este era el modo con que traían las víctimas a sus dioses, y es de advertir que ningún rey era coronado si no vencía primero alguna provincia, de suerte que trajese gran número de cautivos para sacrificios de sus dioses; y así por todas vías era infinita cosa la sangre humana que se vertía en honra de Satanás.
Cada año daban un esclavo a los sacerdotes para que nunca faltase la semejanza viva del ídolo, el cual luego que entraba en el oficio después de muy bien lavado, le vestían todas las ropas e insignias del ídolo, y poníanle su mismo nombre, y andaba todo el año tan honrado y reverenciado como el mismo ídolo. Traía consigo siempre doce hombres de guerra, porque no se huyese, y con esta guarda le dejaban andar libremente por donde quería, y si acaso se huía, el principal de la guardia entraba en su lugar para representar el ídolo, y después ser sacrificado. Tenía aqueste indio el más honrado aposento del templo, donde comía y bebía, y adonde todos los principales le venían a servir y reverenciar, trayéndole de comer con el aparato y orden que a los grandes. Y cuando salía por la ciudad, iba muy acompañado de señores y principales, y llevaba una flautilla en la mano, que de cuando en cuando tocaba, dando a entender que pasaba, y luego las mujeres salían con sus niños en los brazos y se los ponían delante, saludándole como a Dios; lo mismo hacía la demás gente. De noche, le metían en una jaula de recias verguetas, porque no se fuese, hasta que llegando la fiesta, le sacrificaban, como queda arriba referido. En las formas dichas y en otras muchas traía el demonio engañados y escarnecidos a los miserables, y era tanta la multitud de los que eran sacrificados con esta infernal crueldad, que parece cosa increíble; porque afirman que había vez que pasaban de cinco mil, y día hubo que en diversas partes fueron así sacrificados más de veinte mil.
Para esta horrible matanza usaba el diablo por sus ministros una donosa invención, y era que cuando les parecía iban los sacerdotes de Satanás a los reyes y manifestábanles cómo los dioses se morían de hambre, que se acordasen de ellos. Luego los reyes se apercibían y avisaban unos a otros, cómo los dioses pedían de comer; por tanto, que apercibiesen su gente para un día señalado, enviando sus mensajeros a las provincias contrarias para que se apercibiesen a venir a la guerra. Y así congregadas sus gentes y ordenadas sus compañías y escuadrones, salían al campo situado, donde se juntaban los ejércitos; y toda su contienda y batalla era prenderse unos a otros para el efecto de sacrificar, procurando señalarse así una parte como otra en traer más cautivos para el sacrificio, de suerte que en estas batallas más pretendían prenderse que matarse, porque todo su fin era traer hombres vivos para dar de comer a los ídolos; y este era el modo con que traían las víctimas a sus dioses, y es de advertir que ningún rey era coronado si no vencía primero alguna provincia, de suerte que trajese gran número de cautivos para sacrificios de sus dioses; y así por todas vías era infinita cosa la sangre humana que se vertía en honra de Satanás.