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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO XX Nuestros españoles se derramaron por diversas partes del mundo, y lo que Gómez Arias y Diego Maldonado trabajaron por saber nuevas de Hernando de Soto El contador Juan de Añasco y el tesorero Juan Gaytán y los capitanes Baltasar de Gallegos y Alonso Romo de Cardeñosa y Arias Tinoco y Pedro Calderón y otros de menos cuenta se volvieron a España, eligiendo por mejor venir pobres a ella que no quedar en las Indias, por el odio que les habían cobrado, así por el trabajo que en ellas habían pasado como por lo que de sus haciendas habían perdido, habiendo sido los más de ellos causa que lo uno y lo otro se perdiese sin provecho alguno. Gómez Suárez de Figueroa se volvió a la casa y hacienda de Vasco Porcallo de Figueroa y de la Cerda, su padre. Otros que fueron más discretos se metieron en religión con el buen ejemplo que Gonzalo Cuadrado Jaramillo les dio, que fue el primero que entró en ella. El cual quiso ilustrar su nobleza y sus hazañas pasadas con hacerse verdadero soldado y caballero de Jesu Cristo Nuestro Señor, asentándose debajo de la bandera y estandarte de un maese de campo y general como el seráfico padre San Francisco, en cuya orden y profesión acabó, habiendo mostrado por la obra que en las religiones se adquiere la verdadera nobleza y la suma valentía que Dios estima y gratifica. Por el cual hecho, que por haber sido de Gonzalo Cuadrado, fue mucho más mirado y notado que si fuera de otro alguno, hicieron lo mismo otros muchos españoles de los nuestros, entrando en diversas religiones por honrar toda la vida pasada con buen fin.
Otros, y fueron los menos, se quedaron en la Nueva España, y uno de ellos fue Luis de Moscoso de Alvarado, que se casó en México con una mujer principal y rica deuda suya. Los más se fueron al Perú, donde, en todo lo que se ofreció en las guerras contra Gonzalo Pizarro y don Sebastián de Castilla y Francisco Hernández Girón, aprobaron en servicio de la corona de España como hombres que habían pasado por los trabajos que hemos dicho, y es así verdad que, en respecto de los que en efecto pasaron, no hemos contado la décima parte de ellos. En el Perú conocí muchos de estos caballeros y soldados, que fueron muy estimados y ganaron mucha hacienda, mas no sé que alguno de ellos hubiese alcanzado a tener indios de repartimiento como los pudieran tener en la Florida. Y porque para acabar nuestra historia, que mediante el favor del Hacedor del Cielo nos vemos ya al fin de ella, no nos queda por decir más de lo que los capitanes Diego Maldonado y Gómez Arias hicieron después que el gobernador Hernando de Soto los envió a La Habana con orden de lo que aquel verano y el otoño siguiente habían de hacer, como en su lugar se dijo. Será bien decir aquí lo que estos dos buenos caballeros, en cumplimiento de lo que se les mandó y de propia obligación, trabajaron, por que la generosidad de sus ánimos y la lealtad que a su capitán general tuvieron no quede en olvido, sino que se ponga en memoria para que a ellos les sea honra y a los venideros ejemplo. El capitán Diego Maldonado, como atrás dejamos dicho, fue con los dos bergantines que traía a su cargo a La Habana a visitar a doña Isabel de Bobadilla, mujer del gobernador Hernando de Soto, y había de volver con Gómez Arias, que poco antes había hecho la misma jornada.
Y entre los dos capitanes habían de llevar los dos bergantines y la carabela y los demás navíos que en La Habana pudiesen comprar y cargar de bastimentos, armas y municiones, y llevarles para el otoño venidero, que era del año mil y quinientos y cuarenta, al puerto de Achusi, que el mismo Diego Maldonado había descubierto, donde el gobernador Hernando de Soto había de salir, habiendo dado un gran cerco descubriendo la tierra adentro. Lo cual no tuvo lugar por la discordia y motín secreto que el gobernador alcanzó a saber que los suyos tramaban, de cuya causa huyó de la mar y se metió la tierra adentro, por donde vinieron todos a perderse. Pues ahora es de saber que, habiéndose juntado Gómez Arias y Diego Maldonado en La Habana y cumplido con la visita de doña Isabel de Bobadilla y enviado por todas aquellas islas relación de lo que en la Florida habían descubierto y de lo que el gobernador pedía para empezar a poblar la tierra, compraron tres navíos y los cargaron de comida, armas y municiones, y de becerros, cabras, potros y yeguas y ovejas, trigo y cebada y legumbres, para principio de poder criar y plantar. También cargaron la carabela y los dos bergantines y, si tuvieran otros dos navíos más, hubiera carguío para todos, porque los moradores de las islas de Cuba y Santo Domingo y Jamaica, por la buena relación que de la Florida habían oído y por el amor que al gobernador tenían y por su propio interés, se habían esforzado a socorrerle con lo más que habían podido.
Con las cuales cosas fueron Diego Maldonado y Gómez Arias al puerto de Achusi al plazo señalado y, no hallando en él al gobernador, salieron los dos capitanes en los bergantines, cada uno por su cabo, y costearon la costa a una mano y a otra, a ver si salían por alguna parte al oriente o al poniente, y, dondequiera que llegaban, dejaban señales en los árboles y cartas escritas metidas en huecos de ellos con la relación de lo que habían hecho y pensaban hacer el verano siguiente. Y cuando ya el rigor del invierno no les permitió navegar se volvieron a La Habana con nuevas tristes de no las haber habido del gobernador. Mas no por eso dejaron el verano del año mil y quinientos y cuarenta y uno de volver a la costa de la Florida y correrla toda hasta llegar a tierra de México y al Nombre de Dios y, por la banda del oriente, hasta la tierra de Bacallaos, a ver si por alguna vía o manera pudiesen haber nuevas del gobernador Hernando de Soto, y no las pudiendo haber se volvieron el invierno a La Habana. Luego, el verano siguiente del año cuarenta y dos, salieron en la misma demanda y, habiendo gastado casi siete meses en hacer las propias diligencias y forzados del tiempo, se volvieron a invernar a La Habana. De donde, luego que asomó la primavera del año cuarenta y tres, aunque los tres años pasados no habían tenido nueva alguna, volvieron a salir, porfiando en su empresa y demanda con determinación de no desistir de ella hasta morir o saber nuevas del gobernador, porque no podían creer que la tierra los hubiese consumido todos, sino que algunos habían de salir por alguna parte. En la cual porfía anduvieron todo aquel verano y los pasados, sufriendo los trabajos e incomodidades que se pueden imaginar, que por excusar prolijidad no las contamos en particular.
Otros, y fueron los menos, se quedaron en la Nueva España, y uno de ellos fue Luis de Moscoso de Alvarado, que se casó en México con una mujer principal y rica deuda suya. Los más se fueron al Perú, donde, en todo lo que se ofreció en las guerras contra Gonzalo Pizarro y don Sebastián de Castilla y Francisco Hernández Girón, aprobaron en servicio de la corona de España como hombres que habían pasado por los trabajos que hemos dicho, y es así verdad que, en respecto de los que en efecto pasaron, no hemos contado la décima parte de ellos. En el Perú conocí muchos de estos caballeros y soldados, que fueron muy estimados y ganaron mucha hacienda, mas no sé que alguno de ellos hubiese alcanzado a tener indios de repartimiento como los pudieran tener en la Florida. Y porque para acabar nuestra historia, que mediante el favor del Hacedor del Cielo nos vemos ya al fin de ella, no nos queda por decir más de lo que los capitanes Diego Maldonado y Gómez Arias hicieron después que el gobernador Hernando de Soto los envió a La Habana con orden de lo que aquel verano y el otoño siguiente habían de hacer, como en su lugar se dijo. Será bien decir aquí lo que estos dos buenos caballeros, en cumplimiento de lo que se les mandó y de propia obligación, trabajaron, por que la generosidad de sus ánimos y la lealtad que a su capitán general tuvieron no quede en olvido, sino que se ponga en memoria para que a ellos les sea honra y a los venideros ejemplo. El capitán Diego Maldonado, como atrás dejamos dicho, fue con los dos bergantines que traía a su cargo a La Habana a visitar a doña Isabel de Bobadilla, mujer del gobernador Hernando de Soto, y había de volver con Gómez Arias, que poco antes había hecho la misma jornada.
Y entre los dos capitanes habían de llevar los dos bergantines y la carabela y los demás navíos que en La Habana pudiesen comprar y cargar de bastimentos, armas y municiones, y llevarles para el otoño venidero, que era del año mil y quinientos y cuarenta, al puerto de Achusi, que el mismo Diego Maldonado había descubierto, donde el gobernador Hernando de Soto había de salir, habiendo dado un gran cerco descubriendo la tierra adentro. Lo cual no tuvo lugar por la discordia y motín secreto que el gobernador alcanzó a saber que los suyos tramaban, de cuya causa huyó de la mar y se metió la tierra adentro, por donde vinieron todos a perderse. Pues ahora es de saber que, habiéndose juntado Gómez Arias y Diego Maldonado en La Habana y cumplido con la visita de doña Isabel de Bobadilla y enviado por todas aquellas islas relación de lo que en la Florida habían descubierto y de lo que el gobernador pedía para empezar a poblar la tierra, compraron tres navíos y los cargaron de comida, armas y municiones, y de becerros, cabras, potros y yeguas y ovejas, trigo y cebada y legumbres, para principio de poder criar y plantar. También cargaron la carabela y los dos bergantines y, si tuvieran otros dos navíos más, hubiera carguío para todos, porque los moradores de las islas de Cuba y Santo Domingo y Jamaica, por la buena relación que de la Florida habían oído y por el amor que al gobernador tenían y por su propio interés, se habían esforzado a socorrerle con lo más que habían podido.
Con las cuales cosas fueron Diego Maldonado y Gómez Arias al puerto de Achusi al plazo señalado y, no hallando en él al gobernador, salieron los dos capitanes en los bergantines, cada uno por su cabo, y costearon la costa a una mano y a otra, a ver si salían por alguna parte al oriente o al poniente, y, dondequiera que llegaban, dejaban señales en los árboles y cartas escritas metidas en huecos de ellos con la relación de lo que habían hecho y pensaban hacer el verano siguiente. Y cuando ya el rigor del invierno no les permitió navegar se volvieron a La Habana con nuevas tristes de no las haber habido del gobernador. Mas no por eso dejaron el verano del año mil y quinientos y cuarenta y uno de volver a la costa de la Florida y correrla toda hasta llegar a tierra de México y al Nombre de Dios y, por la banda del oriente, hasta la tierra de Bacallaos, a ver si por alguna vía o manera pudiesen haber nuevas del gobernador Hernando de Soto, y no las pudiendo haber se volvieron el invierno a La Habana. Luego, el verano siguiente del año cuarenta y dos, salieron en la misma demanda y, habiendo gastado casi siete meses en hacer las propias diligencias y forzados del tiempo, se volvieron a invernar a La Habana. De donde, luego que asomó la primavera del año cuarenta y tres, aunque los tres años pasados no habían tenido nueva alguna, volvieron a salir, porfiando en su empresa y demanda con determinación de no desistir de ella hasta morir o saber nuevas del gobernador, porque no podían creer que la tierra los hubiese consumido todos, sino que algunos habían de salir por alguna parte. En la cual porfía anduvieron todo aquel verano y los pasados, sufriendo los trabajos e incomodidades que se pueden imaginar, que por excusar prolijidad no las contamos en particular.