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CAPITULO XVI Copia de Carta del V. Padre, y lo que se determinó en San Diego sobre la Expedición Viva Jesús, María y José=R. P. Lector, y Presidente Fr. Francisco Palou=Carísimo mío y mi Señor: Celebraré que V. R. se halle con salud, y trabajando con mucho consuelo y felicidad en el establecimiento de esa nueva Misión de Loreto y de las otras, y que cuanto antes venga el refuerzo de nuevos Ministros, para que todo quede establecido en buen orden, para consuelo de todos. Yo, gracias a Dios, llegué antes de ayer, día 1 de este mes a este Puerto de S. Diego, verdaderamente bello, y con razón famoso. Aquí alcancé a cuantos habían salido primero que yo, así por mar, como por tierra, menos los muertos. Aquí están los Compañeros Padres Crespí, Vizcaíno, Parrón, Gómez, y yo, todos buenos, gracias a Dios. Aquí están los dos Barcos, y el S. Carlos sin Marineros, porque todos se han muerto del mal de loanda, y sólo le ha quedado uno y un Cocinero. En San Antonio, alias el Príncipe, cuyo Capitán es D. Juan Pérez, Paisano de la rivera de Palma, aunque salió un mes y medio después, llegó acá veinte días antes que el otro. Estando ya próximo a salir para Monterrey, llegó San Carlos; y para socorrerle con su gente, ésta se le infestó también, y se murieron ocho; y en fin, lo que han resuelto, es que dicho San Antonio se vuelva desde aquí a San Blas, y que traiga Marineros para él y para San Carlos, y después irán los dos: Veremos el Paquebot San José cómo llega, y si viene bien, el postrero será el primero que vaya.
Han sido la ocasión del atraso de San Carlos dos cosas. La primera, que por el mal barrilaje, de donde inopinadamente hallaron que se salía el agua, y de cuatro barriles, no podían llenar uno; hubieron de repente de arribar a tierra a hacerla, y la cogieron de mala parte y calidad, y por ella empezó a enfermar la gente. La segunda fue, que por el error en que estaban todos, así S. Illmâ. como los demás, de que este Puerto estaba en altura de 33 a 34 grados de Polo, pues de los Autores, unos dicen lo uno, y otros lo segundo, dio orden apretada al Capitán Vila, (y lo mismo al otro) que se enmarasen mar a dentro, hasta la altura de 34 grados, y después recalasen en busca de dicho Puerto; y como éste, in rei veritate, no está en más altura que la de 32 grados y 34 minutos, según la observación que han hecho estos Señores, por tanto pasaron mucho más arriba de este Puerto, y cuando lo buscaron no lo hallaban: por eso se les hizo más larga la navegación; y como la gente ya enferma, se llegó más al frío, y proseguían con la agua mala, vinieron a postrarse de manera, que si no encuentran tan breve con el Puerto, perecen todos, por que ya no podían echar la Lancha al mar para hacer agua, ni otra maniobra. El P. Fr. Fernando trabajó mucho con los enfermos, y aunque llegó flaco, no tuvo especial novedad, y ya está bueno; pero ya que salió con bien, no quiero que se vuelva a embarcar, y se queda gustoso acá. En esta ocasión escribo largo a S. Illmâ.
al Colegio, y a nuestro Padre Comisario general; y por eso estoy algo cansado, y si no fuera porque el Capitán Pérez, viéndome atareado, hace la entretenida, creo se habría ido, sin poder escribir de provecho. Por lo que toca a la caminata del Padre Fr. Juan Crespí, con el Capitán, me dice, que escribe a V. R. por este mismo Barco, y así no tengo qué decir. En cuanto a mí, la caminata ha sido verdaderamente feliz, y sin especial quebranto ni novedad en la salud. Salí de la Frontera malísimo de pie y pierna; pero obró Dios, (esta expresión alude al medicamento del Arriero) y cada día me fui aliviando, y siguiendo mis jornadas, como si tal mal tuviera. Al presente el pie queda todo limpio como el otro; pero desde los tobillos hasta media pierna está como antes estaba el pie, hecho una llaga; pero sin hinchazón ni más dolor, que la comezón que da a ratos; en fin, no es cosa de cuidado. No he padecido hambre ni necesidad, ni la han padecido los Indios Neófitos que venían con nosotros, y así han llegado todos sanos y gordos. He hecho mi Diario, del que remitiré en primera ocasión un tanto a V. R. Las Misiones en el tramo que hemos visto, serán todas muy buenas, porque hay buena tierra, y buenos aguajes, y ya no hay por acá, ni en mucho trecho atrás, piedras ni espinas: cerros sí hay continuos y altísimos; pero de pura tierra: los caminos tienen de bueno y de malo, y más de éste segundo; pero no cosa mayor: desde medio camino, o antes, empiezan a estar todos los Arroyos y Valles hechos una Alamedas.
Parras las hay buenas y gordas, y en algunas partes cargadísimas de uvas. En varios Arroyos del camino, y en el paraje en que nos hallamos, a más de las Parras, hay varias rosas de Castilla. En fin es buena, y muy distinta tierra de la de esa antigua California. De los días que van de 21 de Mayo, en que salimos de San Juan de Dios, segun escribí a V. R. hasta 1 de Julio que llegamos acá, quitados como ocho días, que entreveradamente hemos dado de descanso a los animales, uno aquí, y otro acullá, todos los días hemos caminado; pero la mayor jornada ha sido de seis horas, y de éstas sólo ha habido dos, y las demás de cuatro, o cuatro y media, de tres de dos, y de una y media, como cada día expresa el Diario, y eso a paso de recua; de lo que se infiere, que habilitados y enderezados los caminos, podrán ahorrar muchas leguas de rodeos escusados; no está esto muy lejos, y creo después de dicha diligencia, podrá ser materia de unos doce días para los Padres, que los Soldados ahora mismo dicen, que irán a la ligera hasta la Frontera de Vellicatá en mucho menos. Gentilidad la hay inmensa, y todos los de esta contra-Costa (del Mar del Sur) por donde hemos venido, desde la Ensenada de todos Santos, que así la llaman los Mapas y Derroteros viven muy regalados con varias semillas, y con la pesca que hacen en sus balsas de tule, en forma de Canoas, con la que entran muy adentro del mar y son afabilísimos, y todos los hombres chicos, y grandes, todos desnudos, y mujeres y niñas honestamente cubiertas, hasta las de pecho, se nos venían así en los caminos, como en los parajes, nos trataban con tanta confianza, y paz, como si toda la vida nos hubieran conocido; y queriéndoles dar cosa de comida, solían decir, que de aquello no, que lo que querían era ropa; y sólo con cosa de este género, eran los cambalaches que hacían de su pescado con los Soldados y Arrieros: Por todo el camino se ven Liebres, Conejos, tal cual Venado, y muchísimos Verrendos.
La Expedición de tierra, me dice el Señor Gobernador, la quiere proseguir juntamente con el Capitán de aquí a tres días, o cuatro, y aquí nos dejará (dice) ocho Soldados de Cuera de Escolta, y algunos Catalanes enfermos, para que si mejoran, sirvan. La Misión no se ha fundado; pero voy luego que salgan a dar mano a ello. Amigo, aquí me hallaba, cuando me vino el Paisano Capitán diciéndome, que ya no puede esperar más, sin quedar mal, y así, concluyo con decir, que estos Padres se encomiendan mucho a V. R.; que quedamos buenos, y contentos; que me encomiendo al Padre Martínez, y demás Compañeros, a quienes tenía ánimo de escribir; pero no puedo, y lo haré en primera ocasión. Esta la incluyo al Padre Ramos, que el Paisano me dice que va a dar al Sur, para que la lea, y la remita a V. R. cuya vida y salud guarde Dios muchos años. De este Puerto y destinada nueva Misión de San Diego en la California Septentrional, y Julio 3 de 1769.=B. L. M. de V. R. su afectísimo Hermano y Siervo=Fr. Junípero Serra. Habiendo llegado al Puerto de San Diego el Paquebot S. Antonio, alias el Príncipe, el día 11 de Abril, y el S. Carlos veinte días después, se juntó esta Expedición marítima con la de tierra, cuyo primer trozo, mandado del Señor Capitán, entró allí a 14 de Mayo; y el segundo del cargo del Señor Gobernador a 1 de Julio. En este lugar hicieron junta ambos Señores Comandantes, para conferir, y determinar lo que debía ejecutarse, respecto a la poca gente de Mar que existía viva y libre de aquel contagio en la Capitana, así de Tripulación, como de la Tropa que de la California había venido; pues por esta razón no podían cumplirse ya las instrucciones que traían del Señor Visitador general.
En atención a todo esto resolvió la expresada junta que el Paquebot San Antonio, a cargo de su Capitán D. Juan Pérez, con la Tripulación capaz de hacer viaje, se regresase sin dilación alguna al Puerto de San Blas, así para dar cuenta a la Capitanía general, como para conducir la Tripulación que ambos Barcos necesitaban. Así lo ejecutó saliendo el día 9 de Julio, y después de días llegó a San Blas con muy poca gente, por habérsele muerto en el camino nueve hombres, cuyos cadáveres hubo de echar al agua. Asimismo se determinó que en el Hospital, en el Puerto de San Diego, quedasen todos los enfermos, así Soldados, como Marineros, con algunos de los que estaban sanos, para que los cuidasen, y el Cirujano Francés D. Pedro Prat: Que la Capitana San Carlos quedase fondeada, y en ella el Capitán Comandante D. Vicente Vila, el Pilotín con unos cuatro o cinco Marineros y convalecientes, y un muchacho, quedando de acuerdo que luego que llegase el tercer Paquebot San José, se quedase fondeado con sola la gente muy precisa, para que pasando la restante a la Capitana, quedase esta habilitada, y caminase para Monterrey, donde la esperaría la Expedición de tierra, que había de salir luego que se hiciese a la vela el Príncipe. Dispúsose todo lo necesario de víveres y demás que se juzgó conveniente para un viaje desconocido, y a juicio de todos dilatado. Los bastimentos y cargas de utensilios pertenecientes a Iglesia, casa y campo que habían conducido las Expediciones se dejaron en San Diego, quedando para su custodia ocho Soldados de Cuera.
En vista de lo determinado por la junta de los citados Señores Comandantes, nombró nuestro V. P. Presidente, de los cinco Padres que se hallaban en San Diego, a Fr. Juan Crespí, y Fr. Francisco Gómez, para que fuesen con la Expedición de tierra destinada a Monterrey; y el V. Padre con los otros dos Fr. Juan Vizcaino, y Fr. Fernando Parrón, se quedaron en San Diego, entretanto llegaba el Paquebot San José, por tener determinado entonces el Siervo de Dios embarcarse en el primer Barco que subiese a Monterrey. Luego que se verificó la salida del Príncipe el día 9 (como queda dicho) se determinó el día en que había de marchar la Expedición de tierra, y fue señalado por el Señor Comandante el día 14, en que se celebra al Seráfico Doctor S. Buenaventura; y nombró para el viaje a las sesenta y seis Personas siguientes: El Señor Gobernador D. Gaspar de Portolá, primer Comandante, con un Criado; los dos Padres ya referidos, y dos Indios Neófitos de la antigua California para su servicio; D. Fernando Rivera y Moncada, Capitán y segundo Comandante, con un Sargento y veinte y seis Soldados de su Compañía de Cuera: D. Pedro Faxes, Teniente de la Compañía Franca de Cataluña, con los siete de sus Soldados que le habían quedado aptos para el viaje, por habérsele muerto muchos, y quedado los demás en San Diego enfermos; Don Miguel Constanzó, Ingeniero, siete Arrieros, y quince Indios Californios Neófitos para Gastadores, y ayudantes de Arrieros en los atajos de Mulas que conducían todos los bastimentos que se consideraron suficientes, a efecto de que no se experimentase hambre ni necesidad, según los repetidos encargos del Señor Visitador general Hechas todas estas disposiciones, y después de haber celebrado el Santo Sacrificio de la Misa todos los Padres al Santísimo Patriarca Señor San José, como Patrono de las Expediciones, y al Seráfico Dr.
San Buenaventura (en cuyo día se hallaban) salió la Expedición de San Diego, tomando el rumbo al Noroeste, y a la vista del Mar Pacífico, cuya Costa tira al mismo viento. Fue la salida a las cuatro de la tarde, y hubieron de parar después de haber andado dos leguas y media. El curioso que quisiere saber de este viaje, lo remito al Diario que por extenso formó el P. Fr. Juan Crespí en el mismo camino; tomando el trabajo, en las paradas, de escribir lo que habían andado cada día, con las particularidades ocurridas; y no lo inserto en esta Relación, por evitar tanta difusión, considerando esta tarea ajena del V. Padre Junípero; y paso a referir lo que este practicó en San Diego, ínterin la Expedición salía a explorar el Puerto de Monterrey.
Han sido la ocasión del atraso de San Carlos dos cosas. La primera, que por el mal barrilaje, de donde inopinadamente hallaron que se salía el agua, y de cuatro barriles, no podían llenar uno; hubieron de repente de arribar a tierra a hacerla, y la cogieron de mala parte y calidad, y por ella empezó a enfermar la gente. La segunda fue, que por el error en que estaban todos, así S. Illmâ. como los demás, de que este Puerto estaba en altura de 33 a 34 grados de Polo, pues de los Autores, unos dicen lo uno, y otros lo segundo, dio orden apretada al Capitán Vila, (y lo mismo al otro) que se enmarasen mar a dentro, hasta la altura de 34 grados, y después recalasen en busca de dicho Puerto; y como éste, in rei veritate, no está en más altura que la de 32 grados y 34 minutos, según la observación que han hecho estos Señores, por tanto pasaron mucho más arriba de este Puerto, y cuando lo buscaron no lo hallaban: por eso se les hizo más larga la navegación; y como la gente ya enferma, se llegó más al frío, y proseguían con la agua mala, vinieron a postrarse de manera, que si no encuentran tan breve con el Puerto, perecen todos, por que ya no podían echar la Lancha al mar para hacer agua, ni otra maniobra. El P. Fr. Fernando trabajó mucho con los enfermos, y aunque llegó flaco, no tuvo especial novedad, y ya está bueno; pero ya que salió con bien, no quiero que se vuelva a embarcar, y se queda gustoso acá. En esta ocasión escribo largo a S. Illmâ.
al Colegio, y a nuestro Padre Comisario general; y por eso estoy algo cansado, y si no fuera porque el Capitán Pérez, viéndome atareado, hace la entretenida, creo se habría ido, sin poder escribir de provecho. Por lo que toca a la caminata del Padre Fr. Juan Crespí, con el Capitán, me dice, que escribe a V. R. por este mismo Barco, y así no tengo qué decir. En cuanto a mí, la caminata ha sido verdaderamente feliz, y sin especial quebranto ni novedad en la salud. Salí de la Frontera malísimo de pie y pierna; pero obró Dios, (esta expresión alude al medicamento del Arriero) y cada día me fui aliviando, y siguiendo mis jornadas, como si tal mal tuviera. Al presente el pie queda todo limpio como el otro; pero desde los tobillos hasta media pierna está como antes estaba el pie, hecho una llaga; pero sin hinchazón ni más dolor, que la comezón que da a ratos; en fin, no es cosa de cuidado. No he padecido hambre ni necesidad, ni la han padecido los Indios Neófitos que venían con nosotros, y así han llegado todos sanos y gordos. He hecho mi Diario, del que remitiré en primera ocasión un tanto a V. R. Las Misiones en el tramo que hemos visto, serán todas muy buenas, porque hay buena tierra, y buenos aguajes, y ya no hay por acá, ni en mucho trecho atrás, piedras ni espinas: cerros sí hay continuos y altísimos; pero de pura tierra: los caminos tienen de bueno y de malo, y más de éste segundo; pero no cosa mayor: desde medio camino, o antes, empiezan a estar todos los Arroyos y Valles hechos una Alamedas.
Parras las hay buenas y gordas, y en algunas partes cargadísimas de uvas. En varios Arroyos del camino, y en el paraje en que nos hallamos, a más de las Parras, hay varias rosas de Castilla. En fin es buena, y muy distinta tierra de la de esa antigua California. De los días que van de 21 de Mayo, en que salimos de San Juan de Dios, segun escribí a V. R. hasta 1 de Julio que llegamos acá, quitados como ocho días, que entreveradamente hemos dado de descanso a los animales, uno aquí, y otro acullá, todos los días hemos caminado; pero la mayor jornada ha sido de seis horas, y de éstas sólo ha habido dos, y las demás de cuatro, o cuatro y media, de tres de dos, y de una y media, como cada día expresa el Diario, y eso a paso de recua; de lo que se infiere, que habilitados y enderezados los caminos, podrán ahorrar muchas leguas de rodeos escusados; no está esto muy lejos, y creo después de dicha diligencia, podrá ser materia de unos doce días para los Padres, que los Soldados ahora mismo dicen, que irán a la ligera hasta la Frontera de Vellicatá en mucho menos. Gentilidad la hay inmensa, y todos los de esta contra-Costa (del Mar del Sur) por donde hemos venido, desde la Ensenada de todos Santos, que así la llaman los Mapas y Derroteros viven muy regalados con varias semillas, y con la pesca que hacen en sus balsas de tule, en forma de Canoas, con la que entran muy adentro del mar y son afabilísimos, y todos los hombres chicos, y grandes, todos desnudos, y mujeres y niñas honestamente cubiertas, hasta las de pecho, se nos venían así en los caminos, como en los parajes, nos trataban con tanta confianza, y paz, como si toda la vida nos hubieran conocido; y queriéndoles dar cosa de comida, solían decir, que de aquello no, que lo que querían era ropa; y sólo con cosa de este género, eran los cambalaches que hacían de su pescado con los Soldados y Arrieros: Por todo el camino se ven Liebres, Conejos, tal cual Venado, y muchísimos Verrendos.
La Expedición de tierra, me dice el Señor Gobernador, la quiere proseguir juntamente con el Capitán de aquí a tres días, o cuatro, y aquí nos dejará (dice) ocho Soldados de Cuera de Escolta, y algunos Catalanes enfermos, para que si mejoran, sirvan. La Misión no se ha fundado; pero voy luego que salgan a dar mano a ello. Amigo, aquí me hallaba, cuando me vino el Paisano Capitán diciéndome, que ya no puede esperar más, sin quedar mal, y así, concluyo con decir, que estos Padres se encomiendan mucho a V. R.; que quedamos buenos, y contentos; que me encomiendo al Padre Martínez, y demás Compañeros, a quienes tenía ánimo de escribir; pero no puedo, y lo haré en primera ocasión. Esta la incluyo al Padre Ramos, que el Paisano me dice que va a dar al Sur, para que la lea, y la remita a V. R. cuya vida y salud guarde Dios muchos años. De este Puerto y destinada nueva Misión de San Diego en la California Septentrional, y Julio 3 de 1769.=B. L. M. de V. R. su afectísimo Hermano y Siervo=Fr. Junípero Serra. Habiendo llegado al Puerto de San Diego el Paquebot S. Antonio, alias el Príncipe, el día 11 de Abril, y el S. Carlos veinte días después, se juntó esta Expedición marítima con la de tierra, cuyo primer trozo, mandado del Señor Capitán, entró allí a 14 de Mayo; y el segundo del cargo del Señor Gobernador a 1 de Julio. En este lugar hicieron junta ambos Señores Comandantes, para conferir, y determinar lo que debía ejecutarse, respecto a la poca gente de Mar que existía viva y libre de aquel contagio en la Capitana, así de Tripulación, como de la Tropa que de la California había venido; pues por esta razón no podían cumplirse ya las instrucciones que traían del Señor Visitador general.
En atención a todo esto resolvió la expresada junta que el Paquebot San Antonio, a cargo de su Capitán D. Juan Pérez, con la Tripulación capaz de hacer viaje, se regresase sin dilación alguna al Puerto de San Blas, así para dar cuenta a la Capitanía general, como para conducir la Tripulación que ambos Barcos necesitaban. Así lo ejecutó saliendo el día 9 de Julio, y después de días llegó a San Blas con muy poca gente, por habérsele muerto en el camino nueve hombres, cuyos cadáveres hubo de echar al agua. Asimismo se determinó que en el Hospital, en el Puerto de San Diego, quedasen todos los enfermos, así Soldados, como Marineros, con algunos de los que estaban sanos, para que los cuidasen, y el Cirujano Francés D. Pedro Prat: Que la Capitana San Carlos quedase fondeada, y en ella el Capitán Comandante D. Vicente Vila, el Pilotín con unos cuatro o cinco Marineros y convalecientes, y un muchacho, quedando de acuerdo que luego que llegase el tercer Paquebot San José, se quedase fondeado con sola la gente muy precisa, para que pasando la restante a la Capitana, quedase esta habilitada, y caminase para Monterrey, donde la esperaría la Expedición de tierra, que había de salir luego que se hiciese a la vela el Príncipe. Dispúsose todo lo necesario de víveres y demás que se juzgó conveniente para un viaje desconocido, y a juicio de todos dilatado. Los bastimentos y cargas de utensilios pertenecientes a Iglesia, casa y campo que habían conducido las Expediciones se dejaron en San Diego, quedando para su custodia ocho Soldados de Cuera.
En vista de lo determinado por la junta de los citados Señores Comandantes, nombró nuestro V. P. Presidente, de los cinco Padres que se hallaban en San Diego, a Fr. Juan Crespí, y Fr. Francisco Gómez, para que fuesen con la Expedición de tierra destinada a Monterrey; y el V. Padre con los otros dos Fr. Juan Vizcaino, y Fr. Fernando Parrón, se quedaron en San Diego, entretanto llegaba el Paquebot San José, por tener determinado entonces el Siervo de Dios embarcarse en el primer Barco que subiese a Monterrey. Luego que se verificó la salida del Príncipe el día 9 (como queda dicho) se determinó el día en que había de marchar la Expedición de tierra, y fue señalado por el Señor Comandante el día 14, en que se celebra al Seráfico Doctor S. Buenaventura; y nombró para el viaje a las sesenta y seis Personas siguientes: El Señor Gobernador D. Gaspar de Portolá, primer Comandante, con un Criado; los dos Padres ya referidos, y dos Indios Neófitos de la antigua California para su servicio; D. Fernando Rivera y Moncada, Capitán y segundo Comandante, con un Sargento y veinte y seis Soldados de su Compañía de Cuera: D. Pedro Faxes, Teniente de la Compañía Franca de Cataluña, con los siete de sus Soldados que le habían quedado aptos para el viaje, por habérsele muerto muchos, y quedado los demás en San Diego enfermos; Don Miguel Constanzó, Ingeniero, siete Arrieros, y quince Indios Californios Neófitos para Gastadores, y ayudantes de Arrieros en los atajos de Mulas que conducían todos los bastimentos que se consideraron suficientes, a efecto de que no se experimentase hambre ni necesidad, según los repetidos encargos del Señor Visitador general Hechas todas estas disposiciones, y después de haber celebrado el Santo Sacrificio de la Misa todos los Padres al Santísimo Patriarca Señor San José, como Patrono de las Expediciones, y al Seráfico Dr.
San Buenaventura (en cuyo día se hallaban) salió la Expedición de San Diego, tomando el rumbo al Noroeste, y a la vista del Mar Pacífico, cuya Costa tira al mismo viento. Fue la salida a las cuatro de la tarde, y hubieron de parar después de haber andado dos leguas y media. El curioso que quisiere saber de este viaje, lo remito al Diario que por extenso formó el P. Fr. Juan Crespí en el mismo camino; tomando el trabajo, en las paradas, de escribir lo que habían andado cada día, con las particularidades ocurridas; y no lo inserto en esta Relación, por evitar tanta difusión, considerando esta tarea ajena del V. Padre Junípero; y paso a referir lo que este practicó en San Diego, ínterin la Expedición salía a explorar el Puerto de Monterrey.