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Datos principales
Desarrollo
De lo que sucedió al capitán Domingo Martínez de Irala río arriba, y la muerte de Juan de Ayolas Después que Domingo de Irala partió del puerto de Nuestra Señora de la Asunción con sus navíos en demanda de alguna nueva del general Juan de Ayolas, llegó al de la Candelaria, y saltando en tierra, buscó a la redonda, si hallaba algún rastro o señal de haber llegado gente española, y no hallándole, pegó fuego al campo por ver si venían algunos indios, y así aguardaron aquella noche con mucho cuidado por no haber hallado la tabla que había dejado escrita Salazar . Al otro día de mañana se hicieron a la vela, y tomaron otro puerto más arriba, que llaman de San Fernando, y corriendo la tierra, hallaron unas rancherías, como que hubiesen sido alojamiento de gente de guerra, por lo cual se fue con sus bergantines a una isla que estaba en medio del río para alojarse en ella; allí le vinieron cuatro canoas de indios que llaman Guayarapos, y preguntándoles el capitán si tenían noticia de la gente de Juan de Ayolas , respondieron que no sabían nada. Irala se hallaba con mucha pena, porque la tarde antes un clérigo y dos soldados, que salieron a pescar, no habían vuelto, y así al otro día salió a buscarlos, y no pudo hallarlos; aunque corrió toda la costa, y sólo topó con un indio, y una india payaguaes que andaban pescando, y preguntándoles si habían visto al clérigo y españoles, dijeron que no sabían de ellos, y así los trajo consigo a la isla, de donde despacho al indio a llamar a su cacique, que dijo estaba cerca con toda su gente sobre una laguna, que llaman hoy de Juan de Ayolas; y otro día como a las dos de la tarde vinieron dos canoas de aquellos indios de parte de su Señor con mucho pescado y carne; y estando hablando con ellos, vieron venir de la otra banda 40 canoas con más de 300 indios, y tomando tierra en la misma isla a la parte de abajo, el capitán mandó aprontar la gente a punto de guerra.
Los Payaguaes desembarcaron en tierra, y vinieron al real con 100 de ellos sin ningunas armas, y desde lejos dijeron que no se atrevían a llegar de temor de los arcabuceros y armas que tenían en las manos, y que pues ellos no las traían y venían de paz, no era razón que los españoles las tuviesen. El capitán, por asegurar y demostrar su buena fe, mandó arrimar las armas; pero con prevención de estar alerta por si intentaban alguna traición. Los indios con este seguro llegaron a hablar con Domingo Martínez de Irala, quien por intérprete les preguntó si sabían de Juan de Ayolas, y ellos comenzaron a decir muchas cosas diversas unas de otras, y muy atentos al movimiento de todos se fueron despacio arrimando a los españoles con muestras de querer contratar con ellos; y pareciendo a los indios que ya los tenían asegurados, hicieron seña, tocando una corneta a cuyo sonido vinieron a un tiempo a los brazos con los españoles, acometiendo primero a Domingo Martínez de Irala doce indios, dando grandes alaridos, y lo mismo hicieron con cada soldado, procurando derribarlos y rendirlos, mas como el capitán siempre había recelado esta traición, valerosamente se desenvolvió con su espada y rodela, hiriendo y matando a los que le cercaron, derribando a sus pies siete de ellos, e hizo plaza, socorriendo a sus soldados, que estaban bien oprimidos por ser muchos los que a cada uno acometieron, y el primero con quien encontró fue con el alférez Vergara, que le tenían en tierra, al cual libró del peligro, y luego defendió a Juan de Vera, a quien tenían cercado, y con ellos fue socorriendo a los demás, a tiempo que don Juan de Carvajal, y Pedro Sánchez Maduro, se habían ya mejorado de sus enemigos valerosamente, de manera que ya casi todos estaban libres, cuando llegó la fuerza de los enemigos, tirándoles gran número de flechas, y con tal vocería, que parecía que la isla se hundía, y haciéndoles rostro nuestra gente con gran esfuerzo les impidieron la entrada.
A este mismo tiempo fueron acometidos los navíos por 20 canoas, y llegaron al término de echar mano de las amarras y áncoras con intento de meterse dentro, a los cuales resistieron Céspedes, y Almaraz con otros soldados, que en los navíos estaban, matando a algunos indios, que con atrevimiento quisieron asaltar, y haciéndose algo afuera, dispararon algunas culebrinas y arcabuces, con que trastornando varias canoas, las echaron a fondo, y viéndose en tan gran conflicto ellos y los de tierra, tiraron a huir, y los españoles con imponderable valor los siguieron, matando al cacique principal, y ellos hirieron de un flechazo en la garganta a don Juan de Carvajal, de que murió dentro de tres días: llegaron tras ellos hasta donde tenían sus canoas, en las que luego se embarcaron y pasaron a la otra parte, donde había gran multitud de gente, mirando el paradero y fin de aquel negocio; y visto esto por los nuestros se recogieron a su cuartel, donde hallaron dos soldados muertos y 40 heridos, y entre ellos el capitán con tres heridas peligrosas, y todos juntos dieron muchas gracias a Dios Nuestro Señor por haberlos librado de tan gran peligro y traición. Esto sucedió el año de 1538. Algunos indios que en la refriega fueron tomados, dieron noticia que el Padre Aguilar y sus compañeros habían acabado a manos de estos traidores. El día siguiente partió Domingo Martínez de Irala para otro puerto que estaba más arriba, y saltando en tierra, reconoció por todas partes si había alguna señal de haber llegado gente española, y visto que no, volvió a embarcarse, fondeando distante de tierra, donde estuvo aquella noche con bastante vigilancia.
Cerca de la aurora oyeron unas voces hacia el poniente, como que llamaban, y para ver lo que era, mandó el capitán un batel con cuatro soldados y llegando con el recato posible cerca de tierra, donde sentían las voces, reconocieron un indio, que en lengua española pedía le embarcasen; y mandándole subir más de un tiro de ballesta arriba (por que no hubiese allí alguna celada) le metieron en el batel, y condujeron ante Domingo Martínez de Irala. Así que llegó, comenzó a derramar muchas lágrimas, diciendo: "Yo, señor, soy un indio natural de los llanos, de una nación que llaman Chanés, trájome de mi pueblo por su criado el desventurado Juan de Ayolas, cuando por allí pasó: púsome por nombre Gonzalo, y siguiendo su jornada en busca de sus navíos, vino a parar en este río, donde a traición y con engaño le mataron estos indios Payaguaes con todos los españoles que traía en su compañía." Dicho esto, no pudo más pasar adelante ahogado de sentimiento. Luego que el capitán vio algo sosegado, le dijo que le contase bien por extenso aquel suceso y continuó el indio diciendo: "que habiendo llegado Juan de Ayolas a los últimos pueblos de los Samócocis y Sibócocís, que son de una nación muy política, y muy abundante de alimentos que esta poblada a la falda de la cordillera del Perú, dio vuelta cargado de muchos metales que habían habido de los indios de toda aquella comarca, de los cuales había sido muy bien recibido, pasando con mucha paz y amistad con los de otras naciones, que admirados de ver tan buena gente, les daban sus hijos e hijas, para que los sirvieren, entre los cuales yo fui uno, y con esta buena suerte caminando por sus jornadas, llegó a este puerto, donde no halló los navíos que había dejado, tiempo en que vosotros habías bajado abajo, y según entendí, el general quedó muy triste y pesaroso de no hallaros aquí donde los Payaguaes y otros indios de este río vinieron a visitarle, y le proveyeron de víveres.
Estando en esta espera, le dijeron que se fuese a descansar con toda su gente a sus pueblos, ínterin que venían los navíos, de que luego sería avisado por ellos, y allí también le proveerían de todo lo necesario. Persuadido Ayolas de estas razones, mandó luego levantar su campo, y se fue al pueblo de los indios, que de aquí está distante dos leguas, donde alojando su real, estuvo allí algunos días con más confianza y menos recato de lo que debía, en cuyo tiempo los indios disimulando su maldad, los agasajaban y servían con gran puntualidad, hasta que les pareció ser ocasión oportuna para ejecutar su traición. Una noche cerrada el real con mucha gente de guerra a tiempo que dormían los españoles, sobre quienes dieron de sobresalto, de tal manera que los mataron a todos. Se repartieron pael lance con tan buen orden, que se emplearon muchos indios para cada español, cuando bastaban pocos en el estado en que se hallaban. De este trance se escapó el general Juan de Ayolas, pero al otro día le hallaron metido en unos matorrales de donde le sacaron, le llevaron a la mitad del pueblo, le mataron e hicieron pedazos. Con este hecho quedaron los indios victoriosos de los españoles, y ricos con sus despojos. " Y nombrando a algunos de aquellos infelices caballeros, dio fin a su lamentable historia. De todo lo que dijo el Chanés, se hizo una información, que fue comprobada con las testificaciones de otros indios Payaguaes, que fueron presos en la refriega pasada, como consta por testimonio de Juan de Valenzuela, ante quien pasó.
Los Payaguaes desembarcaron en tierra, y vinieron al real con 100 de ellos sin ningunas armas, y desde lejos dijeron que no se atrevían a llegar de temor de los arcabuceros y armas que tenían en las manos, y que pues ellos no las traían y venían de paz, no era razón que los españoles las tuviesen. El capitán, por asegurar y demostrar su buena fe, mandó arrimar las armas; pero con prevención de estar alerta por si intentaban alguna traición. Los indios con este seguro llegaron a hablar con Domingo Martínez de Irala, quien por intérprete les preguntó si sabían de Juan de Ayolas, y ellos comenzaron a decir muchas cosas diversas unas de otras, y muy atentos al movimiento de todos se fueron despacio arrimando a los españoles con muestras de querer contratar con ellos; y pareciendo a los indios que ya los tenían asegurados, hicieron seña, tocando una corneta a cuyo sonido vinieron a un tiempo a los brazos con los españoles, acometiendo primero a Domingo Martínez de Irala doce indios, dando grandes alaridos, y lo mismo hicieron con cada soldado, procurando derribarlos y rendirlos, mas como el capitán siempre había recelado esta traición, valerosamente se desenvolvió con su espada y rodela, hiriendo y matando a los que le cercaron, derribando a sus pies siete de ellos, e hizo plaza, socorriendo a sus soldados, que estaban bien oprimidos por ser muchos los que a cada uno acometieron, y el primero con quien encontró fue con el alférez Vergara, que le tenían en tierra, al cual libró del peligro, y luego defendió a Juan de Vera, a quien tenían cercado, y con ellos fue socorriendo a los demás, a tiempo que don Juan de Carvajal, y Pedro Sánchez Maduro, se habían ya mejorado de sus enemigos valerosamente, de manera que ya casi todos estaban libres, cuando llegó la fuerza de los enemigos, tirándoles gran número de flechas, y con tal vocería, que parecía que la isla se hundía, y haciéndoles rostro nuestra gente con gran esfuerzo les impidieron la entrada.
A este mismo tiempo fueron acometidos los navíos por 20 canoas, y llegaron al término de echar mano de las amarras y áncoras con intento de meterse dentro, a los cuales resistieron Céspedes, y Almaraz con otros soldados, que en los navíos estaban, matando a algunos indios, que con atrevimiento quisieron asaltar, y haciéndose algo afuera, dispararon algunas culebrinas y arcabuces, con que trastornando varias canoas, las echaron a fondo, y viéndose en tan gran conflicto ellos y los de tierra, tiraron a huir, y los españoles con imponderable valor los siguieron, matando al cacique principal, y ellos hirieron de un flechazo en la garganta a don Juan de Carvajal, de que murió dentro de tres días: llegaron tras ellos hasta donde tenían sus canoas, en las que luego se embarcaron y pasaron a la otra parte, donde había gran multitud de gente, mirando el paradero y fin de aquel negocio; y visto esto por los nuestros se recogieron a su cuartel, donde hallaron dos soldados muertos y 40 heridos, y entre ellos el capitán con tres heridas peligrosas, y todos juntos dieron muchas gracias a Dios Nuestro Señor por haberlos librado de tan gran peligro y traición. Esto sucedió el año de 1538. Algunos indios que en la refriega fueron tomados, dieron noticia que el Padre Aguilar y sus compañeros habían acabado a manos de estos traidores. El día siguiente partió Domingo Martínez de Irala para otro puerto que estaba más arriba, y saltando en tierra, reconoció por todas partes si había alguna señal de haber llegado gente española, y visto que no, volvió a embarcarse, fondeando distante de tierra, donde estuvo aquella noche con bastante vigilancia.
Cerca de la aurora oyeron unas voces hacia el poniente, como que llamaban, y para ver lo que era, mandó el capitán un batel con cuatro soldados y llegando con el recato posible cerca de tierra, donde sentían las voces, reconocieron un indio, que en lengua española pedía le embarcasen; y mandándole subir más de un tiro de ballesta arriba (por que no hubiese allí alguna celada) le metieron en el batel, y condujeron ante Domingo Martínez de Irala. Así que llegó, comenzó a derramar muchas lágrimas, diciendo: "Yo, señor, soy un indio natural de los llanos, de una nación que llaman Chanés, trájome de mi pueblo por su criado el desventurado Juan de Ayolas, cuando por allí pasó: púsome por nombre Gonzalo, y siguiendo su jornada en busca de sus navíos, vino a parar en este río, donde a traición y con engaño le mataron estos indios Payaguaes con todos los españoles que traía en su compañía." Dicho esto, no pudo más pasar adelante ahogado de sentimiento. Luego que el capitán vio algo sosegado, le dijo que le contase bien por extenso aquel suceso y continuó el indio diciendo: "que habiendo llegado Juan de Ayolas a los últimos pueblos de los Samócocis y Sibócocís, que son de una nación muy política, y muy abundante de alimentos que esta poblada a la falda de la cordillera del Perú, dio vuelta cargado de muchos metales que habían habido de los indios de toda aquella comarca, de los cuales había sido muy bien recibido, pasando con mucha paz y amistad con los de otras naciones, que admirados de ver tan buena gente, les daban sus hijos e hijas, para que los sirvieren, entre los cuales yo fui uno, y con esta buena suerte caminando por sus jornadas, llegó a este puerto, donde no halló los navíos que había dejado, tiempo en que vosotros habías bajado abajo, y según entendí, el general quedó muy triste y pesaroso de no hallaros aquí donde los Payaguaes y otros indios de este río vinieron a visitarle, y le proveyeron de víveres.
Estando en esta espera, le dijeron que se fuese a descansar con toda su gente a sus pueblos, ínterin que venían los navíos, de que luego sería avisado por ellos, y allí también le proveerían de todo lo necesario. Persuadido Ayolas de estas razones, mandó luego levantar su campo, y se fue al pueblo de los indios, que de aquí está distante dos leguas, donde alojando su real, estuvo allí algunos días con más confianza y menos recato de lo que debía, en cuyo tiempo los indios disimulando su maldad, los agasajaban y servían con gran puntualidad, hasta que les pareció ser ocasión oportuna para ejecutar su traición. Una noche cerrada el real con mucha gente de guerra a tiempo que dormían los españoles, sobre quienes dieron de sobresalto, de tal manera que los mataron a todos. Se repartieron pael lance con tan buen orden, que se emplearon muchos indios para cada español, cuando bastaban pocos en el estado en que se hallaban. De este trance se escapó el general Juan de Ayolas, pero al otro día le hallaron metido en unos matorrales de donde le sacaron, le llevaron a la mitad del pueblo, le mataron e hicieron pedazos. Con este hecho quedaron los indios victoriosos de los españoles, y ricos con sus despojos. " Y nombrando a algunos de aquellos infelices caballeros, dio fin a su lamentable historia. De todo lo que dijo el Chanés, se hizo una información, que fue comprobada con las testificaciones de otros indios Payaguaes, que fueron presos en la refriega pasada, como consta por testimonio de Juan de Valenzuela, ante quien pasó.