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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO XV De la guerra y victoria que hubieron los mexicanos, de los xuchimilcos Rendida ya la nación de los tepanecas, tuvieron los mexicanos ocasión de hacer lo proprio de los xuchimilcos, que como está ya dicho, fueron los primeros de aquellas siete cuevas o linajes que poblaron la tierra. La ocasión no la buscaron los mexicanos, aunque como vencedores, podían presumir de pasar adelante, sino los xuchimilcos escarbaron para su mal, como acaece, a hombres de poco saber y demasiada diligencia, que por prevenir el daño que imaginan, dan en él. Parecioles a los de Xuchimilco, que con las victorias pasadas, los mexicanos tratarían de sujetarlos, y platicando esto entre sí, y habiendo quien dijese que era bien reconocerles desde luego por superiores y aprobar su ventura, prevaleció al fin el parecer contrario, de anticiparse y darles batalla; lo cual entendido por Izcoatl, rey de México, envió su general Tlacaellel, con su gente, y vinieron a darse la batalla en el mismo campo donde partían términos; la cual, aunque en gente y aderezos no era muy desigual de ambas partes, fuelo mucho en el orden y concierto de pelear, porque los xuchimilcos acometiéronles todos juntos, de montón, sin orden. Tlacaellel tuvo a los suyos repartidos por sus escuadrones con gran concierto, y así presto desbarataron a sus contrarios, y los hicieron retirar a su ciudad, la cual de presto también entraron, siguiéndoles hasta encerrarlos en el templo, y de allí, con fuego, les hicieron huír a los montes y rendirse finalmente, cruzadas las manos.
Volvió el capitán Tlacaellel con gran triunfo, saliéndole a recibir los sacerdotes con su música de flautas, e inciensándole a él y a los capitanes principales, y haciendo otras ceremonias y muestras de alegría que usaban, y el rey con ellos, todos se fueron al templo a darle gracias a su falso dios, que de esto fue siempre el demonio muy cudicioso de alzarse con la honra de lo que él no había hecho, pues el vencer y reinar lo da no él, sino el verdadero Dios, a quien le parece. El día siguiente fue el rey Izcoatl a la ciudad de Xuchimilco, y se hizo jurar por rey de los xuchimilcos, y por consolarles, prometió hacerles bien, y en señal de esto les dejó mandado hiciesen una gran calzada que atravesase desde México a Xuchimilco, que son cuatro leguas, para que así hubiese entre ellos más trato y comunicación, lo cual los xuchimilcos hicieron, y a poco tiempo les pareció tan bien el gobierno y buen tratamiento de los mexicanos, que se tuvieron por muy dichosos en haber trocado rey y república. No escarmentaron como era razón, algunos comarcanos llevados de la envidia o del temor a su perdición. Cuytlauaca era una ciudad puesta en la laguna, cuyo nombre y habitación, aunque diferente, hoy dura; eran éstos muy diestros en barquear la laguna, y parecioles que por agua podían hacer daño a México, lo cual visto por el rey, quisiera que su ejército saliera a pelear con ellos. Mas Tlacaellel, teniendo en poco la guerra y por cosa de afrenta tomarse tan de propósito con aquéllos, ofreció de vencerlos con solos muchachos, y así lo puso por obra.
Fuese al templo y sacó del recogimiento de él, los mozos que le parecieron, y tomó desde diez a diez y ocho años los muchachos que halló, que sabían guiar barcos o, canoas, y dándoles ciertos avisos y orden de pelear, fue con ellos a Cuytlauaca, donde con sus ardides apretó a sus enemigos de suerte que les hizo huir, y yendo en su alcance, el señor de Cuytlauaca le salió al camino, rindiéndose a sí, y a su ciudad y gente, y con esto cesó el hacelles más mal. Volvieron los muchachos con grandes despojos y muchos cautivos para sus sacrificios, y fueron recibidos solemnísimamente, con gran procesión y músicas y perfumes, y fueron a adorar su ídolo, tomando tierra y comiendo de ella, y sacándose sangre de las espinillas con las lancetas, los sacerdotes, y otras supersticiones que en cosas de esta cualidad usaban. Quedaron los muchachos muy honrados y animados, abrazándoles y besándoles el rey, y sus deudos y parientes acompañándoles, y en toda la tierra sonó que Tlacaellel, con muchachos, había vencido la ciudad de Cuytlauaca. La nueva de esta victoria y la consideración de las pasadas, abrió los ojos a los de Tezcuco, gente principal y muy sabia para su modo de saber, y así el primero que fue de parecer se debían sujetar al rey de México, y convidalle con su ciudad, fue el rey de Tezcuco, y con aprobación de su consejo, enviaron embajadores muy retóricos, con señalados presentes, a ofrecerse por súbitos, pidiéndole su buena paz y amistad.
Ésta se aceptó gratamente, aunque por consejo de Tlacaellel, para efectuarse, se hizo ceremonia, que los de Tezcuco salían a campo con los de México, y se combatían y rendían al fin, que fue un auto y ceremonia de guerra, sin que hubiese sangre ni heridas de una ni otra parte. Con esto quedó el rey de México por supremo señor de Tezcuco, y no quitándoles su rey, sino haciéndole del supremo consejo, suyo, y así se conservó siempre hasta el tiempo de Motezuma Segundo, en cuyo reino entraron los españoles. Con haber sujetado la ciudad y tierra de Tezcuco, quedó México por señora de toda la tierra y pueblos que estaban en torno de la laguna donde ella está fundada. Habiendo pues, gozado de esta prosperidad y reinado, doce años, adoleció Izcoatl, y murió, dejando en gran crecimiento el reino que le habían dado, por el valor y consejo de su sobrino Tlacaellel (como está referido), el cual tuvo por mejor hacer reyes que serlo él, como ahora se dirá.
Volvió el capitán Tlacaellel con gran triunfo, saliéndole a recibir los sacerdotes con su música de flautas, e inciensándole a él y a los capitanes principales, y haciendo otras ceremonias y muestras de alegría que usaban, y el rey con ellos, todos se fueron al templo a darle gracias a su falso dios, que de esto fue siempre el demonio muy cudicioso de alzarse con la honra de lo que él no había hecho, pues el vencer y reinar lo da no él, sino el verdadero Dios, a quien le parece. El día siguiente fue el rey Izcoatl a la ciudad de Xuchimilco, y se hizo jurar por rey de los xuchimilcos, y por consolarles, prometió hacerles bien, y en señal de esto les dejó mandado hiciesen una gran calzada que atravesase desde México a Xuchimilco, que son cuatro leguas, para que así hubiese entre ellos más trato y comunicación, lo cual los xuchimilcos hicieron, y a poco tiempo les pareció tan bien el gobierno y buen tratamiento de los mexicanos, que se tuvieron por muy dichosos en haber trocado rey y república. No escarmentaron como era razón, algunos comarcanos llevados de la envidia o del temor a su perdición. Cuytlauaca era una ciudad puesta en la laguna, cuyo nombre y habitación, aunque diferente, hoy dura; eran éstos muy diestros en barquear la laguna, y parecioles que por agua podían hacer daño a México, lo cual visto por el rey, quisiera que su ejército saliera a pelear con ellos. Mas Tlacaellel, teniendo en poco la guerra y por cosa de afrenta tomarse tan de propósito con aquéllos, ofreció de vencerlos con solos muchachos, y así lo puso por obra.
Fuese al templo y sacó del recogimiento de él, los mozos que le parecieron, y tomó desde diez a diez y ocho años los muchachos que halló, que sabían guiar barcos o, canoas, y dándoles ciertos avisos y orden de pelear, fue con ellos a Cuytlauaca, donde con sus ardides apretó a sus enemigos de suerte que les hizo huir, y yendo en su alcance, el señor de Cuytlauaca le salió al camino, rindiéndose a sí, y a su ciudad y gente, y con esto cesó el hacelles más mal. Volvieron los muchachos con grandes despojos y muchos cautivos para sus sacrificios, y fueron recibidos solemnísimamente, con gran procesión y músicas y perfumes, y fueron a adorar su ídolo, tomando tierra y comiendo de ella, y sacándose sangre de las espinillas con las lancetas, los sacerdotes, y otras supersticiones que en cosas de esta cualidad usaban. Quedaron los muchachos muy honrados y animados, abrazándoles y besándoles el rey, y sus deudos y parientes acompañándoles, y en toda la tierra sonó que Tlacaellel, con muchachos, había vencido la ciudad de Cuytlauaca. La nueva de esta victoria y la consideración de las pasadas, abrió los ojos a los de Tezcuco, gente principal y muy sabia para su modo de saber, y así el primero que fue de parecer se debían sujetar al rey de México, y convidalle con su ciudad, fue el rey de Tezcuco, y con aprobación de su consejo, enviaron embajadores muy retóricos, con señalados presentes, a ofrecerse por súbitos, pidiéndole su buena paz y amistad.
Ésta se aceptó gratamente, aunque por consejo de Tlacaellel, para efectuarse, se hizo ceremonia, que los de Tezcuco salían a campo con los de México, y se combatían y rendían al fin, que fue un auto y ceremonia de guerra, sin que hubiese sangre ni heridas de una ni otra parte. Con esto quedó el rey de México por supremo señor de Tezcuco, y no quitándoles su rey, sino haciéndole del supremo consejo, suyo, y así se conservó siempre hasta el tiempo de Motezuma Segundo, en cuyo reino entraron los españoles. Con haber sujetado la ciudad y tierra de Tezcuco, quedó México por señora de toda la tierra y pueblos que estaban en torno de la laguna donde ella está fundada. Habiendo pues, gozado de esta prosperidad y reinado, doce años, adoleció Izcoatl, y murió, dejando en gran crecimiento el reino que le habían dado, por el valor y consejo de su sobrino Tlacaellel (como está referido), el cual tuvo por mejor hacer reyes que serlo él, como ahora se dirá.