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Desarrollo


Capítulo XLVIII De cómo Atabalipa prometió gran tesoro por su rescate a los españoles, y de la muerte del rey Guascar Como para pasar a estas partes los españoles haya sido tanta parte el oro y plata; poco es menester para conocer nuestra codicia y ansia tan grande que para el dinero tenemos. Y estando Atabalipa preso no halló otro medio mejor para verse libre que prometer de los grandes tesoros que él tenía, y en la guerra del Cuzco sus capitanes habían tomado; dijo a Pizarro que daría por su rescate diez mil tejuelos de oro y tanta plata en vasijas, que se bastase a henchir una casa larga que allí estaba, y que en ella metería, sin los tejuelos, cantidad de oro y joyas, con tanto que lo dejasen en libertad sin le hacer más molestias ni enojo. Tuvieron tan gran promesa por desatino, pareciéndoles imposible poderlo cumplir; mas tornaba a ratificarse en ello, afirmando que si le guardasen la postura, cumpliría la promesa sin cautela ni fraude. Contábase tanto del Cuzco y de Pachacama, de Quito, de Bilcas y otros lugares donde había templos del sol, que por otra parte parecía a algunos de los cristianos que podría Atabalipa dar lo prometido y mucho más. Pizarro le habló sobre ello, hallólo firme en su dicho; esforzólo en la prisión con esperanza de libertad; divulgóse cómo un capitán grande venía de nuevo con muchos cristianos y caballos; decíase por Almagro y. los que con él venían. Pues como Atabalipa desease tanto verse libre, creyendo que había de mandar como antes que los españoles entrasen en la tierra, insistía que daría lo dicho de oro y plata porque ellos le soltasen; y Pizarro con las lenguas lo prometió, dándole la palabra con la firmeza que Atabalipa pidió, de lo dejar libre como cuando lo prendió, si tanto oro y plata, como prometió, daba por su rescate.

Alegre con esta demostración y concierto tan deseado por Atabalipa, despachó luego por todas partes así a las cabeceras de las provincias como a las ciudades del Cuzco que había prometido por su libertad una casa de oro, que se recogiese lo que bastase para cumplir y se trajese a Caxamalca. Mandando más, que no tratasen de guerra, ni de dar ningún enojo a los cristianos, sino de servirlos y obedecerlos como a su misma persona, preveyéndoles con bastimento y lo demás que ellos pidiesen y tuviesen necesidad. Y porque con más brevedad se allegase el tesoro, pues había de ser cantidad tan grande, habló con Pizarro, Atabalipa, diciendo que mandase ir al Cuzco dos o tres cristianos, para que trajesen el tesoro del templo de Curicancha, los cuales serían llevados en andas a hombros de indios, que los guardarían y volverían a traer sin que recibiesen ningún enojo ni daño; que fue contento de ello Pizarro, y luego mandó a tres cristianos que se llaman Pedro de Moguer, Zárate, Martín Bueno, que fuesen con los indios al Cuzco para traer el tesoro del templo. Pusiéronse en camino llevándolos indios, que muchos fueron acompañados, en andas. Había el Quizcus entrado en el Cuzco, donde hizo en la parte de Guascar, que eran los anancuzcos, grandes crueldades; mató treinta hermanos de Guascar, hijos de Guaynacapa y de madres diferentes, robó grandes tesoros, tanto, que saco más de cuatrocientas cargas de metal de oro y plata. En esto venían con el rey Guascar preso, acercándose a Caxamalca, y sabido como Atabalipa estaba en poder de los españoles y porque le diesen libertad había prometido de dar llena una casa de oro y plata, hizo grandes exclamaciones, pidió justicia a Dios grande y poderoso contra el traidor de su hermano, pues tanto daño y agravio le había hecho, diciendo más, que si él había prometido una casa de oro, que él daría dos a los cristianos, gente enviada por la mano de Dios, pues tuvieron poder para, siendo tan pocos, prender a tan gran tirano como era su enemigo, el cual no podía dar lo que había prometido, sino tomándoselo a él, de quien todo era señor.

Los que le traían a cargo acordaron de ser leales a Atabalipa y traidores a él, no les espantó nueva tan extraña; determinaron de le enviar mensajeros, para que supiese cuán cerca estaban y lo que mandaba qué hiciesen porque Guascar mostraba en extremo grado desear verse en poder de los cristianos, sus enemigos. Este mensajero, llegado que fue, habló largo con Atabalipa de estas cosas, el cual, como era tan prudente y mañoso, parecióle que no le convenía que su hermano viniese ni pareciese delante los cristianos, porque le tendrían en más que no a él por ser el señor natural; mas no se atrevía mandarle matar por miedo de Pizarro, que muchas veces le había preguntado por él; y por conocer si le pesaba con su muerte o si le constreñía que lo mandase traer vivo; fingió estar con gran pasión y dolor, tanto que Pizarro lo supo y vino a consolarlo; preguntándole que por qué tenía aquella congoja. Atabalipa, fingiendo tenerla más, le dijo que supiese que había en el tiempo que llegó a Caxamalca, con los cristianos, guerra trabada entre su hermanos Guascar y él, y que habiéndose dado muchas batallas entre unos y otros, quedándose él en Caxamalca, había cometido el negocio de la guerra a sus capitanes, los cuales habían preso a Guascar, a quien traían adonde él estaba sin le haber tocado en su persona, y que viniendo con él le habían en el camino muerto, según lo tenía por nueva, que era la causa de estar con tanto enojo. Pizarro, creyendo que decía la verdad, lo consoló, diciendo que no recibiese pena, porque la guerra traía consigo semejantes reveses; y por fuerza unos en ella han de ser muertos, otros presos y vencidos.

No deseaba Atabalipa oír más de lo que había entendido, porque si Pizarro dijera: "tráyanme vivo a Guascar sin le hacer enojo, porque sus nuevas son mentiras", vinieran con él a Caxamalca. Mas como no dijo sino lo que Atabalipa pretendía, mandó al mismo mensajero que volviese a toda furia a se encontrar con los que traían a Guascar y les dijese que luego, sin más pensar, lo matasen y echasen donde no pareciese señal de él. Venían ya más acá de Guamachuco, en lo que llaman Andamarca, rugióse luego cómo Guascar había de morir y él lo entendió, de que mostró gran temor y espanto; procuró con palabras de mucha lástima que dijo, que no hiciesen, prometiendo grandes promesas; mas no bastó, porque Dios lo permitía así por lo que él sabe. Quejábase de Atabalipa y de su crueldad, pues siendo él soberano señor y verdadero Inca, le había traído a tal estado; dijo que Dios le había de vengar, y los cristianos, de él. En el propio río de Andamarca le ahogaron y lo echaron por él abajo, sin darle sepultura, cosa lamentable para aquellas gentes, que tienen a los ahogados, y quemados con fuego, que van condenados, y estiman que les hagan sepulturas magníficas donde sus huesos descansen, prometiendo poner dentro sus tesoros y mujeres, para que los vayan a servir donde el ánima va: ¡ceguedad de ellos! Algunos de los que eran de la familia de Guascar se mataron ellos mismos para le tener compañía. Cuentan los indios que hoy son vivos, de grandes cosas de su bondad, cómo era clemente, dadivoso, no dado a tiranías ni robos, sino en todo amigo de verdad y de justicia, tomando todas las cosas por bien y no mal; y con todo murió desastradamente, como se ha dicho; y el que lo mandó matar vivió poco, como diremos, usando los cristianos con él de la crueldad que usó con Guascar, que fue el último rey de los incas, y ellos fueron once. Y dicen los indios que mandaron cuatrocientos y cincuenta y tantos años al Perú.

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