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Datos principales
Desarrollo
Cómo acordamos de poblar la Villa Rica de la Veracruz, y de hacer una fortaleza en unos prados junto a unas salinas y cerca del puerto del nombre feo, donde estaban anclados nuestros navíos, y lo que allí se hizo Después que hubimos hecho liga y amistad con más de treinta pueblos de las sierras, que se decían los totonaques, que entonces se rebelaron al gran Montezuma y dieron la obediencia a su majestad, y se prefirieron a nos servir, con aquella ayuda tan presta acordamos de poblar e de fundar la Villa Rica de la Veracruz en unos llanos media legua del pueblo, que estaba como en fortaleza, que se dice Quiahuistlán, y trazado iglesia y plaza y atarazanas, y todas las cosas que convenían para ser villa; e hicimos una fortaleza, y desde los cimientos; y en acabarla de tener alta para enmaderar, y hechas troneras y cubos y barbacanas, dimos tanta priesa, que desde Cortés , que comenzó el primero a sacar tierra a cuestas y piedra e ahondar los cimientos, como todos los capitanes y soldados, y a la continua, entendimos en ello y trabajamos por la acabar de presto, los unos en los cimientos y otros en hacer las tapias, y otros en acarrear agua y en las caleras, en hacer ladrillos y tejas; y buscar comida, y otros en la madera, y los herreros en la clavazón, porque teníamos herreros; y desta manera trabajábamos en ello a la continua desde el mayor hasta el menor, y los indios que nos ayudaban, de manera que ya estaba hecha iglesia y casas, e casi que la fortaleza.
Estando en esto, parece ser que el gran Montezuma tuvo noticia en México cómo le habían preso sus recaudadores e que le habían quitado la obediencia y cómo estaban rebelados los pueblos totonaques; mostró tener mucho enojo de Cortés y de todos nosotros, y tenía ya mandado a un su gran ejército de guerreros que viniesen a dar guerra a los pueblos que se le rebelaron y que no quedase ninguno dellos a vida; e para contra nosotros aparejaba de venir con gran ejército y pujanza de capitanes; y en aquel instante van los dos indios prisioneros que Cortés mandó soltar, según he dicho en el capítulo pasado, y cuando Montezuma entendió que Cortés les quitó de las prisiones y los envió a México, y las palabras de ofrecimientos que les envió a decir, quiso nuestro señor Dios que amansó su ira e acordó enviar a saber de nosotros qué voluntad teníamos, y para ello envió dos mancebos sobrinos suyos, con cuatro viejos, grandes caciques, que los traían a cargo, y con ellos envió un presente de oro y mantas, e a dar las gracias a Cortés porque les soltó a sus criados; y por otra parte se envió a quejar mucho, diciendo que con nuestro favor se habían atrevido aquellos pueblos de hacerle tan gran traición e que no le diesen tributo e quitarle la obediencia; e que ahora, teniendo respeto a que tiene por cierto que somos los que sus antepasados les habían dicho que habían de venir a sus tierras, e que debemos de ser de sus linajes, y porque estábamos en casa de los traidores, no les envió luego a destruir; mas que el tiempo andando no se alabarán de aquellas traiciones.
Y Cortés recibió el oro y la ropa, que valía sobre dos mil pesos, y les abrazó, y dio por disculpa que él y todos nosotros éramos muy amigos de su señor Montezuma, y como tal servidor tiene guardados sus tres recaudadores; y luego los mandó traer de los navíos, y con buenas mantas y bien tratados se los entregó; y también Cortés se quejó mucho del Montezuma, y les dijo cómo su gobernador Pitalpitoque se fue una noche del real sin le hablar, y que no fue bien hecho, y que cree y tiene por cierto que no se lo mandaría el señor Montezuma que hiciese la villanía, e que por aquella causa nos veníamos a aquellos pueblos donde estábamos, e que hemos recibido dellos honra; e que le pide por merced que les perdone el desacato que contra él han tenido; y que en cuanto a lo que dice que no le acuden con el tributo, que no pueden servir a dos señores, que en aquellos días que allí hemos estado nos han servido en nombre de nuestro rey y señor; y porque el Cortés y todos sus hermanos iríamos presto a le ver y servir, y cuando allá estemos se dará orden en todo lo que mandare. Y después de aquestas pláticas y otras muchas que pasaron, mandó dar a aquellos mancebos, que eran grandes caciques, y a los cuatro viejos que los traían a cargo, que eran hombres principales, diamantes azules y cuentas verdes, y se les hizo honra; y allí delante dellos, porque había buenos prados, mandó Cortés que corriesen y escaramuzasen Pedro de Alvarado , que tenía una buena yegua alazana que era muy revuelta, y otros caballeros, de lo cual se holgaron de los haber visto correr; y despedidos y muy contentos de Cortés y de todos nosotros se fueron a su México.
En aquella sazón se le murió el caballo a Cortés y compró o le dieron otro que se decía "arriero", que era castaño oscuro, que fue de Ortiz "el músico" y un Bartolomé García "el minero", y fue uno de los mejores caballos que venían en el armada. Dejemos de hablar en esto, y diré que como aquellos pueblos de la sierra, nuestros amigos, y el pueblo de Cempoal solían estar de antes muy temerosos de los mexicanos, creyendo que el gran Montezuma los había de enviar a destruir con sus grandes ejércitos de guerreros, y cuando vieron a aquellos parientes del gran Montezuma que venían con el presente por mí nombrado, y a darse por servidores de Cortés y de todos nosotros, estaban espantados; y decían unos caciques a otros que ciertamente éramos teules, pues que Montezuma nos habla miedo, pues enviaba oro en presente. Y si de antes teníamos mucha reputación de esforzados, de allí en adelante nos tuvieron en mucho más. Y quedarse ha aquí, y diré lo que hizo el cacique gordo y otros sus amigos.
Estando en esto, parece ser que el gran Montezuma tuvo noticia en México cómo le habían preso sus recaudadores e que le habían quitado la obediencia y cómo estaban rebelados los pueblos totonaques; mostró tener mucho enojo de Cortés y de todos nosotros, y tenía ya mandado a un su gran ejército de guerreros que viniesen a dar guerra a los pueblos que se le rebelaron y que no quedase ninguno dellos a vida; e para contra nosotros aparejaba de venir con gran ejército y pujanza de capitanes; y en aquel instante van los dos indios prisioneros que Cortés mandó soltar, según he dicho en el capítulo pasado, y cuando Montezuma entendió que Cortés les quitó de las prisiones y los envió a México, y las palabras de ofrecimientos que les envió a decir, quiso nuestro señor Dios que amansó su ira e acordó enviar a saber de nosotros qué voluntad teníamos, y para ello envió dos mancebos sobrinos suyos, con cuatro viejos, grandes caciques, que los traían a cargo, y con ellos envió un presente de oro y mantas, e a dar las gracias a Cortés porque les soltó a sus criados; y por otra parte se envió a quejar mucho, diciendo que con nuestro favor se habían atrevido aquellos pueblos de hacerle tan gran traición e que no le diesen tributo e quitarle la obediencia; e que ahora, teniendo respeto a que tiene por cierto que somos los que sus antepasados les habían dicho que habían de venir a sus tierras, e que debemos de ser de sus linajes, y porque estábamos en casa de los traidores, no les envió luego a destruir; mas que el tiempo andando no se alabarán de aquellas traiciones.
Y Cortés recibió el oro y la ropa, que valía sobre dos mil pesos, y les abrazó, y dio por disculpa que él y todos nosotros éramos muy amigos de su señor Montezuma, y como tal servidor tiene guardados sus tres recaudadores; y luego los mandó traer de los navíos, y con buenas mantas y bien tratados se los entregó; y también Cortés se quejó mucho del Montezuma, y les dijo cómo su gobernador Pitalpitoque se fue una noche del real sin le hablar, y que no fue bien hecho, y que cree y tiene por cierto que no se lo mandaría el señor Montezuma que hiciese la villanía, e que por aquella causa nos veníamos a aquellos pueblos donde estábamos, e que hemos recibido dellos honra; e que le pide por merced que les perdone el desacato que contra él han tenido; y que en cuanto a lo que dice que no le acuden con el tributo, que no pueden servir a dos señores, que en aquellos días que allí hemos estado nos han servido en nombre de nuestro rey y señor; y porque el Cortés y todos sus hermanos iríamos presto a le ver y servir, y cuando allá estemos se dará orden en todo lo que mandare. Y después de aquestas pláticas y otras muchas que pasaron, mandó dar a aquellos mancebos, que eran grandes caciques, y a los cuatro viejos que los traían a cargo, que eran hombres principales, diamantes azules y cuentas verdes, y se les hizo honra; y allí delante dellos, porque había buenos prados, mandó Cortés que corriesen y escaramuzasen Pedro de Alvarado , que tenía una buena yegua alazana que era muy revuelta, y otros caballeros, de lo cual se holgaron de los haber visto correr; y despedidos y muy contentos de Cortés y de todos nosotros se fueron a su México.
En aquella sazón se le murió el caballo a Cortés y compró o le dieron otro que se decía "arriero", que era castaño oscuro, que fue de Ortiz "el músico" y un Bartolomé García "el minero", y fue uno de los mejores caballos que venían en el armada. Dejemos de hablar en esto, y diré que como aquellos pueblos de la sierra, nuestros amigos, y el pueblo de Cempoal solían estar de antes muy temerosos de los mexicanos, creyendo que el gran Montezuma los había de enviar a destruir con sus grandes ejércitos de guerreros, y cuando vieron a aquellos parientes del gran Montezuma que venían con el presente por mí nombrado, y a darse por servidores de Cortés y de todos nosotros, estaban espantados; y decían unos caciques a otros que ciertamente éramos teules, pues que Montezuma nos habla miedo, pues enviaba oro en presente. Y si de antes teníamos mucha reputación de esforzados, de allí en adelante nos tuvieron en mucho más. Y quedarse ha aquí, y diré lo que hizo el cacique gordo y otros sus amigos.