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Desarrollo


CAPITULO XLII Baja el V. P. Junípero a Sala Diego: trata de restablecer su Misión, y se le frustran los deseos y diligencias. Desde el mismo instante que llegó la noticia de lo acaecido en la Misión de San Diego, estaba el V. P. Presidente con vivas ansias de bajar a dicho Puerto; pero se le frustraron los deseos por lo que queda expresado en el Capítulo anterior último, ya por la prisa del Comandante Rivera, como por la venida de la Expedición de Sonora; siendo el fin de sus anhelos el volver a reedificar la Misión incendiada. Medio año estuvo privado de poder cumplir sus deseos, hasta que dispuso Dios que los Paquebotes viniesen a Monterrey, y que el Paquebot el Príncipe, dejada parte de la carga, bajase con la demás para San Diego, y en él se embarcó el 30 de Junio y con doce días de navegación llegó a San Diego, y desembarcó S. R. con otro Misionero el P. Fr. Vicente Santa María, que habiendo venido con los Barcos, lo llevó consigo para ocuparlo en una de aquellas Misiones. Encontró el V. Prelado que vivían en el Presidio los tres Padres, los dos de San Capistrano, y el que había quedado con vida de la de San Diego. Después de haberlos consolado y animado, le expresaron no tener más desconsuelo que el ver no se daba mano a nada, y que se estaban ociosos. Preguntóles cómo estaban los Indios, si había habido más novedad, y le respondieron que no, pues el Señor Comandante ya había escrito a S. Excâ. que ya todo estaba pacificado, que ya tenían aseguradas las cabecillas, y los querían despachar para San Blas con el Barco, para que allí se les diese el merecido castigo.

Enterado S. R. de todo, procuró consolar a los Padres, y con su gran paciencia y mucha prudencia esperó que se fuese acabando la descarga del Barco, y cuando vio se iba concluyendo habló al Comandante del Navío Don Diego Choquet diciéndole, si los Marineros podrían ir a ayudar a trabajar a la Misión del Santo de su nombre. Que de Dios recibiría él y los Marineros el premio: que S. Excâ. lo tendría muy a bien. Respondió como Caballero, que con mucho gusto, que no sólo los Marineros, sino que él también de Peón. Conseguida esta respuesta tan cristiana, habló por papel (para más facilitarlo) al Comandante de tierra, diciéndole, que en atención a la detención del Barco hasta mediados de octubre, y de ofrecerle el Señor Capitán la Tripulación para la reedificación de la Misión, le suplicaba por la Escolta de la Misión para pasar a dar mano a la obra. En vista de él, aprontó un Cabo y cinco Soldados dispuestos, y todo para la marcha, que fue el día 22 de agosto de dicho año de 76. Fue a dar principio a la obra el V. P. Presidente con dos de los Misioneros, el Capitán del Barco con uno de los Pilotos, el Contramaestre, y veinte Marineros, todos armados con armas blancas y de fuego para cualquier evento. Fueron también tollos los Indios Neófitos capaces de trabajar, y fue el Cabo con los cinco Soldados. Llegados al sitio, distribuyeron la gente, que completó el número de cincuenta Peones, a más de Rancheros y Cocineros. Empezaron unos a acarrear piedra, otros a abrir cimientos, y otros a hacer adobes, sirviendo de Sobrestantes no sólo el Piloto y Contramaestre, a cuyo fin habían ido, sino también los Padres y el Capitán del Paquebot.

Iba la obra con tanto calor y trabajaban con tanto gusto, que según lo que hicieron en dos semanas, todos daban por cierto que antes de la salida del Barco quedaría concluida la obra, amurallada con pared de adobes; pero el enemigo tiró a impedirlo no por medio de los Gentiles, pues ni siquiera uno se asomó por todos los contornos, sino que el Comandante de tierra, el día de la Natividad de Ntra. Señora 8 de septiembre, que estaba el V. P. Presidente en el Presidio, sin que el Comandante Rivera le hablase lo más mínimo, salió para el sitio de la Misión, y llamando a solas al Comandante del Barco, le dijo, que corrían voces de que los Gentiles querían dar otra ver a la Misión, y así que convenía se retirase con su gente a bordo, que él daba la orden al Cabo para que con los Soldados se retirase al Presidio. Me hará favor (prosiguió) de avisar a los Padres, que yo no se los digo, porque conozco lo han de sentir. No pudo el Capitán del Barco con toda su viveza, alcances y eficacia hacerlo desistir, preguntándole si ya había hecho la diligencia para indagar la verdad; y diciéndole que no, que sólo viendo se repetía el dicho de los Indios, sin duda sería verdad: Pues Señor, le replico, la otra vez que corría dicha voz antes de venir la obra, mandó hacer la diligencia por el Sargento, y se halló ser mentira, pues se hallaron las Rancherías muy quietas, los Indios muy compungidos y arrepentidos del hecho: que mandase hacer la diligencia; que con tanta Gente armada que allí estaba no había que temer; que le parecía más al caso, si se hallaba algún recelo, el que se aumentase la Escolta con más Tropa, que no retirarla en descrédito de las armas Españolas.

Estas razones en lugar de convencerlo, lo enconaron más, y dejando la orden estrecha para que se retirasen, se marchó para el Presidio. Comunicó el Señor Capitán del Barco a los Padres la orden que había dado el dicho Comandante de tierra, refiriéndoles las razones que le había propuesto para que desistiese; pero que no había podido convencerlo. Ya veo, dijo, que no hay motivo para la retirada, y que es un grande bochorno; pero no quiero pleitos con este hombre, y así determino que nos vayamos. Mucho lo sintieron los Padres, y más que todos el V. P. Presidente. Luego que vio la retirada, quedándose como fuera de sí, sin tener más voces ni palabras con que desahogar la pena del corazón, que el decir: hágase la voluntad de Dios, quien sólo lo puede remediar, encargó a los Padres lo encomendasen a nuestro Señor. No fue menor el sentimiento que tuvo S. Excâ. en cuanto tuvo la noticia del hecho, que se la comunicó el Capitán del Barco en cuanto llegó a San Blas. De modo que luego despachó S. Excâ. orden al Gobernador de la Provincia, que residía en Loreto en la antigua California, para que luego mudase su residencia a Monterrey, y el Capitán Rivera se retirase a Loreto; lo que comunicó S. Excâ. al V. P. Presidente con Carta larga y extensiva con fecha de 25 de diciembre del propio año de 76, de la que saco las siguientes claúsulas, con las que comunica a S. R. los estrechos encargos que hace al Señor Gobernador. Copia de la Carta "No dudo que la suspensión del restablecimiento de la misión arruinada de San Diego causaría a V.

R. mucha pena respecto de que a mí me ha causado displicencia el saberlo solo: cuanto más los frívolos motivos que coincidieron, de que me ha instruido la Carta del Teniente de Navío Don Diego Choquet, Comandante del Paquebot el Príncipe. Supongo que con el arribo de los veinte y cinco hombres mandados por mí reclutar para refuerzo de la Tropa de aquel Presidio, se dedicaría Don Fernando de Rivera a evacuar esta importancia, y a erigir al propio tiempo la Misión de San Juan Capistrano en el paraje antes elegido; pero si no se hubiere verificado, no dude V. R. que el Gobernador de esas Provincias, a quien va el encargo de residir en ese Presidio de Monterrey, hará todo esto, si no lo ha ejecutado, muy a gusto de V. R. por el celo que le anima del servicio, y por las demás cualidades que le adornan. Le instruyo y prevengo de cuanto debe procurar para fomento de esas adquisiciones, encargándole estrechamente que no estando verificado el restablecimiento de la Misión de San Diego, y la fundación de San Capistrario, se dedique luego a hacerlo efectivo, y le prevengo lo mismo que antes a D. Fernando de Rivera en cuanto a que no se castiguen las cabecillas o autores del pasado movimiento, por si la piedad con que se les trata, cuando merecían la última pena, les escarmienta, y hace entrar en conocimiento para vivir dóciles y quietos. Una de las cosas que también encargo estrechamente, es la erección de la Misión de Santa Clara en la cercanía del Presidio de San Francisco con esta advocación; y aunque doy la orden para que a éstas subsigan las dos que V.

R. pide como precisas en el Canal de Santa Bárbara, y otra en el terreno que intermedia entre ese Establecimiento y aquel, para asegurar la comunicación; convendrá suspenderlo para más adelante, y cuando las otras se hallen perfectamente establecidas; bajo cuyo concepto puede decirme V. R. por e1 regreso de los Buques los utensilios que sean necesarios para ellas, a fin de determinar su envío, acordando en el ínterin la erección de las demás, con preferencia, que desde luego concibo deben tener las de Santa Bárbara ya meditadas, para reducir la mucha Gentilidad que puebla el terreno. El Gobernador D. Felipe Neve está encargado de consultarme y proponerme cuanto conciba conveniente y preciso a hacer felices esos Establecimientos; y como también lo está de que para todo use de los acuerdos de V. R. espero que continuando con aquel fervoroso celo que preocupa el ánimo de V. R. por la propagación de la Fe, conversión de las almas, y extensión del dominio del Rey en esas remotas distancias, se disponga cuanto parezca asequible, consultándome lo que se necesite para proporcionar con mis providencias su efectivo logro. Dios, guarde a V. R. muchos años. México 25 de diciembre de 76. =El Baylio Frey Don Antonio Bucareli y Ursua. =R. P. Fr. Junípero Serra." Si estas providencias tan favorables para la propagación de la Fe, y Cartas tan consolatorias de S. Excâ. hubieran llegado a manos del fervoroso P. Junípero tan breve y tan a continuación como aquí las inserto (para llevar el hilo de la Historia) no habría S.

R. padecido tanto como padeció; pues la demora de ellas, por la mucha distancia de México, le afligía en gran manera su corazón; aunque siempre muy resignado a la divina voluntad, en cuyo servicio y para gloria del Señor padecía un incruento martirio; pues cualquiera providencia que veía dar por el Comandante de estos Establecimientos que impedía o retardaba la conversión de los Gentiles, era una saeta más aguda que las que quitaron la vida al V. P. Fr. Luis Jayme; y la que se dio para que se suspendiese la reedificación de la Misión de San Diego, no fue de las menores que recibió en su corazón el Venerable y fervoroso Prelado; pero viendo que en lo humano ya no hallaba recurso, ocurrió a Dios, como Señor de esta Viña, para que lo remediase, pidiéndoselo en los Santos Sacrificios y oraciones, encargando a los Padres hiciesen lo propio; y en breve le dio el Señor el consuelo, como veremos en el siguiente Capítulo.

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