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Desarrollo


CAPITULO XIX Trátase de las Islas de Japón y de las cosas de aquel reino Las Islas de Japón, que son muchas y todas hacen un gran reino que está repartido entre muchos señores, distan de la tierra firme de la China por espacio de 300 leguas y medio (entre ambos reinos la Provincia de Lanquín que es una de las quince, ya nombradas), aunque yendo desde Macao, ciudad de portugueses y cercana a la de Cantón, que es en la propia China, no se ponen más de 250, caminando siempre hacia el Norte; y estas mesmas se cuentan comúnmente desde las Islas de Luzón o Filipinas a las mesmas de Japón, a las cuales se puede ir muy fácil, y por la Nueva España por ser mejor y más segura la navegación y más corto el viaje, pues, según la cuenta de los pilotos que navegan aquel mar no hay más de 1750 leguas, que no viene a ser la mitad de lo que hay por donde hacen la navegación los portugueses. Demás de ser estas Islas muchas, como ya he dicho, están muy pobladas de gente, que se diferencia poco de los chinos en los rostros y cuerpos, aunque no son tan políticos. Por lo cual parece ser verdad lo que se halla escrito en las historias del Reino de la China acerca de que estos japones antiguamente fueron chinos, y que vinieron de aquel gran Reino a estas islas, donde están poblados por el caso siguiente: Un pariente del Rey de la China, hombre de mu-cho valor y brío, habiendo concebido en su entendimiento de matar al Rey y hacerse señor del Reino, para ponerlo en ejecución dio parte de su mal intento a otros amigos suyos, pidiéndoles para ejecutarlo su favor y prometiéndoles el suyo, después de acabado, y de tenerlos siempre por especiales amigos; los cuales, no pareciéndoles cosa dificultosa y movidos de ambición, se lo prometieron y en confirmación de ello comenzaron a hacer gente y a apercibirla por un día señalado.

Y como esto no se pudiese poner en efecto con tanto secreto como el negocio requería, vino a ser descubierta la traición y declarada al Rey tan a tiempo, que lo tuvo para remediar el daño muy a su salvo y con mucho de su contrario y pariente y los demás sus seguidores: los cuales todos fueron con facilidad presos. Determinados por los del Real Consejo que todos los traidores fuesen degollados según las leyes del Reino y llevando al Rey la sentencia para que la confirmase, como supiese que todos estaban muy arrepentidos y apesarados del pecado y traición que contra él habían intentado, acordó se remediase con menos daño, temiendo el que las muertes podían causar, mandando no muriesen, sino que fuesen para siempre desterrados de todo el Reino, con obligación precisa de vivir siempre ellos y sus mujeres e hijos y descendientes en islas que agora llaman de Japón, que estaban desiertas y sin gente. Ejecutóse esta sentencia y los culpados la aceptaron por misericordia; y así fueron llevados a las dichas islas, donde viéndose fuera de su natural e imposibilitados de volver a él, ordenaron su República como cosa perpetua, encaminando todas las leyes que para su conservación y gobierno hicieron, contrarias a las de los chinos de donde descendían, y haciendo particularmente una en que prohibía para siempre el tener amistad sus descendientes con los de los chinos, y los amonestaba a hacerles todo el mal que les fuese posible, como lo guardan el día de hoy inviolablemente, mostrándose sus contrarios en todas las cosas que pueden, hasta en los trajes, lengua y costumbres: por lo cual no hay nación mas aborrecida a los chinos que los dichos Japones, pagándose los aborrecidos en la misma moneda.

Y aunque en aquel tiempo los dichos Japones fuesen súbditos y tributarios del Rey de la China, y mucho tiempo después, agora no sólo no lo son, mas hacen algunas burlas bien pesadas a los de aquel Reino. Tienen mucha plata, aunque no tan fina como es la de nuestras Indias. Así mesmo gran abundancia de arroz y carnes, y en algunas partes hay trigo. Y con tener todo esto y muchas frutas y hortalizas y otras que comen de ordinario, no son tan bastecidas como las de sus comarcanos; y no está el defecto en la tierra, porque es muy buena y fructífera, sino en que los naturales se dan poco a cultivarla y sembrarla, por ser más aficionados a cosas de guerra que a ello, y ésta es la razón de carecer algunas veces de mantenimientos, y la que éstos y los que han estado en ellas dan para ello. En todas estas islas hay 66 reinos o provincias y muchos reyes, aunque mejor se dirían régulos o principales, como los que hallaron nuestros españoles en las islas de Luzón; y a esta causa, aunque se llaman reyes, ni lo son en el trato ni en la renta, que tienen muy poca respecto de la gente, que es mucha. El Rey Noburianga, que murió el año de 1583, era el más principal y mayor señor de todas ellas, así de gente como de riqueza: el cual fue muerto por un Capitán suyo, castigando Dios por este medio su luciferina soberbia que excedió en mucho a la Nabucodonosor y había llegado a querer ser adorado por Dios, para lo cual había mandado hacer un templo muy suntuoso y poner en él cosas que denotaban bien su locura; de las cuales, para que se vea cuán grande era, pondré aquí tan solamente las que prometía a quien visitase su templo.

Lo primero, que los ricos que viniesen al dicho templo y adorasen su figura, serían mucho más ricos, y los que fuesen pobres alcanzarían grandes riquezas, y que así los unos como los otros que no tuviesen subcesores para ellos, los tendrían y vida muy larga, de la cual gozarían con mucha paz y reposo. Lo segundo, que les sería prolongada la vida hasta ochenta años. Lo tercero, que serían sanos de todas sus enfermedades y alcanzarían cumplimiento de sus deseos con salud y tranquilidad. Y lo último, mandaba guardar fiesta todos los meses el día de su nacimiento y que visitasen su templo en ellos, con certificación de que todos los que tuviesen fe en él y en lo que les prometía, lo verían sin ninguna duda todo cumplido; y los que en esto fuesen falsos y defectuosos, en esta vida y en la otra irían camino de perdición. Y para que mejor esta su voluntad se cumpliese, mandó poner en este templo todos los ídolos que en sus reinos eran más venerados, y a quien acudía más frecuencia de peregrinos; y luego vedó que ninguno de todos ellos fuese adorado sino sólo él, que era el verdadero Fotoque y Dios del universo y autor de la naturaleza. Estas locuras hizo este soberbio Rey poco antes de su miserable muerte, y otras muchas que dejo por temor de no ser más largo en este Itinerario. A esté soberbio Rey ha sucedido en el Reino un hijo suyo llamado Vocequixama, a quien por ser de poca edad gobierna el día de hoy un valeroso Capitán llamado Taxivandano.

Todos los hombres que nacen en esta tierra son naturalmente inclinados a robos y guerras, y las tienen de ordinario entre sí propios, llevando siempre la mejor parte el que la tiene en el poder y fuerza; y aun éste goza de poquísima seguridad, porque nunca le falta horma de su zapato, como dicen., y quien le saltee y robe la victoria cuando más sin pensamiento de ello está, vengando las injurias los unos a los otros, sin ser para esto rogados. Por esta causa jamás faltan entre ellos guerras civiles, que parecen ser influencia del clima de la tierra. Esto y el continuo ejercicio de las armas y el robar, les ha dado nombre de belicosos, y tienen atemorizados a sus vecinos y comarcanos. Usan de muchas armas, especialmente de arcabuces y espadas y lanzas, y son diestros de ambas a dos cosas. En la tierra firme de la China han hecho algunas presas y saltos, saliendo bien y a su salvo de ellos; y queriendo hacer lo propio en las islas de Luzón y puesto para ello los medios posibles, les ha salido muy al revés de su pensamiento y han vuelto las espaldas a mal de su grado y las manos en la cabeza. Una vez vinieron a los Ilocos, los cuales con el favor de los españoles, cuyos vasallos son, se defendieron tan valerosamente, que los japoneses tuvieron por bien de volverse a sus casas dejando su intento comenzado, y con presupuesto de no meterse en semejante peligro otra vez y, lo que es más, con pérdida y muerte de muchos de ellos. La misma muerte y desgracia les sucedió pocos años ha en la China, adonde como fuesen diez mil de ellos a robar y a la entrada saquearan una ciudad con muy poco daño, y no previniéndose para el daño que les podría sobrevenir, los chinos ofendidos los cercaron de manera que cuando despertaron de su descuido los Japones se hallaron de suerte que les fue forzado darse a sus enemigos, y ellos se pagaron a su voluntad de la injuria recibida, escarmentando muy bien a los que la oyeron para huir de ponerse en semejante trance, y vengándose muy ala suya los chinos de la injuria que de ellos tenían recibida.

Está la fe de nuestro Señor muy introducida en algunas de estas islas por la buena diligencia y trabajo de los Padres jesuitas, y muy en particular la que en ello puso el Santo Maestro Francisco Xavier, uno de los diez compañeros del Padre Maestro Ignacio de Loyola, fundador de la dicha Religión, el cual trabajó con grandísimo celo en la conversión de las dichas islas, ayudando para ello mucho su santa doctrina y apostólica vida, como lo confiesan el día de hoy los propios Japones, atribuyendo a él, después de Dios, el bien que por el bautismo les ha venido, a quien han imitado bien al vivo los Padres de la dicha Compañía que quedaron después de su muerte y los que después acá han ido a ellas; y así se les deben justísimamente las gracias por haber ablandado tan diamantinos corazones, como son los de los naturales de estas Islas, cuyos ingenios, aunque son buenos y sutiles naturalmente, se conocen inclinados a guerras y robos y a hacer mal. Y el día de hoy, con ser cristianos, siguen sus malas inclinaciones. Con todo esto, por la buena doctrina y ejemplo de los dichos Padres son mejores cristianos que los de la India Oriental. No pongo aquí el número de los bautizados que hay en estas islas, así por haber de diversas opiniones, como porque los Padres jesuitas lo tienen muy distinta y difusamente declarado en sus cartas. Los portugueses dicen, que, respecto de la gente que hay que convertir, es muy poca la que se ha bautizado, y que muchos lo dejan de hacer por falta de ministros y predicadores, que se podría remediar fácilmente con mandar pasar a ellas religiosos de otras Ordenes para que ayudasen a los dichos Padres jesuitas, lo cual sería para ellos muy particular contento y regalo, a lo que yo creo, como se ha visto por experiencia en todas las partes de las indias donde han llegado religiosos a lugares de sus doctrinas; porque es tanta la gente que hay en estas islas, que, aunque fuesen muchos obreros del Evangelio y todas las Religiones, no se impidirían los unos a los otros y tendrían todos harto en que ocuparse, especialmente si el sucesor de Noburanga se convirtiese con sus vasallos.

Son los hombres de estas islas bien dispuestos y proporcionados y andan bien tratados, aunque no tanto como los de la China, y viven muy sanos y mucho tiempo por usar poca diferencia de mantenimientos. No permiten médicos ni se curan sino con medicinas simples. Hay entre ellos muchos sacerdotes de los ídolos, a quien llaman bonzos de los cuales hay grandes conventos; y hay entre ellos grandes hechiceros y que hablan de ordinario con el demonio, los cuales no son pequeño impedimento para que la ley de Dios no se reciba en este reino. Las mujeres de estos Japones son reconocidas y salen muy poco fuera de sus casas, en lo cual se parecen mucho a las de la China, como queda dicho, y con haber en cada casa muchas, porque les es lícito por sus leyes tener todas las que quisieren y pueden sustentar, son tan prudentes que se conservan en mucha paz. Los criados y criadas sirven a sus amos como si fuesen sus esclavos, a los cuales pueden matar conforme a su voluntad sin incurrir por sus leyes en ninguna pena, cosa bien ajena de buena policía. Otras muchas cosas de este Reino pudiera tratar; dejo por la razón arriba dicha y porque los Padres de la Compañía lo han tratado en sus cartas difusa y muy verdaderamente. No lejos de estas Islas de Japón han descubierto de poco acá unas que llaman las Amazonas, por ser todas pobladas de mujeres, cuyas armas ordinarias son arco y flecha y muy diestras en ello; traen el pecho derecho seco para ejercitar mejor el arco. A estas Islas van cada año en ciertos meses algunos navíos de Japones a llevar mercadurías y traer de las que ellas tienen, en las cuales tratan con las dichas Amazonas como con sus propias mujeres, y para evitar entre sí enojos usan el modo que se sigue: En llegando las naos, saltan en tierra dos mensajeros a dar aviso a la Reina de su venida y del número de los hombres que en ellas vienen, la cual les señala el día en el cual se han de desembarcar todos y el mesmo día lleva ella a la playa igual número de mujeres que el que le trajesen de los hombres, las cuales llegan primero que ellos se desembarquen, y llevando cada una un par de zapatos o alpargatas en la mano con su señal distinta a las de las demás, los ponen en el arenal de la playa sin orden ni concierto y al punto se apartan de allí.

Saltando en tierra los hombres, cada uno se calza los primeros zapatos que topa y luego salen las mujeres y llevan por huésped a su casa a aquel a quien le cupo en suerte el calzarse sus zapatos, sin que en ello haya más particularidad de como cae en suerte, aunque sea la del hombre más vil de todos topar con los de la Reina o por el contrario. Acabados los meses señalados por la Reina en los cuales permiten los hombres ya dichos se parten dejando cada uno seña a su huéspeda de su nombre y pueblo para si acaso quedó preñada y pariere hijo se lo lleven el año siguiente a su padre, quedándose ellas con las hijas. Esto se me hace dificultoso de creer, aunque me lo han certificado Religiosos que han hablado con persona que dos años a esta parte ha estado en las dichas islas y han visto las dichas mujeres; y lo que me hace más fuerza es ver que los Padres de la Compañía que viven en el Japón no hayan en sus cartas tratado de este particular. Crea cada uno lo que acerca de esto le diere más gusto.

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