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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO XIX De los hechos de Autzol, octavo rey de México Entre los cuatro electores de México, que como está referido daban el reino con sus votos a quien les parecía, había uno de grandes partes llamado Autzol; a éste dieron los demás sus votos, y fue su elección en extremo acepta a todo el pueblo, porque demás de ser muy valiente, le tenían todos por afable y amigo de hacer bien, que en los que gobiernan es principal parte para ser amados y obedecidos. Para la fiesta de su coronación, la jornada que le pareció hacer, fue ir a castigar el desacato de los de Quaxutatlan, provincia muy rica y próspera que hoy día es de lo principal de Nueva España. Habían éstos salteado a los mayordomos y oficiales, que traían el tributo a México, y alzádose con él; tuvo gran dificultad en allanar esta gente, porque se habían puesto donde un gran brazo de mar impedía el paso a los mexicanos, para cuyo remedio, con extraño trabajo e invención hizo Autzol fundar en el agua una como isleta hecha de fajina y tierra, y muchos materiales. Con esta obra pudo él y su gente pasar a sus enemigos y darles batalla, en que les desbarató, y venció y castigó a su voluntad, y volvió con gran riqueza y triunfo, a México, a coronarse según su costumbre. Extendió su reino con diversas conquistas Autzol, hasta llegarle a Guatimala, que está trescientas leguas de México; no fue menos liberal que valiente: cuando venían sus tributos (que como está dicho, venían con grande aparato y abundancia), salíase de su palacio, y juntando donde le parecía todo el pueblo, mandaba llevasen allí los tributos; a todos los que había necesitados y pobres, repartía allí ropa y comida, y todo lo que habían menester, en gran abundancia.
Las cosas de precio como oro, plata, joyas, plumería y preseas, repartíalas entre los capitanes, y soldados y gente que le servía, según los méritos y hechos de cada uno. Fue también Autzol, gran republicano, derribando los edificios mal puestos y reedificando de nuevo muchos suntuosos. Pareciole que la ciudad de México gozaba poca agua, y que la laguna estaba muy cenagosa, y determinose echar en ella un brazo gruesísimo de agua, de que se servían los de Cuyoacán. Para el efecto, envió a llamar al principal de aquella ciudad, que era un famosísimo hechicero, y propuesto su intento el hechicero, le dijo que mirase lo que hacía, porque aquel negocio tenía gran dificultad, y que entendiese que si sacaba aquella agua de madre y la metía en México, había de anegar la ciudad. Pareciéndole al rey eran excusas para no hacer lo que él mandaba, enojado le echó de allí. Otro día envió a Cuyoacán, un alcalde de corte a prender al hechicero, y entendido por él a lo que venían aquellos ministros del rey, les mandó entrar, y púsose en forma de una terrible águila, de cuya vista, espantados se volvieron sin prenderle. Envió otros enojado Autzol, a los cuales se les puso en figura de tigre ferocísimo, y tampoco éstos osaron tocarle. Fueron los terceros, y halláronle hecho sierpe horrible, y temieron mucho más. Amostazado el rey de estos embustes, envió amenazar a los de Cuyoacán, que si no le traían atado aquel hechicero, haría luego asolar la ciudad.
Con el miedo de esto, o él de su voluntad, o forzado de los suyos, en fin fue el hechicero, y en llegando, le mandó dar garrote. Y abriendo un caño por donde fuese el agua a México, en fin salió con su intento, echando grandísimo golpe de agua en su laguna, la cual llevaron con grandes ceremonias y superstición, yendo unos sacerdotes e inciensando a la orilla; otros sacrificando codornices y untando con su sangre el bordo del caño; otros tañendo caracoles y haciendo música al agua, con cuya vestidura (digo de la diosa del agua), iba revestido el principal, y todos saludando al agua y dándole la bienvenida. Así está todo hoy día pintado en los Anales Mexicanos, cuyo libro tienen en Roma, y está puesto en la Sacra Biblioteca o librería Vaticana, donde un padre de nuestra Compañía que había venido de México, vio ésta y las demás historias, y las declaraba al bibliotecario de su Santidad, que en extremo gustaba de entender aquel libro que jamás había podido entender. Finalmente, el agua llegó a México; pero fue tanto el golpe de ella, que por poco se anegara la ciudad, como el otro había dicho, y en efecto arruinó gran parte de ella. Mas a todo dio remedio la industria de Autzol, porque hizo sacar un desaguadero por donde aseguró la ciudad, y todo lo caído, que era ruin edificio, lo reparó de obra fuerte y bien hecha, y así dejó su ciudad cercada toda de agua, como otra Venecia, y muy bien edificada. Duró el reinado de éste, once años, parando en el último y más poderoso sucesor de todos los mexicanos.
Las cosas de precio como oro, plata, joyas, plumería y preseas, repartíalas entre los capitanes, y soldados y gente que le servía, según los méritos y hechos de cada uno. Fue también Autzol, gran republicano, derribando los edificios mal puestos y reedificando de nuevo muchos suntuosos. Pareciole que la ciudad de México gozaba poca agua, y que la laguna estaba muy cenagosa, y determinose echar en ella un brazo gruesísimo de agua, de que se servían los de Cuyoacán. Para el efecto, envió a llamar al principal de aquella ciudad, que era un famosísimo hechicero, y propuesto su intento el hechicero, le dijo que mirase lo que hacía, porque aquel negocio tenía gran dificultad, y que entendiese que si sacaba aquella agua de madre y la metía en México, había de anegar la ciudad. Pareciéndole al rey eran excusas para no hacer lo que él mandaba, enojado le echó de allí. Otro día envió a Cuyoacán, un alcalde de corte a prender al hechicero, y entendido por él a lo que venían aquellos ministros del rey, les mandó entrar, y púsose en forma de una terrible águila, de cuya vista, espantados se volvieron sin prenderle. Envió otros enojado Autzol, a los cuales se les puso en figura de tigre ferocísimo, y tampoco éstos osaron tocarle. Fueron los terceros, y halláronle hecho sierpe horrible, y temieron mucho más. Amostazado el rey de estos embustes, envió amenazar a los de Cuyoacán, que si no le traían atado aquel hechicero, haría luego asolar la ciudad.
Con el miedo de esto, o él de su voluntad, o forzado de los suyos, en fin fue el hechicero, y en llegando, le mandó dar garrote. Y abriendo un caño por donde fuese el agua a México, en fin salió con su intento, echando grandísimo golpe de agua en su laguna, la cual llevaron con grandes ceremonias y superstición, yendo unos sacerdotes e inciensando a la orilla; otros sacrificando codornices y untando con su sangre el bordo del caño; otros tañendo caracoles y haciendo música al agua, con cuya vestidura (digo de la diosa del agua), iba revestido el principal, y todos saludando al agua y dándole la bienvenida. Así está todo hoy día pintado en los Anales Mexicanos, cuyo libro tienen en Roma, y está puesto en la Sacra Biblioteca o librería Vaticana, donde un padre de nuestra Compañía que había venido de México, vio ésta y las demás historias, y las declaraba al bibliotecario de su Santidad, que en extremo gustaba de entender aquel libro que jamás había podido entender. Finalmente, el agua llegó a México; pero fue tanto el golpe de ella, que por poco se anegara la ciudad, como el otro había dicho, y en efecto arruinó gran parte de ella. Mas a todo dio remedio la industria de Autzol, porque hizo sacar un desaguadero por donde aseguró la ciudad, y todo lo caído, que era ruin edificio, lo reparó de obra fuerte y bien hecha, y así dejó su ciudad cercada toda de agua, como otra Venecia, y muy bien edificada. Duró el reinado de éste, once años, parando en el último y más poderoso sucesor de todos los mexicanos.