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Datos principales
Desarrollo
Capítulo XIX De cómo el capitán Francisco Pizarro con sus compañeros salieron de la isla; y de lo que hicieron Después de haber llegado el navío a la Gorgona, como se ha contado, y que Francisco Pizarro hubo visto las cartas de sus compañeros, platicó con los que con él estaban; que sería bien que en aquella isla se quedasen todos los indios e indias que tenían de servicio, pues había harto bastimento de lo que había venido en el navío, con el bagaje que teman, que no era mucho; y para en guarda de ellos tres españoles de los más flacos. Este consejo fue loado de todos y quedaron Peralta, Trujillo y Páez, los cuales, con todo lo demás, se habían de tomar a la vuelta en el navío. Los indios de Túmbez fueron dentro; porque ya sabían hablar y convenía no ir sin ellos para tenerlos por lengua. El capitán con los demás se embarcaron, y derecho al poniente por la costa arriba, navegaron; y fue Dios servido de les dar tan buen tiempo que, dentro de veinte días que había que navegaron, reconocieron una isla que estaba enfrente de Túmbez y cerca de la Puná, a quien pusieron por nombre Santa Clara; y como tuviesen falta de leña y de agua, arribaron a ella para se proveer. En esta isla no hay poblado ninguno, mas tenían la comarca por sagrada, y a tiempos hacían en ella grandes sacrificios, ofreciéndole la ofrenda de la Capacocha; el demonio, quien estaba enseñoreado en estas gentes, por la permisión de Dios, era visto por los sacerdotes. Tenían ídolos o piedras en que adoraban.
Los indios de Túmbez que venían en el navío, como vieron la isleta reconociéronla y con alegría decían al capitán cuán cerca estaban de su tierra. Echado el batel, fueron allá el capitán con algunos de los españoles, y toparon la huaca donde adoraban, que era su ídolo de piedra poco mayor que la cabeza del hombre ahusada con punta aguda. Vieron la gran muestra de la riqueza que tenían por delante, porque hallaron muchas piezas de oro y plata pequeñas, a manera de figura de manos, y tetas de mujer, y cabezas, y un cántaro de plata, que fue el primero que se tomó, en que cabía una arroba de agua; y algunas piezas de lana, que son sus mantas, a maravilla ricas y vistosas. Como los españoles vieron estas cosas y las hallaron, estaban tan alegres cuanto se puede pensar. Pizarro quejábase de los que fueron con Juan Tafur, pues por no venir con él, no serían parte, para de aquella vez hacer algún gran hecho en la tierra. Recogiéronse a la nao oyendo a los indios de Túmbez que no era nada aquello que habían hallado en aquella isla, para lo que había en otros pueblos grandes de su tierra; y navegando su camino, otro día, a hora de nona, vieron venir por la mar una balsa tan grande que parecía navío, y arribaron sobre ella con la nao y tomáronla con quince o veinte indios que en ella venían vestidos con mantas, camisetas y en hábito de guerra; y dende a un rato vieron otras cuatro balsas con gente. Preguntaron a los indios que venían en la que había tomado, que dónde iban y de dónde eran.
Respondieron que ellos eran de Túmbez, que salían a dar la guerra a los de la Puná, que eran sus enemigos, y así lo afirmaron las lenguas que traían. Como emparejaron con las otras balsas, tomáronlas con los indios que venían en ellas, haciéndoles entender que no los detenían para los tener cautivos ni para los detener, sino para que fuesen juntos a Túmbez. Holgáronse de oír esto, y estaban admirados de ver el navío y sus instrumentos y a los españoles, como eran blancos y barbados. El piloto Bartolomé Ruiz, con el navío fue arribando en tierra, y como vieron que no había montaña, ni mosquitos, dieron gracias a Dios por ello. Llegados en la playa de Túmbez surgieron y díjoles el capitán a los indios que habían tomado en las balsas, que supiesen que no venía a les dar guerra ni hacerles enojo ni mal ninguno, sino a conocerlos para tenerlos por amigos y compañeros, y que se fuesen con Dios a su tierra. Y que así lo dijesen a sus caciques. Los indios, con las balsas y todo lo que en ellas trajeron sin les faltar nada, se fueron en tierra, diciendo al capitán que ellos lo dirían a sus señores y volverían presto para el mandado suyo. Y esto que se les dijo a los indios y otras cosas bastaba para decirlo y responder sus respuestas los indios de Túmbez que habían tenido con ellos tantos días, que habían aprendido mucha parte de nuestra lengua.
Los indios de Túmbez que venían en el navío, como vieron la isleta reconociéronla y con alegría decían al capitán cuán cerca estaban de su tierra. Echado el batel, fueron allá el capitán con algunos de los españoles, y toparon la huaca donde adoraban, que era su ídolo de piedra poco mayor que la cabeza del hombre ahusada con punta aguda. Vieron la gran muestra de la riqueza que tenían por delante, porque hallaron muchas piezas de oro y plata pequeñas, a manera de figura de manos, y tetas de mujer, y cabezas, y un cántaro de plata, que fue el primero que se tomó, en que cabía una arroba de agua; y algunas piezas de lana, que son sus mantas, a maravilla ricas y vistosas. Como los españoles vieron estas cosas y las hallaron, estaban tan alegres cuanto se puede pensar. Pizarro quejábase de los que fueron con Juan Tafur, pues por no venir con él, no serían parte, para de aquella vez hacer algún gran hecho en la tierra. Recogiéronse a la nao oyendo a los indios de Túmbez que no era nada aquello que habían hallado en aquella isla, para lo que había en otros pueblos grandes de su tierra; y navegando su camino, otro día, a hora de nona, vieron venir por la mar una balsa tan grande que parecía navío, y arribaron sobre ella con la nao y tomáronla con quince o veinte indios que en ella venían vestidos con mantas, camisetas y en hábito de guerra; y dende a un rato vieron otras cuatro balsas con gente. Preguntaron a los indios que venían en la que había tomado, que dónde iban y de dónde eran.
Respondieron que ellos eran de Túmbez, que salían a dar la guerra a los de la Puná, que eran sus enemigos, y así lo afirmaron las lenguas que traían. Como emparejaron con las otras balsas, tomáronlas con los indios que venían en ellas, haciéndoles entender que no los detenían para los tener cautivos ni para los detener, sino para que fuesen juntos a Túmbez. Holgáronse de oír esto, y estaban admirados de ver el navío y sus instrumentos y a los españoles, como eran blancos y barbados. El piloto Bartolomé Ruiz, con el navío fue arribando en tierra, y como vieron que no había montaña, ni mosquitos, dieron gracias a Dios por ello. Llegados en la playa de Túmbez surgieron y díjoles el capitán a los indios que habían tomado en las balsas, que supiesen que no venía a les dar guerra ni hacerles enojo ni mal ninguno, sino a conocerlos para tenerlos por amigos y compañeros, y que se fuesen con Dios a su tierra. Y que así lo dijesen a sus caciques. Los indios, con las balsas y todo lo que en ellas trajeron sin les faltar nada, se fueron en tierra, diciendo al capitán que ellos lo dirían a sus señores y volverían presto para el mandado suyo. Y esto que se les dijo a los indios y otras cosas bastaba para decirlo y responder sus respuestas los indios de Túmbez que habían tenido con ellos tantos días, que habían aprendido mucha parte de nuestra lengua.