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Datos principales
Desarrollo
CAPITULO XIII Embárcanse todos los Misioneros, y lo que practicó el V. Padre llegado a la California. Llegó el deseado día de embarcarnos en el Paquebot nombrado la Concepción, que había anclado en el Puerto de San Blas por el mes de Febrero, trayendo de la California los diez y seis Padres Jesuitas, y en el mismo, salimos el día 12 de Marzo de dicho año, habiendo anochecido ya, igual número de Misioneros del Colegio de San Fernando, de cuyo Seráfico y Apostólico Escuadrón era Caudillo el V. P. Fr. Junípero Serra; y sin haber tenido novedad alguna, dio fondo en la Rada de Loreto la noche del 1 de Abril, que aquel año era Viernes Santo, y el siguiente Sábado de Gloria desembarcamos todos. Antes de repartirnos, y caminar cada uno para su Misión que le fue señalada por el V. Padre Presidente, dispuso éste que primero celebrásemos todos juntos los tres días de Pascua con Misa cantada a nuestra Señora de Loreto, Patrona de aquella Península, en acción de gracias del viaje de mar, y para implorar su patrocinio para el de tierra (que para los más fue de cien leguas, y para otros de más) el cual emprendimos el día 6 de Abril; y habiendo llegado a su Misión cada uno, procuró imponerse en el gobierno y régimen observado en ella, conforme al encargo que traíamos del Exmô. Señor Virrey, para no innovar en nada hasta que llegase el Illmô. Señor D. José de Gálvez. Embarcose este Señor en el Puerto de San Blas el día 24 de Mayo; y fue tan dilatada su navegación, que no llegó a la Península hasta el 6 de Julio, que desembarcó en la Ensenada de Cerralvo en el Sur de la California; y puso su Real en el nombrado de Santa Ana, cien leguas distante del Presidio de Loreto, trayendo no sólo el encargo de visitar la Península de Californias, sino también Real Orden de despachar una Expedición marítima a fin de poblar el Puerto de Monterrey, o a lo menos el de San Diego.
Informado el citado Señor, después de llegado a la California, del estado de las Misiones, y de la altura en que se hallaba la más Septentrional, le pareció conveniente para conseguir el fin de S. M. el hacer a más de la Expedición de mar, otra por tierra, que saliendo de la última Misión, fuese en busca del Puerto de San Diego; y juntándose con la marítima se verificase el establecimiento allí. Comunicó el Illmô. Señor su alto y acertado pensamiento con nuestro V. Padre (escribiéndole desde el Real de Santa Ana) quien le respondió le parecía lo más oportuno, y que se ofrecía a ir en Persona con cualquiera de las dos Expediciones, como también el número de Misioneros que fuese necesario para aquella empresa; y suponiendo que admitiría esta propuesta el Señor Visitador general, se puso luego en camino para visitar las Misiones más inmediatas a Loreto, y convidar a los Padres para aquella función, y lo mismo hizo por escrito a los que se hallaban retirados; y con motivo de esta Visita anduvo más de cien leguas. Al regreso de este viaje ya halló la respuesta del Señor Don José de Gálvez, en que agradeciéndole el ofrecimiento, que nacido de su ardentísimo celo, había hecho, le decía tomase el trabajo de bajar al Real de Santa Ana, o Puerto de la Paz, donde lo hallaría; y que lo deseaba mucho para tratar el asunto de las Expediciones. Emprendió luego aquel viaje, que es de doscientas leguas en ida y vuelta; y si unimos a estas las otras ciento que anduvo en la visita de las tres Misiones del Sur, hacen trescientas leguas, que por entonces caminó el V.
Padre. Trató luego con el citado Señor acerca de las Expediciones, y quedaron convenidos en que por mar, con los dos Paquebotes, irían tres Misioneros, y uno con el Paquebot que saldría después; y que por tierra fuesen dos, uno con el primer trozo, y el V. P. Presidente con el segundo, y el Señor Gobernador Comandante de la Expedición. Resolvieron se fundasen tres Misiones, una en el Puerto de San Diego, otra en el de Monterrey con el título de San Carlos, y la restante con el de San Buenaventura, en la medianía de ambos Puertos. Estando ya de acuerdo en esto, dieron mano a disponer los ornamentos, vasos sagrados, y demás necesario para Iglesia y Sacristía, como asimismo lo perteneciente a casa y campo, para que encajonado todo fuese por mar, y por tierra lo demás que se previniese en Loreto. En vista de estas disposiciones tan del agrado del V. Padre, y tan ajustadas a sus deseos, nombró luego los Padres que se habían de embarcar, y les avisó para que fuesen (como lo hicieron) al Puerto de la Paz, y Cabo de S. Lucas, y el Illmô. Señor Visitador general por su parte dio mano a disponer todo lo necesario, trabajando personalmente, como si fuese un Peón. Luego que llegaron de San Blas los Barcos, haciendo de Capitana el S. Carlos, que dio fondo en el citado Puerto de la Paz y San Antonio, alias el Príncipe que (no dándole lugar los vientos por contrarios allí) dio fondo en el Cabo de San Lucas, quiso el Illmô. Señor reconocer si estaban en disposición de hacer el viaje, mandó descargar la Capitana, y viéndole la quilla, determinó darle una recorrida y nueva carena; pero faltando la brea para hacerlo, no se dedignó la cristiana piedad del expresado Señor no sólo idear de que sacarla, sino que por sus mismas manos trabajó para conseguirla, como lo logró de los Pitayos, cuando a todos parecía imposible.
Con esto, quedando a su satisfacción los citados Buques, los mandó cargar de todos los víveres y demás que había traído de San Blas, como asimismo de cuanto se custodiaba en dos Almacenes, que en el Puerto de la Paz, o de Cortés, había mandado edificar. También por sí mismo ayudó este Señor al V. Padre Junípero, y Padre Parrón, a encajonar los ornamentos, vasos sagrados, y demás utensilios de Iglesia y Sacristía para las tres Misiones que de pronto se habían de fundar, gloriándose, en una Carta que el referido Señor al mismo tiempo me escribió, en que me expresaba que era mejor Sacristán que el Padre Junípero, pues compuso los ornamentos y demás para la Misión (que llamaba suya) de San Buenaventura, con más prontitud que el Siervo de Dios los de la suya de San Carlos, y que le hubo de ayudar. Asimismo, con el fin de que éstas se fundasen con el mismo orden y gobierno que las de Sierra Gorda, tan del agrado del propio Illmô. Señor, éste mandó encajonar, y embarcar todos los utensilios de casa y campo, con la necesaria herramienta para labores de tierra y siembra de toda especie de semillas, así de la antigua, como de la Nueva España, sin olvidarse por estas atenciones de las mas mínimas, como hortaliza, flores y lino, por ser aquella tierra, en su concepto, para todo fértil, por estar en la misma altura que España (y no lo engañó su pensamiento, como diré adelante). Igualmente determinó para dicho efecto, que de la Misión antigua, situada más hacia el Norte, condujese la Expedición de tierra doscientas reses de Vacas, Toros y Bueyes para poblar aquella nueva tierra de este ganado mayor, para cultivarlas todas, y para que a su tiempo no faltase que comer; el que se ha aumentado mucho, y procreado admirablemente.
En cuanto estuvo todo dispuesto, señaló el mismo Señor el día que hubiese de salir la Comandanta, mandando que toda la gente se dispusiese por medio de los Santos Sacramentos de Penitencia y Eucaristía. De esta manera se practicó, celebrando el R. P. Presidente la bendición de Barco y Banderas, y dándoles a todos su bendición después de la Misa de rogativa al Smô. Patriarca Señor San José, a quien se nombró por Patrono de las Expediciones de mar y tierra, habiendo de antemano por Carta Cordillera encargado a los Ministros, que todos los meses el día diez y nueve se cantase en todas las Misiones una Misa al Santísimo Patriarca (concluyéndose con la Letanía de los Stos.) de rogativa, para conseguir el más feliz éxito de dichas Expediciones. Después de la Misa de rogación que va referida, hizo el Señor Visitador general a toda la gente una gran exhortación o plática para animarla; y todos enternecidos se embarcaron el día 9 de Enero de 1769 en la citada Capitana San Carlos, acompañándolos para su consuelo el Padre Fr. Fernando Parrón. La gente que conducía fue el Capitán Comandante de la Expedición marítima D. Vicente Vila: Una Compañía de Soldados Voluntarios de Cataluña de veinte y cinco hombres con su Teniente D. Pedro Fajes: El Ingeniero Don Miguel Costanzó, como también D. Pedro Prat, Cirujano de la Real Armada, y toda la Tripulación necesaria con los correspondientes Oficiales de Marina. Hízose a la vela el citado día nueve, y en cuanto se apartó del Puerto, salió el R.
P. Fr. Junípero por tierra para su Misión y Presidio de Loreto, para disponer todo lo necesario para la otra Expedición; y de paso (como que era camino) paró en mi Misión de San Francisco Javier, y refiriéndome todo lo dicho, rebosaba a su rostro la alegría, júbilo y contento de su corazón. El segundo Barco destinado para la Expedición era el San Antonio, alias el Príncipe, el cual, como se ha dicho, no permitiéndole los vientos arribar al Puerto de la Paz, fue a dar fondo en el Cabo de San Lucas. Luego que el Señor Visitador tuvo esta noticia, despachó Orden al Capitán para que allí se mantuviese, que S. Illmâ. pasaría allí, como lo verificó; pues el mismo día que salió el San Carlos, se embarcó en el Paquebot nombrado la Concepción, y me escribió la noticia de la salida del citado Navío, y que ya que no podía ir a la Expedición para fijar por su mano el Estandarte de la Santa Cruz en el Puerto de Monterrey, no quería omitir el acompañarla hasta el Cabo de San Lucas, y que allí desembarcaría (viéndola pasar,) y daría mano a disponer que sin pérdida de tiempo saliese el San Antonio. Así lo practicó el expresado Señor, acompañando a la Capitana hasta el citado Cabo de San Lucas, donde tuvo el gusto de verla salir con viento en popa el día 11 de Enero de dicho año de 1769. Luego que desembarcó S. S. Illmâ. en el mismo Cabo, comenzó a abreviar la salida del San Antonio; pero antes de todo practicó con este Barco lo mismo que con el San Carlos, mandándolo descargar y recorrer; y en cuanto estuvo a su satisfacción, dispuso se equipase, así con lo que había traído de San Blas, como con la prevención de granos, carnes, pescado, etc.
que tenía este Señor con su eficacia acopiada para este fin. Embarcado todo, prevenida la gente, dispuesta con el Santo Sacramento de la Penitencia, y cantada la Misa de rogativa al Señor San José, comulgó en ella; y concluida les hizo el Señor D. José de Gálvez su plática exhortatoria para la paz y unión, compeliéndoles al cumplimiento de su obligación, y obediencia a los Jefes y Oficiales, y a que respetasen a los Padres Misioneros Fr. Juan Bizcaíno, y Fr. Francisco Gómez, que con ellos iban para su consuelo; y concluida la función, se embarcaron el día 15 de Febrero: y siendo este día de la traslación de San Antonio de Padua (Patrono de dicho Barco) confiaron en su patrocinio que con toda felicidad los trasladaría al Puerto de San Diego o Monterrey. Con esta confianza salieron, previniendo dicho Señor al Capitán del citado Paquebot, que era D. Juan Pérez, Mallorquín, insigne Piloto de la Carrera de Filipinas, que procurase no perder instante de tiempo, en inteligencia de que el Comandante, Capitán del San Carlos, llevaba la orden de ir en derechura al Puerto de San Diego, y esperar solos veinte días; y que si dentro de este término no llegase, dejando señal, cruzase para Monterrey, y que lo mismo había él de practicar en caso de no encontrar dicha Capitana en San Diego, ni a la Expedición de tierra, cuyo Capitán llevaba la misma orden. Concluido el despacho de estos dos Barcos, dió principio el Señor Visitador general a disponer el tercero, nombrado el Señor San José, que habiendo venido de San Blas, se hallaba fondeado en el Cabo de San Lucas.
Dio la orden de que descargándole y registrándole, se hiciese la misma diligencia que con los otros dos; y habiéndose ejecutado, lo envió para el puerto de la Paz, encargando al Capitán lo esperase allí, pues antes de salir para San Diego, tenía que ir a Loreto. En cuanto salió dicho Paquebot para el Puerto de la Paz, fue el Illmo. Señor por tierra, dando vuelta a todo el Cabo por la playa, hasta llegar a la Misión de todos Santos, y de allí al Real de Santa Ana. Concluidas las Diligencias de la Visita, pasó al mencionado Puerto de la Paz, y se embarcó en una Balandra, para ir de convoy con el Paquebot Señor San José, donde también se habían embarcado los dos Padres Misioneros que vinieron del Colegio de San Fernando en lugar de los otros dos que iban con la Expedición. Salieron de la Paz a mediados de Abril, y en breve tiempo llegaron con toda felicidad a Loreto, y se detuvieron en dicha Rada hasta el 1 de Mayo, ocupándose S. S. Illmâ. en dar las providencias y disposiciones necesarias para el buen régimen de la Tropa y Presidio, y para las Misiones de Indios, dejando fundado un Colegio de muchos de ellos para la Marina. Concluída su Visita, se embarcó en la misma Balandra dicho día 1 de Mayo para pasar a la Ensenada de Santa Bárbara del Río Mayo de la Costa de Sonora, llevando en su compañía el Paquebot Señor San José a fin de que recibiese parte de la carga que tenía el expresado Señor encargada, quien habiendo llegado felizmente, caminó al Real de los Alamos, para dar principio a la Visita de aquellas Provincias, y el dicho Paquebot recibida la carga, volvió a Loreto por la restante que estaba preparada. En este Barco se había de embarcar para San Diego el P. Predicador Fr. José Murguía, y por hallarse gravemente enfermo y sacramentado éste, salió de Loreto sin ningún Religioso el día 16 de Junio del mismo año; y no habiéndose vuelto a saber más de él, ni parecido fragmento alguno, se juzga padecería naufragio en alta mar. He adelantado estos pasajes, para concluir la narración de las Expediciones marítimas, y pasar con mas desembarazo a hacer relación de las de tierra.
Informado el citado Señor, después de llegado a la California, del estado de las Misiones, y de la altura en que se hallaba la más Septentrional, le pareció conveniente para conseguir el fin de S. M. el hacer a más de la Expedición de mar, otra por tierra, que saliendo de la última Misión, fuese en busca del Puerto de San Diego; y juntándose con la marítima se verificase el establecimiento allí. Comunicó el Illmô. Señor su alto y acertado pensamiento con nuestro V. Padre (escribiéndole desde el Real de Santa Ana) quien le respondió le parecía lo más oportuno, y que se ofrecía a ir en Persona con cualquiera de las dos Expediciones, como también el número de Misioneros que fuese necesario para aquella empresa; y suponiendo que admitiría esta propuesta el Señor Visitador general, se puso luego en camino para visitar las Misiones más inmediatas a Loreto, y convidar a los Padres para aquella función, y lo mismo hizo por escrito a los que se hallaban retirados; y con motivo de esta Visita anduvo más de cien leguas. Al regreso de este viaje ya halló la respuesta del Señor Don José de Gálvez, en que agradeciéndole el ofrecimiento, que nacido de su ardentísimo celo, había hecho, le decía tomase el trabajo de bajar al Real de Santa Ana, o Puerto de la Paz, donde lo hallaría; y que lo deseaba mucho para tratar el asunto de las Expediciones. Emprendió luego aquel viaje, que es de doscientas leguas en ida y vuelta; y si unimos a estas las otras ciento que anduvo en la visita de las tres Misiones del Sur, hacen trescientas leguas, que por entonces caminó el V.
Padre. Trató luego con el citado Señor acerca de las Expediciones, y quedaron convenidos en que por mar, con los dos Paquebotes, irían tres Misioneros, y uno con el Paquebot que saldría después; y que por tierra fuesen dos, uno con el primer trozo, y el V. P. Presidente con el segundo, y el Señor Gobernador Comandante de la Expedición. Resolvieron se fundasen tres Misiones, una en el Puerto de San Diego, otra en el de Monterrey con el título de San Carlos, y la restante con el de San Buenaventura, en la medianía de ambos Puertos. Estando ya de acuerdo en esto, dieron mano a disponer los ornamentos, vasos sagrados, y demás necesario para Iglesia y Sacristía, como asimismo lo perteneciente a casa y campo, para que encajonado todo fuese por mar, y por tierra lo demás que se previniese en Loreto. En vista de estas disposiciones tan del agrado del V. Padre, y tan ajustadas a sus deseos, nombró luego los Padres que se habían de embarcar, y les avisó para que fuesen (como lo hicieron) al Puerto de la Paz, y Cabo de S. Lucas, y el Illmô. Señor Visitador general por su parte dio mano a disponer todo lo necesario, trabajando personalmente, como si fuese un Peón. Luego que llegaron de San Blas los Barcos, haciendo de Capitana el S. Carlos, que dio fondo en el citado Puerto de la Paz y San Antonio, alias el Príncipe que (no dándole lugar los vientos por contrarios allí) dio fondo en el Cabo de San Lucas, quiso el Illmô. Señor reconocer si estaban en disposición de hacer el viaje, mandó descargar la Capitana, y viéndole la quilla, determinó darle una recorrida y nueva carena; pero faltando la brea para hacerlo, no se dedignó la cristiana piedad del expresado Señor no sólo idear de que sacarla, sino que por sus mismas manos trabajó para conseguirla, como lo logró de los Pitayos, cuando a todos parecía imposible.
Con esto, quedando a su satisfacción los citados Buques, los mandó cargar de todos los víveres y demás que había traído de San Blas, como asimismo de cuanto se custodiaba en dos Almacenes, que en el Puerto de la Paz, o de Cortés, había mandado edificar. También por sí mismo ayudó este Señor al V. Padre Junípero, y Padre Parrón, a encajonar los ornamentos, vasos sagrados, y demás utensilios de Iglesia y Sacristía para las tres Misiones que de pronto se habían de fundar, gloriándose, en una Carta que el referido Señor al mismo tiempo me escribió, en que me expresaba que era mejor Sacristán que el Padre Junípero, pues compuso los ornamentos y demás para la Misión (que llamaba suya) de San Buenaventura, con más prontitud que el Siervo de Dios los de la suya de San Carlos, y que le hubo de ayudar. Asimismo, con el fin de que éstas se fundasen con el mismo orden y gobierno que las de Sierra Gorda, tan del agrado del propio Illmô. Señor, éste mandó encajonar, y embarcar todos los utensilios de casa y campo, con la necesaria herramienta para labores de tierra y siembra de toda especie de semillas, así de la antigua, como de la Nueva España, sin olvidarse por estas atenciones de las mas mínimas, como hortaliza, flores y lino, por ser aquella tierra, en su concepto, para todo fértil, por estar en la misma altura que España (y no lo engañó su pensamiento, como diré adelante). Igualmente determinó para dicho efecto, que de la Misión antigua, situada más hacia el Norte, condujese la Expedición de tierra doscientas reses de Vacas, Toros y Bueyes para poblar aquella nueva tierra de este ganado mayor, para cultivarlas todas, y para que a su tiempo no faltase que comer; el que se ha aumentado mucho, y procreado admirablemente.
En cuanto estuvo todo dispuesto, señaló el mismo Señor el día que hubiese de salir la Comandanta, mandando que toda la gente se dispusiese por medio de los Santos Sacramentos de Penitencia y Eucaristía. De esta manera se practicó, celebrando el R. P. Presidente la bendición de Barco y Banderas, y dándoles a todos su bendición después de la Misa de rogativa al Smô. Patriarca Señor San José, a quien se nombró por Patrono de las Expediciones de mar y tierra, habiendo de antemano por Carta Cordillera encargado a los Ministros, que todos los meses el día diez y nueve se cantase en todas las Misiones una Misa al Santísimo Patriarca (concluyéndose con la Letanía de los Stos.) de rogativa, para conseguir el más feliz éxito de dichas Expediciones. Después de la Misa de rogación que va referida, hizo el Señor Visitador general a toda la gente una gran exhortación o plática para animarla; y todos enternecidos se embarcaron el día 9 de Enero de 1769 en la citada Capitana San Carlos, acompañándolos para su consuelo el Padre Fr. Fernando Parrón. La gente que conducía fue el Capitán Comandante de la Expedición marítima D. Vicente Vila: Una Compañía de Soldados Voluntarios de Cataluña de veinte y cinco hombres con su Teniente D. Pedro Fajes: El Ingeniero Don Miguel Costanzó, como también D. Pedro Prat, Cirujano de la Real Armada, y toda la Tripulación necesaria con los correspondientes Oficiales de Marina. Hízose a la vela el citado día nueve, y en cuanto se apartó del Puerto, salió el R.
P. Fr. Junípero por tierra para su Misión y Presidio de Loreto, para disponer todo lo necesario para la otra Expedición; y de paso (como que era camino) paró en mi Misión de San Francisco Javier, y refiriéndome todo lo dicho, rebosaba a su rostro la alegría, júbilo y contento de su corazón. El segundo Barco destinado para la Expedición era el San Antonio, alias el Príncipe, el cual, como se ha dicho, no permitiéndole los vientos arribar al Puerto de la Paz, fue a dar fondo en el Cabo de San Lucas. Luego que el Señor Visitador tuvo esta noticia, despachó Orden al Capitán para que allí se mantuviese, que S. Illmâ. pasaría allí, como lo verificó; pues el mismo día que salió el San Carlos, se embarcó en el Paquebot nombrado la Concepción, y me escribió la noticia de la salida del citado Navío, y que ya que no podía ir a la Expedición para fijar por su mano el Estandarte de la Santa Cruz en el Puerto de Monterrey, no quería omitir el acompañarla hasta el Cabo de San Lucas, y que allí desembarcaría (viéndola pasar,) y daría mano a disponer que sin pérdida de tiempo saliese el San Antonio. Así lo practicó el expresado Señor, acompañando a la Capitana hasta el citado Cabo de San Lucas, donde tuvo el gusto de verla salir con viento en popa el día 11 de Enero de dicho año de 1769. Luego que desembarcó S. S. Illmâ. en el mismo Cabo, comenzó a abreviar la salida del San Antonio; pero antes de todo practicó con este Barco lo mismo que con el San Carlos, mandándolo descargar y recorrer; y en cuanto estuvo a su satisfacción, dispuso se equipase, así con lo que había traído de San Blas, como con la prevención de granos, carnes, pescado, etc.
que tenía este Señor con su eficacia acopiada para este fin. Embarcado todo, prevenida la gente, dispuesta con el Santo Sacramento de la Penitencia, y cantada la Misa de rogativa al Señor San José, comulgó en ella; y concluida les hizo el Señor D. José de Gálvez su plática exhortatoria para la paz y unión, compeliéndoles al cumplimiento de su obligación, y obediencia a los Jefes y Oficiales, y a que respetasen a los Padres Misioneros Fr. Juan Bizcaíno, y Fr. Francisco Gómez, que con ellos iban para su consuelo; y concluida la función, se embarcaron el día 15 de Febrero: y siendo este día de la traslación de San Antonio de Padua (Patrono de dicho Barco) confiaron en su patrocinio que con toda felicidad los trasladaría al Puerto de San Diego o Monterrey. Con esta confianza salieron, previniendo dicho Señor al Capitán del citado Paquebot, que era D. Juan Pérez, Mallorquín, insigne Piloto de la Carrera de Filipinas, que procurase no perder instante de tiempo, en inteligencia de que el Comandante, Capitán del San Carlos, llevaba la orden de ir en derechura al Puerto de San Diego, y esperar solos veinte días; y que si dentro de este término no llegase, dejando señal, cruzase para Monterrey, y que lo mismo había él de practicar en caso de no encontrar dicha Capitana en San Diego, ni a la Expedición de tierra, cuyo Capitán llevaba la misma orden. Concluido el despacho de estos dos Barcos, dió principio el Señor Visitador general a disponer el tercero, nombrado el Señor San José, que habiendo venido de San Blas, se hallaba fondeado en el Cabo de San Lucas.
Dio la orden de que descargándole y registrándole, se hiciese la misma diligencia que con los otros dos; y habiéndose ejecutado, lo envió para el puerto de la Paz, encargando al Capitán lo esperase allí, pues antes de salir para San Diego, tenía que ir a Loreto. En cuanto salió dicho Paquebot para el Puerto de la Paz, fue el Illmo. Señor por tierra, dando vuelta a todo el Cabo por la playa, hasta llegar a la Misión de todos Santos, y de allí al Real de Santa Ana. Concluidas las Diligencias de la Visita, pasó al mencionado Puerto de la Paz, y se embarcó en una Balandra, para ir de convoy con el Paquebot Señor San José, donde también se habían embarcado los dos Padres Misioneros que vinieron del Colegio de San Fernando en lugar de los otros dos que iban con la Expedición. Salieron de la Paz a mediados de Abril, y en breve tiempo llegaron con toda felicidad a Loreto, y se detuvieron en dicha Rada hasta el 1 de Mayo, ocupándose S. S. Illmâ. en dar las providencias y disposiciones necesarias para el buen régimen de la Tropa y Presidio, y para las Misiones de Indios, dejando fundado un Colegio de muchos de ellos para la Marina. Concluída su Visita, se embarcó en la misma Balandra dicho día 1 de Mayo para pasar a la Ensenada de Santa Bárbara del Río Mayo de la Costa de Sonora, llevando en su compañía el Paquebot Señor San José a fin de que recibiese parte de la carga que tenía el expresado Señor encargada, quien habiendo llegado felizmente, caminó al Real de los Alamos, para dar principio a la Visita de aquellas Provincias, y el dicho Paquebot recibida la carga, volvió a Loreto por la restante que estaba preparada. En este Barco se había de embarcar para San Diego el P. Predicador Fr. José Murguía, y por hallarse gravemente enfermo y sacramentado éste, salió de Loreto sin ningún Religioso el día 16 de Junio del mismo año; y no habiéndose vuelto a saber más de él, ni parecido fragmento alguno, se juzga padecería naufragio en alta mar. He adelantado estos pasajes, para concluir la narración de las Expediciones marítimas, y pasar con mas desembarazo a hacer relación de las de tierra.