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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO XIII Que algunos han creído que en las Divinas Escrituras, Ofir signifique este nuestro Pirú No falta también a quien le parezca que en las Sagradas Letras hay mención de esta India Occidental, entendiendo por el Ofir que ellas tanto celebran, este nuestro Pirú. Roberto Stephano, o por mejor decir Francisco Batablo, hombre en la lengua hebrea aventajado, según nuestro preceptor, que fue discípulo suyo, decía en los escolios sobre el capítulo nono del tercero libro de Los Reyes, escribe que la Isla Española que halló Cristóbal Colón era el Ofir, de donde Salomón traía cuatrocientos y veinte o cuatrocientos y cincuenta talentos de oro muy fino. Porque tal es el oro de Cibao que los nuestros traen de la Española. Y no faltan autores doctos que afirmen ser Ofir este nuestro Pirú, deduciendo el un nombre del otro, y creyendo que en el tiempo que se escribió el libro del Paralipómenon se llamaba Pirú como agora. Fúndanse en que refiere la Escritura que se traía de Ofir oro finísimo y piedras muy preciosas, y madera escogidísima, de todo lo cual abunda, según dicen estos autores, el Pirú. Mas a mi parecer está muy lejos el Pirú de ser el Ofir que la Escritura celebra, porque aunque hay en él copia de oro, no es en tanto grado que haga ventaja en esto a la fama de riqueza que tuvo antiguamente la India Oriental. Las piedras tan preciosas y aquella tan excelente madera que nunca tal se vio en Jerusalén, cierto yo no lo veo, porque aunque hay esmeraldas escogidas y algunos árboles de palo recio y oloroso; pero no hallo aquí cosa digna de aquel encarecimiento que pone la Escritura.
Ni aun me parece que lleva buen camino pensar que Salomón, dejada la India Oriental, riquísima, enviase sus flotas a esta última tierra. Y si hubiera venido tantas veces, más rastros fuera razón que halláramos de ello. Mas la etimología del nombre Ofir y reducción al nombre de Pirú téngolo por negocio de poca substancia, siendo como es cierto que ni el nombre del Pirú es tan antiguo, ni tan general a toda esta tierra. Ha sido costumbre muy ordinaria en estos descubrimientos del Nuevo Mundo, poner nombres a las tierras y puertos, de la ocasión que se les ofrecía; y así se entiende haber pasado en nombrar a este reino, Pirú. Acá es opinión que de un río en que a los principios dieron los españoles, llamado por los naturales Pirú, intitularon toda esta tierra Pirú; y es argumento de esto que los indios naturales del Pirú ni usan ni saben tal nombre de su tierra. Al mismo tono parece afirmar que Sepher, en la Escritura, son estos Andes, que son unas tierras altísimas del Pirú. Ni basta haber alguna afinidad o semejanza de vocablos, pues de esa suerte también diríamos que Yucatán es Yectan, a quien nombra la Escritura, ni los nombres de Tito y de Paulo que usaron los reyes Ingas de este Pirú, se debe pensar que vinieron de romanos o de cristianos, pues es muy ligero indicio para afirmar cosas tan grandes. Lo que algunos escriben que Tarsis y Ofir no eran en una misma navegación ni provincia; claramente se ve ser contra la intención de la Escritura, confiriendo el Cap.
22 del cuarto libro de Los Reyes, con el Cap. 20 del segundo libro del Paralipómenon. Porque lo que en Los Reyes dice que Josafat hizo flota en Asiongaber para ir por oro a Ofir, eso mismo refiere el Paralipómenon haberse hecho la dicha flota para ir a Tarsis. De donde claro se colige que en el propósito tomó por una misma cosa la Escritura a Tarsis y Ofir. Preguntarme ha alguno a mí, según esto, qué región o provincia sea el Ofir, adonde iba la flota de Salomón con marineros de Irán, rey de Tiro, y Sidón, para traerle oro, a do también pretendiendo ir la flota del rey Josafat, padeció naufragio en Asiongaber, como refiere la Escritura. En esto digo que me allego de mejor gana a la opinión de Josefo en los libros de Antiquitatibus, donde dice que es provincia de la India Oriental, la cual fundó aquel Ofir, hijo de Yectan, de quien se hace mención en el Génesis, y era esta provincia abundante de oro finísimo. De aquí procedió el celebrarse tanto el oro de Ofir o de Ofaz, y según algunos quieren decir el obrizo es como ofirizo, porque habiendo siete linajes de oro, como refiere San Jerónimo, el de Ofir era tenido por el más fino, así como acá celebramos el oro de Valdivia o el de Caravaya. La principal razón que me mueve a pensar que Ofir está en la India Oriental y no en esta Occidental, es porque no podía venir acá la flota de Salomón sin pasar toda la India Oriental y toda la China, y otro infinito mar; y no es verisímil, que atravesasen todo el mundo para venir a buscar acá el oro, mayormente siendo esta tierra tal que no se podía tener noticia de ella por viaje de tierra, y mostraremos después que los antiguos no alcanzaron el arte de navegar que agora se usa, sin el cual no podían engolfarse tanto. Finalmente, en estas cosas, cuando no se traen indicios ciertos sino conjeturas ligeras, no obligan a creerse más de lo que a cada uno le parece.
Ni aun me parece que lleva buen camino pensar que Salomón, dejada la India Oriental, riquísima, enviase sus flotas a esta última tierra. Y si hubiera venido tantas veces, más rastros fuera razón que halláramos de ello. Mas la etimología del nombre Ofir y reducción al nombre de Pirú téngolo por negocio de poca substancia, siendo como es cierto que ni el nombre del Pirú es tan antiguo, ni tan general a toda esta tierra. Ha sido costumbre muy ordinaria en estos descubrimientos del Nuevo Mundo, poner nombres a las tierras y puertos, de la ocasión que se les ofrecía; y así se entiende haber pasado en nombrar a este reino, Pirú. Acá es opinión que de un río en que a los principios dieron los españoles, llamado por los naturales Pirú, intitularon toda esta tierra Pirú; y es argumento de esto que los indios naturales del Pirú ni usan ni saben tal nombre de su tierra. Al mismo tono parece afirmar que Sepher, en la Escritura, son estos Andes, que son unas tierras altísimas del Pirú. Ni basta haber alguna afinidad o semejanza de vocablos, pues de esa suerte también diríamos que Yucatán es Yectan, a quien nombra la Escritura, ni los nombres de Tito y de Paulo que usaron los reyes Ingas de este Pirú, se debe pensar que vinieron de romanos o de cristianos, pues es muy ligero indicio para afirmar cosas tan grandes. Lo que algunos escriben que Tarsis y Ofir no eran en una misma navegación ni provincia; claramente se ve ser contra la intención de la Escritura, confiriendo el Cap.
22 del cuarto libro de Los Reyes, con el Cap. 20 del segundo libro del Paralipómenon. Porque lo que en Los Reyes dice que Josafat hizo flota en Asiongaber para ir por oro a Ofir, eso mismo refiere el Paralipómenon haberse hecho la dicha flota para ir a Tarsis. De donde claro se colige que en el propósito tomó por una misma cosa la Escritura a Tarsis y Ofir. Preguntarme ha alguno a mí, según esto, qué región o provincia sea el Ofir, adonde iba la flota de Salomón con marineros de Irán, rey de Tiro, y Sidón, para traerle oro, a do también pretendiendo ir la flota del rey Josafat, padeció naufragio en Asiongaber, como refiere la Escritura. En esto digo que me allego de mejor gana a la opinión de Josefo en los libros de Antiquitatibus, donde dice que es provincia de la India Oriental, la cual fundó aquel Ofir, hijo de Yectan, de quien se hace mención en el Génesis, y era esta provincia abundante de oro finísimo. De aquí procedió el celebrarse tanto el oro de Ofir o de Ofaz, y según algunos quieren decir el obrizo es como ofirizo, porque habiendo siete linajes de oro, como refiere San Jerónimo, el de Ofir era tenido por el más fino, así como acá celebramos el oro de Valdivia o el de Caravaya. La principal razón que me mueve a pensar que Ofir está en la India Oriental y no en esta Occidental, es porque no podía venir acá la flota de Salomón sin pasar toda la India Oriental y toda la China, y otro infinito mar; y no es verisímil, que atravesasen todo el mundo para venir a buscar acá el oro, mayormente siendo esta tierra tal que no se podía tener noticia de ella por viaje de tierra, y mostraremos después que los antiguos no alcanzaron el arte de navegar que agora se usa, sin el cual no podían engolfarse tanto. Finalmente, en estas cosas, cuando no se traen indicios ciertos sino conjeturas ligeras, no obligan a creerse más de lo que a cada uno le parece.