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Datos principales
Desarrollo
Cómo llegamos a un río que pusimos por nombre río de Banderas, e rescatamos catorce mil pesos Ya habrán oído decir en España y en toda la más parte della y de la cristiandad, cómo México es tan gran ciudad, y poblada en el agua como Venecia; y había en ella un gran señor que era rey de muchas provincias y señoreaba todas aquellas tierras, que son mayores que cuatro veces nuestra Castilla ; el cual señor se decía Montezuma, e como era tan poderoso, quería señorear y saber hasta lo que no podía ni le era posible, e tuvo noticia de la primera vez que venimos con Francisco Hernández de Córdoba , lo que nos acaesció en la batalla de Cotoche y en la de Champotón, y ahora deste viaje la batalla del mismo Champotón, y supo que éramos nosotros pocos soldados y los de aquel pueblo muchos, e al fin entendió que nuestra demanda era buscar oro a trueque del rescate que traíamos, e todo se lo habían llevado pintado en unos paños que hacen de henequén, que es como el lino; y como supo que íbamos costa a costa hacia sus provincias, mandó a sus gobernadores que si por allí aportásemos que procurasen de trocar oro a nuestras cuentas, en especial a las verdes, que parecían a sus chalchihuites; y también lo mandó para saber e inquirir más por entero de nuestra persona de qué era nuestro intento. Y lo más cierto era, según entendimos, que dicen que sus antepasados les habían dicho que habían de venir gentes de hacia donde sale el sol, que los habían de señorear.
Ahora sea por lo uno o por lo otro, estaban a posta en vela indios del grande Montezuma en aquel río que dicho tengo, con lanzas largas y en cada lanza una bandera, enarbolándola y llamándonos que fuésemos allí donde estaban. Y desque vimos de los navíos cosas tan nuevas, para saber qué podía ser, fue acordado por el general, con todos los demás soldados y capitanes, que echásemos dos bateles en el agua e que saltásemos en ellos todos los ballesteros y escopeteros y veinte soldados, y Francisco de Montejo fuese con nosotros, e que si viésemos que eran de guerra los que estaban con las banderas, que de presto se lo hiciésemos saber, o otra cualquiera cosa que fuese. Y en aquella sazón quiso Dios que hacía bonanza en aquella costa, lo cual pocas veces suele acaecer; y como llegamos en tierra hallamos tres caciques, que el uno dellos era gobernador de Montezuma e con muchos indios de proprio, y tenían muchas gallinas de la tierra y pan de maíz de lo que ellos suelen comer, e frutas que eran pifias y zapotes, que en otras partes llaman mameyes; y estaban debajo de una sombra de árboles, puestas esteras en el suelo, que ya he dicho otra vez que en estas partes se llaman petates, y allí nos mandaron asentar, y todo por señas, porque Julianillo, el de la punta de Cotoche, no entendía aquella lengua; y luego trajeron braseros de barro con ascuas, y nos zahumaron con una como resina que huele a incienso. Y luego el capitán Montejo lo hizo saber al general, y como lo supo, acordó de surgir allí en aquel paraje con todos los navíos, y saltó en tierra con todos los capitanes y soldados.
Y desque aquellos caciques y gobernadores le vieron en tierra y conocieron que era el capitán de todos, a su usanza le hicieron grande acatamiento y le zahumaron, y él les dio las gracias por ello y les hizo muchas caricias, y les mandó dar diamantes y cuentas verdes, y por señas les dijo que trajesen oro a trocar a nuestros rescates. Lo cual luego el gobernador mandó a sus indios, j que todos los pueblos comarcanos trajesen de las joyas que tenían a rescatar; y en seis días que estuvimos allí trajeron más de quince mil pesos en joyezuelas de oro bajo y de muchas hechuras; y aquesto debe ser lo que dicen los cronistas Francisco López de Gómara y Gonzalo Hernández de Oviedo en sus crónicas, que dicen que dieron los de Tabasco; y como se lo dijeron por relación, así lo escriben como si fuese verdad; porque vista cosa es que en la provincia del río de Grijalva no hay oro, sino muy pocas joyas. Dejemos esto y pasemos adelante, y es que tomamos posesión en aquella tierra por su majestad, y en su nombre real el gobernador de Cuba Diego Velázquez . Y después desto hecho, habló el general a los indios que allí estaban, diciendo que se querían embarcar, y les dio camisas de Castilla. Y de allí tomamos un indio, que llevamos en los navíos, el cual, después que entendió nuestra lengua, se volvió cristiano y se llamó Francisco, y después de ganado México, le vi casado en un pueblo que se llama Santa Fe. Pues como vio el general que no traían más oro a rescatar, e había seis días que estábamos allí y los navíos corrían riesgo, por ser travesía el norte, nos mandó embarcar.
E corriendo la costa adelante, vimos una isleta que bañaba la mar y tenía la arena blanca, y estaría, al parecer, obra de tres leguas de tierra, y pusímosle por nombre isla Blanca, y así está en las cartas del marear. Y no muy lejos desta isleta Blanca vimos otra isla que tenía muchos árboles verdes, y estará de la costa cuatro leguas: y pusímosle por nombre Isla Verde. E yendo más adelante, vimos otra isla mayor, al parecer, que las demás, y estaría de tierra obra de legua y media, y allí enfrente della había buen surgidero, y mandó el general que surgiésemos. Echados los bateles en el agua, fue el capitán Juan de Grijalva con muchos de nosotros los soldados a ver la isleta, y hallamos dos casas hechas de cal y canto y bien labradas, y cada casa con unas gradas por donde subían a unos como altares, y en aquellos altares tenían unos ídolos de malas figuras, que eran sus dioses, y allí estaban sacrificados de aquella noche cinco indios, y estaban abiertos por los pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes llenas de sangre. De todo lo cual nos admiramos, y pusimos por nombre a esta isleta isla de Sacrificios. Y allí enfrente de aquella isla saltamos todos en tierra, y en unos arenales grandes que allí hay, adonde hicimos ranchos y chozas con ramas y con las velas de los navíos. Habíanse allegado en aquella costa muchos indios que traían a rescatar oro hecho piecezuelas, como en el río de Banderas, y según después supimos, mandó el gran Montezuma que viniesen con ello, y los indios que lo traían, al parecer estaban temerosos; y era muy poco. Por manera que luego el capitán Juan de Grijalva mandó que los navíos alzasen las anclas y pusiesen velas, y fuésemos delante a surgir enfrente de otra isleta que estaba obra de media legua de tierra, y esta isla es donde ahora está el puerto. Y diré lo que allí nos avino.
Ahora sea por lo uno o por lo otro, estaban a posta en vela indios del grande Montezuma en aquel río que dicho tengo, con lanzas largas y en cada lanza una bandera, enarbolándola y llamándonos que fuésemos allí donde estaban. Y desque vimos de los navíos cosas tan nuevas, para saber qué podía ser, fue acordado por el general, con todos los demás soldados y capitanes, que echásemos dos bateles en el agua e que saltásemos en ellos todos los ballesteros y escopeteros y veinte soldados, y Francisco de Montejo fuese con nosotros, e que si viésemos que eran de guerra los que estaban con las banderas, que de presto se lo hiciésemos saber, o otra cualquiera cosa que fuese. Y en aquella sazón quiso Dios que hacía bonanza en aquella costa, lo cual pocas veces suele acaecer; y como llegamos en tierra hallamos tres caciques, que el uno dellos era gobernador de Montezuma e con muchos indios de proprio, y tenían muchas gallinas de la tierra y pan de maíz de lo que ellos suelen comer, e frutas que eran pifias y zapotes, que en otras partes llaman mameyes; y estaban debajo de una sombra de árboles, puestas esteras en el suelo, que ya he dicho otra vez que en estas partes se llaman petates, y allí nos mandaron asentar, y todo por señas, porque Julianillo, el de la punta de Cotoche, no entendía aquella lengua; y luego trajeron braseros de barro con ascuas, y nos zahumaron con una como resina que huele a incienso. Y luego el capitán Montejo lo hizo saber al general, y como lo supo, acordó de surgir allí en aquel paraje con todos los navíos, y saltó en tierra con todos los capitanes y soldados.
Y desque aquellos caciques y gobernadores le vieron en tierra y conocieron que era el capitán de todos, a su usanza le hicieron grande acatamiento y le zahumaron, y él les dio las gracias por ello y les hizo muchas caricias, y les mandó dar diamantes y cuentas verdes, y por señas les dijo que trajesen oro a trocar a nuestros rescates. Lo cual luego el gobernador mandó a sus indios, j que todos los pueblos comarcanos trajesen de las joyas que tenían a rescatar; y en seis días que estuvimos allí trajeron más de quince mil pesos en joyezuelas de oro bajo y de muchas hechuras; y aquesto debe ser lo que dicen los cronistas Francisco López de Gómara y Gonzalo Hernández de Oviedo en sus crónicas, que dicen que dieron los de Tabasco; y como se lo dijeron por relación, así lo escriben como si fuese verdad; porque vista cosa es que en la provincia del río de Grijalva no hay oro, sino muy pocas joyas. Dejemos esto y pasemos adelante, y es que tomamos posesión en aquella tierra por su majestad, y en su nombre real el gobernador de Cuba Diego Velázquez . Y después desto hecho, habló el general a los indios que allí estaban, diciendo que se querían embarcar, y les dio camisas de Castilla. Y de allí tomamos un indio, que llevamos en los navíos, el cual, después que entendió nuestra lengua, se volvió cristiano y se llamó Francisco, y después de ganado México, le vi casado en un pueblo que se llama Santa Fe. Pues como vio el general que no traían más oro a rescatar, e había seis días que estábamos allí y los navíos corrían riesgo, por ser travesía el norte, nos mandó embarcar.
E corriendo la costa adelante, vimos una isleta que bañaba la mar y tenía la arena blanca, y estaría, al parecer, obra de tres leguas de tierra, y pusímosle por nombre isla Blanca, y así está en las cartas del marear. Y no muy lejos desta isleta Blanca vimos otra isla que tenía muchos árboles verdes, y estará de la costa cuatro leguas: y pusímosle por nombre Isla Verde. E yendo más adelante, vimos otra isla mayor, al parecer, que las demás, y estaría de tierra obra de legua y media, y allí enfrente della había buen surgidero, y mandó el general que surgiésemos. Echados los bateles en el agua, fue el capitán Juan de Grijalva con muchos de nosotros los soldados a ver la isleta, y hallamos dos casas hechas de cal y canto y bien labradas, y cada casa con unas gradas por donde subían a unos como altares, y en aquellos altares tenían unos ídolos de malas figuras, que eran sus dioses, y allí estaban sacrificados de aquella noche cinco indios, y estaban abiertos por los pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes llenas de sangre. De todo lo cual nos admiramos, y pusimos por nombre a esta isleta isla de Sacrificios. Y allí enfrente de aquella isla saltamos todos en tierra, y en unos arenales grandes que allí hay, adonde hicimos ranchos y chozas con ramas y con las velas de los navíos. Habíanse allegado en aquella costa muchos indios que traían a rescatar oro hecho piecezuelas, como en el río de Banderas, y según después supimos, mandó el gran Montezuma que viniesen con ello, y los indios que lo traían, al parecer estaban temerosos; y era muy poco. Por manera que luego el capitán Juan de Grijalva mandó que los navíos alzasen las anclas y pusiesen velas, y fuésemos delante a surgir enfrente de otra isleta que estaba obra de media legua de tierra, y esta isla es donde ahora está el puerto. Y diré lo que allí nos avino.