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Datos principales
Desarrollo
Capítulo XCVII Que trata de cómo vino el capitán Ainavillo sobre el gobernador estando en aquel fuerte y la victoria que nuestro Señor fue servido de dalle Estando el gobernador con sus españoles aderezando lo que había menester para el invierno que se les acercaba, que entra por abril y sale en septiembre, estando en este cuidado, supo el gobernador nueva cómo la mayor parte de la gente de guerra de toda la tierra venían marchando con sus campos, repartida la gente en tres escuadrones, y que era en tanta cantidad que pasaban sesenta mil indios, y que venían la gente de las riberas del gran río de Itata con los de Reinoguelen y sus comarcanos en un escuadrón, por la parte de entre oriente de donde estaba el gobernador y su gente. Y cumplidos los doce de marzo fueron representados todos tres escuadrones. A hora de nona parecieron entre lomas bajas que tienen sus vertientes sobre el asiento de la ciudad, y como el sol iba contra occidente, reverberaba en aquella gente de guerra y se mostraba ser cosa admirable y aun temerosa ver tanto género de armas, así ofensivas como defensivas, y tantos plumajes y de tan diversas colores. Pues viendo el gobernador cómo los indios venían repartidos en los escuadrones y avisado de qué generación era cada escuadrón, y viendo por qué loma y camino habían venido y cómo la gente más belicosa era la de Arauco y de más cantidad, y el general de ellos era Ainavillo, el que arriba dijimos, y reconociendo que estaban asentados en sitio que no podían favorecerse los unos a los otros, y reconociendo que los indios tendrían mucho temor de la nieve que tendrían de la batalla de Andalién, y que a esta causa venían divididos para mejor se aprovechar de sus pies más que de sus manos, hechas estas consideraciones, mandó el gobernador venir toda su gente a punto de guerra y no perezosos.
En esto los escuadrones marchaban en su orden a son de sus cornetas. Viendo el gobernador el escuadrón mayor y más lucido y más cercano, mandó al general Gerónimo de Alderete que acometiese con la cuarta parte de los de a caballo y de pie, quedando el gobernador con los demás muy a punto. Y aprestado el general con los dichos, acometió sin temor ni pereza, todos juntos al galope, y llegando cerca con toda furia rompieron el escuadrón de los indios. Y viéndose desbaratados, temían tanto el resultado de los caballos que no paraban, y dejando las armas en el campo, y como iban a la ligera, que no les embarazaba mucho la ropa que traen, no iban muy perezosos huyendo. Y viendo los otros dos escuadrones la obra que se le había hecho al más fuerte y en el que más confiaban, volvieron las espaldas. El despojo que en el campo dejaron fueron muchas picas y plumajes y otras armas. En este recuentro murieron trescientos indios y prendiéronse más de doscientos. Y de aquéstos mandó el gobernador castigar, que fue cortalles las narices y manos derechas. Esta victoria hubo el gobernador con el ayuda de Dios y de su bendita madre Santa María y del bienaventurado apóstol Santiago, porque cortándole las manos a estos indios habló con algunos, y decían todos a una que no habíamos sido parte nosotros para con ellos, sino una mujer que había bajado de lo alto y se había puesto en medio de ellos, y que juntamente bajó un hombre de una barba blanca y armado con una espadacha desnuda y un caballo blanco.
Y visto por los indios tan gran resplandor que de si salía, les quitaba la vista de los ojos, y que de verlo perdieron el ánimo y fuerzas que traían. Y según yo me informé de ellos, fue muy cierto ver este milagro cuando se pusieron a vista de los españoles, porque sin el favor de Dios, tan pocos españoles contra tanto enemigo no nos podíamos sustentar. Pues ver los aparejos que traían era de ver, porque yo vi muchas ollas y flechas de fuego para echarnos en las casas y muchos tablones para poner en el foso y pasarnos al fuerte. Hecho este castigo, les habló el gobernador a todos juntos, porque había algunos caciques y prencipales, y les dijo y declaró cómo aquello se usaba con ellos porque les había enviado a llamar muchas veces y a requerir con la paz, diciéndoles a lo que venía a esta tierra, y que habían recebido el mensajero, y que no tan solamente no cumplieron aquello, pero vinieron con mano armada contra nosotros y tanta cantidad para tan pocos españoles, y que lo mismo se haría con los demás que no viniesen a dar la obediencia y a servir a los españoles. De esta suerte se enviaron estos indios a sus casas para en castigo de ellos y enxemplo para los demás. Luego mandó el gobernador a ciertos caudillos fuesen con todo recaudo y trujesen bastimento para el invierno, y que corriesen el campo y que trujesen de paz los caciques que les saliesen, y que diesen a entender a los indios que viniesen de paz a los servir, y donde no, que les harían la guerra y que no estarían seguros en ninguna parte que se metiesen.
En esto los escuadrones marchaban en su orden a son de sus cornetas. Viendo el gobernador el escuadrón mayor y más lucido y más cercano, mandó al general Gerónimo de Alderete que acometiese con la cuarta parte de los de a caballo y de pie, quedando el gobernador con los demás muy a punto. Y aprestado el general con los dichos, acometió sin temor ni pereza, todos juntos al galope, y llegando cerca con toda furia rompieron el escuadrón de los indios. Y viéndose desbaratados, temían tanto el resultado de los caballos que no paraban, y dejando las armas en el campo, y como iban a la ligera, que no les embarazaba mucho la ropa que traen, no iban muy perezosos huyendo. Y viendo los otros dos escuadrones la obra que se le había hecho al más fuerte y en el que más confiaban, volvieron las espaldas. El despojo que en el campo dejaron fueron muchas picas y plumajes y otras armas. En este recuentro murieron trescientos indios y prendiéronse más de doscientos. Y de aquéstos mandó el gobernador castigar, que fue cortalles las narices y manos derechas. Esta victoria hubo el gobernador con el ayuda de Dios y de su bendita madre Santa María y del bienaventurado apóstol Santiago, porque cortándole las manos a estos indios habló con algunos, y decían todos a una que no habíamos sido parte nosotros para con ellos, sino una mujer que había bajado de lo alto y se había puesto en medio de ellos, y que juntamente bajó un hombre de una barba blanca y armado con una espadacha desnuda y un caballo blanco.
Y visto por los indios tan gran resplandor que de si salía, les quitaba la vista de los ojos, y que de verlo perdieron el ánimo y fuerzas que traían. Y según yo me informé de ellos, fue muy cierto ver este milagro cuando se pusieron a vista de los españoles, porque sin el favor de Dios, tan pocos españoles contra tanto enemigo no nos podíamos sustentar. Pues ver los aparejos que traían era de ver, porque yo vi muchas ollas y flechas de fuego para echarnos en las casas y muchos tablones para poner en el foso y pasarnos al fuerte. Hecho este castigo, les habló el gobernador a todos juntos, porque había algunos caciques y prencipales, y les dijo y declaró cómo aquello se usaba con ellos porque les había enviado a llamar muchas veces y a requerir con la paz, diciéndoles a lo que venía a esta tierra, y que habían recebido el mensajero, y que no tan solamente no cumplieron aquello, pero vinieron con mano armada contra nosotros y tanta cantidad para tan pocos españoles, y que lo mismo se haría con los demás que no viniesen a dar la obediencia y a servir a los españoles. De esta suerte se enviaron estos indios a sus casas para en castigo de ellos y enxemplo para los demás. Luego mandó el gobernador a ciertos caudillos fuesen con todo recaudo y trujesen bastimento para el invierno, y que corriesen el campo y que trujesen de paz los caciques que les saliesen, y que diesen a entender a los indios que viniesen de paz a los servir, y donde no, que les harían la guerra y que no estarían seguros en ninguna parte que se metiesen.