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Datos principales
Desarrollo
De las montañas de los Andes y de su gran espesura, y de las grandes culebras que en ella se crían, y de las malas costumbres de los indios que viven en lo interior de la montaña Esta cordillera de sierras que se llama de los Andes se tiene por una de las grandes del mundo, porque su principio es desde el estrecho de Magallanes, a lo que se ha visto y crece; y viene de largo por todo este reino del Perú, y atraviesa tantas tierras y provincias que no se puede decir. Toda está llena de altos cerros, algunos dellos bien poblados de nieve, y otros de bocas de fuego. Son muy dificultosas estas sierras y montañas, por su espesura y porque lo más del tiempo llueve en ellas, y la tierra es tan sombría que es menester ir con gran tino, porque las raíces de los árboles sal9t debajo della y ocupan todo el monte, y cuando quieren pasar caballos se recibe más trabajo en hacer los caminos. Fama es entre los orejones del Cuzco que Topainga Yupangue atravesó con grande ejército esta montaña, y que fueron muy difíciles de conquistar y traer a su señorío muchas gentes de las que en ellas habitaban; en las faldas dellas, a las vertientes de la mar del Sur, eran los naturales de buena razón, y que todos andaban vestidos, y se gobernaron por las leyes y costumbres de los ingas; y por el consiguiente, a las vertientes de la otra mar, a la parte del nascimiento del sol, es público que los naturales son de menos razón y entendimiento, los cuales crían gran cantidad de coca, que es una hierba preciada entre los indios, como diré en el capítulo siguiente; y como estas montañas sean tan grandes, puédese tener ser verdad lo que dicen de haber en ellas muchos animales, así como osos, tigres, leones, dantas, puercos y gaticos pintados, con otras salvajinas muchas y que son de ver; y también se han visto por algunos españoles unas culebras tan grandes que parecen vigas, y éstas se dice que, aunque se sienten encima dellas y sea su grandeza tan monstruosa y de talle tan fiero, no hacen mal ni se muestran fieras en matar ni hacer daño a ninguno.
Tratando yo en el Cuzco sobre estas culebras con los indios, me contaron una cosa que aquí diré, la cual escribo porque me la certificaron, y es que en tiempo del inga Yupangue, hijo que fue de Viracoche inga, salieron por su mandado ciertos capitanes con mucha gente de guerra a visitar estos Andes y a someter los indios que pudiesen al imperio de los ingas; y que entrados en los montes, estas culebras mataron a todos los más de los que iban con los capitanes ya dichos, y que fue el daño tanto que el Inga mostró por ello gran sentimiento; lo cual visto por una vieja encantadora le dijo que la dejase ir a los Andes, que ella adormiría las culebras de tal manera que nunca hiciesen mal; y dándole licencia, fue adonde habían recebido el daño; y allí, haciendo sus conjuros y diciendo ciertas palabras, las volvió de fiera y bravas en tan mansas y bobas como agora están. Esto puede ser ficción o fábula que éstos dicen; pero lo que agora se ve es que estas culebras, con ser tan grandes, ningún daño hacen. Estos Andes, adonde los ingas tuvieron aposentos y casas principales, en partes fueron muy poblados. La tierra es muy fértil, porque se da bien el maíz y yuca, con las otras raíces que ellos siembran, y frutas hay muchas y muy excelentes, y los más de los españoles vecinos del Cuzco han ya hecho plantar naranjos y limas, higueras, parrales y otras plantas de España, sin lo cual se hacen grandes platanales y hay piñas sabrosas y muy olorosas. Bien adentro destas montañas y espesuras afirman que hay gente tan rústica que ni tienen casa ni ropa, antes andan como animales, matando con flechas aves y bestias las que pueden para comer, y que no tienen señores ni capitanes, salvo que por las cuevas y huecos de árboles se allegan unos en unas partes y otros en otras.
En las más de las cuales dicen también (que yo no las he visto) que hay unas monas muy grandes que andan por los árboles, con las cuales, por tentación del demonio (que siempre busca cómo y por dónde los hombres cometerán mayores pecados y más graves), éstos usan con ellas como mujeres, y afirman que algunas parían monstruos que tenían las cabezas y miembros deshonestos como hombres y las manos y pies como mona; son, según dicen, de pequeños cuerpos y de talle monstruoso, y vellosos. En fin, parescerán (si es verdad que los hay) al demonio, su padre. Dicen más: que no tienen habla, sino un gemido o aullido temeroso. Yo esto ni lo afirmo ni dejo de entender que, como muchos hombres de entendimiento y razón y que saben que hay Dios, gloria y infierno, dejando a sus mujeres, se han ensuciado con mulas, perras, yeguas y otras bestias, que me da gran pena referirlo, puede ser que esto así sea. Yendo yo el año de 1549 a los Charcas a ver las provincias y ciudades que en aquella tierra hay, para lo cual llevaba del presidente Gasca cartas para todos los corregidores que me diesen favor para saber y inquirir lo más notable de las provincias, acertamos una noche a dormir en una tienda un hidalgo, vecino de Málaga, llamado Iñigo López de Nuncibay, y yo, y nos contó un español que allí se halló cómo por sus ojos había visto en la montaña uno destos monstruos muerto, del talle y manera dicha. Y Juan de Varagas, vecino de la ciudad de la Paz, me dijo y afirmó que en Guanuco le decían los indios que oían aullidos destos diablos o monas; de manera que esta fama hay deste pecado cometido por estos malaventurados. También he oído por muy cierto que Francisco de Almendras, que fue vecino de la villa de Plata, tomó a una india y a un perro cometiendo este pecado, y que mandó quemar la india. Y sin todo esto, he oído a Lope de Mendieta y a Juan Ortiz de Zárate, y a otros vecinos de la villa de Plata, que oyeron a indios suyos cómo en la provincia de Aulaga parió una india, de un perro, tres o cuatro monstruos, los cuales vivieron pocos días. Plega a nuestro Señor Dios que, aunque nuestras maldades sean tantas y tan grandes, no permita que se cometan pecados tan feos y enormes.
Tratando yo en el Cuzco sobre estas culebras con los indios, me contaron una cosa que aquí diré, la cual escribo porque me la certificaron, y es que en tiempo del inga Yupangue, hijo que fue de Viracoche inga, salieron por su mandado ciertos capitanes con mucha gente de guerra a visitar estos Andes y a someter los indios que pudiesen al imperio de los ingas; y que entrados en los montes, estas culebras mataron a todos los más de los que iban con los capitanes ya dichos, y que fue el daño tanto que el Inga mostró por ello gran sentimiento; lo cual visto por una vieja encantadora le dijo que la dejase ir a los Andes, que ella adormiría las culebras de tal manera que nunca hiciesen mal; y dándole licencia, fue adonde habían recebido el daño; y allí, haciendo sus conjuros y diciendo ciertas palabras, las volvió de fiera y bravas en tan mansas y bobas como agora están. Esto puede ser ficción o fábula que éstos dicen; pero lo que agora se ve es que estas culebras, con ser tan grandes, ningún daño hacen. Estos Andes, adonde los ingas tuvieron aposentos y casas principales, en partes fueron muy poblados. La tierra es muy fértil, porque se da bien el maíz y yuca, con las otras raíces que ellos siembran, y frutas hay muchas y muy excelentes, y los más de los españoles vecinos del Cuzco han ya hecho plantar naranjos y limas, higueras, parrales y otras plantas de España, sin lo cual se hacen grandes platanales y hay piñas sabrosas y muy olorosas. Bien adentro destas montañas y espesuras afirman que hay gente tan rústica que ni tienen casa ni ropa, antes andan como animales, matando con flechas aves y bestias las que pueden para comer, y que no tienen señores ni capitanes, salvo que por las cuevas y huecos de árboles se allegan unos en unas partes y otros en otras.
En las más de las cuales dicen también (que yo no las he visto) que hay unas monas muy grandes que andan por los árboles, con las cuales, por tentación del demonio (que siempre busca cómo y por dónde los hombres cometerán mayores pecados y más graves), éstos usan con ellas como mujeres, y afirman que algunas parían monstruos que tenían las cabezas y miembros deshonestos como hombres y las manos y pies como mona; son, según dicen, de pequeños cuerpos y de talle monstruoso, y vellosos. En fin, parescerán (si es verdad que los hay) al demonio, su padre. Dicen más: que no tienen habla, sino un gemido o aullido temeroso. Yo esto ni lo afirmo ni dejo de entender que, como muchos hombres de entendimiento y razón y que saben que hay Dios, gloria y infierno, dejando a sus mujeres, se han ensuciado con mulas, perras, yeguas y otras bestias, que me da gran pena referirlo, puede ser que esto así sea. Yendo yo el año de 1549 a los Charcas a ver las provincias y ciudades que en aquella tierra hay, para lo cual llevaba del presidente Gasca cartas para todos los corregidores que me diesen favor para saber y inquirir lo más notable de las provincias, acertamos una noche a dormir en una tienda un hidalgo, vecino de Málaga, llamado Iñigo López de Nuncibay, y yo, y nos contó un español que allí se halló cómo por sus ojos había visto en la montaña uno destos monstruos muerto, del talle y manera dicha. Y Juan de Varagas, vecino de la ciudad de la Paz, me dijo y afirmó que en Guanuco le decían los indios que oían aullidos destos diablos o monas; de manera que esta fama hay deste pecado cometido por estos malaventurados. También he oído por muy cierto que Francisco de Almendras, que fue vecino de la villa de Plata, tomó a una india y a un perro cometiendo este pecado, y que mandó quemar la india. Y sin todo esto, he oído a Lope de Mendieta y a Juan Ortiz de Zárate, y a otros vecinos de la villa de Plata, que oyeron a indios suyos cómo en la provincia de Aulaga parió una india, de un perro, tres o cuatro monstruos, los cuales vivieron pocos días. Plega a nuestro Señor Dios que, aunque nuestras maldades sean tantas y tan grandes, no permita que se cometan pecados tan feos y enormes.