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Desarrollo


Capítulo XCII Del fin desdichado que tuvieron los amores de Acoitapia y Chuqui Llanto Por no ser largo en el capítulo pasado y causar fastidio a los lectores, le quise dividir en dos, porque la ficción y fábula como la refieren los indios antiguos hacen de ella gran caudal. Después de partidas las dos ñustas para su casa, quedó el pastor Acoitapia con su ganado y, habiéndolo recogido, se metió en su cabaña, triste y pensativo, acordándose de la hermosura de la bella ñusta y de su traje y bizarría, y ocupado su corazón con el nuevo cuidado, y aún con la desesperación, que el acordarse y considerar quién ella era, y la dificultad que en su amor podría tener le causaba, porque las semejantes hijas del Sol eran respetadas, y miradas, de todos los pastores con mucha veneración, y ninguno se atrevía a poner en ellas los ojos por miedo del gran castigo que en los tales se ejecutaba. Y con esta consideración, tocando a ratos su flauta y a ratos lanzando ardientes suspiros de lo más interior del alma, y banando la tierra cercana en sus cálidas lágrimas, solo un triste ay se le oyó, que a las piedras enterneciera y aun las ovejas del solo pastor, como no acostumbradas a oír semejante lamento en su guarda, llegándose a la puerta de la choza casi le querían ayudar, el cual después de haber consumido casi toda la larga noche en sus imaginaciones y llanto, al alba se quedó amortecido, vencido de la fuerza de su mal, que le iba consumiendo los vitales espíritus, y quería mediante la muerte triunfar del atrevido pastor y, sin duda, allí feneciera sus días si el remedio para él no le viniera presto.

Tenía este Acoitapia, en los lares donde era su naturaleza, la madre que le parió, que sin duda debía de ser de aquellas que los indios respetaban entre sí con nombre de adivinas. Esta supo la aflicción y trabajo en que estaba su único hijo y que, sin duda ninguna, la vida se le acabaría muy presto si el remedio no le venía. Y alcanzada la causa de su mal por el demonio, tomó un bordón muy galano y pintado que ella tenía en gran virtud para tales sucesos, y sin detenerse tomó el camino por la sierra, ayudada del que le hizo sabedora dio la pena de su hijo y, antes que el sol saliese, estaba ya en la cabaña de su hijo. Entró en ella y viole amortecido y muy cerca de muerto, todo bañado en lágrimas; despertóle con dificultad e hízole volver en sí. Cuando Acoitapia vio y conoció a su madre fue admirado, no sabiendo como tan presto allí fuese venida; la madre, que sabía su mal, le empezó a consolar, diciéndole que se aliviase, que ella daría presto remedio a su tristeza y medicina a su mal, que se alentase y, con esto, salió de la cabaña y, de junto a unas peñas, cogió cantidad de ortigas, comida según dicen los indios apropiada para la tristeza y alegrar el corazón, y dellas hizo un guisado a su modo. Aún no había acabádolo cuando las dos hermanas, hijas del Sol, estaban a la puerta de la chozuela de Acoitapia. Porque Chuqui Llanto, al amanecer, se vistió y con su hermana, en achaque de pasearse por los verdes prados de la sierra, se salió de la casa y enderezó adonde estaba su nuevo amor; porque su corazón a otra parte no le guiaba y, algo fatigadas de el camino, se sentaron junto a la puerta y, como viesen dentro a la vieja, la hablaron pidiéndole si tenía algo que darles a comer, que venían hambrientas.

La vieja, hincada de rodillas, les dijo que no tenía otra cosa que darles, sino aquel guisado de ortigas, el cual ellas recibieron con mucha voluntad y, con no menos gusto, empezaron a comer. Chuqui Llanto revolvía los ojos por la cabaña, por si vería con ellos a su querido Acoitapia, pero, al tiempo que ella y su hermana llegaron, se había ocultado, por orden de su madre, dentro del bordón que había traído. Y como Chuqui Llanto no le viese, preguntó por él; la vieja le respondió que era ido con el ganado y Chuqui Llanto, aficionada a la hermosa labor del bordón, le tornó a preguntar que cuyo era aquel tan lindo bordón, y de dónde lo había traído; la vieja le respondió que antiguamente había sido una de las mujeres queridas del Pacha Camac, huaca celebradísima en los llanos, junto a la Ciudad de los Reyes y cuatro leguas de ella, y que por herencia le venía a ella. Chuqui Llanto enamorada del bordón con mucha prestancia se lo pidió, y la vieja, aunque al principio, por dárselo más a desear, se lo negaba, al fin se lo concedió. Tomólo Chuqui Llanto en sus manos, pareciéndole mucho mejor que antes y, habiendo estado un rato con la vieja, como el deseo de ver Acoitapia la instigase, se despidió de ella y se fue por los prados revolviendo sus inquietos y hermosos ojos de una parte a otra, por ver si le vería. Todo el día gastaron las dos hermanas de unos lugares a otros, no parando, con deseo Chuqui Llanto de gozar de la vista y conversación del pastor, que su hermana bien ignorante de ello estaba, y como el sol ya fuese inclinado y alargando sus sombras, cansadas dieron la vuelta hacia los palacios, con sumo dolor de Chuqui Llanto en no haber alcanzado a ver el que consigo llevaba, metido en el bordón.

Y llegado a las puertas las guardas las miraron con diligencia, como todas las veces lo hacían, y como sólo viesen, de nuevo, el bordón que claramente traían, cerraron su puertas y ellas entraron en sus aposentos, sin querer Chuqui Llanto asistir a la cena con su hermana y las demás hijas y mujeres del Sol, que el fuego que traía en su pecho no la dejaba comunicar con nadie, sino a solas quería que ardiese, para que más se acrecentase, y puesto el bordón junto a su cama se acostó y, pareciéndole que estaba sola, comenzó a llorar y a suspirar a ratos por el pastor, hasta que, cerca de la media noche, se quedó dormida. En esto, Acoitapia salió del bordón donde estaba oculto y, hincado de rodillas delante de la cama de su ñusta, la llamaba con una voz mansa, por su nombre. Ella despertó despavorida y, con grandísimo espanto, se levantó de su cama y vio junto a ella a su querido pastor vertiendo lágrimas. Ella que lo vio, turbada de tal acontecimiento se abrazó a él preguntándole cómo había entrado allí dentro, estando los palacios cerrados, él le respondió que en el bordón que su madre le había dado había venido, sin que nadie lo sintiese. Entonces Chuqui Llanto le cobijó con las mantas de lipi labradas, que en su cama tenía, y de cumbi finísimas, y durmieron juntos los dos amantes, y cuando sintieron que quería amanecer, Acoitapia se metió en el bordón, viéndole su ñusta. Después que el sol había bañado toda la sierra, Chuqui Llanto, por gozar a solas y sin estorbo de la conversación de Acoitapia, tomó su bordón, y dejando a su hermana en los palacios, se salió de ellos y se fue por los prados, con su bordón en la mano y, llegando a una quebrada oculta, se sentó con su querido pastor, que ya del bordón había salido a platicar.

Pero sucedió que una de las guardas, notando que había salido Chuqui Llanto sola, cosa que nunca hacía, la siguió y, al fin, aunque en lugar escondido, la halló con Acoitapia en su regazo, y como tal viese empezó a dar grandes voces. Acoytapia y Chuqui Llanto, que se vieron descubiertos, temerosos que si los cogiesen les darían la muerte, pues su delito no se podía ya encubrir, se levantaron y se encaminaron, huyendo hacia la sierra que está junto del pueblo de Calca y, cansados de caminar, se sentaron encima de una peña, pensando estar ya salvos y seguros, y allí se quedaron con el cansancio adormecidos y, como entre sueños oyesen gran ruido, se levantaron, tomando ella una ojota en la mano, que la otra traía calzada en el pie, y queriendo otra vez huir, mirando a la parte del pueblo de Calca, el uno y el otro fueron convertidos en piedras. Y el día de hoy se parecen las dos estatuas desde Guailla Bamba y desde Calca y de otras muchas partes, y yo lo he visto muchas veces. Llámase aquella tierra Pitu Sira, y éste fue el fin de los amores de los dos amantes Acoitapia y Chuqui Llanto, los cuales los indios celebran y refieren, como cosa sucedida en tiempos antiguos, con otras fábulas que también cuentan.

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