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Desarrollo


Capítulo XC De cómo siendo teniente el capitán Juan Pizarro en el Cuzco, el rey Mango Inga Yupangue, aborreciendo el mando que los cristianos tenían sobre ellos, procuró de salirse de la ciudad para moverles guerra; y fue tomado por dos veces y puesto en cadenas En este tiempo pasó lo que será bien que la historia trate y es que habiendo quedado por teniente y justicia mayor del Cuzco, Juan Pizarro, hermano del gobernador, estaba en la ciudad el rey Mango Inga Yupangue, hijo de Guayna Capac, a quien Pizarro favoreció para que hubiese la borla; y los naturales le estimaban y tenían en mucho como a verdadero señor suyo, heredero legítimo del gran reino que los incas, sus padres, habían ganado. Y antes que Almagro saliese del Cuzco, platicaron lo que ya tengo contado, este Mango y Villahoma y Paullo con otros principales. Y habiéndose pasado algunos días que Almagro era partido, el inca secretamente mandó llamar a muchos de los señores naturales de las provincias de Condesuyo, Andesuyo, Collasuyo y Chinchasuyo, los cuales disimuladamente vinieron a su mandado y se hicieron grandes fiestas entre ellos y los orejones; y juntos todos, Mango Inga les propuso esta plática: ORACIÓN DE MANGO "Heos enviado a llamar para en presencia de nuestros parientes y criados deciros lo que siento sobre lo que esos extranjeros pretenden de nosotros para que con tiempo, y antes que con ellos se junten más, demos orden a lo que a todos generalmente conviene. Acordaos que los incas pasados, mis padres, que descansan en el cielo con el sol, mandaron desde el Quito hasta Chile haciendo a los que recibían por vasallos tales obras que parecía eran hijos salidos de sus entrañas: no robaban, ni mataban, sino cuando convenía a la justicia, tenían en las provincias la orden y razón que vosotros sabéis.

Los ricos no cogían soberbia, los pobres no sentían necesidad, gozaban de tranquilidad y paz perpetua: nuestros pecados no merecieron tales señores, antes fueron ocasión que entrasen en nuestra tierra estos barbudos; siendo la suya tan lejana de ella, predican uno y hacen otro, todas las amonestaciones que nos hacen lo obran ellos al revés. No tienen temor de Dios ni vergüenza, trátannos como a perros, no nos llaman otros nombres: su codicia ha sido tanta que no han dejando templo ni palacio que no han robado, mas no les bartaran aunque todas las nieves se vuelvan oro y plata. Las hijas de mi padre, con otras señoras, hermanas vuestras y parientas, tiénenlas por mancebas; y hánse en esto bestialmente. Quieren repartir, como han comenzado, todas las provincias, dando, a cada uno de ellos, una, para que siendo señor la pueda robar. Pretendían tenernos tan sojuzgados y avasallados que no tengamos más cuidado que de les buscar metales, proveerlos con nuestras mujeres y ganado. Sin esto han allegado a sí los anaconas y muchos mitimaes: estos traidores antes no vestían ropa fina ni se ponían llauto rico, como se juntaron con éstos, trátanse como incas; ni falta más de quitarme la borla, no me honran cuando me ven, hablan sueltamente, porque aprenden de los ladrones con quienes andan. La justicia y razón que han tenido para hacer estas cosas y lo que harán estos cristianos: ¡miradlo! Pregúntoos yo: dónde los conocimos, qué les debemos, o a cuál de ellos injuriamos para que con estos caballos y armas de hierro nos hayan hecho tanta guerra.

Atabalipa mataron sin razón, hicieron lo mismo de su capitán general Chalacuchima; Ruminabi, Zopezopagua, también los han muerto en Quito en fuego porque las ánimas se quemen con los cuerpos y no puedan ir a gozar del cielo: paréceme que no será cosa justa y honesta que tal consintamos, sino que procuremos con toda determinación de morir sin quedar ninguno, o matar a estos enemigos nuestros tan crueles. De los que fueron con el otro tirano de Almagro no hagáis caso, porque Paullo y Villahoma llevan cargo de levantar la tierra para los matar". Alimache, que era criado de Mando Inga, y es ahora de Juan Ortiz de Zárate, me contó lo que tengo escrito, entre otras cosas que me ha dicho, y es de buena memoria y agudo juicio. Los que oyeron a Mango comenzaron de llorar, respondiendo: "Hijo eres de Guaynacapa, nuestro rey tan poderoso, el sol y los dioses todos sean en tu favor, para que nos libres del cautiverio que sin pensar nos ha venido: ¡todos moriremos por servirte!" Dichas estas palabras y otras, se determinó por todos los que allí se hallaron que el mismo Mango Inga, disimuladamente, sin que los cristianos supiesen, procurase de salirse del Cuzco para ponerse en lugar seguro y conveniente para donde todos se juntasen. Mas aunque procuraron de tener estas pláticas muy secretas, no lo fueron tanto que no vinieran a noticia de ciertos anaconas que los descubrieron a Juan Pizarro y a otros de los cristianos. Juan Pizarro no creyó enteramente lo que sobre este caso le afirmaron los que lo sabían, mas, por sí o por no, mandó a los anaconas que tenía por más fieles que velasen de noche y de día a Mango Inga sin lo mostrar, para que si ciertamente de la ciudad se quisiese ausentar, le diesen aviso de ello.

Pasados algunos días, no pudiendo reposar el inca, con los orejones y criados que le pareció, desamparando su casa, salió de la ciudad en ricas andas, conforme a la dignidad real, fueron con él muchas de sus mujeres, y muchas quedaron en sus casas o palacios, yendo por el camino de Mohína. Los veladores, cuando acordaron, ya era ido; mas como lo supieron lo pusieron en boca de Juan Pizarro, estando jugando los naipes; sin lo cual, un cristiano llamado Martín de Florencia, que también lo supo, se lo entró a decir. Tomó su espada y capa, Juan Pizarro, acompañado de algunos cristianos fue a la casa del inca, donde supo ser cierto lo que le habían dicho; y sin que él lo mandase ni lo pudiese estorbar se dio saco a las grandes riquezas de oro y plata y ropa fina que el inca tenía en su casa, que fue robo notable: mucho de lo cual hubieron los anaconas. Habíase vuelto a su posada Juan Pizarro, donde mandó a Gonzalo Pizarro, su hermano, que a toda furia, aunque la noche fuese mala, oscura y tenebrosa, fuese en seguimiento del inca, apercibiendo que saliesen Alonso de Toro, Pero Alonso Carrasco, Beltrán del Conde, Francisco de Solar, Francisco Pérez, Diego Rodríguez, Francisco Villafuerte. Estos salieron encima de sus caballos a todo correr, anduvieron hasta las Salinas, que es media legua de la ciudad, donde comenzaron a alcanzar de la gente que iban con el inca, a quien preguntaba por él, respondían, que por otro camino iba y no por allí. Oyó el ruido encima de las andas, donde iba, temió los enemigos, echó maldiciones a quien les dio noticia como había salido.

En esto llegaron Gonzalo Pizarro y los otros a unas angosturas que hacían unas sierras pequeñas donde alcanzaron un orejón principal de los que iban guardando la persona del rey: amenazáronle que dijese a dónde estaba o por qué parte iba, negó con constancia la verdad por no ser traidor a su señor. Gonzalo Pizarro, con ira, se apeó de su caballo y con ayuda de los otros le ataron un cordel en el genital para le atormentar, como de hecho lo hicieron en tanta manera que el pobre orejón daba grandes gritos afirmando que el inca no iba por aquel camino. Beltrán del Conde, Francisco de Villafuerte, Diego Rodríguez Hidalgo prosiguieron el camino hacia Mohína, pasando por los que alcanzaban, yendo preguntando por el señor: el cual había llegado a unas ciénagas y, como llevasen ruido los que caminaban con él, no sentían el que traían los caballos que ya llegaban tan junto a las andas que con gran miedo salió de ellas, poniéndose entre unas matas pequeñas de juncos. Los españoles con grandes voces preguntaban por él, y andando uno de los caballos en el lugar donde se había puesto, creyendo era descubierto salió diciendo que él era y que no le matasen: afirmando una gran mentira que fue que Almagro le envió mensajero para que saliese en su seguimiento. Fue puesto en las andas tratando su persona honradamente porque ni aun palabra mala ni descortés le hablaron. Dieron voces a Gonzalo Pizarro y juntos todos volvieron a la ciudad, de donde enviaron mensajero a Juan Pizarro que con otros caballeros había salido por otra parte en busca del inca.

Y como volvió reprendió su salida de aquella suerte, diciendo que pagaba mal a Pizarro el amor que le tenía y a los cristianos la honra que le hacían; excusóse con decir que Almagro le envió mensajeros que se fuese a juntar con él y que creyendo que no le dieran licencia había querido irse de aquella manera. Juan Pizarro, con toda blandura y gentil comedimiento le amonestó se asosegase y holgase en la amistad y gracia de los españoles: que él bien sabía que Almagro no le había enviado a tal mensajero. Pasado esto, Mango Inga se fue a su casa; mandó Juan Pizarro a ciertos indios y anaconas que le tuviesen de noche y de día a ojo, lo cual podían hacer porque siempre estaban muchos viviendo en dónde él estaba. Y puesto que no hubiese podido salir con lo que él tanto deseaba, y cada día cobrase más odio a los cristianos, y desamor (mayormente habiéndole saqueado su casa y tomándole muchas de sus mujeres), no dejaba de imaginar por dónde podía de nuevo tornar a salir para se poner en salvo. Y habiendo dado parte de ello a los familiares y privados suyos, tornó a salir de la ciudad con intención de se ir a meter entre las nieves más cercanas de ella. Y habiendo salido, fue luego el aviso a Juan Pizarro de los que lo velaban, y alcanzaron no dos tiros de ballesta del Cuzco; y mostrando mucho enojo Juan Pizarro le mandó meter en hierros, y que lo guardasen cristianos públicamente. De esta manera fue preso, por Juan Pizarro, Mango Inga; y tengo también que decir que algunos indios de buena manera y razón lo disculpan afirmando que Almagro le sacó gran suma de oro, y que Jijan Pizarro le pedía de aquel metal con tanto ahínco que, desesperado, quiso ausentarse. Algo debe de ser de lo uno y de lo otro, aunque la causa principal era para hacer liga o junta de gente para mover guerra contra los cristianos, como se ha escrito.

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