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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO X Sale la señora de Cofachiqui a hablar al gobernador y ofrece bastimento y pasaje para el ejército Poco después que los indios dieron la nueva en el pueblo, salieron seis indios principales, que, a lo que se entendió, debían ser regidores. Eran de buena presencia y casi de una edad de cuarenta a cincuenta años, los cuales entraron en una gran canoa y con ellos otros indios de servicio que la guiaban y gobernaban. Puestos los seis indios ante el gobernador, hicieron todos juntos a una tres diversas y grandes reverencias: la primera al Sol, volviéndose todos al oriente, y la segunda a la Luna, volviendo los rostros al occidente, y la tercera al gobernador, enderezándose hacia donde él estaba. El cual estaba sentado en una silla que llaman de descanso, que solían llevar siempre doquiera que iba, en que se asentase y recibiese los curacas y embajadores con la gravedad y ornamento que a la grandeza de su cargo y oficio convenía. Los seis indios principales, hecho el acatamiento, la primera palabra que hablaron fue decir al gobernador: "Señor, ¿queréis paz o guerra?" Y, porque sea regla general, es de saber que en todas las provincias que el gobernador descubrió, siempre, al entrar en ellas, le hacían esta pregunta a las primeras palabras que le hablaban. El general respondió que quería paz y no guerra y les pedía solamente paso y bastimento para pasar adelante a ciertas provincias en cuya demanda iba, y que, pues sabían que la comida era cosa que no se podía excusar, le perdonasen la pesadumbre que en dársela podían recibir y les rogaba le proveyesen de balsas y canoas para pasar aquel río y le hiciesen amistad mientras caminasen por sus tierras, que él procuraría darles la menos molestia que pudiese.
Los indios respondieron que aceptaban la paz y que, en lo de la comida, ellos tenían poca porque el año pasado en toda su provincia habían tenido una gran pestilencia con mucha mortandad de gente de la cual sólo aquel pueblo se había librado, de cuya causa los moradores de los demás pueblos de aquel estado se habían huido a los montes y no habían sembrado y que, con ser pasada la peste, aún no se habían recogido todos los indios a sus casas y pueblos; y que eran vasallos de una señora, moza por casar, recién heredada; que volverían a darle cuenta de lo que su señoría pedía, y, con lo que respondiese, le avisarían luego, y entretanto esperase con buena confianza porque entendían que su señora, siendo como era mujer discreta y de pecho señoril, haría en servicio de los cristianos todo lo que le fuese posible. Dichas estas razones y habida licencia del gobernador, se fueron a su pueblo y dieron aviso a su señora de lo que el capitán de los cristianos les había pedido para su camino. Apenas pudieron haber dado los indios la embajada a su señora cuando vieron los castellanos aderezar dos grandes canoas y entoldar una de ellas con grande aparato y ornamento, en la cual se embarcó la señora del pueblo y ocho mujeres nobles que vinieron en su compañía, y no se embarcó más gente en aquella canoa. En la otra se embarcaron los seis indios principales que llevaron el recaudo, y con ellos venían muchos remeros que bogaban y gobernaban la canoa, la cual traía a jorro la canoa de la señora, donde no venían remeros ni hombre alguno sino las mujeres solas.
Con este concierto pasaron el río y llegaron donde el gobernador estaba. Auto es éste bien al propio semejante, aunque inferior en grandeza y majestad, al de Cleopatra cuando por el río Cindo, en Cilicia, salió a recibir a Marco Antonio, donde se trocaron suertes de tal manera que la que había sido acusada de crimen lesae maiestatis salió por juez del que la había de condenar, y el emperador y señor, por esclavo de su sierva, hecha ya señora suya por la fuerza del amor mediante las excelencias, hermosura y discreción de aquella famosísima gitana, como larga y galanamente lo cuenta todo el maestro del gran español Trajano, digno discípulo de tal maestro; del cual, pues, se asemejan tanto los pasos de las historias, pudiéramos hurtar aquí lo que bien nos estuviera, como lo han hecho otros del mismo autor, que tiene para todos, si no temiéramos que tan al descubierto se había de descubrir su galanísimo brocado entre nuestro bajo sayal. La india señora de la provincia de Cofachiqui, puesta ante el gobernador, habiéndole hecho su acatamiento, se sentó en un asiento que los suyos le traían y ella sola habló al gobernador sin que indio ni india de las suyas hablase palabra. Volvió a referir el recaudo que sus vasallos le habían dado y dijo que la pestilencia del año pasado le había quitado la posibilidad del bastimento que ella quisiera tener para mejor servir a su señoría, mas que haría todo lo que pudiese en su servicio y, para que lo viese por la obra, luego de presente ofrecía una de las dos casas que en aquel pueblo tenía de depósito con cada seiscientas hanegas de zara que había hecho recoger para socorrer los vasallos que de la peste hubiesen escapado, y le suplicaba tuviese por bien de dejarle la otra por su necesidad, que era mucha, y que, si adelante su señoría hubiese menester maíz, que en otro pueblo cerca de allí tenía recogidas dos mil hanegas para la misma necesidad, que de allí tomaría lo que más quisiese y para alojamiento de su señoría desembarazaría su propia casa y para los capitanes y soldados más principales mandaría desocupar la mitad del pueblo y para la demás gente se harían muy buenas ramadas en que estuviesen a placer, y que, si gustaba de ello, le desembarazarían todo el pueblo y se irían los indios a otro que estaba cerca, y, para pasar el ejército aquel río, se proveerían con brevedad balsas y canoas de madera, que para el día siguiente habría todo recaudo de ellas, porque su señoría viese con cuánta prontitud y voluntad le servían.
El gobernador respondió con mucho agradecimiento a sus buenas palabras y promesas y estimó en mucho que, en tiempo que su tierra pasaba necesidad, le ofreciese más de lo que le pedía. En correspondencia de aquel beneficio dijo que él y su gente procurarían pasarse con la menos comida que ser pudiese por no darle tanta molestia y que el alojamiento y las demás provisiones estaban muy bien ordenadas y trazadas, por lo cual, en nombre del emperador de los cristianos y rey de España, su señor, lo recibía en servicio para gratificárselo a su tiempo y ocasiones, y de parte de todo el ejército y suya, lo recibía en particular favor y regalo para nunca olvidarlo. Demás de esto hablaron en otras cosas de aquella provincia y de las que había por la comarca, y a todo lo que el gobernador le preguntó respondió la india con mucha satisfacción de los circunstantes, de manera que los españoles se admiraban de oír tan buenas palabras, tan bien concertadas que mostraban la discreción de una bárbara nacida y criada lejos de toda buena enseñanza y policía. Mas el buen natural, doquiera que lo hay, de suyo y sin doctrina florece en discreciones y gentilezas y, al contrario, el necio cuanto más le enseñan tanto más torpe se muestra. Notaron particularmente nuestros españoles que los indios de esta provincia, y de las dos que atrás quedaron, fueron más blandos de condición, más afables y menos feroces que todos los demás que en este descubrimiento hallaron, porque en las demás provincias, aunque ofrecían paz, y la guardaban, siempre era sospechosa, que en sus ademanes y palabras ásperas se les veía que la amistad era más fingida que la verdadera. Lo cual no hubo en la gente de esta provincia Cofachiqui, ni en la Cofaqui y Cofa, que atrás quedan, sino que parecía que toda su vida se habían criado con los españoles, que no solamente les eran obedientes, mas en todas sus obras y palabras procuraban descubrir y mostrar el amor verdadero que les tenían, que cierto era de agradecerles que con gente nunca jamás hasta entonces vista usasen de tanta familiaridad.
Los indios respondieron que aceptaban la paz y que, en lo de la comida, ellos tenían poca porque el año pasado en toda su provincia habían tenido una gran pestilencia con mucha mortandad de gente de la cual sólo aquel pueblo se había librado, de cuya causa los moradores de los demás pueblos de aquel estado se habían huido a los montes y no habían sembrado y que, con ser pasada la peste, aún no se habían recogido todos los indios a sus casas y pueblos; y que eran vasallos de una señora, moza por casar, recién heredada; que volverían a darle cuenta de lo que su señoría pedía, y, con lo que respondiese, le avisarían luego, y entretanto esperase con buena confianza porque entendían que su señora, siendo como era mujer discreta y de pecho señoril, haría en servicio de los cristianos todo lo que le fuese posible. Dichas estas razones y habida licencia del gobernador, se fueron a su pueblo y dieron aviso a su señora de lo que el capitán de los cristianos les había pedido para su camino. Apenas pudieron haber dado los indios la embajada a su señora cuando vieron los castellanos aderezar dos grandes canoas y entoldar una de ellas con grande aparato y ornamento, en la cual se embarcó la señora del pueblo y ocho mujeres nobles que vinieron en su compañía, y no se embarcó más gente en aquella canoa. En la otra se embarcaron los seis indios principales que llevaron el recaudo, y con ellos venían muchos remeros que bogaban y gobernaban la canoa, la cual traía a jorro la canoa de la señora, donde no venían remeros ni hombre alguno sino las mujeres solas.
Con este concierto pasaron el río y llegaron donde el gobernador estaba. Auto es éste bien al propio semejante, aunque inferior en grandeza y majestad, al de Cleopatra cuando por el río Cindo, en Cilicia, salió a recibir a Marco Antonio, donde se trocaron suertes de tal manera que la que había sido acusada de crimen lesae maiestatis salió por juez del que la había de condenar, y el emperador y señor, por esclavo de su sierva, hecha ya señora suya por la fuerza del amor mediante las excelencias, hermosura y discreción de aquella famosísima gitana, como larga y galanamente lo cuenta todo el maestro del gran español Trajano, digno discípulo de tal maestro; del cual, pues, se asemejan tanto los pasos de las historias, pudiéramos hurtar aquí lo que bien nos estuviera, como lo han hecho otros del mismo autor, que tiene para todos, si no temiéramos que tan al descubierto se había de descubrir su galanísimo brocado entre nuestro bajo sayal. La india señora de la provincia de Cofachiqui, puesta ante el gobernador, habiéndole hecho su acatamiento, se sentó en un asiento que los suyos le traían y ella sola habló al gobernador sin que indio ni india de las suyas hablase palabra. Volvió a referir el recaudo que sus vasallos le habían dado y dijo que la pestilencia del año pasado le había quitado la posibilidad del bastimento que ella quisiera tener para mejor servir a su señoría, mas que haría todo lo que pudiese en su servicio y, para que lo viese por la obra, luego de presente ofrecía una de las dos casas que en aquel pueblo tenía de depósito con cada seiscientas hanegas de zara que había hecho recoger para socorrer los vasallos que de la peste hubiesen escapado, y le suplicaba tuviese por bien de dejarle la otra por su necesidad, que era mucha, y que, si adelante su señoría hubiese menester maíz, que en otro pueblo cerca de allí tenía recogidas dos mil hanegas para la misma necesidad, que de allí tomaría lo que más quisiese y para alojamiento de su señoría desembarazaría su propia casa y para los capitanes y soldados más principales mandaría desocupar la mitad del pueblo y para la demás gente se harían muy buenas ramadas en que estuviesen a placer, y que, si gustaba de ello, le desembarazarían todo el pueblo y se irían los indios a otro que estaba cerca, y, para pasar el ejército aquel río, se proveerían con brevedad balsas y canoas de madera, que para el día siguiente habría todo recaudo de ellas, porque su señoría viese con cuánta prontitud y voluntad le servían.
El gobernador respondió con mucho agradecimiento a sus buenas palabras y promesas y estimó en mucho que, en tiempo que su tierra pasaba necesidad, le ofreciese más de lo que le pedía. En correspondencia de aquel beneficio dijo que él y su gente procurarían pasarse con la menos comida que ser pudiese por no darle tanta molestia y que el alojamiento y las demás provisiones estaban muy bien ordenadas y trazadas, por lo cual, en nombre del emperador de los cristianos y rey de España, su señor, lo recibía en servicio para gratificárselo a su tiempo y ocasiones, y de parte de todo el ejército y suya, lo recibía en particular favor y regalo para nunca olvidarlo. Demás de esto hablaron en otras cosas de aquella provincia y de las que había por la comarca, y a todo lo que el gobernador le preguntó respondió la india con mucha satisfacción de los circunstantes, de manera que los españoles se admiraban de oír tan buenas palabras, tan bien concertadas que mostraban la discreción de una bárbara nacida y criada lejos de toda buena enseñanza y policía. Mas el buen natural, doquiera que lo hay, de suyo y sin doctrina florece en discreciones y gentilezas y, al contrario, el necio cuanto más le enseñan tanto más torpe se muestra. Notaron particularmente nuestros españoles que los indios de esta provincia, y de las dos que atrás quedaron, fueron más blandos de condición, más afables y menos feroces que todos los demás que en este descubrimiento hallaron, porque en las demás provincias, aunque ofrecían paz, y la guardaban, siempre era sospechosa, que en sus ademanes y palabras ásperas se les veía que la amistad era más fingida que la verdadera. Lo cual no hubo en la gente de esta provincia Cofachiqui, ni en la Cofaqui y Cofa, que atrás quedan, sino que parecía que toda su vida se habían criado con los españoles, que no solamente les eran obedientes, mas en todas sus obras y palabras procuraban descubrir y mostrar el amor verdadero que les tenían, que cierto era de agradecerles que con gente nunca jamás hasta entonces vista usasen de tanta familiaridad.