Compartir
Datos principales
Desarrollo
Capítulo X Que trata de cómo el general Pedro de Valdivia salió con su campo de Atacama a pasar el despoblado Apercibió el maestre de campo Pedro Gómez de Don Benito la gente por mandado del general Pedro de Valdivia, la cual salió de Atacama en la orden que se sigue: en una cuadrilla con su caudillo veinte y cinco de a caballo y doce de a pie, a quince del mes de septiembre, principio de la primera vera que acá es en tiempo que se han cogido las cosechas y bastimentos y frutos de la tierra. No hay frío ni calor, ni hay nieve, y es el mejor tiempo de todo el año para pasar este despoblado. Y porque entonces no hay demasiada agua por ser la tierra estéril, conviene pasar el despoblado en cuadrillas, porque pasando toda la gente de golpe, padecerían gran detrimento las piezas de servicio y las cabalgaduras y ganados. Tiénese orden. Pasando un día y una noche salió la segunda cuadrilla con otro caudillo. Y ansí de grado en grado todas las cuadrillas. Y en la rezaga salió el general Pedro de Valdivia con la cuarta parte de la gente. Fueron por todos ciento y cincuenta y tres hombres y dos clérigos, los ciento y cinco de a caballo y cuarenta y ocho de pie. Antes que saliesen las cuadrillas hizo reseña el general y vido toda la gente de servicio que había, y mandó apartar los viejos y viejas y niños de menos de doce años, y todos los enfermos y flacos de enfermedades. Y mandóles dar provisión para el camino, y mandóles se volviesen a sus tierras de donde eran naturales.
Y ansí lo hicieron. Y mandó a su teniente Alonso de Monrroy, que llevó la primera cuadrilla, que llevase todos los azadones y barretas que en el real había para que aderezasen algunos malos pasos, si hallasen en el camino, porque los caballos no se despeñasen, y para los jagüeyes y pozuelos, porque tuviesen agua clara que no faltase para la gente que atrás venía. Hecho esto y dada esta orden, comenzaron a salir. Y marchando todo el campo en sus cuadrillas como habemos dicho, se adelantaba el general con dos de a caballo, dejando la retaguarda encargada a persona de confianza. Iba recogiendo la gente de cada cuadrilla, mirando cómo pasaban todos sus trabajos, sufriendo él con el cuerpo los propios, que no eran pequeños, y con el espíritu los de todos, animándolos y consolándolos a que lo sufriesen con buen ánimo, ayudando y remediando a los que lo habían menester y condoliéndose de ellos, y con refrigerio de capitán, lleno de tanta afabilidad y amor con todos, caminaba la gente contenta, aunque bien trabajada, que en parte no sentían lo que era tanto de sentir. Caminando en la orden dicha, tuvo noticia que en medio del despoblado había unas lagunas algo salobres, que con la humedad del agua se cría hierba por las orillas, aunque no en cantidad. Mandó el general que parasen allí todas las cuadrillas, que quería ver a quién faltaba bastimento para mandarlo proveer de lo que él y otros llevaban, porque a nadie faltase. Allegados allí, hizo lo dicho, y pasados tres días en aquel reposo aunque desabrido el sitio, salió la primera cuadrilla, y otro día, la segunda.
Y el tercero el maestre de campo, y el cuarto, el general a la rezaga como antes venía caminando, como dicho habemos. Allegaron a un río chico que corre poca agua, tanta que de un salto se pasara. Comienza a correr a las nueve de la mañana cuando el sol calienta la nieve que está en una rehoya. Corre con grande furia y hace mucho ruido a causa del sitio por donde corre. Dura el correr de este río hasta hora de nona. Cuando el sol baja hace sombra una alta sierra a la nieve que está en la rehoya dicha, y como le falta el calor del sol, no se derrite la nieve, a cuya causa deja de correr. Sécase este río de tal manera y suerte que dicen los indios, que mal lo entienden, que se vuelve el agua arriba a la contra de como ha corrido. Por tanto le llaman los indios Anchallulla, que quiere decir gran mentiroso. Caminando por sus jornadas allegaron más adelante a otro río pequeño, aunque las bajadas tiene agrias y el valle de media legua de ancho. Lleva siempre tanta agua como un cuerpo de un hombre o más, aunque el valle es hondo y el compás del agua va como por acequia. Es el agua clarísima, procede de las nieves. Corre por tierra de grandes metales y veneros de plata y cobre, lo cual yo vi. Es tierra muy estéril, sequísima y salada. Es cosa admirable que en tanto que esta agua corre, es clara como he dicho, y tomada en vaso de plata o de barro sacándola de su corriente, se cuaja y se hace tan blanca como el papel, luego en aquel momento que la sacan. Si esta agua corre como suele acaecer, sale de madre por la mucha abundancia que sobreviene, y después pasado un día o dos se torna a su ser.
Toda aquella agua que se vertió fuera de la madre y corriente que lleva, se cuaja y se hace sal. Cuando llegamos a este río, habiendo pasado tanta cantidad de tierra y falta de agua, y vimos aquel río correr, con el deseo que teníamos de ver correr agua, fuimos toda la gente a recebir algún refresco. Y como los caballos allegaron deseosos de beber, pusieron los hocicos en el agua, y viendo que en el gusto era salada, salieron fuera. Y todas aquellas gotas de agua que en los pelos de las barbas se les pegaban, en aquel momento, antes que se les cayesen en tierra, se le cuajaba y hacía sal. Ver a un caballo después en cada pelo de barba una gota de sal bien pegada, parecían perlas que estaban colgadas del hocico. Y viendo los españoles que el agua que les traían para beber se les cuajaba en el jarro de la mano a la boca, recebían pena por la falta que habían traído y que las jornadas pasadas y en las que esperaban caminar. Las piezas de servicio recibieron desmayo y desconsuelo en ver lo mesmo, y de enojados de aquel río y de aquella agua lo llamaron Suncaemayo, quiere decir río burlador. Esta sal de este río es tan fina y tan blanca y dura y tan salada, que hace ventaja a todas las que yo he visto, que son infinitas, así en Perú como en Atacama, como en España, en salinas y en veneros, en piedras y en minas, y si acaso este río pasara por mitad de Castilla, quitara la renta a Atienza y aun a otras partes.
Y ansí lo hicieron. Y mandó a su teniente Alonso de Monrroy, que llevó la primera cuadrilla, que llevase todos los azadones y barretas que en el real había para que aderezasen algunos malos pasos, si hallasen en el camino, porque los caballos no se despeñasen, y para los jagüeyes y pozuelos, porque tuviesen agua clara que no faltase para la gente que atrás venía. Hecho esto y dada esta orden, comenzaron a salir. Y marchando todo el campo en sus cuadrillas como habemos dicho, se adelantaba el general con dos de a caballo, dejando la retaguarda encargada a persona de confianza. Iba recogiendo la gente de cada cuadrilla, mirando cómo pasaban todos sus trabajos, sufriendo él con el cuerpo los propios, que no eran pequeños, y con el espíritu los de todos, animándolos y consolándolos a que lo sufriesen con buen ánimo, ayudando y remediando a los que lo habían menester y condoliéndose de ellos, y con refrigerio de capitán, lleno de tanta afabilidad y amor con todos, caminaba la gente contenta, aunque bien trabajada, que en parte no sentían lo que era tanto de sentir. Caminando en la orden dicha, tuvo noticia que en medio del despoblado había unas lagunas algo salobres, que con la humedad del agua se cría hierba por las orillas, aunque no en cantidad. Mandó el general que parasen allí todas las cuadrillas, que quería ver a quién faltaba bastimento para mandarlo proveer de lo que él y otros llevaban, porque a nadie faltase. Allegados allí, hizo lo dicho, y pasados tres días en aquel reposo aunque desabrido el sitio, salió la primera cuadrilla, y otro día, la segunda.
Y el tercero el maestre de campo, y el cuarto, el general a la rezaga como antes venía caminando, como dicho habemos. Allegaron a un río chico que corre poca agua, tanta que de un salto se pasara. Comienza a correr a las nueve de la mañana cuando el sol calienta la nieve que está en una rehoya. Corre con grande furia y hace mucho ruido a causa del sitio por donde corre. Dura el correr de este río hasta hora de nona. Cuando el sol baja hace sombra una alta sierra a la nieve que está en la rehoya dicha, y como le falta el calor del sol, no se derrite la nieve, a cuya causa deja de correr. Sécase este río de tal manera y suerte que dicen los indios, que mal lo entienden, que se vuelve el agua arriba a la contra de como ha corrido. Por tanto le llaman los indios Anchallulla, que quiere decir gran mentiroso. Caminando por sus jornadas allegaron más adelante a otro río pequeño, aunque las bajadas tiene agrias y el valle de media legua de ancho. Lleva siempre tanta agua como un cuerpo de un hombre o más, aunque el valle es hondo y el compás del agua va como por acequia. Es el agua clarísima, procede de las nieves. Corre por tierra de grandes metales y veneros de plata y cobre, lo cual yo vi. Es tierra muy estéril, sequísima y salada. Es cosa admirable que en tanto que esta agua corre, es clara como he dicho, y tomada en vaso de plata o de barro sacándola de su corriente, se cuaja y se hace tan blanca como el papel, luego en aquel momento que la sacan. Si esta agua corre como suele acaecer, sale de madre por la mucha abundancia que sobreviene, y después pasado un día o dos se torna a su ser.
Toda aquella agua que se vertió fuera de la madre y corriente que lleva, se cuaja y se hace sal. Cuando llegamos a este río, habiendo pasado tanta cantidad de tierra y falta de agua, y vimos aquel río correr, con el deseo que teníamos de ver correr agua, fuimos toda la gente a recebir algún refresco. Y como los caballos allegaron deseosos de beber, pusieron los hocicos en el agua, y viendo que en el gusto era salada, salieron fuera. Y todas aquellas gotas de agua que en los pelos de las barbas se les pegaban, en aquel momento, antes que se les cayesen en tierra, se le cuajaba y hacía sal. Ver a un caballo después en cada pelo de barba una gota de sal bien pegada, parecían perlas que estaban colgadas del hocico. Y viendo los españoles que el agua que les traían para beber se les cuajaba en el jarro de la mano a la boca, recebían pena por la falta que habían traído y que las jornadas pasadas y en las que esperaban caminar. Las piezas de servicio recibieron desmayo y desconsuelo en ver lo mesmo, y de enojados de aquel río y de aquella agua lo llamaron Suncaemayo, quiere decir río burlador. Esta sal de este río es tan fina y tan blanca y dura y tan salada, que hace ventaja a todas las que yo he visto, que son infinitas, así en Perú como en Atacama, como en España, en salinas y en veneros, en piedras y en minas, y si acaso este río pasara por mitad de Castilla, quitara la renta a Atienza y aun a otras partes.