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Datos principales
Desarrollo
De cómo el adelantado salió de esta isla y se comenzaron las murmuraciones entre la gente de guerra, en razón de faltas y de no se hallar la tierra En el tiempo que estuvo el adelantado en esta isla, mandó aderezar la galera, porque un día antes de surta había estado colgada del bauprés de la capitana en gran peligro; mando recoger agua y leña, embarcar la gente y aprestar las naos, con que a cinco de agosto mandó, levantando tres cruces cada una en su lugar, sin otra que en un árbol se esculpió con día y año, cargar áncora y dar velas en demanda de las islas de su descubrimiento. Navegóse la vía del Oeste cuarta del Sudoeste, con el viento Leste que iba haciendo Lessudoeste, y a la dicha cuarta, y a la del Noroeste y al Oeste franco, anduvieron al parecer cuatrocientas leguas. A tres o cuatro días que se navegó, dijo el adelantado que aquel día se había de ver la tierra que buscaba, nueva que alegró mucho la gente, y mirando a todas partes no fue vista en aquel ni en otros muchos días, y a esta causa empezaron los soldados a decir y a mover cosas (que se dirán algunas) porque se iba alargando el viaje, faltando agua y bastimentos, que dellos con la nueva de la tierra se había pastado largo, comenzó a mostrarse la flaqueza y desconfianza: y no hay que espantar, que para semejantes empresas han de ser muy hechos a trabajos, y muy sufridores dellos, los que han de poder llevar las faltas y cargas. Islas de San Bernardo.--Domingo a veinte de agosto, andadas las dichas cuatrocientas leguas, se amaneció junto a cuatro islas pequeñas, bajas, playas de arena, llenas de muchas palmas y arboleda, que pareció tener de boj todas cuatro juntas ocho leguas más o menos.
Están como en cuadra, muy cerca unas de otras: tienen del Sudoeste hasta el Nordeste, por la parte del Leste, unos bancos de arena que no pueden ser entrados por estas partes, y descúbrese una cabeza en la restinga que va más al Sudoeste. Púsolas el general por nombre islas de San Bernardo por ser su día: quísose buscar en ellas puerto, y a ruegos del vicario se dejó de hacer; no se supo si estaban pobladas, aunque los de la galeota dijeron que habían visto canoas, mas entiéndese fue antojo: están en altura de diez grados y un tercio a la parte del Sur, longitud mil y cuatrocientas leguas de Lima . Pasadas estas cuatro islas, se halló viento Sudeste, que siempre duró, y a ratos con aguaceros pequeños; y no faltaban gruesos y espesos nublados de varios colores, y de ellos, por extrañeza, se formaban muchas figuras, que en contemplarlas se formaban muchos espacios, y a veces eran tan fijas que no se consumían en todo el día; y por ser a la parte incógnita daban sospecha ser por tierra. Fuese navegando la vía del Oeste y de sus dos cuartas del Noroeste y del Sudoeste, siempre por altura conforme a la instrucción y voluntad del general, que fue no subir a doce grados ni bajar de ocho, y lo más ordinario se navegó por diez y once grados. Isla Solitaria. --Martes a veinte y nueve de agosto se vio una isleta baja y redonda, llena de arboledas y cercada en tierra de arrecifes que salen fuera del agua; su boj será de una legua y su altura de diez grados y dos tercios, distante de Lima mil quinientas y treinta y cinco leguas; y por ser sola se llamó Solitaria.
Mandó el adelantado a los dos navíos pequeños que fuesen a buscar en ella puerto para hacer leña, de que iba muy falta el almirante, y por ver si traía agua, de que también traía notable falta. Surgieron en diez brazas, y a voz alta dijeron al general pasase de largo, porque toda era suelo de grandes peñascos; los cuales se fueron viendo y pasando por encima con la sonda, unas veces hallando diez brazas y otras ciento; no había fondo, y mirar la nao encima de tantas peñas ponía espanto: no faltó priesa para salir, como se hizo, a limpia mar. Hay en su contorno de esta isla gran suma de carabelas, y la mancha de estos peñascos está al Sur de ella. Ya iban en este paraje los soldados algo necesitados de sufrimiento, y así, cansados y gastadas las esperanzas, formaban públicas y secretas quejas, y haciendo corrillos había disolución en cosas que fueron rastro o indicio para adivinar lo que pasó después. El maese de campo (como se ha dicho) era algo arrebatado, y así se había encontrado con muchas personas de la nao. Debía de entender convenir tal modo para hacerse temer mucho; más al fin enseñó la experiencia y el tiempo lo que se podrá decir, y yo paso con que era hacerse querer mal y ocasión de que hubiese contra él criadas malas voluntades y aun amenazas; diciéndose en común: --Aquí no venimos a perder, sino a ganar; el maese de campo mande las cosas del servicio del Rey como el Rey quiere se manden, que todos habemos de obedecer; haga su oficio y deje los ajenos; excuse desprecios y mostrar el bastón, que somos hombres de honra y no lo habemos de sufrir.
Bien excusadas fueran con tan poca gente tantas cabezas: bastaba nuestro general, que no vamos donde sea necesaria la práctica de Flandes, ni la de Italia, sino a unos indios desnudos, para quien no son menester soldados matadores, sino varones animosos y bien intencionados. Había, sobre todo, escuchas y correo al general y maese de campo, que cada uno tenía los suyos, que de espacio y menuda daban cuenta de todo cuanto disimuladamente procuraban oír; y por lo quitado o añadido disfrazaban la razón de tal manera que el que lo dijo, cuando se la preguntaban, no la conocía. A esta causa había injustos ojos contra personas lejos de culpa, y éstas cuando querían dar sus disculpas y descargo eran menester ángeles para tantos de su abono, porque ya no había lugar en lo segundo por tanto crédito al primero. La razón era corta y así se basaba la vida, que muchos decían estaba acabada por parecerles que nunca habían de hallar tierra, y que no había necesidad de tanta tasa, pues la muerte era tan cierta; otros decían que las islas de Salomón ya se habían huido, o que el adelantado estaba olvidado del lugar donde las halló, o que el mar creció tanto que ya las cubrió de agua y se pasó por encima; otros decían que por llamarse marqués y hacer sus propios, los había llevado con cuatro quintales de bizcocho a morir en aquel gran golfo, para ir a su fondo a pescar las grandes perlas que les habían dicho de hallar. Ponían argumentos y decían que es cosa y cosa, ha tantos días que navegamos por altura de diez grados, y las islas que buscamos están en los mismos y nunca las hallamos; o quedan atrás, o nunca las hubo, o por este camino daremos la vuelta a todo el mundo, o cuando poco iremos a topar la Gran Tartaria.
Ni el piloto mayor que llevamos, ni los demás pilotos ni el adelantado saben a dónde nos llevan, ni a dónde al presente estamos; eran fáciles de dar y quitar palmas a quien querían o las hallaba su gusto. Los pilotos de los otros navíos decían que subían sus naos por peñas y encima de tierra, porque el lugar donde estaba pintada había muchos días se araba y que por mucha y poca altura se navegaba; y otras cosas decían que eran para decir los soldados. También hubo quien dijo, que en tiempos estrechos y caminos largos, se conocen los verdaderos amigos y soldados. El piloto mayor, a quien ya por las sospechas no faltaban cuidados de ver que no se hallaba la buscada tierra, y se había pasado tan adelante de la longitud que el adelantado había dicho que tenía, y de lo que oyó de cosas, por ser el archivo a donde todos iban a parar, dijo al general, a fin de que consolase a los soldados, que iban afligidos: a que le respondió que también le habían dicho a él que también iban todos perdidos. El piloto mayor, por satisfacción de su parte, le dijo en alta voz muchas cosas que se callan y concluyó con decir: --Y pues oyo y no me responde quien lo dijo, téngalo V. S. en la cuenta que merece, que yo no vine a navegar para dejarme perder a mí mismo. Salió el capitán don Lorenzo con cierta razón bien fuera de propósito, a que el piloto mayor respondió: --¿Si no entienden las cosas, para qué las venden por otras? Juntáronse con estas pláticas tres quejosos, diciendo entre sí: --Muy otro es este negocio del que se entiende que fuera; aquí no hay honra, ni vida, según somos todos compañeros y vivimos en esta casa sin puertas, ni sin guardas de amistad. Pero no faltó quien dijo: ¿qué hospitales han fundado o servido para que quieran se mida Dios con sus deseos? Tomen lo que les da con rostro alegre, que esto es lo bueno, y siendo así, lo que falta será tal que nos conviene.
Están como en cuadra, muy cerca unas de otras: tienen del Sudoeste hasta el Nordeste, por la parte del Leste, unos bancos de arena que no pueden ser entrados por estas partes, y descúbrese una cabeza en la restinga que va más al Sudoeste. Púsolas el general por nombre islas de San Bernardo por ser su día: quísose buscar en ellas puerto, y a ruegos del vicario se dejó de hacer; no se supo si estaban pobladas, aunque los de la galeota dijeron que habían visto canoas, mas entiéndese fue antojo: están en altura de diez grados y un tercio a la parte del Sur, longitud mil y cuatrocientas leguas de Lima . Pasadas estas cuatro islas, se halló viento Sudeste, que siempre duró, y a ratos con aguaceros pequeños; y no faltaban gruesos y espesos nublados de varios colores, y de ellos, por extrañeza, se formaban muchas figuras, que en contemplarlas se formaban muchos espacios, y a veces eran tan fijas que no se consumían en todo el día; y por ser a la parte incógnita daban sospecha ser por tierra. Fuese navegando la vía del Oeste y de sus dos cuartas del Noroeste y del Sudoeste, siempre por altura conforme a la instrucción y voluntad del general, que fue no subir a doce grados ni bajar de ocho, y lo más ordinario se navegó por diez y once grados. Isla Solitaria. --Martes a veinte y nueve de agosto se vio una isleta baja y redonda, llena de arboledas y cercada en tierra de arrecifes que salen fuera del agua; su boj será de una legua y su altura de diez grados y dos tercios, distante de Lima mil quinientas y treinta y cinco leguas; y por ser sola se llamó Solitaria.
Mandó el adelantado a los dos navíos pequeños que fuesen a buscar en ella puerto para hacer leña, de que iba muy falta el almirante, y por ver si traía agua, de que también traía notable falta. Surgieron en diez brazas, y a voz alta dijeron al general pasase de largo, porque toda era suelo de grandes peñascos; los cuales se fueron viendo y pasando por encima con la sonda, unas veces hallando diez brazas y otras ciento; no había fondo, y mirar la nao encima de tantas peñas ponía espanto: no faltó priesa para salir, como se hizo, a limpia mar. Hay en su contorno de esta isla gran suma de carabelas, y la mancha de estos peñascos está al Sur de ella. Ya iban en este paraje los soldados algo necesitados de sufrimiento, y así, cansados y gastadas las esperanzas, formaban públicas y secretas quejas, y haciendo corrillos había disolución en cosas que fueron rastro o indicio para adivinar lo que pasó después. El maese de campo (como se ha dicho) era algo arrebatado, y así se había encontrado con muchas personas de la nao. Debía de entender convenir tal modo para hacerse temer mucho; más al fin enseñó la experiencia y el tiempo lo que se podrá decir, y yo paso con que era hacerse querer mal y ocasión de que hubiese contra él criadas malas voluntades y aun amenazas; diciéndose en común: --Aquí no venimos a perder, sino a ganar; el maese de campo mande las cosas del servicio del Rey como el Rey quiere se manden, que todos habemos de obedecer; haga su oficio y deje los ajenos; excuse desprecios y mostrar el bastón, que somos hombres de honra y no lo habemos de sufrir.
Bien excusadas fueran con tan poca gente tantas cabezas: bastaba nuestro general, que no vamos donde sea necesaria la práctica de Flandes, ni la de Italia, sino a unos indios desnudos, para quien no son menester soldados matadores, sino varones animosos y bien intencionados. Había, sobre todo, escuchas y correo al general y maese de campo, que cada uno tenía los suyos, que de espacio y menuda daban cuenta de todo cuanto disimuladamente procuraban oír; y por lo quitado o añadido disfrazaban la razón de tal manera que el que lo dijo, cuando se la preguntaban, no la conocía. A esta causa había injustos ojos contra personas lejos de culpa, y éstas cuando querían dar sus disculpas y descargo eran menester ángeles para tantos de su abono, porque ya no había lugar en lo segundo por tanto crédito al primero. La razón era corta y así se basaba la vida, que muchos decían estaba acabada por parecerles que nunca habían de hallar tierra, y que no había necesidad de tanta tasa, pues la muerte era tan cierta; otros decían que las islas de Salomón ya se habían huido, o que el adelantado estaba olvidado del lugar donde las halló, o que el mar creció tanto que ya las cubrió de agua y se pasó por encima; otros decían que por llamarse marqués y hacer sus propios, los había llevado con cuatro quintales de bizcocho a morir en aquel gran golfo, para ir a su fondo a pescar las grandes perlas que les habían dicho de hallar. Ponían argumentos y decían que es cosa y cosa, ha tantos días que navegamos por altura de diez grados, y las islas que buscamos están en los mismos y nunca las hallamos; o quedan atrás, o nunca las hubo, o por este camino daremos la vuelta a todo el mundo, o cuando poco iremos a topar la Gran Tartaria.
Ni el piloto mayor que llevamos, ni los demás pilotos ni el adelantado saben a dónde nos llevan, ni a dónde al presente estamos; eran fáciles de dar y quitar palmas a quien querían o las hallaba su gusto. Los pilotos de los otros navíos decían que subían sus naos por peñas y encima de tierra, porque el lugar donde estaba pintada había muchos días se araba y que por mucha y poca altura se navegaba; y otras cosas decían que eran para decir los soldados. También hubo quien dijo, que en tiempos estrechos y caminos largos, se conocen los verdaderos amigos y soldados. El piloto mayor, a quien ya por las sospechas no faltaban cuidados de ver que no se hallaba la buscada tierra, y se había pasado tan adelante de la longitud que el adelantado había dicho que tenía, y de lo que oyó de cosas, por ser el archivo a donde todos iban a parar, dijo al general, a fin de que consolase a los soldados, que iban afligidos: a que le respondió que también le habían dicho a él que también iban todos perdidos. El piloto mayor, por satisfacción de su parte, le dijo en alta voz muchas cosas que se callan y concluyó con decir: --Y pues oyo y no me responde quien lo dijo, téngalo V. S. en la cuenta que merece, que yo no vine a navegar para dejarme perder a mí mismo. Salió el capitán don Lorenzo con cierta razón bien fuera de propósito, a que el piloto mayor respondió: --¿Si no entienden las cosas, para qué las venden por otras? Juntáronse con estas pláticas tres quejosos, diciendo entre sí: --Muy otro es este negocio del que se entiende que fuera; aquí no hay honra, ni vida, según somos todos compañeros y vivimos en esta casa sin puertas, ni sin guardas de amistad. Pero no faltó quien dijo: ¿qué hospitales han fundado o servido para que quieran se mida Dios con sus deseos? Tomen lo que les da con rostro alegre, que esto es lo bueno, y siendo así, lo que falta será tal que nos conviene.