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Datos principales


Desarrollo


De lo que le sucedió a la gente del bergantín, y cómo apresaron los españoles un navío francés, y ganaron una victoria a los portugueses Vuelto que fue el capitán Ruy García de Mosquera, y sus cuarenta soldados, que con él salieron en el bergantín a buscar que comer por aquel río, entraron en la Fortaleza con el llanto y el sentimiento que se puede imaginar, viéndolo todo asolado, y los cuerpos de sus hermanos y compañeros hechos pedazos, derramando muchas lágrimas con entrañable dolor, les dieron sepultura lo mejor que pudieron, y no sabiendo la determinación que pudieran tomar, entraron en consejo sobre ello, y resolvieron de irse al Brasil costa a costa en el mismo bergantín, pues no podían hacer otra cosa aunque quisiera irse a Castilla, porque el navío estaba bajado de las obras muertas para poder navegar en él por aquel río a remo y vela. Y puesta en efecto su determinación, se hicieron a la vela, bajando por las islas de las Dos Hermanas, y entrando por el Río de las Palmas, atravesaron el Golfo del Paraná, tomando la Isla de Martín García, y de allí a San Gabriel, yendo a desembocar por junto a la de los Lobos, y saliendo al mar ancho, costeando al nordeste, llegaron a la isla de Santa Catalina, y pasando de San Francisco a la Barra de Paranagua, llegaron a la Cananea, y corriendo la costa, tomaron un brazo y bahía de mar que allí hace, llamado Igua, veinte y cuatro leguas de San Vicente, donde surgieron y tomaron tierra por de buena disposición, vista y calidad.

Determinaron hacer allí asiento, para lo cual trabaron amistad con los naturales de aquella costa y con los portugueses circunvecinos, con quienes tenían correspondencia. Hechas, pues, sus casas y sementeras, pasaron dos años en buena conformidad, hasta que un hidalgo portugués, el bachiller Duarte Pérez, se les vino a meter con toda su casa, hijos y criados en su compañía, despechado y quejoso de los de su propia nación, quien había sido desterrado por el Rey don Manuel a aquella costa, en la que había padecido innumerables trabajos, por lo cual hablaba con alguna libertad más de la que debía, de que resultó que el capitán de aquella costa le envió a notificar que fuese a cumplir su destierro a la parte y lugar donde por su Rey fue mandado; y por consiguiente los castellanos que allí estaban, fueron requeridos que, si querían permanecer en aquella tierra, diesen luego la obediencia a su Rey y Señor, cuyo era aquel distrito y jurisdicción, en su nombre al gobernador Martín Alfonso de Sosa, o de no, dentro de treinta días dejasen aquella tierra, saliéndose de ella so pena de muerte y perdimento de sus bienes. Los castellanos respondieron que no conocían ser aquella tierra de la Corona de Portugal, sino de la de Castilla, y como tal estaban allí poblados en nombre del Emperador don Carlos V, cuyos vasallos eran. De estas demandas y respuestas vino a resultar muy gran desconformidad entre los unos y los otros; y en este tiempo sucedió el llegar a aquella costa un navío de franceses corsarios, los cuales llegados a la Cananea, entraron en aquel puerto, y siendo los españoles avisados, se determinaron de acometer al navío, y cogiendo en tierra dos marineros, que habían saltado a tomar provisión de los indios, una noche muy oscura cercaron el navío con muchas canoas y balsas, en que iban más de doscientos flecheros, y llevando consigo a los dos marineros franceses, les mandaron que dijesen que venían con el refresco y comida, que habían salido a buscar, y que no había de que recelarse, porque estaba todo muy quieto; con lo cual los que estaban en el navío, se aseguraron, y les echaron sus cabos, en tanto que tenían lugar de llegar las canoas, y echar arriba las escalas por donde subir; y saltando dentro los castellanos e indios, repentinamente pelearon con los franceses, los rindieron y tomaron el navío con muchas armas y municiones, y otras cosas que traían, con cuyo suceso quedaron los españoles muy bien pertrechados para cualquier acontecimiento; y pasando adelante la discordia, que los portugueses con ellos tenían, determinaron echarlos de aquella tierra y puerto, castigándolos con el rigor que su atrevimiento Pedía, y de esta determinación tuvieron los castellanos aviso, y así trataron entre sí el modo que habían de tener para defenderse de sus contrarios; y resueltos en lo que debían de hacer, supieron como dos capitanes portugueses venían de hecho con ochenta soldados a dar sobre ellos, sin muchos indios que consigo traían con determinación, como digo, de echarlos de aquel puesto, y quitarles las haciendas, castigándolos en las personas, para cuyo resguardo los castellanos procuraron reparar y fortificar aquel puesto con sus trincheras de la parte del mar donde también los habían de acometer, donde plantaron cuatro piezas de artillería, y echaron una emboscada entre el puerto y el lugar con veinte soldados y algunos indios de su servicio, como hasta ciento cincuenta flecheros, para que viniendo a las manos con los de la trinchera de improviso diesen sobre los contrarios.

En este tiempo llegaron los portugueses por mar y tierra, y puestos en buen orden, marcharon para el lugar con sus banderas desplegadas, y pasando por cerca de la emboscada, llegaron a reconocer la trinchera, de la cual les hicieron fuego con artillería, abriéndoles su escuadrón a un lado y otro cerca de una montaña: los de la emboscada salieron de ellos, y dándoles una rociada de arcabucería y flechería, desordenaron enteramente a los portugueses, y aunque algunos arcabuceros disparando, se retiraron a toda priesa, los del lugar dieron tras ellos, y al pasar un paso estrecho, que allí formaba un arroyo, hicieron gran matanza, prendiendo algunos, y entre ellos el capitán de Goas, que fue herido de un arcabuzazo, y continuando los castellanos la victoria, por no perder la ocasión, llegaron a la villa de San Vicente, donde entrados en las atarazanas del Rey, las saquearon y robaron cuanto había en el puerto. Hecho este desconcierto, volvieron a su asiento con algunos de los mismos portugueses, que al disimulo los favorecieron, donde metidos todos en dos navíos, desampararon la tierra, y se fueron a la Isla de Santa Catalina, que es ochenta leguas más para el Río de la Plata; por ser conocidamente demarcación y territorio de la Corona de Castilla, y allí hicieron asiento por algunos días, hasta que el capitán Gonzalo de Mendoza encontró con ellos, como adelante se dirá. Pasó este suceso el año de 1534. El cual entiendo fue el primero que hubo entre cristianos en estas partes de las Indias Occidentales.

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