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Datos principales
Desarrollo
En que se cuenta la venida de don Alonso Luis de Lugo por gobernador de este Reino. Lo sucedido en su tiempo: la venida del licenciado Miguel Diez de Armendáriz, Primer visitador y juez de residencia; con todo lo sucedido hasta la fundación de esta Real Audiencia. Por la muerte del Adelantado de Canarias, gobernador de Santa Marta, don Pedro Fernández de Lugo, que murió, como queda dicho, el año de 1538, don Alonso Luis de Lugo, su hijo, sucesor en aquel gobierno de Santa Marta, que estaba preso en Castilla, compuso sus cosas y con licencia del emperador vino al gobierno de su padre, y fue segundo adelantado de este Reino; el cual, venido a Santa Marta y enterado de las riquezas del Nuevo Reino de Granada, e informado cómo el licenciado Jerónimo Lebrón había llevado de él más de doscientos mil pesos de buen oro, que no fue mucho para aquellos tiempos, pues es fama que estando el Reino como hoy está, en las heces, ha habido gobernador que dicen que los llevaba; demás de que don Jerónimo Lebrón vendió sus mercaderías bien vendidas, y a esto se le añadió el confirmar el repartimiento de las encomiendas del Reino, que también fueron bien pagadas: digo que no llevó mucho. Con tales nuevas, el gobernador don Alonso Luis de Lugo subió a este Reino acompañado de mucha gente, y trajo las primeras vacas, que las vendió a mil pesos de oro, cabeza; el cual entró en él por fin del año 1543. Era un hombre de ánimo levantado y altivo, bullicioso y amigo de la revuelta; y así intentó remover la confirmación de las encomiendas que don Jerónimo Lebrón había confirmado; de lo cual se sintieron los conquistadores por agraviados y enviaron a España por remedio, informando a Su Majestad el Emperador lo que pasaba; y particularmente el capitán Gonzalo Suárez Rendón, por su procurador, le había puesto demanda y pleito en el Consejo, que estaba pendiente, porque con él más que con otro había el gobernador mostrado el enfado; y pasó tan adelante, que volviendo el dicho gobernador don Alonso Luis de Lugo a Santa Marta, y antes que de Castilla viniese remedio de lo que los conquistadores pretendían, el dicho gobernador se llevó preso consigo al dicho capitán Gonzalo Suárez Rendón; el cual llegado al Cabo de la Vela tuvo orden de soltarse, y hizo su viaje a la Corte, a donde apretó el pleito que tenía con el dicha gobernador, de tal manera que le quitó el gobierno y salió desterrado para Mallorca, y de allí pasó a Milán, donde murió.
Dejó el dicho gobernador por su Teniente en este Reino a un pariente suyo, llamado Lope Montalvo de Lugo, el cual lo gobernó muy bien, hasta que Su Majestad el Emperador envió al Licenciado Miguel Díez de Armendáriz, primer visitador y juez de residencia, que la vino a tomar al Adelantado dón Alonso Luis de Lugo y a sus negocios, y trajo cédula de gobernador. Llegó a Cartagena con estos títulos el año de 1545; allí dio título de teniente de gobernador de este Reino a Pedro de Ursúa, su sobrino, mancebo generoso y de gallardo ánimo, el cual pobló en este Reino la ciudad de Tudela, en los indios culimas de Muzo, la cual no permaneció; y asimismo pobló la ciudad de Pamplona, con los demás conquistadores y pobladores. Puso estos dos nombres a estas dos ciudades que pobló, por ser natural de Navarra. Pasó a Tairona, y la tuvo poblada; y una noche le pusieron los indios fuego al pueblo, echándoselo con flechas silbadoras, algodón y trementina, desde un cerro que tenía por caballete el pueblo que había poblado; y con esto le mataron aquella noche mucha gente con flechas de yerba, que por defenderse no pudieron acudir al remedio del fuego, que les abrasó cuanto tenían; con lo cual se hubo de salir de la tierra y se volvió a este Reino, y de él a Cartagena y de ella a Panamá, donde se le encargó el castigo de los negros levantados, lo cual hizo con valor, trayéndolos a obediencia. De allí pasó al Pirú y hizo la gente con que bajó por el río de Orellana o Marañón, donde le mató el tirano Lope de Aguirre y a su querida doña Inés, como lo cuenta el padre Castellanos en sus Elegías, y el padre fray Pedro Simón en sus noticias Historiales, a donde remito al lector que quisiere saber esto.
Y con esto vengamos a los soldados que quedaron en este Nuevo Reino de Granada, de los que venían con el Adelantado y gobernador don Alonso Luis de Lugo, los cuales son los siguientes: El capitán Juan Ruiz de Orejuela, que lo fue en Italia, de la nobleza de Córdoba, vino de España con el Adelantado don Pedro Fernández de Lugo, subió a este Reino con su hijo don Alonso Luis de Lugo, segundo Adelantado, el año de 1543, por capitán de dos bergantines. El licenciado Miguel Diez de Armendáriz le dio en encomienda los indios de Fúquene; fue alcalde mayor en Tunja y ordinario en esta ciudad muchas veces; fue casado, tuvo siete hijos varones, y hoy son muertos todos. Fernando Suárez de Villalobos, hijo del Licenciado Villalobos, que fue fiscal del Consejo de indias. Gonzalo Montero, en Tocaima. Francisco Manrique de Velandia, en Tunja. Juan de Riquelme, en Tunja. Juan de Sandoval, en Tunja. Francisco de Vargas, en Tunja. Cabrera de Sosa, en Tunja. Antonio Fernández, en Tunja. Fernando Velasco, en Santa Fe. Juan de Penagos, en Santa Fe. Melchor Álvarez, en Santa Fe. Juan de Mayorga, en Vélez. Martín de Vergara, en Vélez. Mejía, vecino de Tocaima, y Figueroa, en Tocaima. Otros muchos soldados de los del Adelantado don Alonso Luis de Lugo quedaron en este Reino; otros subieron al Pirú, cuyos nombres no se acordó el capitán Juan de Montalvo, a cuya declaración me remito, que se halla en el Cabildo de esta ciudad de Santa Fe. Subido a este Reino, el licenciado Miguel Diez de Armendáriz trató de los negocios del dicho don Alonso Luis de Lugo, gobernador, y de su visita; y de ella quedó enemistado con el capitán Lanchero y con sus aliados, los cuales ganaron en la Audiencia de Santo Domingo un oidor que vino contra el dicho visitador, que fue el licenciado Surita; el cual llegado a esta ciudad, se volvió luego sin hacer cosa alguna, por no haberle dado lugar los oidores que a la mesma sazón habían llegado a ella a fundar la Real Audiencia, como diremos en su lugar.
Don fray Martín de Calatayud, del orden de San Jerónimo, cuarto obispo de Santa Marta y segundo de este Reino, que por muerte de don Juan Fernández de Angulo vino a este obispado, entró en esta ciudad el propio año de 1545, fue muy bien recibido por ser el primer prelado que llegó a esta ciudad, hombre santo; vino sin consagrarse, a lo cual subió al Pirú el siguiente de 1546, en tiempo del alzamiento de Gonzalo Pizarro, el tirano. Llegó a Quito acabada la batalla que se llamaba el Añaquito, a donde salió vencedor el tirano Gonzalo Pizarro, y el virrey Blasco Núñez Vela vencido y muerto, con otros valerosos servidores del rey. Pasó el obispo a Lima , a donde halló al obispo de Cuzco y al de Quito y al arzobispo de Lima; y se halló en el recibimiento que aquella ciudad hizo al tirano Gonzalo Pizarro, llevándolo en medio los cuatro prelados, que ya el nuestro estaba consagrado por mano de los otros tres; y pues le acompañaron estos santos prelados, bien se puede creer que no se excusó lo restante de aquel imperio. Y allegó a tal término la ambición de este tirano, que pretendió enviarle a pedir al Rey le hiciese merced de darle título de gobernador del Pirú, y eligió para ello la persona del arzobispo don Jerónimo de Loaiza, que lo aceptó, no por servirle sino por salir de tanto tirano; y luego se embarcó en seguimiento de su viaje; acompañóle nuestro prelado, y juntos llegaron a Panamá, a donde hallaron al doctor don Pedro de la Gasca, que acababa de entregalle el señorío de aquella ciudad al capitán don Pedro de Hinojosa, que la tenía por el tirano; y con ella le entregó los navíos del Mar del Sur, principio de la restauración del Pirú, al cual se volvió el arzobispo con el presidente de la Gasca, que no fue a España, y se halló con él en todas sus ocasiones.
A la historia general del Pirú remito al lector, a donde hallará esto muy ampliado. Nuestro prelado se despidió del arzobispo y presidente, con muchos agradecimientos, y se fue a la ciudad de Nombre de Dios, y de ella a la de Santa Marta, a donde comenzó a enfermar; y murió sin poder volver a este Reino, al fin del año de 1548. Como de la visita del licenciado Miguel Díez de Armendáriz y encuentros que los conquistadores tuvieron con don Alonso Luis de Lugo, segundo Adelantado, sobre querer remover el apuntamiento de la conquista que les había confirmado el licenciado Jerónimo Lebrón, teniente de gobernador por ausencia del dicho don Alonso, nombrado por la Real Audiencia de Santo Domingo, como queda dicho; y como era fuerza acudir las apelaciones de los agravios a ella; viendo la incomodidad que había por estar tan lejos de este Reino, que hay más de cuatrocientas leguas, y considerando la largura y espacio de tierra que tiene este Reino, y que en él, en lo por conquistar y conquistado, se podían poblar y fundar muchas ciudades, acordaron de pedir y suplicar a Su Majestad el emperador fuese servido de fundar en él otra Real Audiencia, para más cómodamente acudir a sus negocios, y Su Majestad lo tuvo por bien; y luego en el año siguiente de 1549 llegaron a la ciudad de Cartagena tres oidores para fundarla, que fueron: el licenciado Gutiérrez de mercado, oidor más antiguo; el licenciado Beltrán de Góngora y el licenciado Andrés López de Galarza; los cuales salieron de Cartagena en seguimiento de su viaje, y llegando a la villa de Mompós, enfermó en ella el licenciado Gutiérrez de Mercado, a donde murió.
Los otros dos oidores prosiguieron su viaje y llegaron a esta ciudad de Santa Fe, a fin de marzo del siguiente año de 1550; los cuales fundaron esta Real Audiencia con la solemnidad y requisitos necesarios, a 13 de noviembre del dicho año de 1550. Acabada de fundar la Real Audiencia, llegó a ella el licenciado Briceño, por oidor, y pasó luego a la gobernación de Popayán, a residenciar al Adelantado don Sebastián de Benalcázar, al cual sentenció a muerte, por la que él dio, junto al río del Pozo, al Mariscal Jorge Robledo, por habérsele entrado en su gobernación; de la cual sentencia el Adelantado apeló para el Real Consejo, y se le otorgó la apelación; y mientras la seguía, quedó por gobernador de Popayán el dicho oidor Francisco Briceño, más tiempo dé dos años, al cabo de los cuales vino a esta Real Audiencia, estando en ella los dos oidores Góngora y Galarza. En esta sazón vino a tomar la residencia al licenciado Miguel Diez de Armendáriz el licenciado Surita, enviado por la Real Audiencia de Santo Domingo; lo cual no consintieron los dos oidores, y se hubo de volver sin tomarla. Visto por el capitán Lanchero y los demás de su valer, que era quien le había traído la visita por el encuentro que con el tenía, que quedaba defraudado su intento, acudió a la Corte, y al rey envió a esta visita al licenciado Juan de Montaño contra los dos oidores, por lo que adelante diré, y contra el dicho licenciado Miguel Diez de Armendáriz; y trajo título de oidor de esta Audiencia, a la cual llegó al fin del año de 1552, y prosiguió contra los dos oidores con rigor, y los envió presos a España, y murieron en la mar ahogados, porque se perdió la nao Capitana, donde iban embarcados, con su general, soldados y marineros, sin que se escapase persona alguna, por haber sido de noche la desgracia y la tormenta grande: sólo el capitán Antonio de Olalla se escapó, encomendero que fue de Bogotá, lo cual no pudo hacer de cien mil pesos de oro de buena ley que embarcó y registró en la Capitana, donde él iba fletado; y como los dos oidores que tenía por enemigos se embarcaron en ella, por no llevar el enemigo al ojo se pasó a otra nao, con que escapó la vida, que fue suerte dichosa, aunque se perdió el oro; y también lo perdieron otros vecinos de este Reino que habían registrado sus caudales en la dicha Capitana.
Este enojo del capitán Olalla y los oidores nacía de la amistad que el dicho capitán tenía con un fraile grave, no digo qué orden, a quienes los oidores desterraron de esta ciudad. El caso fue que el fraile y el uno de los oidores, que ambos eran mozos, se encontraron en casa de una mujer hermosa, que hacía rostro a entrambos, donde tuvieron su enfado. ¡Oh hermosura, causadora de tantos males! ¡Oh mujeres! No quiero decir mal de ellas, ni tampoco de los hombres; pero estoy por decir que hombre y mujeres son las dos más malas sabandijas que Dios crió. De este encuentro nació salir el fraile desterrado: sacáronle por las calles públicas de esta ciudad (que sólo faltó el "dárselas"), el cual hizo su viaje a Castilla y apresuró la visita contra los dos oidores. La noche que se perdió la Capitana sobre la Bermuda, aquella mañana siguiente amaneció puesto en la plaza de esta ciudad de Santa Fe, en las paredes del Cabildo, un papel que decía: "esta noche, a tales horas, se perdió la Capitana en el paraje de la Bermuda, y se ahogaron Góngora y Galarza, y el general con toda la gente". Tomóse la razón del papel, con día, mes y año, y no se hizo diligencia de quién lo puso, aunque en la primera ocasión que vino gente de España se supo que el papel dijo puntualmente la verdad. En su lugar diré quién lo puso, con lo demás que sucedió. No fue con los oidores el licenciado Miguel Díez de Armendáriz, por no estar acabada su visita; quedó tan pobre, que su enemigo el capitán Lanchero le sacó de la cárcel y le dio dineros con que pudo ir a España; y se hizo clérigo para pretender una prebenda, que habiéndola conseguido y servido algún tiempo, murió en ella.
De esta visita del licenciado Juan de Montaño salió bien el oidor Francisco Briceño; pero quedó tan sujeto a la voluntad de su compañero, que en este reino no le llamaban sino la guaricha de Montaño. El Adelantado don Sebastián de Benalcázar, que en el seguimiento de la apelación que tenía interpuesta para el Consejo de la sentencia que contra él había dado el licenciado Francisco Briceño, como queda dicho, llegó a la ciudad de Cartagena, a donde murió viejo y pobre, cargado de méritos. El licenciado Juan de Montaño era hombre altivo y de condición áspera, que se hacía aborrecible, de ánimo levantado y amigo de revuelta, y espoleábaselo un hermano que tenía; y sus enemigos, que tenía hartos, le contaban los pasos; y, con mentira o verdad, le ahijaron no sé qué sospecha de alzamiento, que no se lo consintieron los leales de este Reino. Sucedió esto en el tiempo que el tirano Álvaro de Oyón se había alzado en la gobernación de Popayán. Cogieron los contrarios del licenciado Montaño una carta escrita de su mano, para un amigo suyo que estaba en la dicha gobernación, en la que le pedía por ella le buscase tres o cuatro caballos de buena raza; y sus enemigos publicaron que no pedía caballos, sino capitanes para el alzamiento. En fin, la cosa subió de punto, y no paró hasta que lo pretendieron, y en la mitad de una de las dos cadenas que había hecho, una en Tunja y otra en esta ciudad, que hoy conserva su nombre, le llevaron preso a España, donde le cortaron la cabeza.
Vino a visitalle el licenciado Alonso de Grajeda, que fue el que le envió preso; al principio se había puesto bien su negocio en España, y se esperaba soltura y buena salida; pero no supo gozar la ocasión por apresurarse; por abreviar más presto se llamó a la Corona, de lo cual se enfadó el Emperador y mandó se viese bien su negocio y se hiciese justicia, la cual se hizo como está dicho. Cuando el señor obispo don fray Martín de Calatayud pasó por este Nuevo Reino a consagrarse al Pirú, confirmó el cargo de provisor al maestre escuela don Pedro García Matamoros, que por muerte del Santo obispo don Juan Fernández de Angulo le había confirmado el Cabildo sede vacante, el cual cargo sirvió hasta la venida del señor obispo don fray Juan de los Barrios, con mucho cuidado y celo cristiano y aprovechamiento de los naturales en dominarlos.
Dejó el dicho gobernador por su Teniente en este Reino a un pariente suyo, llamado Lope Montalvo de Lugo, el cual lo gobernó muy bien, hasta que Su Majestad el Emperador envió al Licenciado Miguel Díez de Armendáriz, primer visitador y juez de residencia, que la vino a tomar al Adelantado dón Alonso Luis de Lugo y a sus negocios, y trajo cédula de gobernador. Llegó a Cartagena con estos títulos el año de 1545; allí dio título de teniente de gobernador de este Reino a Pedro de Ursúa, su sobrino, mancebo generoso y de gallardo ánimo, el cual pobló en este Reino la ciudad de Tudela, en los indios culimas de Muzo, la cual no permaneció; y asimismo pobló la ciudad de Pamplona, con los demás conquistadores y pobladores. Puso estos dos nombres a estas dos ciudades que pobló, por ser natural de Navarra. Pasó a Tairona, y la tuvo poblada; y una noche le pusieron los indios fuego al pueblo, echándoselo con flechas silbadoras, algodón y trementina, desde un cerro que tenía por caballete el pueblo que había poblado; y con esto le mataron aquella noche mucha gente con flechas de yerba, que por defenderse no pudieron acudir al remedio del fuego, que les abrasó cuanto tenían; con lo cual se hubo de salir de la tierra y se volvió a este Reino, y de él a Cartagena y de ella a Panamá, donde se le encargó el castigo de los negros levantados, lo cual hizo con valor, trayéndolos a obediencia. De allí pasó al Pirú y hizo la gente con que bajó por el río de Orellana o Marañón, donde le mató el tirano Lope de Aguirre y a su querida doña Inés, como lo cuenta el padre Castellanos en sus Elegías, y el padre fray Pedro Simón en sus noticias Historiales, a donde remito al lector que quisiere saber esto.
Y con esto vengamos a los soldados que quedaron en este Nuevo Reino de Granada, de los que venían con el Adelantado y gobernador don Alonso Luis de Lugo, los cuales son los siguientes: El capitán Juan Ruiz de Orejuela, que lo fue en Italia, de la nobleza de Córdoba, vino de España con el Adelantado don Pedro Fernández de Lugo, subió a este Reino con su hijo don Alonso Luis de Lugo, segundo Adelantado, el año de 1543, por capitán de dos bergantines. El licenciado Miguel Diez de Armendáriz le dio en encomienda los indios de Fúquene; fue alcalde mayor en Tunja y ordinario en esta ciudad muchas veces; fue casado, tuvo siete hijos varones, y hoy son muertos todos. Fernando Suárez de Villalobos, hijo del Licenciado Villalobos, que fue fiscal del Consejo de indias. Gonzalo Montero, en Tocaima. Francisco Manrique de Velandia, en Tunja. Juan de Riquelme, en Tunja. Juan de Sandoval, en Tunja. Francisco de Vargas, en Tunja. Cabrera de Sosa, en Tunja. Antonio Fernández, en Tunja. Fernando Velasco, en Santa Fe. Juan de Penagos, en Santa Fe. Melchor Álvarez, en Santa Fe. Juan de Mayorga, en Vélez. Martín de Vergara, en Vélez. Mejía, vecino de Tocaima, y Figueroa, en Tocaima. Otros muchos soldados de los del Adelantado don Alonso Luis de Lugo quedaron en este Reino; otros subieron al Pirú, cuyos nombres no se acordó el capitán Juan de Montalvo, a cuya declaración me remito, que se halla en el Cabildo de esta ciudad de Santa Fe. Subido a este Reino, el licenciado Miguel Diez de Armendáriz trató de los negocios del dicho don Alonso Luis de Lugo, gobernador, y de su visita; y de ella quedó enemistado con el capitán Lanchero y con sus aliados, los cuales ganaron en la Audiencia de Santo Domingo un oidor que vino contra el dicho visitador, que fue el licenciado Surita; el cual llegado a esta ciudad, se volvió luego sin hacer cosa alguna, por no haberle dado lugar los oidores que a la mesma sazón habían llegado a ella a fundar la Real Audiencia, como diremos en su lugar.
Don fray Martín de Calatayud, del orden de San Jerónimo, cuarto obispo de Santa Marta y segundo de este Reino, que por muerte de don Juan Fernández de Angulo vino a este obispado, entró en esta ciudad el propio año de 1545, fue muy bien recibido por ser el primer prelado que llegó a esta ciudad, hombre santo; vino sin consagrarse, a lo cual subió al Pirú el siguiente de 1546, en tiempo del alzamiento de Gonzalo Pizarro, el tirano. Llegó a Quito acabada la batalla que se llamaba el Añaquito, a donde salió vencedor el tirano Gonzalo Pizarro, y el virrey Blasco Núñez Vela vencido y muerto, con otros valerosos servidores del rey. Pasó el obispo a Lima , a donde halló al obispo de Cuzco y al de Quito y al arzobispo de Lima; y se halló en el recibimiento que aquella ciudad hizo al tirano Gonzalo Pizarro, llevándolo en medio los cuatro prelados, que ya el nuestro estaba consagrado por mano de los otros tres; y pues le acompañaron estos santos prelados, bien se puede creer que no se excusó lo restante de aquel imperio. Y allegó a tal término la ambición de este tirano, que pretendió enviarle a pedir al Rey le hiciese merced de darle título de gobernador del Pirú, y eligió para ello la persona del arzobispo don Jerónimo de Loaiza, que lo aceptó, no por servirle sino por salir de tanto tirano; y luego se embarcó en seguimiento de su viaje; acompañóle nuestro prelado, y juntos llegaron a Panamá, a donde hallaron al doctor don Pedro de la Gasca, que acababa de entregalle el señorío de aquella ciudad al capitán don Pedro de Hinojosa, que la tenía por el tirano; y con ella le entregó los navíos del Mar del Sur, principio de la restauración del Pirú, al cual se volvió el arzobispo con el presidente de la Gasca, que no fue a España, y se halló con él en todas sus ocasiones.
A la historia general del Pirú remito al lector, a donde hallará esto muy ampliado. Nuestro prelado se despidió del arzobispo y presidente, con muchos agradecimientos, y se fue a la ciudad de Nombre de Dios, y de ella a la de Santa Marta, a donde comenzó a enfermar; y murió sin poder volver a este Reino, al fin del año de 1548. Como de la visita del licenciado Miguel Díez de Armendáriz y encuentros que los conquistadores tuvieron con don Alonso Luis de Lugo, segundo Adelantado, sobre querer remover el apuntamiento de la conquista que les había confirmado el licenciado Jerónimo Lebrón, teniente de gobernador por ausencia del dicho don Alonso, nombrado por la Real Audiencia de Santo Domingo, como queda dicho; y como era fuerza acudir las apelaciones de los agravios a ella; viendo la incomodidad que había por estar tan lejos de este Reino, que hay más de cuatrocientas leguas, y considerando la largura y espacio de tierra que tiene este Reino, y que en él, en lo por conquistar y conquistado, se podían poblar y fundar muchas ciudades, acordaron de pedir y suplicar a Su Majestad el emperador fuese servido de fundar en él otra Real Audiencia, para más cómodamente acudir a sus negocios, y Su Majestad lo tuvo por bien; y luego en el año siguiente de 1549 llegaron a la ciudad de Cartagena tres oidores para fundarla, que fueron: el licenciado Gutiérrez de mercado, oidor más antiguo; el licenciado Beltrán de Góngora y el licenciado Andrés López de Galarza; los cuales salieron de Cartagena en seguimiento de su viaje, y llegando a la villa de Mompós, enfermó en ella el licenciado Gutiérrez de Mercado, a donde murió.
Los otros dos oidores prosiguieron su viaje y llegaron a esta ciudad de Santa Fe, a fin de marzo del siguiente año de 1550; los cuales fundaron esta Real Audiencia con la solemnidad y requisitos necesarios, a 13 de noviembre del dicho año de 1550. Acabada de fundar la Real Audiencia, llegó a ella el licenciado Briceño, por oidor, y pasó luego a la gobernación de Popayán, a residenciar al Adelantado don Sebastián de Benalcázar, al cual sentenció a muerte, por la que él dio, junto al río del Pozo, al Mariscal Jorge Robledo, por habérsele entrado en su gobernación; de la cual sentencia el Adelantado apeló para el Real Consejo, y se le otorgó la apelación; y mientras la seguía, quedó por gobernador de Popayán el dicho oidor Francisco Briceño, más tiempo dé dos años, al cabo de los cuales vino a esta Real Audiencia, estando en ella los dos oidores Góngora y Galarza. En esta sazón vino a tomar la residencia al licenciado Miguel Diez de Armendáriz el licenciado Surita, enviado por la Real Audiencia de Santo Domingo; lo cual no consintieron los dos oidores, y se hubo de volver sin tomarla. Visto por el capitán Lanchero y los demás de su valer, que era quien le había traído la visita por el encuentro que con el tenía, que quedaba defraudado su intento, acudió a la Corte, y al rey envió a esta visita al licenciado Juan de Montaño contra los dos oidores, por lo que adelante diré, y contra el dicho licenciado Miguel Diez de Armendáriz; y trajo título de oidor de esta Audiencia, a la cual llegó al fin del año de 1552, y prosiguió contra los dos oidores con rigor, y los envió presos a España, y murieron en la mar ahogados, porque se perdió la nao Capitana, donde iban embarcados, con su general, soldados y marineros, sin que se escapase persona alguna, por haber sido de noche la desgracia y la tormenta grande: sólo el capitán Antonio de Olalla se escapó, encomendero que fue de Bogotá, lo cual no pudo hacer de cien mil pesos de oro de buena ley que embarcó y registró en la Capitana, donde él iba fletado; y como los dos oidores que tenía por enemigos se embarcaron en ella, por no llevar el enemigo al ojo se pasó a otra nao, con que escapó la vida, que fue suerte dichosa, aunque se perdió el oro; y también lo perdieron otros vecinos de este Reino que habían registrado sus caudales en la dicha Capitana.
Este enojo del capitán Olalla y los oidores nacía de la amistad que el dicho capitán tenía con un fraile grave, no digo qué orden, a quienes los oidores desterraron de esta ciudad. El caso fue que el fraile y el uno de los oidores, que ambos eran mozos, se encontraron en casa de una mujer hermosa, que hacía rostro a entrambos, donde tuvieron su enfado. ¡Oh hermosura, causadora de tantos males! ¡Oh mujeres! No quiero decir mal de ellas, ni tampoco de los hombres; pero estoy por decir que hombre y mujeres son las dos más malas sabandijas que Dios crió. De este encuentro nació salir el fraile desterrado: sacáronle por las calles públicas de esta ciudad (que sólo faltó el "dárselas"), el cual hizo su viaje a Castilla y apresuró la visita contra los dos oidores. La noche que se perdió la Capitana sobre la Bermuda, aquella mañana siguiente amaneció puesto en la plaza de esta ciudad de Santa Fe, en las paredes del Cabildo, un papel que decía: "esta noche, a tales horas, se perdió la Capitana en el paraje de la Bermuda, y se ahogaron Góngora y Galarza, y el general con toda la gente". Tomóse la razón del papel, con día, mes y año, y no se hizo diligencia de quién lo puso, aunque en la primera ocasión que vino gente de España se supo que el papel dijo puntualmente la verdad. En su lugar diré quién lo puso, con lo demás que sucedió. No fue con los oidores el licenciado Miguel Díez de Armendáriz, por no estar acabada su visita; quedó tan pobre, que su enemigo el capitán Lanchero le sacó de la cárcel y le dio dineros con que pudo ir a España; y se hizo clérigo para pretender una prebenda, que habiéndola conseguido y servido algún tiempo, murió en ella.
De esta visita del licenciado Juan de Montaño salió bien el oidor Francisco Briceño; pero quedó tan sujeto a la voluntad de su compañero, que en este reino no le llamaban sino la guaricha de Montaño. El Adelantado don Sebastián de Benalcázar, que en el seguimiento de la apelación que tenía interpuesta para el Consejo de la sentencia que contra él había dado el licenciado Francisco Briceño, como queda dicho, llegó a la ciudad de Cartagena, a donde murió viejo y pobre, cargado de méritos. El licenciado Juan de Montaño era hombre altivo y de condición áspera, que se hacía aborrecible, de ánimo levantado y amigo de revuelta, y espoleábaselo un hermano que tenía; y sus enemigos, que tenía hartos, le contaban los pasos; y, con mentira o verdad, le ahijaron no sé qué sospecha de alzamiento, que no se lo consintieron los leales de este Reino. Sucedió esto en el tiempo que el tirano Álvaro de Oyón se había alzado en la gobernación de Popayán. Cogieron los contrarios del licenciado Montaño una carta escrita de su mano, para un amigo suyo que estaba en la dicha gobernación, en la que le pedía por ella le buscase tres o cuatro caballos de buena raza; y sus enemigos publicaron que no pedía caballos, sino capitanes para el alzamiento. En fin, la cosa subió de punto, y no paró hasta que lo pretendieron, y en la mitad de una de las dos cadenas que había hecho, una en Tunja y otra en esta ciudad, que hoy conserva su nombre, le llevaron preso a España, donde le cortaron la cabeza.
Vino a visitalle el licenciado Alonso de Grajeda, que fue el que le envió preso; al principio se había puesto bien su negocio en España, y se esperaba soltura y buena salida; pero no supo gozar la ocasión por apresurarse; por abreviar más presto se llamó a la Corona, de lo cual se enfadó el Emperador y mandó se viese bien su negocio y se hiciese justicia, la cual se hizo como está dicho. Cuando el señor obispo don fray Martín de Calatayud pasó por este Nuevo Reino a consagrarse al Pirú, confirmó el cargo de provisor al maestre escuela don Pedro García Matamoros, que por muerte del Santo obispo don Juan Fernández de Angulo le había confirmado el Cabildo sede vacante, el cual cargo sirvió hasta la venida del señor obispo don fray Juan de los Barrios, con mucho cuidado y celo cristiano y aprovechamiento de los naturales en dominarlos.