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Datos principales
Desarrollo
De la entrada que hizo Domingo de Irala hasta los confines del Perú, de donde envió a ofrecerse al Presidente Gasca para el Real servicio Habiéndose ocupado Domingo de Irala todo el año de 1545, en pacificar y poner en quietud los pasados movimientos, luego se determinó hacer una jornada al norte, y descubrió aquella tierra, de que tenía la noticia de haber mucha riqueza. Para este fin alistó 300 soldados con algunos caballeros y capitanes, entre los cuales iba Felipe de Cáceres, Agustín de Ocampos, Juan de Ortega, Ruy García Mosquera y otros, y más de 300 amigos; dejando en la Asunción por su lugar teniente y justicia mayor a don Francisco de Mendoza. Partió con su armada el año de 1546, en cuatro bergantines, y cantidad de bajeles, en que iban algunos caballos. Los más de los indios iban por tierra, hasta juntarse con la armada en el puerto de Ilatin, que es el que divide la jurisdicción de los Guaraníes, de las otras naciones, pasando adelante río arriba por el puerto de los Reyes y pueblo de los Orejones todo lo que tenía el río de navegable hasta los de los Jarayes o Jeravayanes, que es la mejor gente de estas provincias. Las mujeres de estos indios se labran cara, brazos y pechos, punzándose las carnes con unas espinas, y poniéndose en las cisuras ciertos colores, que hacen mil labores vistosas y diversas pinturas en forma de camisas y jubones con sus mangas y cuellos; con cuyos dibujos, como ellas son blancas y las pintan negras y azules, parecen bien.
Tienen poblado el río por ambos lados, al occidente reside el cacique principal a quien comúnmente llaman Manés, y al Oriente los Jeravayanes, que viven en casas muy abrigadas, redondas y cerradas, a hechura de tiendas de campaña, cubiertas de muy tejida empleita de paja. De aquí envió el general a Francisco de Rivera, y a Morroy a descubrir lo que había de allí para arriba; y habiendo caminado 60 leguas, llegaron a un paraje, donde se juntan dos ríos que hacen el del Paraguay, y habiendo entrado por el de la derecha, que viene de la parte del Brasil, hallaron que traía poca agua, con que retrocedieron y entraron por el de la izquierda, que corre de hacia el norte, por el cual navegaron dos días, hasta llegar a un paraje en que se divide en muchos riachos y anegadizos. Dieron vuelta, hallándose en aquel paraje del de la Asunción más de cuatrocientas leguas, y de allí al mar más de doscientas cuarenta, y llegados donde estaba el general, dándole cuenta de todo, determinó éste seguir su viaje por aquella parte, dejando encargados a aquellos indios sus navíos, balsas y otras cosas que no pudo llevar por tierra, y tomando su derota al nordeste, le fueron saliendo al camino muchos indios de los naturales de aquella tierra, y llegando a unas naciones que llaman Timbúes, les salieron al encuentro con armas, y tuvieron con ellos una reñida refriega, y de los que tomaron prisioneros, se informaron de algunas particularidades de aquel territorio, y principalmente de un poderoso río, que corre del sur al norte, que juzgaron ser el Marañón, uno de los mayores de este reino, que sale al mar a la vuelta y costa del Brasil en el primer grado de la equinoccial; y también que entre el Brasil, Marañon y cabeceras del Río de la Plata, había una provincia de mucha gente situada a las riberas de una gran laguna, y que ésta poseía mucho oro de que se servían aquellos indios, por cuya razón la llamaban los españoles la Laguna del Dorado.
Estos pueblos dijeron que confinaban con otro de sólo mujeres, que tienen solamente el pecho del lado izquierdo, porque consumen el del derecho con cierto artificio, para usar sin embarazo del arco y flecha, de que son diestras y ejercitadas, como aquellas mujeres de Scitas antiguos que refieren los escritores, por lo que los españoles llamaron aquella tierra de las Amazonas. Confirmóse esta noticia con la que adquirió el capitán Orellana en la jornada que hizo con Gonzalo Pizarro a la Canela, bajando por el Marañón, donde le dieron relación de esta gente y sus pueblos: y dudando el general a qué parte había de tomar, resolvió volver al poniente a buscar ciertos pueblos de indios, que decían tenían plata y oro, llamados Samócosis y Sibócosis, y yendo en su demanda, llegaron al Río Guapay, brazo principal del Marañón, y habiéndole pasado, llegaron a dichos pueblos, que están a las faldas de la serranía del Perú, de cuyos naturales fueron bien recibidos por ser gente amigable, doméstica y muy caritativa. Allí hallaron muchas muestras de oro y plata, y algunos indios naturales de Perú Yanaconas del servicio del capitán Peranzures, fundador de la Villa de la Plata en los Charcas, que habían venido por su mandato a estos pueblos, que eran de su encomienda,: éstos le informaron al general de las diferencias y revoluciones que en aquel Reino tenían los españoles contra la tiranía de Gonzalo Pizarro, y de la venida del Presidente Gasca. Con lo cual le pareció a Domingo de Irala ocasión oportuna de ofrecerse al Presidente con aquella gente de su compañía para el Real servicio.
A este fin despachó a Nuño de Chaves, y a Miguel de Rutia, y por parte de aquellos caballeros fue Rui García con encargo de pedir gobernador en nombre de S.M.. Los cuales habiendo llegado, dieron su embajada al Presidente, que estimó en mucho este comedimiento, y les dio por Gobernador a Diego de Centeno, el cual murió antes que fuese puesto en posesión; ni tampoco sirvió el empleo otro que después fue nombrado: y como Nuño de Chaves tardase más tiempo que el que se le había asignado, por haber pasado a la Ciudad de los Reyes, donde estaba ya el Presidente después del vencimiento y prisión de Gonzalo Pizarro en la batalla de Jaquijaguana con determinación de ir a Castilla: determinó la mayor parte de los capitanes pedir a Domingo de Irala se entrase con ellos al Perú, y no los detuviese allí tanto tiempo, porque se demoraba mucho la correspondencia que aguardaba. Fueles respondido que no haría tal, sin la autoridad de la persona que gobernaba aquel reino, cuya jurisdicción era muy distinta de la que él tenía, y podía tenerle a mal entrar con tanta gente armada a aquella tierra en tiempo de tantas revoluciones. De aquí resultó que se amotinase la mayor parte de los soldados requiriendo al general que, pues no podía ir al Perú, diese vuelta para la Asunción, a cuya instancia respondió que tampoco podía hacerlo por haber dado palabra a los enviados de aguardarlos en aquel puesto. De aquí nació negarle la obediencia y elegir por caudillo a Gonzalo de Mendoza quien, no lo habiendo querido aceptar, fue compelido a ello.
Y pareciéndole menos mal dar la vuelta, que entrar en un reino tan turbado, caminó con la gente por donde había entrado; y no pudiendo Domingo de Irala hacer otra cosa, caminó con ellos acompañado de sus amigos y deudos, y como caminaron con poca orden divididos en compañía, fueron asaltados de los indios de aquel camino, y murieron algunos españoles, recibiendo mucho daño, de que todos quedaron con gran descontento del mal gobierno y poca custodia que traían. Llegados a fines del año de 1549, al puerto donde habían dejado sus navíos, allí hallaron unos españoles, que habían venido a dar cuenta a Domingo de Irala desde la Asunción de lo sucedido en su ausencia, como adelante se dirá. Los indios Jarayes dieron tan buena cuenta de todo lo que quedó a su cargo, como lo harían los más fieles hombres del mundo. Sabida por los de la armada la turbación y tumultos de la Asunción, suplicaron a Domingo de Irala fuese servido volver a tomar su oficio y gobierno, para remedio de los escándalos y alborotos de la República, pues como que la tenía a su cargo, le competía el castigo de tales excesos, reduciendo a todos a una paz y común conformidad. Por estas comunes instancias, aceptó lo que le pedían, con nuevos juramentos, que hicieron de obedecerle y servir a S.M. en cuanto les fuere ordenado, y así con mucha unión y conformidad se embarcaron y caminaron para la Asunción.
Tienen poblado el río por ambos lados, al occidente reside el cacique principal a quien comúnmente llaman Manés, y al Oriente los Jeravayanes, que viven en casas muy abrigadas, redondas y cerradas, a hechura de tiendas de campaña, cubiertas de muy tejida empleita de paja. De aquí envió el general a Francisco de Rivera, y a Morroy a descubrir lo que había de allí para arriba; y habiendo caminado 60 leguas, llegaron a un paraje, donde se juntan dos ríos que hacen el del Paraguay, y habiendo entrado por el de la derecha, que viene de la parte del Brasil, hallaron que traía poca agua, con que retrocedieron y entraron por el de la izquierda, que corre de hacia el norte, por el cual navegaron dos días, hasta llegar a un paraje en que se divide en muchos riachos y anegadizos. Dieron vuelta, hallándose en aquel paraje del de la Asunción más de cuatrocientas leguas, y de allí al mar más de doscientas cuarenta, y llegados donde estaba el general, dándole cuenta de todo, determinó éste seguir su viaje por aquella parte, dejando encargados a aquellos indios sus navíos, balsas y otras cosas que no pudo llevar por tierra, y tomando su derota al nordeste, le fueron saliendo al camino muchos indios de los naturales de aquella tierra, y llegando a unas naciones que llaman Timbúes, les salieron al encuentro con armas, y tuvieron con ellos una reñida refriega, y de los que tomaron prisioneros, se informaron de algunas particularidades de aquel territorio, y principalmente de un poderoso río, que corre del sur al norte, que juzgaron ser el Marañón, uno de los mayores de este reino, que sale al mar a la vuelta y costa del Brasil en el primer grado de la equinoccial; y también que entre el Brasil, Marañon y cabeceras del Río de la Plata, había una provincia de mucha gente situada a las riberas de una gran laguna, y que ésta poseía mucho oro de que se servían aquellos indios, por cuya razón la llamaban los españoles la Laguna del Dorado.
Estos pueblos dijeron que confinaban con otro de sólo mujeres, que tienen solamente el pecho del lado izquierdo, porque consumen el del derecho con cierto artificio, para usar sin embarazo del arco y flecha, de que son diestras y ejercitadas, como aquellas mujeres de Scitas antiguos que refieren los escritores, por lo que los españoles llamaron aquella tierra de las Amazonas. Confirmóse esta noticia con la que adquirió el capitán Orellana en la jornada que hizo con Gonzalo Pizarro a la Canela, bajando por el Marañón, donde le dieron relación de esta gente y sus pueblos: y dudando el general a qué parte había de tomar, resolvió volver al poniente a buscar ciertos pueblos de indios, que decían tenían plata y oro, llamados Samócosis y Sibócosis, y yendo en su demanda, llegaron al Río Guapay, brazo principal del Marañón, y habiéndole pasado, llegaron a dichos pueblos, que están a las faldas de la serranía del Perú, de cuyos naturales fueron bien recibidos por ser gente amigable, doméstica y muy caritativa. Allí hallaron muchas muestras de oro y plata, y algunos indios naturales de Perú Yanaconas del servicio del capitán Peranzures, fundador de la Villa de la Plata en los Charcas, que habían venido por su mandato a estos pueblos, que eran de su encomienda,: éstos le informaron al general de las diferencias y revoluciones que en aquel Reino tenían los españoles contra la tiranía de Gonzalo Pizarro, y de la venida del Presidente Gasca. Con lo cual le pareció a Domingo de Irala ocasión oportuna de ofrecerse al Presidente con aquella gente de su compañía para el Real servicio.
A este fin despachó a Nuño de Chaves, y a Miguel de Rutia, y por parte de aquellos caballeros fue Rui García con encargo de pedir gobernador en nombre de S.M.. Los cuales habiendo llegado, dieron su embajada al Presidente, que estimó en mucho este comedimiento, y les dio por Gobernador a Diego de Centeno, el cual murió antes que fuese puesto en posesión; ni tampoco sirvió el empleo otro que después fue nombrado: y como Nuño de Chaves tardase más tiempo que el que se le había asignado, por haber pasado a la Ciudad de los Reyes, donde estaba ya el Presidente después del vencimiento y prisión de Gonzalo Pizarro en la batalla de Jaquijaguana con determinación de ir a Castilla: determinó la mayor parte de los capitanes pedir a Domingo de Irala se entrase con ellos al Perú, y no los detuviese allí tanto tiempo, porque se demoraba mucho la correspondencia que aguardaba. Fueles respondido que no haría tal, sin la autoridad de la persona que gobernaba aquel reino, cuya jurisdicción era muy distinta de la que él tenía, y podía tenerle a mal entrar con tanta gente armada a aquella tierra en tiempo de tantas revoluciones. De aquí resultó que se amotinase la mayor parte de los soldados requiriendo al general que, pues no podía ir al Perú, diese vuelta para la Asunción, a cuya instancia respondió que tampoco podía hacerlo por haber dado palabra a los enviados de aguardarlos en aquel puesto. De aquí nació negarle la obediencia y elegir por caudillo a Gonzalo de Mendoza quien, no lo habiendo querido aceptar, fue compelido a ello.
Y pareciéndole menos mal dar la vuelta, que entrar en un reino tan turbado, caminó con la gente por donde había entrado; y no pudiendo Domingo de Irala hacer otra cosa, caminó con ellos acompañado de sus amigos y deudos, y como caminaron con poca orden divididos en compañía, fueron asaltados de los indios de aquel camino, y murieron algunos españoles, recibiendo mucho daño, de que todos quedaron con gran descontento del mal gobierno y poca custodia que traían. Llegados a fines del año de 1549, al puerto donde habían dejado sus navíos, allí hallaron unos españoles, que habían venido a dar cuenta a Domingo de Irala desde la Asunción de lo sucedido en su ausencia, como adelante se dirá. Los indios Jarayes dieron tan buena cuenta de todo lo que quedó a su cargo, como lo harían los más fieles hombres del mundo. Sabida por los de la armada la turbación y tumultos de la Asunción, suplicaron a Domingo de Irala fuese servido volver a tomar su oficio y gobierno, para remedio de los escándalos y alborotos de la República, pues como que la tenía a su cargo, le competía el castigo de tales excesos, reduciendo a todos a una paz y común conformidad. Por estas comunes instancias, aceptó lo que le pedían, con nuevos juramentos, que hicieron de obedecerle y servir a S.M. en cuanto les fuere ordenado, y así con mucha unión y conformidad se embarcaron y caminaron para la Asunción.