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Datos principales
Desarrollo
CAPITULO VII Que trata del recibimiento que tuvo Hernando Cortés en Tlaxcalla, y de cómo se decidió dar cruda guerra a los mexicanos Sabida la nueva pérdida y desbarato, llegaron en su socorro y defensa gran número de la ciudad de Tlaxcalla, enviado por los cuatro señores, principalmente por Maxixcatzin, a quien se debe todo este bien, y fue el que más sintió el mal tratamiento de sus amigos, y de su gran pérdida y muerte de Moctheuzomatzin, e hizo salir más de doscientos mil hombres, que salieron a socorrer al capitán Cortés a Hueyotlipan. Aunque no llegaron a tiempo, fue esta gente de mucho efecto para correr el campo en seguimiento de los contrarios hasta echallos de sus tierras y lugar a sus límites, que fue una reseña muy útil y provechosa, con lo que los aculhuacanenses y mexicanos fueron admirados de ver que en tan breve espacio de tiempo se hubiese juntado tan gran poder de gente en socorro de aquella gente advenediza y extranjera, y aun tratándose entre sí y echando juicios acerca de cual fuese la causa de tan gran amistad y tan coligada con gente tan extraña. La cual nueva y rota corrió por todo el reino de los mexicanos y les hizo no estar seguros de la venganza que después se tomó de ellos por su desvergüenza y atrevimiento. Como los nuestros se viesen libres y descansados algunos días, a persuasión y ruegos de Maxixcatzin, salieron de Hueyotlipan para Tlaxcalla, que estaba a cuatro leguas deste lugar. Y a los heridos que no podían ir a caballo ni a pie los llevaban en hombros y hamacas, con mucho amor y regalo.
Y ansí como venían de camino y entrando por la ciudad, salían las gentes a vellos y, como estaban tan maltratados, les tenían gran lástima. Las mujeres, subidas en sus casas y terrados, les decían a grandes voces, llorando: "¿Quién os engañó para que fuerais a México, desdichados de vosotros, a meteros entre tantos malvados y crueles traidores? ¡Pobres de vosotros que ansí os han pasado y maltratado! Seáis muy bien venidos a vuestras casas y tierras. No tengáis pena, reposad y descansad, no tengáis miedo de tan mala gente traidora". Con estas y otras caricias de amor y ternura los acariciaban con palabras tiernas y amorosas, los recibían y decían para darles mayor consuelo. Prosiguiendo su camino, llegaron a los palacios y casas de Maxixcatzin en el barrio y cabecera de Ocotelulco, donde fueron aposentados y recibidos con gran aplauso. Y aquí estuvieron algunos días hasta que Nuestro Señor fue servido de que sanasen los enfermos y se reformasen. En este tiempo vinieron embajadores mexicanos de parte de aquella República, con muy grandes partidos y promesas a los cuatro señores de Tlaxcalla, como atrás dejamos referido, proponiéndoles que fuesen contra los españoles y los matasen y no tomasen su amistad. En lo cual quiso venir y condescender un cacique llamado Axayacatzin Xicotencatl, hijo mayor de Xicotencatl "el viejo", a quien había dado el gobierno de su cabecera su padre, señalándole por su capitán general. Este, pues, venía en consentimiento de que los nuestros muriesen y los acabasen de matar.
Y siendo de contrario parecer Maxixcatzin, recibió grande enojo y ansí con grande ira y alteración lo maltrató de palabra, diciéndole palabras de grande injuria, llamándole cobarde, mujer y afeminado, imputándolo de traidor, alevoso, y le dio de rempujones, echándolo por unas gradas abajo. Cuyo atrevimiento tuvieron en mucha estima haberlo hecho ansí Maxixcatzin, respecto a que otros mozos locos no se atreviesen a seguir la opinión y parcialidad de dicho Xicotencatl Axayacatzin, el cual era tenido por hombre alocado, de poco consejo y muy mudable en sus pareceres, alterado y sedicioso en la República. Habiendo pasado esto y viendo el rigor del tiempo y la guerra trabada con los mexicanos, conociéndolos por hombres falsos y de poca fidelidad, no se les admitió su demanda ni crédito de lo que pedían. Antes la mayor parte de la gente y estado de la República siguió la opinión de Maxixcatzin. Este Axayacatzin Xicotencatl murió ajusticiado, pues lo mandó ahorcar Cortés por consentimiento de la República de Tlaxcalla, estando en Tetzcuco sobre la guerra de México, por ocasión de haberse tornado de la guerra, como atrás dejamos recontado. Habiendo, pues, pasado Cortés por tan rigurosos trances y vaivenes de fortuna y deseando dar fin a su negocio comenzado y acabar la demanda, o ser señor de todo este Nuevo Mundo, estando un día muy cuidadoso, llamó a sus amigos los cuatro señores de las cuatro cabeceras parcialidades de Tlaxcalla y proponiéndoles el caso, diciendo cómo quería dar orden de ir a conquistar la ciudad de México, destruilla y tomalla a fuego y sangre, porque estaba enojado con todo aquel reino de Culhua, y que para hacer esto quería su ayuda y favor por tomar cruel venganza de gente tan falsa y traidora y que para emprender y acabar tan grande empresa tenía necesidad de enviar por gente de los suyos que tenía en Cempohuallan, que era la más fuerte y belicosa que traía, porque la había dejado allá para su retaguardia, que era gente muy valiente y esforzada y que con aquella gente que viniese reformaría su campo e iría contra los mexicanos de Tenuchtitlan (que quiere decir "Lugar o Barrio de la tuna de piedra", cuya derivación quieren interpretar por muchas vías y maneras, que se tomó por haber nacido en una peña un tunal, sin haber género de tierra, sino sólo sobre la piedra, y por haber sido cosa sobrenatural llamaron a esta ciudad de este nombre de la tuna, que llamaron Tenuchtitlan a la ciudad de México.
Otros dicen que encima del Cu grande de la dicha ciudad, que era el templo mayor de los ídolos de aquella ciudad, nació este tunal sobre una gran peña o peñasco duro, sin tener ningún jugo de tierra, el cual produjo la fruta llamada nochtli, que los españoles llamaron "tunas", porque ansí las llaman los naturales de Cuba y Santo Domingo. Y ansí, por ser caso inaudito nacer una planta sobre un peñasco seco y sin humedad y sin tierra, los naturales de esta tierra lo tuvieron por caso de admiración, y por esta causa, desde que sucedió, de allí en adelante llamaron a la ciudad de México de este nombre, y por más excelencia México Tenuchtitlan. Y ansí, tuvieron este caso por pronóstico de que la población de México había de ser eterna y permanente, pues si los frutales se arraigaban en peñascos secos y duros, que con más razón los hombres habían de arraigarse y permanecer allí para siempre. Otros quieren decir que México se llamaba Quauhnochtitlan, que quiere decir "El tunal del águila", "la tuna de la águila", porque antiguamente venía a posar encima deste tunal una águila para desde allí abatir a las aves que tenían los señores de México, que por grandeza tenían una casa de aves de todas raleas. Que con la gran antigüedad se había perdido el nombre de Quauhnochtitlan y se llamó Tenuchtitlan, y que, corrompiéndose el vocablo antiguo, se vino a llamar Tenochtitlan. Otros quieren decir que se llamó Tenuchtitlan, porque el tunal que nació en él cuando apareció, que no fue árbol de las tunas buenas comestibles, sino que era de las salvainas, que llaman los naturales tenuchtli, que por su dureza las llaman ansí, que son muy empedernidas y disgustosas; y que por estas tunas que llaman tenochtli, se llama México Tenochtitlan, que quiere decir "El lugar de las tunas duras y empedernidas".
Otros quieren decir y afirmar que fue un cardo del árbol que llaman de la pitahoria que, ansimismo, es nombre de las islas de Cuba y Santo Domingo, que los naturales de esta tierra llaman tenochtli o sea "Tuna de Dios". Finalmente, que este renombre que dieron a la ciudad de México de Tenochtitlan, lo tomó por haber nacido de aquel lugar del templo, sobre aquella peña o peñasco, donde solían hacer sus sacrificios idolátricos los naturales de aquella ciudad, y ansí, como atrás dejamos referido, se llamó la Ciudad de México por el dios Mexi). Tornando a nuestro principal propósito, pasando adelante Hernando Cortés con su razonamiento, y de cómo quería ir a tornar sobre los mexicanos y destruirlos, y que para traer las municiones, tiros, pólvora y otros pertrechos de guerra e hierro para hacer clavazón, tenía necesidad de su ayuda y que le acudiesen con gente para traer estas cosas de Cempohuallan y del puerto, porque estaba muy sentido y enojado de los culhuas mexicanos por su gran desvergüenza y traición y gran atrevimiento, y que convenía mucho que tan gran maldad no quedase sin castigo, porque estando confiados y debajo de seguro dellos y descuidados desto, entendiendo que los tenían por amigos, les fueron traidores y mortales enemigos, y que para en pago de su maldad y traición, los quería castigar muy cruelmente y hacelles guerra como a sus enemigos capitales, como lo verían adelante en seguimiento de esta causa y finalizó diciendo: "ansí que, muy leales y fieles amigos míos, os ruego que me ayudéis en todo lo que se me ofreciere, y más en tan justa ocasión como esta, pues es vuestra propia causa y particular interés vuestro, porque yo de mi parte no os he de faltar".
Acabada esta plática y razonamiento, Hernando Cortés, afirmativamente, prometió a los tlaxcaltecas que si Dios Nuestro Señor le daba victoria, tenían parte de todo lo que conquistase, ansí de despojos de oro y riquezas de todas las provincias y reinos que se ganasen y conquistasen, particularmente la ciudad de Cholula y provincia de Huexotzinco y Tepeyacac. Y ansí fue como, fidelísimos y leales, le ayudaron a ganar y conquistar toda la máquina de este Nuevo Mundo con gran amor y voluntad. En todas las cosas que se ofrecieron, siempre los halló muy de su parte y a su lado con determinación de seguirle hasta morir o vencer contra sus propios naturales, aunándose a los nuestros españoles, gentes extrañas de su natural y nación. La cual causa se atribuye ser más obra de Dios Nuestro Señor que de hombres mortales. Díjoles también que tenía guardada esta gente tan incógnita y apartada para ensalzamiento de su Santa Fe Católica. Y acabada su plática como tenemos referido, Hernando Cortés, le respondieron los cuatro señores, cabeceras de las cuatro parcialidades de la ciudad de Tlaxcalla. Ante todas cosas concedieron todo lo que les pidió, confirmando y ratificando su leal amistad, sin haber en contrario otra cosa. Y ansí, dándole todo lo necesario como les fue pedido, salieron número de gentes para Cempohuallan con capitanes prácticos de aquella tierra y conocidos y ejercitados en guerras, para que con más recaudo se trajesen las municiones y cosas necesarias para la guerra de México.
Y ansí les fue encargado y entregado. Todo lo cual trujeron con gran recaudo, haciendo en esto uno de los más loables servicios que los tlaxcaltecas hicieron a la Real Corona de Castilla y a Hernando Cortés en su nombre. Hecha y acabada esta jornada con tanta voluntad y brevedad, y puesto en razón y acabados todos los negocios, Cortés hizo llamar a consulta de guerra sobre lo que se ordenaría y qué designio se tomaría para ganar a México. A la cual fueron llamados los cuatro señores de las cuatro cabeceras, Maxixcatzin, Xicotencatl, Citlalpopocatzin, Tlehuexolotzin y otros muchos caciques y señores principales y capitanes afamados de la República. Y habiéndoles dado cuenta de la determinación que tenía Cortés de poner en ejecución la toma de México para asolalla y destruilla y de que convenía mucho hacer bergantines para dar guerra a los de México por agua y por tierra, se hicieron trece bergantines en el barrio de Atempa, junto a una ermita que se llama San Buenaventura, los cuales hizo Martín López y le ayudó N. Gómez. Después de hechos por orden de Cortés y probados en el río que llaman de Tlaxcalla Zahuapan, que se atajó para probar los bergantines, los tornaron a desbaratar para llevarlos a cuestas sobre hombros de los de Tlaxcalla a la ciudad de Tetzcuco, donde se echaron a la laguna, y se armaron de artillería y munición. Fueron en guarda de estos bergantines más de diez mil hombres de guerra con los maestros de ellos hasta que los armaron en el agua de la laguna de México, que fue obra de mucho efecto para tomarse México.
.. Y que los había llamado dijoles Cortés para dalles cuenta de ello y que sin su parecer no quería comenzar cosa alguna, sino que como amigos verdaderos había querido comunicar y tratar con ellos antes de dar principio a cosa ninguna, en especial negocio de tanta importancia, porque se representaba el duro caso y sangriento combate que había de tener con los culhuas mexicanos, que por una parte le daban pena, dolor y lástima que tenía de ellos, y por otra se le representaba la ignominiosa traición que con él y sus amigos usaron matándolos sin ninguna piedad; que sus belicosos españoles no veían ya la hora de verse envueltos con ellos por verse vengados de tan atroz delito, como fue el que contra ellos cometieron con atrevimiento temerario; que por fuerte e inexpugnable que fuese México, no le estimaba en cosa alguna, antes el ganallo y ponello debajo de sus pies lo tenía por negocio de pocos momentos, porque sin comparación era mayor su ánimo y esfuerzo y el de sus españoles, que estaban ya como leones y tigres fieros y hambrientos por despedazar a los mexicanos entre sus manos; y que movido de piedad, y visto que no era justo guiarse ni gobernarse por la voluntad de los suyos, quería excusar los grandes daños e ir por los menores inconvenientes, y que él les iba a la mano y se los estorbaba con la disciplina más piadosa y modesta, no consintiendo, ni dando lugar a que usasen de crueldad y finalizó diciendo: "y ansí, amigos míos, yo querría comenzar esta guerra con vuestro parecer e ir a esta jornada con la mayor templanza que pudiese y Dios me inspirase por excusar tantas muertes, porque yo no vengo a matar gente ni a cobrar enemigos, sino a cobrar amigos y a dalle nueva ley y nueva doctrina de parte de aquel gran señor el emperador, que es el que me ha enviado.
" Dichas estas palabras y otras muchas que para el tiempo y ocasión en que estaba le convino decir, dicen los naturales de Tlaxcalla que los cuatro señores de las cuatro cabeceras y parcialidades le respondieron resueltamente de que la guerra se comenzase como mejor le pareciese y él ordenase, que ellos le ayudarían e irían con él y le seguirían. Atribuyéndose a sí propios la gloria desto y de la orden que en todo se dio para la guera, porque dicen que ellos dieron este parecer y porque dicen ansí: que habiéndoles tratado Hernando Cortés largamente el negocio de la guerra con el más encumbrado encarecimiento que pudo y habiendo dado cada uno su parecer unos contrarios de otros, los señores de Tlaxcalla y sus capitanes dieron el suyo, y fue que ante todas cosas se conquistase la provincia de Tepeyacac y toda su comarca y las demás provincias sujetas a los mexicanos, y que haciendo esto, sería desmembrar y cortar las raíces del árbol y que quedando destroncado sin fuerza ninguna, con facilidad se derribaría por el suelo, porque ganándole los sujetos que estaban menos fuertes, quedaría la ciudad de México sola, sin que le pudiese entrar ningún socorro de parte ninguna y no se podría sustentar mucho tiempo, y que con esto se ganaría sin riesgo de tantas gentes y tomando México todo lo demás se sujetaría con mucha facilidad; y no haciendo esto, tenía fuerzas para mandar sus gentes y que se expugnaría a costa de mucha gente, porque sería grande su resistencia y la guerra duraría mucho tiempo, porque al fin los vasallos habían de acudir a su señor y rey y a su patria y República, porque todas las provincias y reinos se gobernaban por señores mexicanos. Cuyo acuerdo, consejo y parecer quieren atribuir, ansí como tengo referido, a los tlaxcaltecas. Que fuese dado por ellos o que fuese dado por los nuestros, ello fue de mucho efecto y heroico pensamiento y acuerdo, pues se fue por esta orden y se comenzó a proseguir la guerra, conquistando y sujetando toda la redondez de este reino, y especialmente los lugares y provincias más circunstantes y vecinas de México, de donde se presumía que podía venirle socorro, hasta que a honra y gloria de Dios Nuestro Señor se conquistó y pacificó toda la máquina de este Nuevo Mundo, como más elegantemente lo tratan los escritores de la conquista de México a que me refiero.
Y ansí como venían de camino y entrando por la ciudad, salían las gentes a vellos y, como estaban tan maltratados, les tenían gran lástima. Las mujeres, subidas en sus casas y terrados, les decían a grandes voces, llorando: "¿Quién os engañó para que fuerais a México, desdichados de vosotros, a meteros entre tantos malvados y crueles traidores? ¡Pobres de vosotros que ansí os han pasado y maltratado! Seáis muy bien venidos a vuestras casas y tierras. No tengáis pena, reposad y descansad, no tengáis miedo de tan mala gente traidora". Con estas y otras caricias de amor y ternura los acariciaban con palabras tiernas y amorosas, los recibían y decían para darles mayor consuelo. Prosiguiendo su camino, llegaron a los palacios y casas de Maxixcatzin en el barrio y cabecera de Ocotelulco, donde fueron aposentados y recibidos con gran aplauso. Y aquí estuvieron algunos días hasta que Nuestro Señor fue servido de que sanasen los enfermos y se reformasen. En este tiempo vinieron embajadores mexicanos de parte de aquella República, con muy grandes partidos y promesas a los cuatro señores de Tlaxcalla, como atrás dejamos referido, proponiéndoles que fuesen contra los españoles y los matasen y no tomasen su amistad. En lo cual quiso venir y condescender un cacique llamado Axayacatzin Xicotencatl, hijo mayor de Xicotencatl "el viejo", a quien había dado el gobierno de su cabecera su padre, señalándole por su capitán general. Este, pues, venía en consentimiento de que los nuestros muriesen y los acabasen de matar.
Y siendo de contrario parecer Maxixcatzin, recibió grande enojo y ansí con grande ira y alteración lo maltrató de palabra, diciéndole palabras de grande injuria, llamándole cobarde, mujer y afeminado, imputándolo de traidor, alevoso, y le dio de rempujones, echándolo por unas gradas abajo. Cuyo atrevimiento tuvieron en mucha estima haberlo hecho ansí Maxixcatzin, respecto a que otros mozos locos no se atreviesen a seguir la opinión y parcialidad de dicho Xicotencatl Axayacatzin, el cual era tenido por hombre alocado, de poco consejo y muy mudable en sus pareceres, alterado y sedicioso en la República. Habiendo pasado esto y viendo el rigor del tiempo y la guerra trabada con los mexicanos, conociéndolos por hombres falsos y de poca fidelidad, no se les admitió su demanda ni crédito de lo que pedían. Antes la mayor parte de la gente y estado de la República siguió la opinión de Maxixcatzin. Este Axayacatzin Xicotencatl murió ajusticiado, pues lo mandó ahorcar Cortés por consentimiento de la República de Tlaxcalla, estando en Tetzcuco sobre la guerra de México, por ocasión de haberse tornado de la guerra, como atrás dejamos recontado. Habiendo, pues, pasado Cortés por tan rigurosos trances y vaivenes de fortuna y deseando dar fin a su negocio comenzado y acabar la demanda, o ser señor de todo este Nuevo Mundo, estando un día muy cuidadoso, llamó a sus amigos los cuatro señores de las cuatro cabeceras parcialidades de Tlaxcalla y proponiéndoles el caso, diciendo cómo quería dar orden de ir a conquistar la ciudad de México, destruilla y tomalla a fuego y sangre, porque estaba enojado con todo aquel reino de Culhua, y que para hacer esto quería su ayuda y favor por tomar cruel venganza de gente tan falsa y traidora y que para emprender y acabar tan grande empresa tenía necesidad de enviar por gente de los suyos que tenía en Cempohuallan, que era la más fuerte y belicosa que traía, porque la había dejado allá para su retaguardia, que era gente muy valiente y esforzada y que con aquella gente que viniese reformaría su campo e iría contra los mexicanos de Tenuchtitlan (que quiere decir "Lugar o Barrio de la tuna de piedra", cuya derivación quieren interpretar por muchas vías y maneras, que se tomó por haber nacido en una peña un tunal, sin haber género de tierra, sino sólo sobre la piedra, y por haber sido cosa sobrenatural llamaron a esta ciudad de este nombre de la tuna, que llamaron Tenuchtitlan a la ciudad de México.
Otros dicen que encima del Cu grande de la dicha ciudad, que era el templo mayor de los ídolos de aquella ciudad, nació este tunal sobre una gran peña o peñasco duro, sin tener ningún jugo de tierra, el cual produjo la fruta llamada nochtli, que los españoles llamaron "tunas", porque ansí las llaman los naturales de Cuba y Santo Domingo. Y ansí, por ser caso inaudito nacer una planta sobre un peñasco seco y sin humedad y sin tierra, los naturales de esta tierra lo tuvieron por caso de admiración, y por esta causa, desde que sucedió, de allí en adelante llamaron a la ciudad de México de este nombre, y por más excelencia México Tenuchtitlan. Y ansí, tuvieron este caso por pronóstico de que la población de México había de ser eterna y permanente, pues si los frutales se arraigaban en peñascos secos y duros, que con más razón los hombres habían de arraigarse y permanecer allí para siempre. Otros quieren decir que México se llamaba Quauhnochtitlan, que quiere decir "El tunal del águila", "la tuna de la águila", porque antiguamente venía a posar encima deste tunal una águila para desde allí abatir a las aves que tenían los señores de México, que por grandeza tenían una casa de aves de todas raleas. Que con la gran antigüedad se había perdido el nombre de Quauhnochtitlan y se llamó Tenuchtitlan, y que, corrompiéndose el vocablo antiguo, se vino a llamar Tenochtitlan. Otros quieren decir que se llamó Tenuchtitlan, porque el tunal que nació en él cuando apareció, que no fue árbol de las tunas buenas comestibles, sino que era de las salvainas, que llaman los naturales tenuchtli, que por su dureza las llaman ansí, que son muy empedernidas y disgustosas; y que por estas tunas que llaman tenochtli, se llama México Tenochtitlan, que quiere decir "El lugar de las tunas duras y empedernidas".
Otros quieren decir y afirmar que fue un cardo del árbol que llaman de la pitahoria que, ansimismo, es nombre de las islas de Cuba y Santo Domingo, que los naturales de esta tierra llaman tenochtli o sea "Tuna de Dios". Finalmente, que este renombre que dieron a la ciudad de México de Tenochtitlan, lo tomó por haber nacido de aquel lugar del templo, sobre aquella peña o peñasco, donde solían hacer sus sacrificios idolátricos los naturales de aquella ciudad, y ansí, como atrás dejamos referido, se llamó la Ciudad de México por el dios Mexi). Tornando a nuestro principal propósito, pasando adelante Hernando Cortés con su razonamiento, y de cómo quería ir a tornar sobre los mexicanos y destruirlos, y que para traer las municiones, tiros, pólvora y otros pertrechos de guerra e hierro para hacer clavazón, tenía necesidad de su ayuda y que le acudiesen con gente para traer estas cosas de Cempohuallan y del puerto, porque estaba muy sentido y enojado de los culhuas mexicanos por su gran desvergüenza y traición y gran atrevimiento, y que convenía mucho que tan gran maldad no quedase sin castigo, porque estando confiados y debajo de seguro dellos y descuidados desto, entendiendo que los tenían por amigos, les fueron traidores y mortales enemigos, y que para en pago de su maldad y traición, los quería castigar muy cruelmente y hacelles guerra como a sus enemigos capitales, como lo verían adelante en seguimiento de esta causa y finalizó diciendo: "ansí que, muy leales y fieles amigos míos, os ruego que me ayudéis en todo lo que se me ofreciere, y más en tan justa ocasión como esta, pues es vuestra propia causa y particular interés vuestro, porque yo de mi parte no os he de faltar".
Acabada esta plática y razonamiento, Hernando Cortés, afirmativamente, prometió a los tlaxcaltecas que si Dios Nuestro Señor le daba victoria, tenían parte de todo lo que conquistase, ansí de despojos de oro y riquezas de todas las provincias y reinos que se ganasen y conquistasen, particularmente la ciudad de Cholula y provincia de Huexotzinco y Tepeyacac. Y ansí fue como, fidelísimos y leales, le ayudaron a ganar y conquistar toda la máquina de este Nuevo Mundo con gran amor y voluntad. En todas las cosas que se ofrecieron, siempre los halló muy de su parte y a su lado con determinación de seguirle hasta morir o vencer contra sus propios naturales, aunándose a los nuestros españoles, gentes extrañas de su natural y nación. La cual causa se atribuye ser más obra de Dios Nuestro Señor que de hombres mortales. Díjoles también que tenía guardada esta gente tan incógnita y apartada para ensalzamiento de su Santa Fe Católica. Y acabada su plática como tenemos referido, Hernando Cortés, le respondieron los cuatro señores, cabeceras de las cuatro parcialidades de la ciudad de Tlaxcalla. Ante todas cosas concedieron todo lo que les pidió, confirmando y ratificando su leal amistad, sin haber en contrario otra cosa. Y ansí, dándole todo lo necesario como les fue pedido, salieron número de gentes para Cempohuallan con capitanes prácticos de aquella tierra y conocidos y ejercitados en guerras, para que con más recaudo se trajesen las municiones y cosas necesarias para la guerra de México.
Y ansí les fue encargado y entregado. Todo lo cual trujeron con gran recaudo, haciendo en esto uno de los más loables servicios que los tlaxcaltecas hicieron a la Real Corona de Castilla y a Hernando Cortés en su nombre. Hecha y acabada esta jornada con tanta voluntad y brevedad, y puesto en razón y acabados todos los negocios, Cortés hizo llamar a consulta de guerra sobre lo que se ordenaría y qué designio se tomaría para ganar a México. A la cual fueron llamados los cuatro señores de las cuatro cabeceras, Maxixcatzin, Xicotencatl, Citlalpopocatzin, Tlehuexolotzin y otros muchos caciques y señores principales y capitanes afamados de la República. Y habiéndoles dado cuenta de la determinación que tenía Cortés de poner en ejecución la toma de México para asolalla y destruilla y de que convenía mucho hacer bergantines para dar guerra a los de México por agua y por tierra, se hicieron trece bergantines en el barrio de Atempa, junto a una ermita que se llama San Buenaventura, los cuales hizo Martín López y le ayudó N. Gómez. Después de hechos por orden de Cortés y probados en el río que llaman de Tlaxcalla Zahuapan, que se atajó para probar los bergantines, los tornaron a desbaratar para llevarlos a cuestas sobre hombros de los de Tlaxcalla a la ciudad de Tetzcuco, donde se echaron a la laguna, y se armaron de artillería y munición. Fueron en guarda de estos bergantines más de diez mil hombres de guerra con los maestros de ellos hasta que los armaron en el agua de la laguna de México, que fue obra de mucho efecto para tomarse México.
.. Y que los había llamado dijoles Cortés para dalles cuenta de ello y que sin su parecer no quería comenzar cosa alguna, sino que como amigos verdaderos había querido comunicar y tratar con ellos antes de dar principio a cosa ninguna, en especial negocio de tanta importancia, porque se representaba el duro caso y sangriento combate que había de tener con los culhuas mexicanos, que por una parte le daban pena, dolor y lástima que tenía de ellos, y por otra se le representaba la ignominiosa traición que con él y sus amigos usaron matándolos sin ninguna piedad; que sus belicosos españoles no veían ya la hora de verse envueltos con ellos por verse vengados de tan atroz delito, como fue el que contra ellos cometieron con atrevimiento temerario; que por fuerte e inexpugnable que fuese México, no le estimaba en cosa alguna, antes el ganallo y ponello debajo de sus pies lo tenía por negocio de pocos momentos, porque sin comparación era mayor su ánimo y esfuerzo y el de sus españoles, que estaban ya como leones y tigres fieros y hambrientos por despedazar a los mexicanos entre sus manos; y que movido de piedad, y visto que no era justo guiarse ni gobernarse por la voluntad de los suyos, quería excusar los grandes daños e ir por los menores inconvenientes, y que él les iba a la mano y se los estorbaba con la disciplina más piadosa y modesta, no consintiendo, ni dando lugar a que usasen de crueldad y finalizó diciendo: "y ansí, amigos míos, yo querría comenzar esta guerra con vuestro parecer e ir a esta jornada con la mayor templanza que pudiese y Dios me inspirase por excusar tantas muertes, porque yo no vengo a matar gente ni a cobrar enemigos, sino a cobrar amigos y a dalle nueva ley y nueva doctrina de parte de aquel gran señor el emperador, que es el que me ha enviado.
" Dichas estas palabras y otras muchas que para el tiempo y ocasión en que estaba le convino decir, dicen los naturales de Tlaxcalla que los cuatro señores de las cuatro cabeceras y parcialidades le respondieron resueltamente de que la guerra se comenzase como mejor le pareciese y él ordenase, que ellos le ayudarían e irían con él y le seguirían. Atribuyéndose a sí propios la gloria desto y de la orden que en todo se dio para la guera, porque dicen que ellos dieron este parecer y porque dicen ansí: que habiéndoles tratado Hernando Cortés largamente el negocio de la guerra con el más encumbrado encarecimiento que pudo y habiendo dado cada uno su parecer unos contrarios de otros, los señores de Tlaxcalla y sus capitanes dieron el suyo, y fue que ante todas cosas se conquistase la provincia de Tepeyacac y toda su comarca y las demás provincias sujetas a los mexicanos, y que haciendo esto, sería desmembrar y cortar las raíces del árbol y que quedando destroncado sin fuerza ninguna, con facilidad se derribaría por el suelo, porque ganándole los sujetos que estaban menos fuertes, quedaría la ciudad de México sola, sin que le pudiese entrar ningún socorro de parte ninguna y no se podría sustentar mucho tiempo, y que con esto se ganaría sin riesgo de tantas gentes y tomando México todo lo demás se sujetaría con mucha facilidad; y no haciendo esto, tenía fuerzas para mandar sus gentes y que se expugnaría a costa de mucha gente, porque sería grande su resistencia y la guerra duraría mucho tiempo, porque al fin los vasallos habían de acudir a su señor y rey y a su patria y República, porque todas las provincias y reinos se gobernaban por señores mexicanos. Cuyo acuerdo, consejo y parecer quieren atribuir, ansí como tengo referido, a los tlaxcaltecas. Que fuese dado por ellos o que fuese dado por los nuestros, ello fue de mucho efecto y heroico pensamiento y acuerdo, pues se fue por esta orden y se comenzó a proseguir la guerra, conquistando y sujetando toda la redondez de este reino, y especialmente los lugares y provincias más circunstantes y vecinas de México, de donde se presumía que podía venirle socorro, hasta que a honra y gloria de Dios Nuestro Señor se conquistó y pacificó toda la máquina de este Nuevo Mundo, como más elegantemente lo tratan los escritores de la conquista de México a que me refiero.