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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO VII La fiesta que todo el ejército hizo a Juan Ortiz, y cómo vino Mucozo a visitar al gobernador Buena parte de la noche era ya pasada cuando Baltasar de Gallegos y sus compañeros entraron en el real. El gobernador que los sintió recibió sobresalto, temiendo que, pues volvían tan presto, les había acaecido alguna desgracia, porque no los esperaba hasta el día tercero. Mas, certificado del buen recaudo que traían, toda la congoja se convirtió en fiesta y regocijo. Rindió las gracias al capitán y a sus soldados de que lo hubiesen hecho tan bien, recibió a Juan Ortiz como a propio hijo, con lástima y dolor de acordarse de tantos trabajos y martirios como lo había dicho y su mismo cuerpo mostraba haber pasado, porque las señales de las quemaduras de cuando lo asaron eran tan grandes que todo un lado no era más que una quemadura o señal de ella. De los cuales trabajos daba gracias a Dios le hubiese librado, y del peligro de aquel día, que no había sido el menor de los que había pasado. Acarició los indios que con él vinieron; mandó que con gran cuidado y regalo curasen al herido. Despachó aquella misma hora dos indios al cacique Mucozo con mucho agradecimiento por los beneficios que había hecho a Juan Ortiz y por habérselo enviado libremente y por el ofrecimiento de su persona y amistad, la cual, dijo, que en nombre del emperador y rey de España, su señor, que era el principal y mayor de la cristiandad, y en nombre de todos aquellos capitanes y caballeros que con él estaban, y en el suyo, aceptaba para le agradecer y pagar lo que por todos ellos había hecho en haber escapado de la muerte a Juan Ortiz, que todos ellos le rogaban los visitase, que quedaban con deseo de le ver y conocer.
Los capitanes y ministros, así del ejército como de la Hacienda Real, y caballeros y todos los demás soldados en común y particular, festejaron grandemente a Juan Ortiz que no se tenía por compañero el que no llegaba a le abrazar y dar la enhorabuena de su venida. Así pasaron aquella noche que no la durmieron con este general regocijo. Luego, el día siguiente, llamó el general a Juan Ortiz para informarse de lo que sabía de aquella tierra y para que le contase particularmente lo que por él había pasado en poder de aquellos caciques. Respondió que de la tierra, aunque había tanto tiempo que estaba en ella, sabía poco o nada, porque en poder de Hirrihigua, su amo, mientras no le atormentaban con nuevos martirios, no le dejaba desmandarse un paso del servicio ordinario que hacía acarreando agua y leña para toda la casa y que, en poder de Mucozo, aunque tenía libertad para ir donde quisiese, no usaba de ella porque los vasallos de su amo, viéndole apartado de Mucozo, no le matasen, que para lo hacer tenían su orden y mandato, y que por estas causas no podía dar buena noticia de las calidades de la tierra, mas que había oído decir que era buena y cuanto más adentro era mejor y más fértil; y que la vida que con los caciques había pasado había sido en los dos extremos de bien y de mal que en este siglo se puede tener, porque Mucozo se había mostrado con él tan piadoso y humano cuanto el otro cruel y vengativo, sin poderse encarecer bastantemente la virtud del uno ni la pasión del otro, como su señoría habría sido ya informado, para prueba de lo cual mostró las señales de su cuerpo, descubriendo las que se podían ver, y amplió la relación que de su vida hemos dado y de nuevo relató otros muchos tormentos que había pasado, que causaron compasión a los oyentes.
Y lo dejaremos por excusar prolijidad. El cacique Mucozo, al día tercero de como se le había hecho el recaudo con los indios, vino bien acompañado de los suyos. Besó las manos del gobernador con toda veneración y acatamiento. Luego habló al teniente general y al maestre de campo y a los demás capitanes y caballeros que allí estaban, a cada uno conforme a la calidad de su persona, preguntando primero a Juan Ortiz quién era éste, aquél y el otro, y aunque le dijese por alguno de los que le hablaban que no era caballero ni capitán sino soldado particular, le trataba con mucho respeto, pero con mucho más a los que eran nobles y a los ministros del ejército, de manera que fue notado por los españoles. Mocozo, después que hubo hablado y dado lugar a que le hablasen los que presentes estaban, volvió a saludar al gobernador con nuevos modos de acatamiento. El cual, habiéndole recibido con mucha afabilidad y cortesía, le rindió las gracias de lo que por Juan Ortiz había hecho y, por habérselo enviado tan amigablemente, díjole que le había obligado a él y a su ejército y a toda la nación española para que en todo tiempo se lo agradeciesen. Mucozo respondió que lo que por Juan Ortiz había hecho lo había hecho por su propio respeto, porque habiéndoselo ido a encomendar y socorrer a su persona y casa con necesidad de ella, en ley de quien era estaba obligado a hacer lo que por él había hecho, y que le parecía todo poco, porque la virtud, esfuerzo y valentía de Juan Ortiz, por sí solo, sin otro respecto alguno, merecía mucho más; y que el haberlo enviado a su señoría más había sido por su propio interés y beneficio que por servir a su señoría, pues había sido para que, como defensor y abogado, con su intercesión y méritos alcanzase merced y gracia para que en su tierra no se le hiciese daño.
Y así, ni lo uno ni lo otro no tenía su señoría que agradecer ni recibir en servicio, mas que él se holgaba, como quiera que hubiese sido, de haber acertado a hacer cosa de que su señoría y aquellos caballeros y toda la nación española, cuyo aficionado servidor él era, se hubiesen agradado y mostrado haber recibido contento. Suplicaba a su señoría que con el mismo beneplácito lo recibiese en su servicio debajo de cuya protección y amparo ponía su persona y casa y estado, reconociendo por principal señor al emperador y rey de España y segundariamente a su señoría como a su capitán general y gobernador de aquel reino, que con esta merced que se le hiciese se tendría por más aventajadamente gratificado que había sido el mérito de su servicio hecho en beneficio de Juan Ortiz ni el haberlo enviado libremente, cosa que su señoría tanto había estimado. A lo cual decía que él estimaba y tenía en más verse como aquel día se veía, favorecido y honrado de su señoría y de todos aquellos caballeros, que cuanto bueno había hecho en toda su vida, y que protestaba esforzarse a hacer de allí adelante cosas semejantes en servicio de los españoles, pues aquéllas le habían salido a tanto bien. Estas y otras muchas gentilezas dijo este cacique con toda la buena gracia y discreción que en un discreto cortesano se puede pintar, de que el gobernador y los que con él estaban se admiraron no menos que de las generosidades que por Juan Ortiz había hecho, a las cuales imitaban las palabras. Por todo lo cual, el adelantado Hernando de Soto y el teniente general Vasco Porcallo de Figueroa y otros caballeros particulares aficionados de la discreción y virtud del cacique Mucozo se movieron a corresponderle en lo que de su parte, en agradecimiento de tanta bondad, pudiesen premiar. Y así le dieron muchas dádivas no sólo a él sino también a los gentileshombres que con él vinieron, de que todos ellos quedaron muy contentos.
Los capitanes y ministros, así del ejército como de la Hacienda Real, y caballeros y todos los demás soldados en común y particular, festejaron grandemente a Juan Ortiz que no se tenía por compañero el que no llegaba a le abrazar y dar la enhorabuena de su venida. Así pasaron aquella noche que no la durmieron con este general regocijo. Luego, el día siguiente, llamó el general a Juan Ortiz para informarse de lo que sabía de aquella tierra y para que le contase particularmente lo que por él había pasado en poder de aquellos caciques. Respondió que de la tierra, aunque había tanto tiempo que estaba en ella, sabía poco o nada, porque en poder de Hirrihigua, su amo, mientras no le atormentaban con nuevos martirios, no le dejaba desmandarse un paso del servicio ordinario que hacía acarreando agua y leña para toda la casa y que, en poder de Mucozo, aunque tenía libertad para ir donde quisiese, no usaba de ella porque los vasallos de su amo, viéndole apartado de Mucozo, no le matasen, que para lo hacer tenían su orden y mandato, y que por estas causas no podía dar buena noticia de las calidades de la tierra, mas que había oído decir que era buena y cuanto más adentro era mejor y más fértil; y que la vida que con los caciques había pasado había sido en los dos extremos de bien y de mal que en este siglo se puede tener, porque Mucozo se había mostrado con él tan piadoso y humano cuanto el otro cruel y vengativo, sin poderse encarecer bastantemente la virtud del uno ni la pasión del otro, como su señoría habría sido ya informado, para prueba de lo cual mostró las señales de su cuerpo, descubriendo las que se podían ver, y amplió la relación que de su vida hemos dado y de nuevo relató otros muchos tormentos que había pasado, que causaron compasión a los oyentes.
Y lo dejaremos por excusar prolijidad. El cacique Mucozo, al día tercero de como se le había hecho el recaudo con los indios, vino bien acompañado de los suyos. Besó las manos del gobernador con toda veneración y acatamiento. Luego habló al teniente general y al maestre de campo y a los demás capitanes y caballeros que allí estaban, a cada uno conforme a la calidad de su persona, preguntando primero a Juan Ortiz quién era éste, aquél y el otro, y aunque le dijese por alguno de los que le hablaban que no era caballero ni capitán sino soldado particular, le trataba con mucho respeto, pero con mucho más a los que eran nobles y a los ministros del ejército, de manera que fue notado por los españoles. Mocozo, después que hubo hablado y dado lugar a que le hablasen los que presentes estaban, volvió a saludar al gobernador con nuevos modos de acatamiento. El cual, habiéndole recibido con mucha afabilidad y cortesía, le rindió las gracias de lo que por Juan Ortiz había hecho y, por habérselo enviado tan amigablemente, díjole que le había obligado a él y a su ejército y a toda la nación española para que en todo tiempo se lo agradeciesen. Mucozo respondió que lo que por Juan Ortiz había hecho lo había hecho por su propio respeto, porque habiéndoselo ido a encomendar y socorrer a su persona y casa con necesidad de ella, en ley de quien era estaba obligado a hacer lo que por él había hecho, y que le parecía todo poco, porque la virtud, esfuerzo y valentía de Juan Ortiz, por sí solo, sin otro respecto alguno, merecía mucho más; y que el haberlo enviado a su señoría más había sido por su propio interés y beneficio que por servir a su señoría, pues había sido para que, como defensor y abogado, con su intercesión y méritos alcanzase merced y gracia para que en su tierra no se le hiciese daño.
Y así, ni lo uno ni lo otro no tenía su señoría que agradecer ni recibir en servicio, mas que él se holgaba, como quiera que hubiese sido, de haber acertado a hacer cosa de que su señoría y aquellos caballeros y toda la nación española, cuyo aficionado servidor él era, se hubiesen agradado y mostrado haber recibido contento. Suplicaba a su señoría que con el mismo beneplácito lo recibiese en su servicio debajo de cuya protección y amparo ponía su persona y casa y estado, reconociendo por principal señor al emperador y rey de España y segundariamente a su señoría como a su capitán general y gobernador de aquel reino, que con esta merced que se le hiciese se tendría por más aventajadamente gratificado que había sido el mérito de su servicio hecho en beneficio de Juan Ortiz ni el haberlo enviado libremente, cosa que su señoría tanto había estimado. A lo cual decía que él estimaba y tenía en más verse como aquel día se veía, favorecido y honrado de su señoría y de todos aquellos caballeros, que cuanto bueno había hecho en toda su vida, y que protestaba esforzarse a hacer de allí adelante cosas semejantes en servicio de los españoles, pues aquéllas le habían salido a tanto bien. Estas y otras muchas gentilezas dijo este cacique con toda la buena gracia y discreción que en un discreto cortesano se puede pintar, de que el gobernador y los que con él estaban se admiraron no menos que de las generosidades que por Juan Ortiz había hecho, a las cuales imitaban las palabras. Por todo lo cual, el adelantado Hernando de Soto y el teniente general Vasco Porcallo de Figueroa y otros caballeros particulares aficionados de la discreción y virtud del cacique Mucozo se movieron a corresponderle en lo que de su parte, en agradecimiento de tanta bondad, pudiesen premiar. Y así le dieron muchas dádivas no sólo a él sino también a los gentileshombres que con él vinieron, de que todos ellos quedaron muy contentos.