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Desarrollo
Capítulo VII Huehuehtlatolli. "La antigua palabra" Los huehuehtlahtolli, testimonios de la antigua palabra, se conocen también como pláticas de los ancianos. Su temática comprende, entre otras cosas, consejos de los padres a hijos e hijas; discursos de los señores y sabios; palabras de los sacerdotes en circunstancias particularmente importantes, desde el nacimiento, ingreso a la escuela, iniciación en la guerra, matrimonio, y en todos los momentos particularmente significativos a lo largo de la vida, hasta el de la muerte. Hay otros huehuehtlahtolli que son avisos de buena crianza a los hijos, formas de saludos, invocaciones y consejos, como los de la partera ante los padres del recién nacido. Se incluyen también bajo esta rúbrica algunas invocaciones, verdaderos tratados de la teología indígena, como los que se dirigen a Tezcatlipoca, Espejo humeante, señor que es como la noche y el viento. Fray Bernardino de Sahagún notó acertadamente que en estas antiguas palabras se conserva mucho de la antigua sabiduría moral de los nahuas. De las varias transcripciones que se han preservado de estos textos sobresale el conjunto que forma parte del Códice Florentino, en el que Sahagún reunió los testimonios de sus informantes. De este manuscrito proceden los huehuehtlahtolli que aquí se transcriben. Uno de ellos lo integran las palabras con las que describe el padre a su hija la condición del hombre en la tierra: es éste un lugar de alegría penosa, pocas son las cosas que aquí dan placer, pero no por esto habrá que vivir siempre con la queja en la boca.
Es necesario cumplir en la tierra la misión impuesta por el dios supremo, Tloque Nahuaque, el Dueño del cerca y del junto. Puesto que estas antiguas palabras atrajeron de manera muy especial la atención de algunos misioneros, precisamente por la sabiduría de su contenido, también se incluyen aquí otras muestras, como las presentó en castellano fray Bernardino de Sahagún. Esta transcripción permitirá apreciar la forma adoptada por el franciscano en su propósito de acercar a sus contemporáneos estos testimonios, que él admiró, del pensamiento y expresión del México antiguo. CONSEJOS DEL PADRE A SU HIJA HUEHUEHTLAHTOLLI Aquí estás, mi hijita, mi collar de piedras finas, mi plumaje, mi hechura humana, la nacida de mí. Tú eres mi sangre, mi color, en ti está mi imagen. Ahora recibe, escucha: vives, has nacido, te ha enviado a la tierra el Señor Nuestro, el Dueño del cerca y del junto, el hacedor de la gente, el inventor de los hombres. Ahora que ya miras por ti misma, date cuenta. Aquí es de este modo: no hay alegría, no hay felicidad. Hay angustia, preocupación, cansancio. Por aquí surge, crece el sufrimiento, la preocupación. Aquí en la tierra es lugar de mucho llanto, lugar donde se rinde el aliento, donde es bien conocida la amargura y el abatimiento. Un viento como de obsidiana sopla y se desliza sobre nosotros. Dicen que en verdad nos molesta el ardor del sol y del viento. En este lugar donde casi perece uno de sed y de hambre.
Así es aquí en la tierra, no hay alegría, no hay felicidad. Se dice que la tierra es lugar de alegría penosa, de alegría que punza. Así andan diciendo los viejos: "Para que no siempre andemos gimiendo, para que no estemos llenos de tristeza, el Señor Nuestro nos dio a los hombres la risa, el sueño, los alimentos, nuestra fuerza y nuestra robustez y finalmente el acto sexual, por el cual se hace siembra de gentes". Todo esto embriaga la vida en la tierra, de modo que no se ande siempre gimiendo. Pero, aun cuando así fuera, si saliera verdad que sólo se sufre, si así son las cosas en la tierra, ¿acaso por esto se habrá de estar siempre con miedo? ¿Hay que estar siempre temiendo? ¿Habrá que vivir llorando? Porque, se vive en la tierra, hay en ella señores, hay mando, hay nobleza, águilas y tigres. ¿Y quién anda diciendo siempre que así es en la tierra? ¿Quién anda tratando de darse la muerte? Hay afán, hay vida, hay lucha, hay trabajo. Se busca mujer, se busca marido. Pero, ahora, mi muchachita, escucha bien, mira con calma: he aquí a tu madre, tu señora, de su vientre, de su seno te desprendiste, brotaste. Como si fueras una yerbita, una plantita, así brotaste. Como sale la hoja, así creciste, floreciste. Como si hubieras estado dormida y hubieras despertado. Mira, escucha, advierte, así es en la tierra: no seas vana, no andes como quiera, no andes sin rumbo. ¿Cómo vivirás? ¿Cómo seguirás aquí por poco tiempo? Dicen que es muy difícil vivir en la tierra, lugar de espantosos conflictos, mi muchachita, palomita pequeñita.
Sé cuidadosa, porque vienes de gente principal, desciendes de ella, gracias a personas ilustres has nacido. Tú eres la espina y el brote de nuestros señores. Nos fueron dejando los señores, los que gobiernan, los cuales allá se fueron colocando en fila, los que vinieron a hacerse cargo del mando en el mundo; dieron renombre y fama a la nobleza. Escucha: mucho te he dado a entender que eres noble. Mira que eres cosa preciosa, aun cuando seas tan sólo una mujercita. Eres piedra fina, eres turquesa. Fuiste forjada, taladrada, tienes la sangre, el color, eres brote y espina, cabellera, desprendimiento eres de noble linaje. Todavía esto ahora te voy a decir: ¿acaso no lo entenderás muy bien? ¿Todavía andas jugando con tierra y tepalcates? ¿Acaso todavía estás reposando en la tierra? En verdad un poco escuchas ya te das cuenta de las cosas: por tu propia cuenta vas cobrando experiencia. Mira no te deshonres a ti misma, a nuestros señores, a los príncipes, a los gobernantes que nos precedieron. No te hagas como la gente del pueblo, no vengas a salir plebeya. En tanto que vivas en la tierra, junto y al lado de la gente, sé siempre en verdad una mujercita. He aquí tu oficio, lo que tendrás que hacer: durante la noche y durante el día, conságrate a las cosas de Dios, muchas veces piensa en el que es como la Noche y el Viento. Hazle súplicas, invócalo, llámalo, ruégale mucho cuando estés en el lugar donde duermes. Así se te hará gustoso el sueño.
Despierta, levántate a la mitad de la noche, póstrate con tus codos y tus rodillas, levanta tu cuello y tus hombros. Invoca, llama al señor, a nuestro señor, a aquel que es como la Noche y el Viento. Será misericordioso, te oirá de noche, te verá entonces con misericordia, te concederá entonces aquello que mereces, lo que te está asignado. Pero si fuera malo el merecimiento, la asignación que te dieron cuando aún era de noche, la que te tocó al nacer, cuando viniste a la vida, con eso (con tus súplicas) se hará buena, se rectificará: la modificará el señor, el señor nuestro, el Dueño del cerca y del junto. Y durante la noche está vigilante, levántate a prisa, extiende tus manos, extiende tus brazos, aderézate la cara, aséate las manos, lávate la boca, toma de prisa la escoba, ponte a barrer. No te estés dando gusto, no te pongas no más a calentar, lava la boca a los otros, haz la incensación, no la dejes, porque así se obtiene de nuestro Señor su misericordia. Y hecho esto, cuando ya estés lista, ¿qué harás? ¿Cómo cumplirás tus deberes femeninos? ¿Acaso no prepararás la bebida, la molienda? ¿No tomarás el huso, la cuchilla del telar? Mira bien cómo quedan la bebida y la comida, cómo se hacen una buena comida y una buena bebida. Estas cosas que de algún modo se llaman "las que pertenecen a las personas", son las que corresponden a las señoras, a los que gobiernan, por esto se las llamó "cosas propias de las personas", la comida propia de los que gobiernan, su bebida: sé diestra en preparar la bebida, en preparar la comida.
Pon atención, dedícate, aplícate a ver cómo se hace esto, así pasarás tu vida, así estarás en paz. Así serás valiosa. No sea que en vano alguna vez te envíe el infortunio el Señor nuestro. Acaso crezca la pobreza entre los nobles. Míralo bien, abrázalo, que es oficio de mujer: el huso, la cuchilla de telar. Abre bien los ojos para ver cómo es el arte tolteca, cuál el arte de las plumas, cómo bordan en colores, cómo se entreverán los hilos, cómo los tiñen las mujeres, las que son como tú, las señoras nuestras, las mujeres nobles. Cómo urden las telas, cómo se hace su trama, cómo se ajusta. Pon atención, aplícate, no seas vana, no te dejes vanamente, deja de ser negligente contigo misma. Ahora es buen tiempo, todavía es buen tiempo, porque todavía hay en tu corazón un jade, una turquesa. Todavía está fresco, no se ha deteriorado, no se ha logrado, no se ha torcido nada. Todavía estamos aquí nosotros (nosotros tus padres), que te metimos aquí a sufrir, porque con esto se conserva el mundo. Acaso así se dice: así lo dejó dicho, así lo dispuso el Señor nuestro que debe haber siempre, que debe haber generación en la tierra. Todavía aquí estamos, todavía en tiempo nuestro, aún no ha venido el palo y la piedra del Señor nuestro. Todavía no morimos, todavía no perecemos, ¿qué es lo que piensas, niñita, palomita, muchachita? Cuando nos haya ocultado el Señor nuestro, con la ayuda de otro podrás vivir, porque no es tu destino, no es tu don, vender yerbas, palos, sartas de chile, tiestos de sal, tierra de tequesquite, parada en la entrada de las casas porque tú eres noble.
Adiéstrate en el huso, en la cuchilla del telar, en preparar bebidas y comidas. Que nunca sea vano el corazón de alguien, nadie diga de ti, te señale con el dedo, hable de ti. Si nada sale bien, ¿cómo será tu fracaso? Por eso, ¿no vendremos nosotros a ser vituperados? Y si ya nos recogió el Señor nuestro, ¿acaso por esto no se nos vituperará por atrás, acaso no seremos reprendidos en la región de los muertos? En cuanto a ti, ¿acaso no pondrás en movimiento en tu contra el palo y la piedra?, ¿no harás que contra ti se dirijan? Pero si atiendes, ¿también entonces podrá venir la reprensión? Tampoco seas enlazada por otros en exceso, no ensanches tu rostro, no te ensoberbezcas, como si estuvieras en el estrado de las águilas y los tigres, como si estuvieras luciendo tu escudo, como si todo el escudo de Huitzilopochtli estuviera en tus manos. Como si gracias a ti estuvieras levantando la cabeza, y a nosotros nos acrecentaras el rostro. Pero si no haces nada, ¿no serás entonces como una pared de piedra, no se hablará de ti, apenas serás ensalzada? Pero sé en estas cosas como lo desea para ti el señor nuestro. He aquí otra cosa que quiero inculcarte, que quiero comunicarte, mi hechura humana, mi hijita: sabe bien, no hagas quedar burlados a nuestros señores por quienes naciste. No les eches polvo y basura, no rocíes inmundicias sobre su historia, su tinta negra y roja, su fama. No los afrentes con algo, no como quiera desees las cosas de la tierra, no como quiera pretendas gustarlas, aquello que se llama las cosas sexuales y si no te apartas de ellas, ¿acaso serás divina? Mejor fuera que perecieras pronto.
Ahora bien, con calma, con mucha calma, pon atención, si así lo ha de pensar el señor nuestro, si alguno hablara de ti, si se dice algo de ti, no lo desdeñes, no golpees con tu pie la inspiración del Señor nuestro, acógela, no te retraigas, que no pase junto a ti dos o tres veces, no te andes haciendo la retraída, aunque nosotros te tengamos por hija, aun cuando por medio nuestro hayas nacido, no te envanezcas olvidando en tu corazón al Señor nuestro. Así te arrojarías al polvo y la basura, a la vida de las mujeres públicas. Y entonces el Señor nuestro se burlaría, obraría contigo como él quisiera. No como si fuera en un mercado busques al que será tu compañero, no lo llames, no como en primavera lo estés ve y ve, no andes con apetito de él. Pero, si tal vez tú desdeñas al que puede ser tu compañero, el escogido del Señor nuestro, si lo desechas, no vaya a ser que de ti se burle, en verdad se burle de ti y te conviertas en mujer pública. Pero prepárate, ve bien quién es tu enemigo, que nadie se burle de ti, no te entregues al vagabundo, al que te busca para darse placer, al muchacho perverso. Que tampoco te conozcan dos o tres rostros que tú hayas visto. Quien quiera que sea tu compañero, vosotros, juntos, tendréis que acabar la vida. No lo dejes, agárrate a él, cuélgate de él aunque sea un pobre hombre, aunque sea sólo un anguilita, un tigrito, un infeliz soldado, un pobre noble, tal vez cansado, falto de bienes, no por eso lo desprecies.
Que a vosotros os vea, os fortalezca el Señor nuestro, el conocedor de los hombres, el inventor de la gente, el hacedor de los seres humanos. Todo esto te lo entrego con mis labios y mis palabras. Así, delante del Señor nuestro cumplo con mi deber. Y si tal vez por cualquier parte arrojaras esto, tú ya lo sabes. He cumplido mi oficio, muchachita mía, niñita mía. Que seas feliz, que nuestro Señor te haga dichosa. DOS HUEHUEHTLAHTOLLI EN VERSIÓN DE FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN Del lenguaje y afecto que usaban cuando oraban al principal dios llamado Tezcatlipoca o Titlacauan, o Yaotl, en tiempo de pestilencia, para que se las quitase. Es oración de los sacerdotes en la cual le confiesan por todopoderoso, no visible ni palpable. Usan de muy hermosas metáforas y maneras de hablar ¡Oh valeroso señor nuestro, debajo de cuyas alas nos amparamos, y defendemos, y hallamos abrigo: tú eres invisible, y no palpable, bien así como la noche y el aire! ¡Oh, que yo, bajo y de poco valor, me atrevo a parecer delante de V. M.! Venga serenidad y claridad, comiencen ya las avecillas de vuestro pueblo como quien va saltando camellones, o andando de lado, lo cual es cosa muy fea, por lo cual temo de provocar vuestra ira contra mí, y en lugar de aplacaros temo de indignaros; pero V. M. hará lo que fuere servido de mi persona, ¡oh señor, que habéis tenido por bien de desampararnos en estos días, conforme al consejo que vos tenéis así en el cielo, como en el infierno! ¡Ay dolor, que la ira e indignación de V.
M. ha descendido en estos días sobre nosotros, porque las aflicciones grandes y muchas, de vuestra indignación, nos han anegado y sumido, bien así como piedras y lanzas y saetas que han descendido sobre los tristes que vivimos en este mundo, y esto es la gran pestilencia con que somos afligidos, y casi destruidos, oh señor valeroso y todopoderoso! ¡Ay dolor, que ya la gente popular se va acabando y consumiendo! Gran destrucción y grande estrago hace ya la pestilencia en toda la gente; y lo que más es de doler, que los niños inocentes y sin culpa, que en ninguna otra cosa entendían, sino en jugar con las pedrezuelas y en hacer montoncillos de tierra, ya mueren como abarrajados, y estrellados en las piedras y en las paredes --cosa de ver, muy dolorosa y lastimosa-- porque ni quedan en los que aún no saben andar, ni hablar, pero tampoco los que están en las cunas. ¡Oh señor, que todo va abarrisco, los menores, medianos y mayores, viejos y viejas, y la gente de media edad, hombres y mujeres no queda piante ni mamante; ya se asuela y se destruye vuestro pueblo, y vuestra gente, y vuestro caudal! ¡Oh señor nuestro, valerosísimo y humanísimo y amparador de todos!, ¿qué, es esto, que vuestra ira e indignación se gloría y se recrea en arrojar piedras, lanzas y saetas? El fuego de pestilencia muy encendido está en vuestro pueblo, como el fuego en la sabana que va ardiendo y humeando que ninguna cosa deja enhiesta ni sana; ejercitáis vuestros colmillos despedazadores y vuestros azotes lastimeros sobre el miserable de vuestro pueblo, flaco y de poca sustancia, bien así como una cañaheja verde.
Pues ¿qué es ahora, señor nuestro, valeroso, piadoso, invisible, impalpable, a cuya voluntad obedecen todas las cosas, de cuya disposición pende el regimiento de todo el orbe, a quien todo está sujeto, qué es lo que habéis determinado en vuestro divino pecho? ¿Por ventura habéis determinado de desamparar del todo a vuestro pueblo y a vuestra gente? ¿Es verdad que habéis determinado que perezca totalmente y no haya más memoria de él en el mundo, y que el sitio donde están poblados sea una montaña de árboles, o un pedregal despoblado? Por ventura los templos, oratorios y altares, y lugares edificados a vuestro servicio ¿habéis de permitir que se destruyan y asuelen y no haya más memoria de ellos? ¿Es posible que vuestra ira, y vuestro castigo, y la indignación de vuestro enojo es del todo inaplacable, y que ha de proceder hasta llegar al cabo de nuestra destrucción? ¿Está ya así determinado en el vuestro divino consejo, que no se ha de hacer misericordia, ni habéis de haber piedad de nosotros, sino que se han de acabar las saetas de vuestro furor en nuestra total perdición y destrucción? ¿Es posible que este azote, y este castigo no se nos da para nuestra corrección y enmienda sino para total destrucción y asolación, y que no ha más de resplandecer el sol sobre nosotros sino que estemos en perpetuas tinieblas, y en perpetuo silencio, y que nunca más nos habéis de mirar con ojos de misericordia, ni poco, ni más? ¿De esta manera queréis destruir los tristes enfermos, que no se pueden revolver de una parte a otra, ni tienen un momento de descanso, y tienen la boca y dientes llenos de tierra y sarro? Es gran dolor decir que ya todos estamos en tinieblas, y no hay seso, ni sentido para ayudar el uno al otro, ni para mirar el uno, por el otro.
Todos están como borrachos y sin seso, sin esperanza de ninguna ayuda; ya los niños chiquitos perecen de hambre, porque no hay quien les dé de comer ni de beber, ni quien los consuele ni regale, ni aun quien dé el pecho a los que aún mamaban; esto a la verdad acontece por sus padres y madres haber muerto, y los dejaron huérfanos y desamparados, sin ningún abrigo; padecen por los pecados de sus padres. ¡Oh señor nuestro, todo piadoso y misericordioso y nuestro amparo! Dado que vuestra ira y vuestra indignación, y vuestras saetas y piedras han gravemente herido a esta pobre gente, sea esto castigo como de padre o madre que castigan a los hijos, tirándoles de las orejas y pellizcándoles en los sobacos, azotándoles con ortigas y derramando sobre ellos agua muy fría, y todo esto se hace para que se enmienden de sus mocedades y niñerías; pues ya es así, que vuestro castigo y vuestra indignación se ha enseñoreado, y ha gloriosamente prevalecido sobre estos vuestros siervos, sobre esta pobre gente, bien así como las gotas del agua, que después de haber llovido sobre los árboles y cañas verdes, tocándoles el aire caen sobre los que están debajo de los árboles o cañas. ¡Oh señor humanísimo!, bien sabéis que la gente popular son como los niños, que después de haber sido azotados y castigados lloran y sollozan y se arrepienten de lo que han hecho; por ventura ya esta gente pobre, por razón de vuestro castigo lloran y suspiran, y se reprehenden a sí mismos y están murmurando de sí mismos, en vuestra presencia se acusan y tachan en sí sus malas obras y se castigan por ellas.
Señor nuestro humanísimo, piadosísimo, nobilísimo, preciosísimo, baste ya el castigo pasado y séales dado término para se enmendar, no sean acabados aquí, sino otra vez cuando ya no se enmendaren; perdonadlos y disimulad sus culpas, cese ya vuestra ira y vuestro enojo; recogedla ya dentro de vuestro pecho, para que no haga más daño; descanse ya, y recójase ya vuestro coraje, y vuestro enojo, que a la verdad de la muerte no se pueden escapar, ni huir para ninguna parte; debemos tributo a la muerte, y sus vasallos somos cuantos vivimos en el mundo, y este tributo todos le pagan a la muerte; nadie dejará de seguir a la muerte, que es vuestro mensajero, a la hora que fuere enviada, que esta muerte tiene hambre y sed de tragar cuantos hay en el mundo y es tan poderosa que nadie se le podrá escapar; entonces todos serán castigados conforme a sus obras. ¡Oh señor piadosísimo! a lo menos, apiadaos y habed misericordia de los niños que están en las cunas, y de los niños que aún no saben andar, ni tienen otro oficio sino burlarse con las piedrezuelas y hacer montoncillos de tierra; habed también misericordia, señor, de los pobres misérrimos que no tienen qué comer, ni con qué cubrirse ni en qué dormir, ni saben qué cosa es un día bueno; todos sus días pasan con dolor y aflicción y tristeza. No convendría, señor, que os olvidásedes de haber misericordia de los soldados y hombres de guerra, que en algún tiempo los habréis menester, y mejor será que muriendo en la guerra vayan a la casa del sol, y allí sirvan de comida y bebida, que no que mueran de esta pestilencia y vayan al infierno.
¡Oh señor valerosísimo, amparador de todos y señor de la tierra, y gobernador del mundo y señor de todos, baste ya el pasatiempo y contento que habéis tomado en el castigo que está hecho; acábese ya, señor, este humo y esta niebla de vuestro enojo, apáguese ya este fuego quemante y abrasante de vuestra ira; venga serenidad y claridad, comiencen ya las avecillas de vuestro pueblo a cantar y a escogollarse al sol; dadles tiempo sereno en que os llamen y que hagan oración a V. M. y os conozcan, oh nuestro, valerosísimo, piadosísimo, nobilísimo! Esto poquito he dicho delante de V. M., y no tengo más que decir sino postrarme y arrojarme a vuestros pies, demandando perdón de las faltas que en mi oración he hecho; por cierto no querría quedar en la desgracia de V. M., y no tengo más que decir. Del lenguaje y efectos que usaban orando a Tezcatlipoca, demandándole tuviese por bien de quitar del señorío, por muerte o por otra vía, al señor que no hacía bien su oficio: es la oración o maldición del mayor sátrapa, contra el señor, donde se pone muy extremado lenguaje y muy delicadas metáforas ¡Oh señor nuestro humanísimo, que hacéis sombra a todos los que a vos se allegan, como el árbol de muy gran altura y anchura! Sois invisible e impalpable, y tenemos entendido que penetráis con vuestra vista las piedras y árboles, viendo lo que dentro está escondido y por la misma razón veis y entendéis lo que está dentro de nuestros corazones, y veis nuestros pensamientos: nuestras ánimas en vuestra presencia son como un poco de humo y de niebla, que se levanta de la tierra.
No se os puede ahora esconder, señor, las obras y maneras de vivir de fulano; veis y sabéis sus cosas, y las causas de su altivez y ambición, que tiene un corazón cruel y duro, y usa de la dignidad que le habéis dado así como el borracho usa del vino y como el loco de los beleños, esto es, que la riqueza y dignidad y abundancia que por breve tiempo le habéis dado, que se pasa como el sueño, del señorío y trono vuestro que posee esto le desatina y altivece y desasosiega, y se vuelve en locura, como el que come beleños que le aloquecen. Así a éste la prosperidad le hace que a todos menosprecie y a ninguno tenga en nada, parece que su corazón está armado de espinas muy agudas, y también su cara; y esto bien se parece en su manera de vivir y en su manera de hablar, que ninguna cosa hace ni dice que dé contento a nadie; no cura de nadie, ni toma consejo con nadie, vive según su parecer y según su antojo. ¡Oh señor nuestro humanísimo, y amparador de todos y proveedor de todas las cosas, y criador y hacedor de todos!: esto es muy cierto, que él se ha desbaratado y desatinado, y se ha hecho como hijo desagradecido de los beneficios de su padre, y está hecho como un borracho que no tiene seso; las mercedes que le habéis hecho y la dignidad en que le habéis puesto, ha sido la ocasión de su perdición. Allende lo dicho tiene otra cosa harto reprehensible y dañosa, que no es devoto ni ora a los dioses, ni llora delante de ellos, ni se entristece por sus pecados, ni suspira; y esto le procede de haberse desatinado en los vicios como borracho, anda como una persona baldía y vacía muy desatinada; no tiene consideración de quién es, ni del oficio que tiene; ciertamente deshonra y afrenta a la dignidad y trono que tiene, que es cosa vuestra, y debía ser muy honrada y reverenciada, porque de ella depende la justicia y rectitud de la judicatura que tenéis para el sustento y buen regimiento de vuestro pueblo, vos, que sois amparador de todos, y para que la gente baja no sea agraviada, ni oprimida de los mayores; asimismo de ella depende el castigo y humillación de aquellos que no tienen respeto a vuestro trono y dignidad.
Y también los mercaderes, que son a quien vos confiáis más de vuestras riquezas, y discurren y andan por todo el mundo y por las montañas y despoblados, buscando con lágrimas vuestros dones y mercedes y regalos, lo cual vos dais con dificultad y a quien son vuestros amigos: todo esto recibe detrimento con no hacer él su oficio como debe; ¡oh señor! que no solamente os deshonra en lo ya dicho, pero aun también cuando nos solemos juntar a cantar y tañer los vuestros cantares, donde demandamos las vuestras mercedes y dones, y donde sois alabado y rogado, y donde los tristes y afligidos y pobres se esfuerzan y consuelan, y los que son cobardes se esfuerzan para morir en la guerra, en ese lugar santo y tan digno de reverencia, hace este hombre disoluciones, y destruye la devoción y desasosiega a los que en este lugar os sirven y alaban, en el cual vos juntáis y señaláis a los que son vuestros amigos, como el pastor señala sus ovejas, cuando se cantan vuestros loores. Y pues que vos, señor, sois y sabéis ser verdad todo lo que he dicho en vuestra presencia, no hay más sino que hagáis vuestra santa voluntad, y el beneplácito de vuestro corazón, remediando este negocio; a lo menos, señor, castigadle de tal manera que sea escarmiento para los demás, para que no le imiten en su mal vivir; véngale de vuestra mano el castigo, según que a vos pareciere, ora sea enfermedad ora cualquier aflicción, o le prive del señorío para que pongáis a otro de vuestros amigos, que sea humilde, devoto y penitente, que tenéis vos muchos tales, que no os falten tales personas cuales son menester para este oficio, los cuales os están esperando y llamando, y los tenéis conocidos por amigos y siervos que lloran y suspiran en vuestra presencia cada día.
Elegid alguno de éstos y tomad alguno de éstos para que tenga la dignidad de este vuestro reino y señorío; haced experiencia de alguno de éstos. Cuál de estas cosas ya dichas quiere V. M. conceder: o quitarle el señorío, dignidad y riquezas con que se ensoberbece y darlo a alguno que sea devoto y penitente y os ruegue con humildad, y sea hábil y de buen ingenio, humilde y obediente; o por ventura sois servido, que éste a quien han ensoberbecido vuestros beneficios caiga en pobreza y en miseria, como uno de los más pobres rústicos, que apenas alcanzan qué comer ni qué beber ni qué vestir; ¿o por ventura place a V. M. de hacerle un recio castigo, de que se tulla todo el cuerpo, o incurra en ceguedad de los ojos, o se le pudran los miembros, o por ventura sois servido de sacarle de este mundo por muerte corporal, y que se vaya al infierno, a la casa de las tinieblas y oscuridad, donde hemos de ir todos, donde está nuestro padre y nuestra madre la diosa del infierno y el dios del infierno? Paréceme, señor, que esto le conviene más, para que descansen su corazón y su cuerpo allá en el infierno, con sus antepasados que están ya allá en el infierno. ¡Oh señor nuestro humanísimo! ¡qué es lo que más quiere vuestro corazón, vuestra voluntad sea hecha! A esto que ruego a V. M. no me mueve envidia ni odio, ni con tal intención he venido a vuestra presencia; lo que me mueve no es otra cosa sino el robo y mal tratamiento que se hace a los populares, y la paz y prosperidad de ellos. No querría, señor, provocar contra mí vuestra ira e indignación, que soy un hombre bajo y rústico; bien sé, señor, que penetráis los corazones y sabéis los pensamientos de todos los mortales.
Es necesario cumplir en la tierra la misión impuesta por el dios supremo, Tloque Nahuaque, el Dueño del cerca y del junto. Puesto que estas antiguas palabras atrajeron de manera muy especial la atención de algunos misioneros, precisamente por la sabiduría de su contenido, también se incluyen aquí otras muestras, como las presentó en castellano fray Bernardino de Sahagún. Esta transcripción permitirá apreciar la forma adoptada por el franciscano en su propósito de acercar a sus contemporáneos estos testimonios, que él admiró, del pensamiento y expresión del México antiguo. CONSEJOS DEL PADRE A SU HIJA HUEHUEHTLAHTOLLI Aquí estás, mi hijita, mi collar de piedras finas, mi plumaje, mi hechura humana, la nacida de mí. Tú eres mi sangre, mi color, en ti está mi imagen. Ahora recibe, escucha: vives, has nacido, te ha enviado a la tierra el Señor Nuestro, el Dueño del cerca y del junto, el hacedor de la gente, el inventor de los hombres. Ahora que ya miras por ti misma, date cuenta. Aquí es de este modo: no hay alegría, no hay felicidad. Hay angustia, preocupación, cansancio. Por aquí surge, crece el sufrimiento, la preocupación. Aquí en la tierra es lugar de mucho llanto, lugar donde se rinde el aliento, donde es bien conocida la amargura y el abatimiento. Un viento como de obsidiana sopla y se desliza sobre nosotros. Dicen que en verdad nos molesta el ardor del sol y del viento. En este lugar donde casi perece uno de sed y de hambre.
Así es aquí en la tierra, no hay alegría, no hay felicidad. Se dice que la tierra es lugar de alegría penosa, de alegría que punza. Así andan diciendo los viejos: "Para que no siempre andemos gimiendo, para que no estemos llenos de tristeza, el Señor Nuestro nos dio a los hombres la risa, el sueño, los alimentos, nuestra fuerza y nuestra robustez y finalmente el acto sexual, por el cual se hace siembra de gentes". Todo esto embriaga la vida en la tierra, de modo que no se ande siempre gimiendo. Pero, aun cuando así fuera, si saliera verdad que sólo se sufre, si así son las cosas en la tierra, ¿acaso por esto se habrá de estar siempre con miedo? ¿Hay que estar siempre temiendo? ¿Habrá que vivir llorando? Porque, se vive en la tierra, hay en ella señores, hay mando, hay nobleza, águilas y tigres. ¿Y quién anda diciendo siempre que así es en la tierra? ¿Quién anda tratando de darse la muerte? Hay afán, hay vida, hay lucha, hay trabajo. Se busca mujer, se busca marido. Pero, ahora, mi muchachita, escucha bien, mira con calma: he aquí a tu madre, tu señora, de su vientre, de su seno te desprendiste, brotaste. Como si fueras una yerbita, una plantita, así brotaste. Como sale la hoja, así creciste, floreciste. Como si hubieras estado dormida y hubieras despertado. Mira, escucha, advierte, así es en la tierra: no seas vana, no andes como quiera, no andes sin rumbo. ¿Cómo vivirás? ¿Cómo seguirás aquí por poco tiempo? Dicen que es muy difícil vivir en la tierra, lugar de espantosos conflictos, mi muchachita, palomita pequeñita.
Sé cuidadosa, porque vienes de gente principal, desciendes de ella, gracias a personas ilustres has nacido. Tú eres la espina y el brote de nuestros señores. Nos fueron dejando los señores, los que gobiernan, los cuales allá se fueron colocando en fila, los que vinieron a hacerse cargo del mando en el mundo; dieron renombre y fama a la nobleza. Escucha: mucho te he dado a entender que eres noble. Mira que eres cosa preciosa, aun cuando seas tan sólo una mujercita. Eres piedra fina, eres turquesa. Fuiste forjada, taladrada, tienes la sangre, el color, eres brote y espina, cabellera, desprendimiento eres de noble linaje. Todavía esto ahora te voy a decir: ¿acaso no lo entenderás muy bien? ¿Todavía andas jugando con tierra y tepalcates? ¿Acaso todavía estás reposando en la tierra? En verdad un poco escuchas ya te das cuenta de las cosas: por tu propia cuenta vas cobrando experiencia. Mira no te deshonres a ti misma, a nuestros señores, a los príncipes, a los gobernantes que nos precedieron. No te hagas como la gente del pueblo, no vengas a salir plebeya. En tanto que vivas en la tierra, junto y al lado de la gente, sé siempre en verdad una mujercita. He aquí tu oficio, lo que tendrás que hacer: durante la noche y durante el día, conságrate a las cosas de Dios, muchas veces piensa en el que es como la Noche y el Viento. Hazle súplicas, invócalo, llámalo, ruégale mucho cuando estés en el lugar donde duermes. Así se te hará gustoso el sueño.
Despierta, levántate a la mitad de la noche, póstrate con tus codos y tus rodillas, levanta tu cuello y tus hombros. Invoca, llama al señor, a nuestro señor, a aquel que es como la Noche y el Viento. Será misericordioso, te oirá de noche, te verá entonces con misericordia, te concederá entonces aquello que mereces, lo que te está asignado. Pero si fuera malo el merecimiento, la asignación que te dieron cuando aún era de noche, la que te tocó al nacer, cuando viniste a la vida, con eso (con tus súplicas) se hará buena, se rectificará: la modificará el señor, el señor nuestro, el Dueño del cerca y del junto. Y durante la noche está vigilante, levántate a prisa, extiende tus manos, extiende tus brazos, aderézate la cara, aséate las manos, lávate la boca, toma de prisa la escoba, ponte a barrer. No te estés dando gusto, no te pongas no más a calentar, lava la boca a los otros, haz la incensación, no la dejes, porque así se obtiene de nuestro Señor su misericordia. Y hecho esto, cuando ya estés lista, ¿qué harás? ¿Cómo cumplirás tus deberes femeninos? ¿Acaso no prepararás la bebida, la molienda? ¿No tomarás el huso, la cuchilla del telar? Mira bien cómo quedan la bebida y la comida, cómo se hacen una buena comida y una buena bebida. Estas cosas que de algún modo se llaman "las que pertenecen a las personas", son las que corresponden a las señoras, a los que gobiernan, por esto se las llamó "cosas propias de las personas", la comida propia de los que gobiernan, su bebida: sé diestra en preparar la bebida, en preparar la comida.
Pon atención, dedícate, aplícate a ver cómo se hace esto, así pasarás tu vida, así estarás en paz. Así serás valiosa. No sea que en vano alguna vez te envíe el infortunio el Señor nuestro. Acaso crezca la pobreza entre los nobles. Míralo bien, abrázalo, que es oficio de mujer: el huso, la cuchilla de telar. Abre bien los ojos para ver cómo es el arte tolteca, cuál el arte de las plumas, cómo bordan en colores, cómo se entreverán los hilos, cómo los tiñen las mujeres, las que son como tú, las señoras nuestras, las mujeres nobles. Cómo urden las telas, cómo se hace su trama, cómo se ajusta. Pon atención, aplícate, no seas vana, no te dejes vanamente, deja de ser negligente contigo misma. Ahora es buen tiempo, todavía es buen tiempo, porque todavía hay en tu corazón un jade, una turquesa. Todavía está fresco, no se ha deteriorado, no se ha logrado, no se ha torcido nada. Todavía estamos aquí nosotros (nosotros tus padres), que te metimos aquí a sufrir, porque con esto se conserva el mundo. Acaso así se dice: así lo dejó dicho, así lo dispuso el Señor nuestro que debe haber siempre, que debe haber generación en la tierra. Todavía aquí estamos, todavía en tiempo nuestro, aún no ha venido el palo y la piedra del Señor nuestro. Todavía no morimos, todavía no perecemos, ¿qué es lo que piensas, niñita, palomita, muchachita? Cuando nos haya ocultado el Señor nuestro, con la ayuda de otro podrás vivir, porque no es tu destino, no es tu don, vender yerbas, palos, sartas de chile, tiestos de sal, tierra de tequesquite, parada en la entrada de las casas porque tú eres noble.
Adiéstrate en el huso, en la cuchilla del telar, en preparar bebidas y comidas. Que nunca sea vano el corazón de alguien, nadie diga de ti, te señale con el dedo, hable de ti. Si nada sale bien, ¿cómo será tu fracaso? Por eso, ¿no vendremos nosotros a ser vituperados? Y si ya nos recogió el Señor nuestro, ¿acaso por esto no se nos vituperará por atrás, acaso no seremos reprendidos en la región de los muertos? En cuanto a ti, ¿acaso no pondrás en movimiento en tu contra el palo y la piedra?, ¿no harás que contra ti se dirijan? Pero si atiendes, ¿también entonces podrá venir la reprensión? Tampoco seas enlazada por otros en exceso, no ensanches tu rostro, no te ensoberbezcas, como si estuvieras en el estrado de las águilas y los tigres, como si estuvieras luciendo tu escudo, como si todo el escudo de Huitzilopochtli estuviera en tus manos. Como si gracias a ti estuvieras levantando la cabeza, y a nosotros nos acrecentaras el rostro. Pero si no haces nada, ¿no serás entonces como una pared de piedra, no se hablará de ti, apenas serás ensalzada? Pero sé en estas cosas como lo desea para ti el señor nuestro. He aquí otra cosa que quiero inculcarte, que quiero comunicarte, mi hechura humana, mi hijita: sabe bien, no hagas quedar burlados a nuestros señores por quienes naciste. No les eches polvo y basura, no rocíes inmundicias sobre su historia, su tinta negra y roja, su fama. No los afrentes con algo, no como quiera desees las cosas de la tierra, no como quiera pretendas gustarlas, aquello que se llama las cosas sexuales y si no te apartas de ellas, ¿acaso serás divina? Mejor fuera que perecieras pronto.
Ahora bien, con calma, con mucha calma, pon atención, si así lo ha de pensar el señor nuestro, si alguno hablara de ti, si se dice algo de ti, no lo desdeñes, no golpees con tu pie la inspiración del Señor nuestro, acógela, no te retraigas, que no pase junto a ti dos o tres veces, no te andes haciendo la retraída, aunque nosotros te tengamos por hija, aun cuando por medio nuestro hayas nacido, no te envanezcas olvidando en tu corazón al Señor nuestro. Así te arrojarías al polvo y la basura, a la vida de las mujeres públicas. Y entonces el Señor nuestro se burlaría, obraría contigo como él quisiera. No como si fuera en un mercado busques al que será tu compañero, no lo llames, no como en primavera lo estés ve y ve, no andes con apetito de él. Pero, si tal vez tú desdeñas al que puede ser tu compañero, el escogido del Señor nuestro, si lo desechas, no vaya a ser que de ti se burle, en verdad se burle de ti y te conviertas en mujer pública. Pero prepárate, ve bien quién es tu enemigo, que nadie se burle de ti, no te entregues al vagabundo, al que te busca para darse placer, al muchacho perverso. Que tampoco te conozcan dos o tres rostros que tú hayas visto. Quien quiera que sea tu compañero, vosotros, juntos, tendréis que acabar la vida. No lo dejes, agárrate a él, cuélgate de él aunque sea un pobre hombre, aunque sea sólo un anguilita, un tigrito, un infeliz soldado, un pobre noble, tal vez cansado, falto de bienes, no por eso lo desprecies.
Que a vosotros os vea, os fortalezca el Señor nuestro, el conocedor de los hombres, el inventor de la gente, el hacedor de los seres humanos. Todo esto te lo entrego con mis labios y mis palabras. Así, delante del Señor nuestro cumplo con mi deber. Y si tal vez por cualquier parte arrojaras esto, tú ya lo sabes. He cumplido mi oficio, muchachita mía, niñita mía. Que seas feliz, que nuestro Señor te haga dichosa. DOS HUEHUEHTLAHTOLLI EN VERSIÓN DE FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN Del lenguaje y afecto que usaban cuando oraban al principal dios llamado Tezcatlipoca o Titlacauan, o Yaotl, en tiempo de pestilencia, para que se las quitase. Es oración de los sacerdotes en la cual le confiesan por todopoderoso, no visible ni palpable. Usan de muy hermosas metáforas y maneras de hablar ¡Oh valeroso señor nuestro, debajo de cuyas alas nos amparamos, y defendemos, y hallamos abrigo: tú eres invisible, y no palpable, bien así como la noche y el aire! ¡Oh, que yo, bajo y de poco valor, me atrevo a parecer delante de V. M.! Venga serenidad y claridad, comiencen ya las avecillas de vuestro pueblo como quien va saltando camellones, o andando de lado, lo cual es cosa muy fea, por lo cual temo de provocar vuestra ira contra mí, y en lugar de aplacaros temo de indignaros; pero V. M. hará lo que fuere servido de mi persona, ¡oh señor, que habéis tenido por bien de desampararnos en estos días, conforme al consejo que vos tenéis así en el cielo, como en el infierno! ¡Ay dolor, que la ira e indignación de V.
M. ha descendido en estos días sobre nosotros, porque las aflicciones grandes y muchas, de vuestra indignación, nos han anegado y sumido, bien así como piedras y lanzas y saetas que han descendido sobre los tristes que vivimos en este mundo, y esto es la gran pestilencia con que somos afligidos, y casi destruidos, oh señor valeroso y todopoderoso! ¡Ay dolor, que ya la gente popular se va acabando y consumiendo! Gran destrucción y grande estrago hace ya la pestilencia en toda la gente; y lo que más es de doler, que los niños inocentes y sin culpa, que en ninguna otra cosa entendían, sino en jugar con las pedrezuelas y en hacer montoncillos de tierra, ya mueren como abarrajados, y estrellados en las piedras y en las paredes --cosa de ver, muy dolorosa y lastimosa-- porque ni quedan en los que aún no saben andar, ni hablar, pero tampoco los que están en las cunas. ¡Oh señor, que todo va abarrisco, los menores, medianos y mayores, viejos y viejas, y la gente de media edad, hombres y mujeres no queda piante ni mamante; ya se asuela y se destruye vuestro pueblo, y vuestra gente, y vuestro caudal! ¡Oh señor nuestro, valerosísimo y humanísimo y amparador de todos!, ¿qué, es esto, que vuestra ira e indignación se gloría y se recrea en arrojar piedras, lanzas y saetas? El fuego de pestilencia muy encendido está en vuestro pueblo, como el fuego en la sabana que va ardiendo y humeando que ninguna cosa deja enhiesta ni sana; ejercitáis vuestros colmillos despedazadores y vuestros azotes lastimeros sobre el miserable de vuestro pueblo, flaco y de poca sustancia, bien así como una cañaheja verde.
Pues ¿qué es ahora, señor nuestro, valeroso, piadoso, invisible, impalpable, a cuya voluntad obedecen todas las cosas, de cuya disposición pende el regimiento de todo el orbe, a quien todo está sujeto, qué es lo que habéis determinado en vuestro divino pecho? ¿Por ventura habéis determinado de desamparar del todo a vuestro pueblo y a vuestra gente? ¿Es verdad que habéis determinado que perezca totalmente y no haya más memoria de él en el mundo, y que el sitio donde están poblados sea una montaña de árboles, o un pedregal despoblado? Por ventura los templos, oratorios y altares, y lugares edificados a vuestro servicio ¿habéis de permitir que se destruyan y asuelen y no haya más memoria de ellos? ¿Es posible que vuestra ira, y vuestro castigo, y la indignación de vuestro enojo es del todo inaplacable, y que ha de proceder hasta llegar al cabo de nuestra destrucción? ¿Está ya así determinado en el vuestro divino consejo, que no se ha de hacer misericordia, ni habéis de haber piedad de nosotros, sino que se han de acabar las saetas de vuestro furor en nuestra total perdición y destrucción? ¿Es posible que este azote, y este castigo no se nos da para nuestra corrección y enmienda sino para total destrucción y asolación, y que no ha más de resplandecer el sol sobre nosotros sino que estemos en perpetuas tinieblas, y en perpetuo silencio, y que nunca más nos habéis de mirar con ojos de misericordia, ni poco, ni más? ¿De esta manera queréis destruir los tristes enfermos, que no se pueden revolver de una parte a otra, ni tienen un momento de descanso, y tienen la boca y dientes llenos de tierra y sarro? Es gran dolor decir que ya todos estamos en tinieblas, y no hay seso, ni sentido para ayudar el uno al otro, ni para mirar el uno, por el otro.
Todos están como borrachos y sin seso, sin esperanza de ninguna ayuda; ya los niños chiquitos perecen de hambre, porque no hay quien les dé de comer ni de beber, ni quien los consuele ni regale, ni aun quien dé el pecho a los que aún mamaban; esto a la verdad acontece por sus padres y madres haber muerto, y los dejaron huérfanos y desamparados, sin ningún abrigo; padecen por los pecados de sus padres. ¡Oh señor nuestro, todo piadoso y misericordioso y nuestro amparo! Dado que vuestra ira y vuestra indignación, y vuestras saetas y piedras han gravemente herido a esta pobre gente, sea esto castigo como de padre o madre que castigan a los hijos, tirándoles de las orejas y pellizcándoles en los sobacos, azotándoles con ortigas y derramando sobre ellos agua muy fría, y todo esto se hace para que se enmienden de sus mocedades y niñerías; pues ya es así, que vuestro castigo y vuestra indignación se ha enseñoreado, y ha gloriosamente prevalecido sobre estos vuestros siervos, sobre esta pobre gente, bien así como las gotas del agua, que después de haber llovido sobre los árboles y cañas verdes, tocándoles el aire caen sobre los que están debajo de los árboles o cañas. ¡Oh señor humanísimo!, bien sabéis que la gente popular son como los niños, que después de haber sido azotados y castigados lloran y sollozan y se arrepienten de lo que han hecho; por ventura ya esta gente pobre, por razón de vuestro castigo lloran y suspiran, y se reprehenden a sí mismos y están murmurando de sí mismos, en vuestra presencia se acusan y tachan en sí sus malas obras y se castigan por ellas.
Señor nuestro humanísimo, piadosísimo, nobilísimo, preciosísimo, baste ya el castigo pasado y séales dado término para se enmendar, no sean acabados aquí, sino otra vez cuando ya no se enmendaren; perdonadlos y disimulad sus culpas, cese ya vuestra ira y vuestro enojo; recogedla ya dentro de vuestro pecho, para que no haga más daño; descanse ya, y recójase ya vuestro coraje, y vuestro enojo, que a la verdad de la muerte no se pueden escapar, ni huir para ninguna parte; debemos tributo a la muerte, y sus vasallos somos cuantos vivimos en el mundo, y este tributo todos le pagan a la muerte; nadie dejará de seguir a la muerte, que es vuestro mensajero, a la hora que fuere enviada, que esta muerte tiene hambre y sed de tragar cuantos hay en el mundo y es tan poderosa que nadie se le podrá escapar; entonces todos serán castigados conforme a sus obras. ¡Oh señor piadosísimo! a lo menos, apiadaos y habed misericordia de los niños que están en las cunas, y de los niños que aún no saben andar, ni tienen otro oficio sino burlarse con las piedrezuelas y hacer montoncillos de tierra; habed también misericordia, señor, de los pobres misérrimos que no tienen qué comer, ni con qué cubrirse ni en qué dormir, ni saben qué cosa es un día bueno; todos sus días pasan con dolor y aflicción y tristeza. No convendría, señor, que os olvidásedes de haber misericordia de los soldados y hombres de guerra, que en algún tiempo los habréis menester, y mejor será que muriendo en la guerra vayan a la casa del sol, y allí sirvan de comida y bebida, que no que mueran de esta pestilencia y vayan al infierno.
¡Oh señor valerosísimo, amparador de todos y señor de la tierra, y gobernador del mundo y señor de todos, baste ya el pasatiempo y contento que habéis tomado en el castigo que está hecho; acábese ya, señor, este humo y esta niebla de vuestro enojo, apáguese ya este fuego quemante y abrasante de vuestra ira; venga serenidad y claridad, comiencen ya las avecillas de vuestro pueblo a cantar y a escogollarse al sol; dadles tiempo sereno en que os llamen y que hagan oración a V. M. y os conozcan, oh nuestro, valerosísimo, piadosísimo, nobilísimo! Esto poquito he dicho delante de V. M., y no tengo más que decir sino postrarme y arrojarme a vuestros pies, demandando perdón de las faltas que en mi oración he hecho; por cierto no querría quedar en la desgracia de V. M., y no tengo más que decir. Del lenguaje y efectos que usaban orando a Tezcatlipoca, demandándole tuviese por bien de quitar del señorío, por muerte o por otra vía, al señor que no hacía bien su oficio: es la oración o maldición del mayor sátrapa, contra el señor, donde se pone muy extremado lenguaje y muy delicadas metáforas ¡Oh señor nuestro humanísimo, que hacéis sombra a todos los que a vos se allegan, como el árbol de muy gran altura y anchura! Sois invisible e impalpable, y tenemos entendido que penetráis con vuestra vista las piedras y árboles, viendo lo que dentro está escondido y por la misma razón veis y entendéis lo que está dentro de nuestros corazones, y veis nuestros pensamientos: nuestras ánimas en vuestra presencia son como un poco de humo y de niebla, que se levanta de la tierra.
No se os puede ahora esconder, señor, las obras y maneras de vivir de fulano; veis y sabéis sus cosas, y las causas de su altivez y ambición, que tiene un corazón cruel y duro, y usa de la dignidad que le habéis dado así como el borracho usa del vino y como el loco de los beleños, esto es, que la riqueza y dignidad y abundancia que por breve tiempo le habéis dado, que se pasa como el sueño, del señorío y trono vuestro que posee esto le desatina y altivece y desasosiega, y se vuelve en locura, como el que come beleños que le aloquecen. Así a éste la prosperidad le hace que a todos menosprecie y a ninguno tenga en nada, parece que su corazón está armado de espinas muy agudas, y también su cara; y esto bien se parece en su manera de vivir y en su manera de hablar, que ninguna cosa hace ni dice que dé contento a nadie; no cura de nadie, ni toma consejo con nadie, vive según su parecer y según su antojo. ¡Oh señor nuestro humanísimo, y amparador de todos y proveedor de todas las cosas, y criador y hacedor de todos!: esto es muy cierto, que él se ha desbaratado y desatinado, y se ha hecho como hijo desagradecido de los beneficios de su padre, y está hecho como un borracho que no tiene seso; las mercedes que le habéis hecho y la dignidad en que le habéis puesto, ha sido la ocasión de su perdición. Allende lo dicho tiene otra cosa harto reprehensible y dañosa, que no es devoto ni ora a los dioses, ni llora delante de ellos, ni se entristece por sus pecados, ni suspira; y esto le procede de haberse desatinado en los vicios como borracho, anda como una persona baldía y vacía muy desatinada; no tiene consideración de quién es, ni del oficio que tiene; ciertamente deshonra y afrenta a la dignidad y trono que tiene, que es cosa vuestra, y debía ser muy honrada y reverenciada, porque de ella depende la justicia y rectitud de la judicatura que tenéis para el sustento y buen regimiento de vuestro pueblo, vos, que sois amparador de todos, y para que la gente baja no sea agraviada, ni oprimida de los mayores; asimismo de ella depende el castigo y humillación de aquellos que no tienen respeto a vuestro trono y dignidad.
Y también los mercaderes, que son a quien vos confiáis más de vuestras riquezas, y discurren y andan por todo el mundo y por las montañas y despoblados, buscando con lágrimas vuestros dones y mercedes y regalos, lo cual vos dais con dificultad y a quien son vuestros amigos: todo esto recibe detrimento con no hacer él su oficio como debe; ¡oh señor! que no solamente os deshonra en lo ya dicho, pero aun también cuando nos solemos juntar a cantar y tañer los vuestros cantares, donde demandamos las vuestras mercedes y dones, y donde sois alabado y rogado, y donde los tristes y afligidos y pobres se esfuerzan y consuelan, y los que son cobardes se esfuerzan para morir en la guerra, en ese lugar santo y tan digno de reverencia, hace este hombre disoluciones, y destruye la devoción y desasosiega a los que en este lugar os sirven y alaban, en el cual vos juntáis y señaláis a los que son vuestros amigos, como el pastor señala sus ovejas, cuando se cantan vuestros loores. Y pues que vos, señor, sois y sabéis ser verdad todo lo que he dicho en vuestra presencia, no hay más sino que hagáis vuestra santa voluntad, y el beneplácito de vuestro corazón, remediando este negocio; a lo menos, señor, castigadle de tal manera que sea escarmiento para los demás, para que no le imiten en su mal vivir; véngale de vuestra mano el castigo, según que a vos pareciere, ora sea enfermedad ora cualquier aflicción, o le prive del señorío para que pongáis a otro de vuestros amigos, que sea humilde, devoto y penitente, que tenéis vos muchos tales, que no os falten tales personas cuales son menester para este oficio, los cuales os están esperando y llamando, y los tenéis conocidos por amigos y siervos que lloran y suspiran en vuestra presencia cada día.
Elegid alguno de éstos y tomad alguno de éstos para que tenga la dignidad de este vuestro reino y señorío; haced experiencia de alguno de éstos. Cuál de estas cosas ya dichas quiere V. M. conceder: o quitarle el señorío, dignidad y riquezas con que se ensoberbece y darlo a alguno que sea devoto y penitente y os ruegue con humildad, y sea hábil y de buen ingenio, humilde y obediente; o por ventura sois servido, que éste a quien han ensoberbecido vuestros beneficios caiga en pobreza y en miseria, como uno de los más pobres rústicos, que apenas alcanzan qué comer ni qué beber ni qué vestir; ¿o por ventura place a V. M. de hacerle un recio castigo, de que se tulla todo el cuerpo, o incurra en ceguedad de los ojos, o se le pudran los miembros, o por ventura sois servido de sacarle de este mundo por muerte corporal, y que se vaya al infierno, a la casa de las tinieblas y oscuridad, donde hemos de ir todos, donde está nuestro padre y nuestra madre la diosa del infierno y el dios del infierno? Paréceme, señor, que esto le conviene más, para que descansen su corazón y su cuerpo allá en el infierno, con sus antepasados que están ya allá en el infierno. ¡Oh señor nuestro humanísimo! ¡qué es lo que más quiere vuestro corazón, vuestra voluntad sea hecha! A esto que ruego a V. M. no me mueve envidia ni odio, ni con tal intención he venido a vuestra presencia; lo que me mueve no es otra cosa sino el robo y mal tratamiento que se hace a los populares, y la paz y prosperidad de ellos. No querría, señor, provocar contra mí vuestra ira e indignación, que soy un hombre bajo y rústico; bien sé, señor, que penetráis los corazones y sabéis los pensamientos de todos los mortales.