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Datos principales
Desarrollo
De los trabajos que tuve llegar a una villa que se dice la Trinidad Ya he dicho que nos quedamos en la Habana ciertos soldados que no estábamos sanos de los flechazos, y para ir a la villa de la Trinidad, ya que estábamos mejores, acordamos de nos concertar tres soldados con un vecino de la misma Habana, que se decía Pedro de Ávila, que iba asimismo aquel viaje en una canoa por la mar por la banda del sur, y llevaba la canoa cargada de camisetas de algodón, que iba a vender a la villa de la Trinidad. Ya he dicho otras veces que canoas son de hechura de artesas grandes, cavadas y huecas, y en aquellas tierras con ellas navegan costa a costa; y el concierto que hicimos con Pedro de Ávila fue que daríamos diez pesos de oro porque fuésemos en su canoa. Pues yendo por la costa adelante, a veces remando y a ratos a la vela, ya que habíamos navegado once días en paraje de un pueblo de indios de paz que se dice Canarreon, que era términos de la villa de la Trinidad, se levantó un tan recio viento de noche, que no nos pudimos sustentar en la mar con la canoa, por bien que remábamos todos nosotros; y el Pedro de Ávila y unos indios de la Habana y unos remeros muy buenos que traíamos, hubimos de dar al través entre unos ceborucos, que los hay muy grandes en aquella costa; por manera que se nos quebró la canoa y el Ávila perdió su hacienda, y todos salimos descalabrados de los golpes de los ceborucos y desnudos en carnes; porque para ayudarnos que no se quebrase la canoa y poder mejor nadar, nos apercibimos de estar sin ropa ninguna, sino desnudos.
Pues ya escapados con las vidas de entre aquellos ceborucos, para nuestra villa de la Trinidad no había camino por la costa, sino malos países y ceberucos, que así se dicen, que son las piedras con unas puntas que salen dellas que pasan las plantas de los pies, y sin tener que comer. Pues como las olas que reventaban de aquellos grandes ceborucos nos embestían, y con el gran viento que hacía llevábamos hechas grietas en las partes ocultas que corría sangre dellas, annque nos habíamos puesto delante muchas hojas de árboles y otras yerbas que buscamos para nos tapar. Pues como por aquella costa no podíamos caminar por causa que se nos hincaban por las plantas de los pies aquellas puntas y piedras de los ceborucos, con mucho trabajo nos metimos en un monte, y con otras piedras que había en el monte cortamos corteza de árboles, que pusimos por suelas, atadas a los pies con unas que parecen cuerdas delgadas, que llaman bejucos, que hacen entre los árboles; que espadas no sacamos ninguna, y atamos los pies y cortezas de los árboles con ello lo mejor que pudimos, y con gran trabajo salimos a una playa de arena, y de ahí a dos días que caminamos llegamos a un pueblo de indios que se decía Yaguarama, el cual era en aquella sazón del padre fray Bartolomé de las Casas , que era clérigo presbítero, y después le conocí fraile dominico, y llegó a ser obispo de Chiapa; y los indios de aquel pueblo nos dieron de comer. Y otro día fuimos hasta otro pueblo que se decía Chipiona, que era de un Alonso de Ávila e de un Sandoval (no digo del capitán Sandoval el de la Nueva España), y desde allí a la Trinidad; y un amigo mío, que se decía Antonio de Medina, me remedió de vestidos, según que en la villa se usaban, y así hicieron a mis compañeros otros vecinos de aquella villa; y desde allí con mi pobreza y trabajos me fui a Santiago de Cuba, adonde estaba el gobernador Diego Velázquez , el cual andaba dando mucha prisa en enviar otra armada; y cuando le fui a besar las manos, que éramos algo deudos, él se holgó conmigo, y de unas pláticas en otras me dijo que si estaba bueno de las heridas, para volver a Yucatán. E yo riendo le respondí que quién le puso nombre Yucatán; que allí no le llaman así. E dijo: "Melchorejo, el que trajistes, lo dice." E yo dije: "Mejor nombre sería la tierra donde nos mataron la mitad de los soldados que fuimos, y todos los demás salimos heridos." E dijo: "Bien sé que pasasteis muchos trabajos, y así es a los que suelen descubrir tierras nuevas y ganar honra, e su majestad os lo gratificará, e yo así se lo escribiré; e ahora, hijo, id otra vez en la armada que hago, que yo haré que os hagan mucha honra." Y diré lo que pasó.
Pues ya escapados con las vidas de entre aquellos ceborucos, para nuestra villa de la Trinidad no había camino por la costa, sino malos países y ceberucos, que así se dicen, que son las piedras con unas puntas que salen dellas que pasan las plantas de los pies, y sin tener que comer. Pues como las olas que reventaban de aquellos grandes ceborucos nos embestían, y con el gran viento que hacía llevábamos hechas grietas en las partes ocultas que corría sangre dellas, annque nos habíamos puesto delante muchas hojas de árboles y otras yerbas que buscamos para nos tapar. Pues como por aquella costa no podíamos caminar por causa que se nos hincaban por las plantas de los pies aquellas puntas y piedras de los ceborucos, con mucho trabajo nos metimos en un monte, y con otras piedras que había en el monte cortamos corteza de árboles, que pusimos por suelas, atadas a los pies con unas que parecen cuerdas delgadas, que llaman bejucos, que hacen entre los árboles; que espadas no sacamos ninguna, y atamos los pies y cortezas de los árboles con ello lo mejor que pudimos, y con gran trabajo salimos a una playa de arena, y de ahí a dos días que caminamos llegamos a un pueblo de indios que se decía Yaguarama, el cual era en aquella sazón del padre fray Bartolomé de las Casas , que era clérigo presbítero, y después le conocí fraile dominico, y llegó a ser obispo de Chiapa; y los indios de aquel pueblo nos dieron de comer. Y otro día fuimos hasta otro pueblo que se decía Chipiona, que era de un Alonso de Ávila e de un Sandoval (no digo del capitán Sandoval el de la Nueva España), y desde allí a la Trinidad; y un amigo mío, que se decía Antonio de Medina, me remedió de vestidos, según que en la villa se usaban, y así hicieron a mis compañeros otros vecinos de aquella villa; y desde allí con mi pobreza y trabajos me fui a Santiago de Cuba, adonde estaba el gobernador Diego Velázquez , el cual andaba dando mucha prisa en enviar otra armada; y cuando le fui a besar las manos, que éramos algo deudos, él se holgó conmigo, y de unas pláticas en otras me dijo que si estaba bueno de las heridas, para volver a Yucatán. E yo riendo le respondí que quién le puso nombre Yucatán; que allí no le llaman así. E dijo: "Melchorejo, el que trajistes, lo dice." E yo dije: "Mejor nombre sería la tierra donde nos mataron la mitad de los soldados que fuimos, y todos los demás salimos heridos." E dijo: "Bien sé que pasasteis muchos trabajos, y así es a los que suelen descubrir tierras nuevas y ganar honra, e su majestad os lo gratificará, e yo así se lo escribiré; e ahora, hijo, id otra vez en la armada que hago, que yo haré que os hagan mucha honra." Y diré lo que pasó.