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Datos principales
Desarrollo
CAPITULO VI Que trata de los piratas más célebres de aquellas costas americanas Dije ya en lo antecedente cómo me fue forzoso juntarme con los piratas, a los cuales doy este nombre pues no son mantenidos de algún soberano príncipe. Lo que consta es que el rey de España diversas veces envió sus embajadores a los reyes de Francia e Inglaterra, lamentándose de las molestias que dichos piratas han hecho en sus tierras de la América, aún en la calma de la paz; a cuyos embajadores se les respondió: Que tales hombres no eran sujetos, ni vasallos de sus majestades en las funciones de piraterías y que así S. M. Católica podría proceder contra ellos de la suerte que hallase más a propósito. El rey de Francia respondió además de lo dicho: Que no tenía alguna fortaleza en la isla Española, ni que de ella sacaba algún tributo. También el de Inglaterra dijo: Que jamás había dado patentes a los de Jamaica para cometer alguna hostilidad contra los sujetos de S. M. Católica. No sólo respondió esto, mas por dar gusto a la Corte de España, llamó al gobernador de Jamaica constituyendo otro en su lugar. Todo esto no fue bastante para que los piratas dejasen de hacer cuanto les fue posible en contra. Mas, antes de contar sus insolencias atrevidas, declararé su origen y más ordinarios empleos, como también de los principales entre ellos y su modo de armar para salir en mar. El Pirata que estaba en la isla de Tortuga se llamaba Pedro el Grande (que en Francés se pronuncia Pierre le Grand) natural de Dieppe, el cual tomó al vicealmirante de la flota española, cerca del cabo de Tiburón, del lado del occidente de la isla de Santo Domingo, sólo con una barca donde él estaba con veinte y ocho personas dentro: la causa de esto fue que hasta entonces, jamás los españoles habían hallado en el canal de Bahama contradiciones, de suerte que los piratas salieron en mar por el Caycos, donde le tomaron con facilidad, echando la gente española en tierra y enviando el navío a Francia.
El modo con que este intrépido pirata tomó y se atrevió a tal navío diré según he leído en el diario de un verdadero autor, y es tal: Estuvo la barca de Pedro el Grande en la mar sin poder obtener nada, según su pirático intento, y faltándola ya los víveres y vituallas no podía esperar más sobre las aguas; entre este conflicto vieron un navío de la flota española que se había separado de los otros, contra el cual hicieron determinada resolución de tomarle o morir en la demanda, fuéronse acercando para reconocerle y aunque les pareció presa fuera de sus fuerzas, no obstante, desesperadamente se abordaron; habiéndose llegado de suerte que ya el navío no se les podía escapar sino muertos todos; hicieron los piratas a su capitán Pedro juramento de haberse en la acción esforzados y valerosos, sin desmayos ni temores; creían, entretanto, estos salteadores hallarían desproveído el bajel y que a poca costa le podrían sujetar. Era cerca de la noche cuando esto se emprendió, disponiendo antes de la ejecución al cirujano de la barca que hiciese un gran agujero en ella para que, yéndose a pique, se hallasen más forzados a saltar apresuradamente en el bajel. Hiciéronlo no teniendo cada uno más armas que una pistola y la espada en mano, con que entraron corriendo, inmediatamente, a la cámara de popa donde hallaron en ella al capitán con otros amigos jugando a los cientos. Pusiéronle una pistola al pecho y pidieron les rindiese el navío a su obediencia.
Como los españoles vieron dentro los piratas sin haberlos antes visto venir, creían eran fantasmas y decían: Jesús, ¿son demonios estos? Entretanto otros se apoderaron de la cámara de santa bárbara haciéndose en primer lugar, señores de todas las armas y municiones que en ella había, matando a cuantos se les oponían; con que, finalmente, los españoles se rindieron. Habían, este mismo día, advertido al capitán del navío, que la barca que cruzaba era de piratas, de lo cual, no haciendo caso, burlándose decía: ¿Debo yo tener temor de una cosa de tan poco momento? Ni aunque fuera de otra nave tan grande y fuerte como en la que estoy. Tomado que hubo Pedro el Grande esta poderosa presa, detuvo en su servicio tantos cuantos había menester y puso el resto en tierra; con que al punto dio a la vela poniendo la proa, con toda la riqueza que halló dentro, hacia el reino de Francia, donde se quedó sin jamás volver a la América. Los plantadores y cazadores de la Tortuga, habiendo oído una tan favorable fortuna y rica presa que aquellos piratas obtuvieron, dejaron sus funciones y ordinarios ejercicios. Muchos de ellos buscaron medios para hacer o comprar algunos navichuelos con que piratear; los cuales no pudiéndolos hallar fácilmente ni hacer, se resolvieron a salir con sus canoas, y con ellas se fueron costeando el cabo de Alvarez, donde los españoles trafican de una ciudad a otra con barcas, llevando pieles, tabaco, y otras mercadurías a La Habana, que es la ciudad metrópoli de aquel país, a la cual los españoles de la Europa van muy de ordinario.
Fue allí donde estos nuevos piratas tomaron muchas barcas cargadas que llevaban a Tortuga, y vendían todo a los que por este fin esperan en su puerto con sus navíos. Compraron con las ganancias muchas preparaciones necesarias para emprender otros viajes, que hicieron hacia la playa de Campeche, y otros a las partes de Nueva España, en cuyos sitios, por entonces, los españoles comerciaban con frecuencia. Hallaban en estos pasos cantidades de embarcaciones comerciantes, y muchos navíos de alto bordo, de los cuales tomaron dos de los mayores en menos de un mes que barloventearon, teniéndolos los españoles preparados en el puerto de Campeche para ir a Caracas cargados de plata. Llegando con ellos a Tortuga, y admirándose todos los de aquella isla de tales progresos, y que en menos de dos años enriquecían su tierra, se aumentó tanto el número de piratas, que se hallaban ya en aquella corta tierra y puerto, más de veinte navíos de tales gentes; con lo cual los españoles se vieron obligados a armar dos grandísimas fragatas de guerra, para la defensa de sus costas y cruzar sobre los enemigos.
El modo con que este intrépido pirata tomó y se atrevió a tal navío diré según he leído en el diario de un verdadero autor, y es tal: Estuvo la barca de Pedro el Grande en la mar sin poder obtener nada, según su pirático intento, y faltándola ya los víveres y vituallas no podía esperar más sobre las aguas; entre este conflicto vieron un navío de la flota española que se había separado de los otros, contra el cual hicieron determinada resolución de tomarle o morir en la demanda, fuéronse acercando para reconocerle y aunque les pareció presa fuera de sus fuerzas, no obstante, desesperadamente se abordaron; habiéndose llegado de suerte que ya el navío no se les podía escapar sino muertos todos; hicieron los piratas a su capitán Pedro juramento de haberse en la acción esforzados y valerosos, sin desmayos ni temores; creían, entretanto, estos salteadores hallarían desproveído el bajel y que a poca costa le podrían sujetar. Era cerca de la noche cuando esto se emprendió, disponiendo antes de la ejecución al cirujano de la barca que hiciese un gran agujero en ella para que, yéndose a pique, se hallasen más forzados a saltar apresuradamente en el bajel. Hiciéronlo no teniendo cada uno más armas que una pistola y la espada en mano, con que entraron corriendo, inmediatamente, a la cámara de popa donde hallaron en ella al capitán con otros amigos jugando a los cientos. Pusiéronle una pistola al pecho y pidieron les rindiese el navío a su obediencia.
Como los españoles vieron dentro los piratas sin haberlos antes visto venir, creían eran fantasmas y decían: Jesús, ¿son demonios estos? Entretanto otros se apoderaron de la cámara de santa bárbara haciéndose en primer lugar, señores de todas las armas y municiones que en ella había, matando a cuantos se les oponían; con que, finalmente, los españoles se rindieron. Habían, este mismo día, advertido al capitán del navío, que la barca que cruzaba era de piratas, de lo cual, no haciendo caso, burlándose decía: ¿Debo yo tener temor de una cosa de tan poco momento? Ni aunque fuera de otra nave tan grande y fuerte como en la que estoy. Tomado que hubo Pedro el Grande esta poderosa presa, detuvo en su servicio tantos cuantos había menester y puso el resto en tierra; con que al punto dio a la vela poniendo la proa, con toda la riqueza que halló dentro, hacia el reino de Francia, donde se quedó sin jamás volver a la América. Los plantadores y cazadores de la Tortuga, habiendo oído una tan favorable fortuna y rica presa que aquellos piratas obtuvieron, dejaron sus funciones y ordinarios ejercicios. Muchos de ellos buscaron medios para hacer o comprar algunos navichuelos con que piratear; los cuales no pudiéndolos hallar fácilmente ni hacer, se resolvieron a salir con sus canoas, y con ellas se fueron costeando el cabo de Alvarez, donde los españoles trafican de una ciudad a otra con barcas, llevando pieles, tabaco, y otras mercadurías a La Habana, que es la ciudad metrópoli de aquel país, a la cual los españoles de la Europa van muy de ordinario.
Fue allí donde estos nuevos piratas tomaron muchas barcas cargadas que llevaban a Tortuga, y vendían todo a los que por este fin esperan en su puerto con sus navíos. Compraron con las ganancias muchas preparaciones necesarias para emprender otros viajes, que hicieron hacia la playa de Campeche, y otros a las partes de Nueva España, en cuyos sitios, por entonces, los españoles comerciaban con frecuencia. Hallaban en estos pasos cantidades de embarcaciones comerciantes, y muchos navíos de alto bordo, de los cuales tomaron dos de los mayores en menos de un mes que barloventearon, teniéndolos los españoles preparados en el puerto de Campeche para ir a Caracas cargados de plata. Llegando con ellos a Tortuga, y admirándose todos los de aquella isla de tales progresos, y que en menos de dos años enriquecían su tierra, se aumentó tanto el número de piratas, que se hallaban ya en aquella corta tierra y puerto, más de veinte navíos de tales gentes; con lo cual los españoles se vieron obligados a armar dos grandísimas fragatas de guerra, para la defensa de sus costas y cruzar sobre los enemigos.