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Desarrollo
CAPITULO VI Que trata de la llegada de los chichimecas a Tlaxcalla y de la guerra que ovieron con los tepanecas mexicanos El año de Dos Calli llegaron los ejércitos de los chichimecas de Poyauhtlan a la provincia de Amaquemecan, que fueron los que tomaron la derrota de los puertos aquende de la Sierra Nevada, hacia las provincias de Tlaxcalla y Huexotzinco, y Cholollan y Quauhquechollan, los cuales vinieron rodeando por las faldas del Volcán hacia Tetela, Tochimilco, Atlixco, Cohuatepeque y Tepapayecan. Aunque algunos quieren decir que se habían adelantado otras cuadrillas de chichimecas y venido a Cholollan el año de Un Acatl y que fueron los capitanes que allí vinieron Tololohuitzitl, Ixicohuatl, Quetzaltehuiac, Cohuatlinechcuani y Ayapantli, y que este Tololohuitzitl salió a recibir a los chichimecas a la provincia de Chalco y Amaquemecan y que los que en aquella era poseían la provincia de Chalco eran Petlacatl y sus hijos, que se llamaban Tlacatecuhtli, Xiuhtototl y Totcotzin. Movidos de esta provincia, vinieron a pasar a un lugar que se llamaba Tetliyacac, junto a Huexotzinco, el año de Tres Conejo. De este lugar se desaparicieron los ejércitos para ir a poblar las tierras que hallasen desocupadas. El año Cuatro Casas fueron Toquetzaltecuhtli e Iyohuallatomac y otro caudillo, que se llamó Quetzalxiuhtli, a poblar la provincia de Quauhquechollan y asentaron un poblazón en Cohuatepec. Ansí mismo llegaron el año de Tres Conejos al lugar de Ahuayopan otras cuadrillas, habiendo llegado antes a poblar los ulmecas y zacatecas, a los cuales hallaron poblados, como atrás tenemos de ello hecha relación, en el lugar que tenían poblado, que se nombra Tecoyocan.
En esta provincia se apartó un capitán que se llamó Ixcohuatl, que por otro nombre se llamaba Xopanuatecuhtli, y se fueron a la provincia de Zacatlan por no poder sufrir a los chichimecas, a cabo de grandes reencuentros que tuvieron y muchas muertes. En Totoyac pobló Tetzitzimitl, y Quauhtzintecuhtli pobló en Atlmoyahuacan. Entonces se entró por la poblazón de Huexotzinco: Cozcacuauhhuehue pobló en el barrio de Tecpan y Tlotlitecuhtli más abajo; en el barrio de Contlan pobló Tempatlahuac y el barrio de Xaltepetlapan pobló Cacamatecuhtli. Y Toltecatecuhtli pobló en Calpan y Cematecuhtli fue a poblar la parte de Atlixco, y ovo generación en el pueblo de Totomihuacan. En esta sazón de estas poblazones, no estaban divididas las provincias, hasta que por discordias y pasiones las vinieron a dividir. Por manera que fue a poblar Totomalotecuhtlioquichtzin de quien nació Tezoniztac, Ictopan y Ixtaccoyotl y Temayahui y Ocotochtli, en cuyo tiempo ganó y destruyó la provincia de Tepeyacac. Y fue a residir allí Quauhtzintecuhtli. El año que llamaban de Cinco Pedernales, a los veinte días de su bisiesto, que llamaban Tititl, fueron movidos los ejércitos de los chichimecas para proseguir sus poblazones hacia la parte de Tepeyacac y Tecalpan. Y yendo marchando hacia la otra sierra nevada, que llaman Poyauhtecatl, y hacia las sierras de Napantecuhtli y las sierras de Perote, por no dejar cosa ninguna sin ver, llegaron a Amaliuhcan y a Nacapahuaxcan y Chachapatzinco, lugares que iban poblando y poniéndoles nombres conforme a los acaecimientos que les sucedían en su viaje, porque desde aquí comenzaron a usar a comer las carnes guisadas, cocidas y asadas, porque de antes las comían crudas y mal asadas en barbacoas, que eran más crudas que asadas.
Y aquí, en estos lugares, los vino a ver y visitar Totolohuitzitl y Quetzaltehuiyac e Ixcoatl. Allí les dieron presentes de ollas de barro para que guisasen de comer, y ansí, por este nombre de guisar las carnes en ollas, lo llamaron Nacapahuacan y de aquí fueron a Huehuetlan y a Atlixtacan, Tepexico. Allí en Acapahuacan se armaron caballeros muchos de ellos, después de haber echado de sus tierras a los xicalancas y chozamecas y zacatecas, como en efecto lo hicieron, y les quitaron las tierras que poseían, y se fueron a poblar a otras partes y, después de esta destrucción, se vinieron a poblar muy despacio y de propósito a esta provincia de Tlaxcalla. Entraron poblando por un lugar de esta provincia que se llama Acallan y Yacacuanac y Yacahuaca Capechapan, a donde hallaron a Tlalchiyac y Aquiyach, los cuales les dijeron que no tenían que parar allí, que aquellos términos los habían ganado ellos y adquirido por linderos de la provincia de Cholollan y toda la sierra de Matlalcueye, que es la que llaman sierra de Tlaxcallan. "Estáis engañados respondieron los chichimecas , todo es nuestro y no hemos parado, que aún todavía caminamos." Y ansí pasaron adelante por diversos lugares de esta provincia, haciendo poblazones, y llegaron a Contlan, donde está agora la ermita de San Bernardino, y allí pararon más de veinte días. El primero que faltó de aquí fue Atlapahuehue en compañía de Teyohualmiqui, gran encantador y hechicero. Y subidos en el cerro de Moyotepec flechó de noche este Teyohualmiqui a Cozcatecuhtli y lo mató y a Cuetlachuatecuhtli, y Textecoma Axotl Teotzin Zacatlamincetoxcatl.
Y éstos llegaron después que rodearon estas tierras, después de la división que ovo en Tepeyacac, en ciento veinte días, y llegaron a la Sierra alta de Tepeticpac, que es en esta ciudad de Tlaxcalla, en el propio año de Cinco Pedernales. Finalmente, puestos en Tepeticpac acabaron de echar de allí a todos los ulmecas y zacatecas de estas tierras de Tlaxcalla y de Xocoyucan, donde estaban apoderados, que es cerca del pueblo de San Felipe de esta provincia, donde mataron a un capitán famoso, que se llamaba Colopechtli. Perdido su capitán, se fueron por la parte del Norte, caminando con sus mujeres e hijos, porque ansí los dejaron salir. Y fueron por Mitlinima y por Coyametepec y por Tlecoyotlipac, y por Mamaztlipilcayan y por Huehueychocayan, y como no hallaron por esta tierra cuevas en que meterse pasaron grandes trabajos, porque les llovió más de veinte días aguas menudas. Aquí tuvieron los viejos y niños muy gran llanto por las tierras que dejaban perdidas, y por esta causa se llama aquel valle el día de hoy Huehueychocayan. Y aquí quedó Coxana. Los demás pasaron adelante y llegaron a Atenatic, donde está agora el pueblo de la provincia de Zacatlan, con los Ixcohuatl, Xopancatecuhtli y Atala, donde asentaron su pueblo por consejo de Coxana, que debió ser el señor de todos estos ejércitos vencidos de los chichimecas de Tlaxcalla. Puestos y apoderados de la sierra de Tepeticpac, enviaron desde allí a Tzomacatl a la provincia de Xilotepec; y los que fueron a poblar a Xicochimalco, fueron Pucaniocchitl y su mujer, Pucani Axoch, que después fue llamado el dicho Pucaniocchitl, Cipactecuhtli.
Y como los chichimecas tanto se iban apoderando de toda la tierra, y haciéndose señores muy poderosos de ella, y todas las gentes que habían traído, y habiéndose encastillado y cogido la más inexpugnable sierra para su fortaleza, considerando los comarcanos pobladores que de tanta fortificación de estos chichimecas no podría redundar ningún bien para ellos, porque desde allí los habían de supeditar y tenellos por vasallos, lo cual no cabía en razón porque todos eran unos, iguales en linaje, pues habían venido a poblar, dijeron que cada uno se contentase con lo que había adquirido y ganado para sí y para sus deudos y demás descendientes, y determinaron de no sujetarse a ellos, que eran los chichimecas mayores y más principales, los cuales poblaron las tierras de Tepeticpac, que fue llamada Texcalticpac y Texcalla, y de Texcalla hicieron Tlaxcalla. Y substrayéndose, como se substrajeron, de su antiguo reconocimiento, presuponiendo quitalles y atajalles la pujanza que llevaban de señorear todo el mundo y derriballes de su altivez y soberbia, y que cada uno se quedase con lo que oviese ganado, dividiendo sus provincias y lugares y señalando sus términos para que fuesen conocidos y no estar sujetos a un solo gobernador, rey ni capitán. Y estando en esta contingencia, tanto pudo la codiciosa ambición que entre sí movieron guerras civiles, conspirando contra sus mayores capitanes y señores y caudillos que los habían traído y guiado de tan lejanas tierras y cansadas peregrinaciones, y ovieron lugar de tener entrada los alborotos y rebeliones entre estos bárbaros, quienes no pudieron sufrir mayoría ni igualdad.
Y ansí, con voz de libertad en boca y con la mayor parte de la gente plebeya que vino con ella, dieron tras sus más principales capitanes chichimecas, en tanto grado, que vinieron a guarecerse a las cumbres más altas de Tepeticpac. Todo lo cual hicieron a fin de substraerse y ser señores de lo que habían ganado y poblado con sus gentes. Y ansí, conjurados contra los chichimecas mayores y más poderosos que entonces había, vinieron a rompimiento y a tener la más cruda y sangrienta guerra civil que en el mundo ha habido, matándose unos a otros como enemigos crueles y rabiosos perros, siendo hermanos contra hermanos, padres contra hijos, hijos contra padres, mezclándose la sangre derramada de ellos propios y de su propia Patria, que con palabras no se pueden explicar ni encarecer las no pensadas crueldades que en esta guerra se usaron y acaecieron. Desbaratados los chichimecas de Texcaltepec de la gran traición que contra ellos usaron, se retiraron a sus fuertes con gran ofensa que los contrarios les habían hecho hasta que los vinieron a sitiar y poner cerco por todas partes para acaballos, con gran muchedumbre y pujanza de gentes que contra ellos convocaron, que necesitaron y obligaron a los chichimecas de tal manera, que enviaron por socorro a la provincia de Tetzcuco, y a los señores de allí y de otras partes, donde tenían amigos capitanes que por su mano habían puesto y repartídoles provincias en que estaban poblados. Y ansí Colhuatecuhtli, único señor de Texcalla y de Tepeticpac, envió a llamar a Cipactecuhtli, que estaba en las poblazones de Xicochimalco y lo fueron a llamar Huitzilacan y Quiltlilxochapanecatl, los cuales no se hallaron en este combate ni cerco, ni menos Pantzintecubtli, porque estaban ocupados en las poblazones de Xalpan y en las de Itztlotlan.
En el año de Nueve Pedernal quieren decir que fue el acaecimiento del cerco que se puso a esta insigne y muy inexpugnable ciudad de Tlaxcalla, que fue la primera guerra que contra ella se tuvo. A la cual vinieron a socorrer los tetzcucanos con grandes ejércitos y poder, y truxeron por presente a Culhuatecuhtli, un vaso de alabastro muy fino que le enviaba por grandeza el señor de Tetzcuco con un capitán belicoso y valiente llamado Chiname, el cual con sus gentes fue muy bien y agradablemente recibido. Y estando fortificado en los riscos de Tepeticpac con muchas albarradas y fosas y otros reparos y pertrechos de guerra, y muy grandes profundos despeñaderos que tiene la propia sierra de peña tajada, estuvieron encastillados allí aguardando el fin que había de tener esta guerra comenzada. Fue tan grande la fuerza y reparos que los chichimecas aquí hicieron, y fue su intento hacella con tanta pujanza, que fue más para inmortalizar su fama y memoria, que para defensa y resistencia presente, y por si en algún tiempo no les sucediese alguna siniestra y contraria fortuna u otra cualquiera adversidad, como suele acaecer en el mundo a los muy prosperados y favorecidos de ella. Y ansí, puestos en razón de guerra aguardaban el fin, porque su ídolo Camaxtli les tenía asegurado que habían de ser vencedores de todas las gentes, y allí había de ser el principio de su monarquía. Señoreando en aquella era y sazón en la provincia de Huexotzinco Xiuhtlehuitecuhtli, como viese que tan prósperamente los chichimecas se iban apoderando de toda la tierra y como cada día les venían gentes de socorro de diversas partes y lugares, procuró abreviar la guerra, para lo cual envió por socorro a los mexicanos tecpanecas, reinando en México todavía Matlalihuitzin.
Rogóle Xiuhtlehuitecuhtli que le enviase socorro contra los chichimecas de Poyauhtlan, sus enemigos capitales, porque se iban rehaciendo con grandes fuerzas y usurpándole las tierras que tenía ganadas, y estaban en determinación de no parar hasta llegar a los confines de la tierra y costa del mar; y que no sería razón se les diese tanto lugar, ni que se apoderasen tanto, siendo tan crueles y belicosos, como lo eran. Visto por Matlalihuitzin, rey de México, la persuasión de XiuhtIehuitecuhtli, maravillándose de tan gran novedad y repentina mudanza, no supo que le responder hasta que al fin procuró cumplir con el dicho Xiuhtlehuitecuhtli y le prometió enviar socorros como se lo pedía. Visto también por el rey de los mexicanos tecpanecas lo que contra los chichimecas trataban los de Huexotzinco envió a dar aviso de ello a los chichimecas, diciéndoles por sus embajadores de esta manera: "A vosotros, los poseedores de la alta cumbre de Tlaxcalla, sabed que somos mensajeros y embajadores del muy Gran Señor, vuestro sobrino y pariente, aquel que señorea y tiene en guarda las aguas de la gran laguna de Tenochtitlan. El llamado Matlalihuitzin os envía a decir y avisar cómo la gente trasera de Huexotzinco y su caudillo, Xiuhtlehuitecuhtli, le ha enviado a pedir socorro, porque quiere venir sobre vosotros y moveros muy cruda guerra, y que ruega a este Gran Señor nuestro, el que a tí nos envía, le favorezca con gran muchedumbre de gente que venga en su ayuda contra vosotros, el cual se la ha prometido y se la piensa enviar, y de tal manera que no le sea provechosa para ningún efecto, sino tan solamente que haga una reseña con apariencia de socorro, y no porque haya de combatir contra vosotros.
Enviamos a daros aviso para que de una parte estéis enterados que ni él ni sus gentes os vendrán a ofender. Por tanto, os ruega con grande instancia que no seáis contra los suyos, que no vienen a pelear sino a hacer una manera de cumplimiento para con los de Xiuhtlehuitecuhtli, señor de Huexotzinco. Y esto se nos mandó que dijésemos a los chichimecas, y que cuando hagáis vuestros encantamientos que reserváis a los mexicanos, no les hagáis ningún daño, como lo hicísteis cuando la gran batalla de Poyauhtlan a la orilla de la laguna". Pasado esto, Culhuatecuhtlicuanez envio a dar las gracias al señor de México de la merced y aviso que le había mandado decir. Y puestos ya en orden para venir en regimiento de guerra, habiendo ganado las voluntades de sus confederados y amigos y estando todos juntos en lo más alto de la cumbre de Tepeticpac, entraron a hacer oración en el templo de su ídolo Camaxtli, ante el cual pusieron muchas cañas de carrizo, xara y puntas de vardascas, todas con sus lengüetas y arpones, cantidad de nervios y plumas para hacer flechas y saetas. Y colocado esto ahí, invocaron al demonio con muy grandes oraciones, pidiéndole les favoreciese y ayudase, pues en todo tiempo lo había hecho ansí, y que agora más que nunca lo habían menester, pues los suyos propios habían conspirado y rebeládose contra ellos, lo cual pedían con grandes lloros y gemidos, ayunos y sacrificios que le hacían. Fuéles respondido por el mismo demonio que no temiesen y les fue revelado que usasen de una superstición o encantamiento, el cual luego se hizo en esta forma: puestos en esta diabólica oración buscaron una doncella muy hermosa que tenía una teta grande mayor que la otra, la cual trajeron al templo de Camaxtli y la dieron a beber un bebedizo medicinal, que, tomado, provocó que la teta tuviese leche, la cual le extrajeron y no salió de ella más de una gota, la cual pusieron en un vaso que llamaban "Vaso de Dios", que tenía la hechura siguiente: el asiento era redondo y ancho y en medio un remate redondo, a manera de botón, en lo alto, que era la copa del vaso a manera de un cáliz, que tenía el altor de un codo, de madera muy preciada, negro de color de ébano, aunque otros dicen que era de piedra negra muy sutilmente labrada de color de azabache, que la hay en esta tierra y la llaman los naturales Teotetl, que quiere decir "Piedra de Dios".
Sacada esta leche y puesta en el vaso, y las cañas de carrizo, y las arponadas lengüetas y vardascas con los nervios de venados, todo junto en el altar y tabernáculo de Camaxtli, lo cubrieron de rama laurel y hallándose en este estado su sacrificio y diabólica superstición, le ofrecieron papel cortado, espinas, abrojos y picietl, que es una yerba que parece beleño. En aquella época, los chichimecas no se sacaban sangre, ni se sacrificaban las carnes, solamente ofrecían papel blanco cortado, perfumes oloríficos, codornices, culebras y conejos que mataban y sacrificaban ante su ídolo Camaxtli. Ansí mismo, le ofrecían abrojos y picietl. Habiendo puesto los chichimecas esta superstición por obra, los sacerdotes del templo, y el mayor de ellos, que le llamaban Achcauhtli teopixque tlamacazcuachcauhtli, comenzaron a orar e incesar con grandes perfumes ante el tabernáculo de Camaxtli, y allí donde estaba el vaso de leche que había destilado de la mujer doncella, comenzando desde la mañana, a medio día, a puestas del sol y a media noche, incesaban y perfumaban. Lo cual se hizo tres días arreo y siempre mirando en el vaso de las saetas por si se obraba algo en ello. No vían que hacían ningún efecto sus hechicerías, antes la gota de leche estaba ya casi seca y marchita y encogida. Habiéndose de dar el combate al otro día, estando los chichimecas muy acongojados y afligidos, llegó a ver el sacerdote mayor el vaso y las cañas de carrizo, jara, nervios y puntas de vardascas, todas con seis lengüetas, y halló que las saetas y arpones estaban fabricadas, hechas y encajadas en las cañas, las vardascas todas con sus lengüetas y emplumadas, y el vaso lleno de espuma a manera de saliva y escupitina, finalmente, espumando aquella leche y en grande abundancia que se derramaba del vaso y hervía por todo el altar.
En este tiempo, ya el campo de los huexotzincas y todos sus demás aliados se habían puesto en haces, y repartidos sus escuadrones por orden para romper la batalla, y entrar por los fuertes de los chichimecas con gran osadía y ánimo temerario y atrevimiento, con espaldas y favor de todo el común y gente plebeya y demás parcialidades que habían convocado para la total destrucción de los chichimecas y de Culhuatecuhtlicuanez, su caudillo mayor. Sin género de pusilanimidad que quieren decir ni cobardía, que las gentes que para este efecto se habían convocado cubrían los cerros y campos, que casi agotaban los ríos y arroyos por donde pasaban, el cual número no sabré decir porque no he hallado quien lo pueda saber por noticia ni memoria. Mas, al fin, se dice que se hicieron grandes escuadrones en esta manera: en los campos y cerros de Xoloteopan, que es junto al barrio de San Nicolás, y en Totollan, donde está la Iglesia de Señor San Juan, y todo aquello hasta el puente de Panotlan y el barrio de Teotlapan, donde está la ermita de la Purificación, y el barrio que es agora de San Marcos Contlantzinco; finalmente, que toda la redondez de la sierra estaba tomada por todas partes para dar el combate a la sierra de Texcalticpac. Y a este tiempo, el socorro de México que venía a los huexotzincas no hizo más que hacer una reseña y vista, y se subieron a unas sierras muy altas que llaman Hualcaltzinco Quauhtlipac, que no llegaron al socorro. Y colocados en este puesto y extremo los chichimecas, cercados de tantos enemigos y con gran riesgo de perderse, al otro día siguiente, que había de ser el combate postrero y final de toda la guerra, los sacerdotes y el sacerdote mayor del templo de Camaxtli fueron al sacrificio, comenzando a hacer sus ofrendas y a perfumar a su oráculo con los inciensos y sacrificios acostumbrados y diabólicas supersticiones y acabado esto, no sin gran turbación, llegaron a ver sus hechizos y supersticiosos encantamientos y hallaron que estaban todas la flechas formadas y en su perfección acabadas, y el vaso de la venenosa leche lleno hasta arriba que vertía por todas partes.
A esta sazón, los ejércitos huexotzincas comenzaban con grande y muy altanera gritería y alaridos a combatir contra los chichimecas y a subir por la sierra, y yendo por esta orden les salieron al encuentro los defensores de su patria con la mayor furia y resistencia que pudieron. A los primeros golpes y reencuentros de su combate prendieron a uno de los contrarios y lo llevaron a sacrificar ante el ídolo Camaxtli, y a ofrecerlo por primicia y ofrenda sacándole el corazón, abriendo al miserable prisionero por el siniestro costado. Después de sacado por mano del cruel y carnicero sacerdote el corazón, lo puso por ofrenda en el altar del pésimo y horrendo ídolo de Camaxtli, cuando aún estaba palpitando, pues aún no se habían acabado a enfriar los espíritus vitales. Fue desollado en un instante, quitado el cuero y puesto sobre uno de ellos atado y ceñido con sus propias tripas. Arrastrando por el suelo los pies y manoplas del sacrificado, se presentó de aquella forma ante su infernal ídolo, hecho Chipe (que ansí llamaban a los que hacían esta ceremonia y diabólico espectáculo, que eran aquellos que se vestían de cueros humanos desollados). Y a este tiempo tocaban sus atambores, bocinas y caracoles marinos y trompetas de palos y otros instrumentos de guerra sonoros con grande estruendo y ruido, acompañado de aquella inmensa gritería que el coraje les causaba, que, como rabiosos perros, arremetían a sus contrarios, los unos por vencer y los otros por defenderse y resistir a sus enemigos; unos contra otros pugnaban con el mayor ímpetu porfiado que podían, y con el arrebatado furor que su pasión les encendía se incitaban.
Allí, las piedras duras con las tejidas hondas desprendidas, que con tempestuoso estruendo ofendían con sus duros golpes, por los aires se despedazaban y deshacían de los encuentros que se daban. Allí, el torbellino de las saetas y varas tostadas que se arrojaban los brazos desnudos y los dardos el claro día obscurecían, con espesas polvaredas, el diáfano y cristalino aire espesaban, entretejiéndose tanto unas con otras que los rayos del sol impedían ver con su velocidad y furia brava. El campo belicosísimo asombraba según la muchedumbre de tiros y saetas que por los aires volaba con increíble ímpetu y espesura. El daño y ofensa que de la una y de la otra parte se hacían era tal, que la sangre derramada de los miserables cuerpos muertos y heridos que por los cerros y collados corría, con avenidas de agua llovida puede ser comparada, que por imposible caso se puede poder contallo, Ya en este tiempo y en la mayor furia del combate, el sacerdote mayor del templo, con mayor ahinco y eficacia, oraba invocando el favor del demonio fiero y animando con altas voces a los rústicos capitanes valerosos, diciéndoles "que no temiesen, que el tiempo del vencimiento y de la victoria era llegado, que ya su gran dios Camaxtli se compadecía de ellos"... Y diciendo estas nefarias e inícuas exhortaciones, tomó el vaso de la leche, que estaba espumando, y lo derramó sobre aquel que estaba vestido de la piel del soldado prisionero, y tomando incontinente una flecha de las que por arte diabólico se habían forjado, tiróla con un arco corvo, grosero y mal formado a sus enemigos.
Luego, al mismo instante, las saetas comenzaron a moverse y salir con gran furia contra la gente enemiga, y comenzando a herir en ellos a gran priesa, se levantó una niebla espesa y obscura que unos a otros no se veían. Aquí fue el matarse, sin saber cómo, unos a otros y sin conocerse ni saber con quien peleaban. Y ansí, tornados ciegos y turbados con turbación mortal y temeraria, unos se despeñaban por grandes y profundos voladeros; otros iban mirando atrás y huyendo, sin saber por donde, despavoridos. Sucediendo otros casos desastrosos no oídos, ni en el mundo acaecidos, que se cuentan por memorables y hazañosos. Las grandes barrancas y quebradas quedaban llenas de cuerpos muertos y las mujeres chichimecas, viejos y niños imposibilitados salían al despojo de tan sangriento campo a prender y cautivar seguramente las gentes que querían. Quedaron tales con este endemoniado hecho, que casi no escapó nadie que no quedase muerto o cautivo; y los que pudieron escapar llevaron tales nuevas que tenían bien que contar eternamente de su derrota. Visto por los mexicanos el fin de la batalla cruel y lamentable, se tornaron a sus tierras desde los cerros de Tlamazcatzinco, como atrás dejamos referido, sin querer ellos menearse ni llegar al socorro de los huexotzincas con quien ellos venían. Lo cual pasó por el año de Nueve Pedernales, según su cuenta. Lo cual dejó numerado Tequanitzin Chichimecatl Tecuhtli en unos cantares o versos que compuso de sus antepasados teochichimecas, primeros pobladores de la provincia de Tlaxcalla.
Hállase que en esta edad, los chichimecas de aquellos tiempos no tenían más de una mujer, y que no se sacrificaban sus carnes, ni se sacaban sangre para ofrecer al demonio, como atrás dejamos declarado. Hacense en esta Historia memorables dos batallas, las más crueles y lamentables que en el mundo han pasado, la una la de Poyautitlan a orillas de la laguna, desde Cohuahichan hasta Chichimalhuacan, que pasó en el año de Un Conejo; y la segunda y última de Texcalticpac, que pasó el año de Nueve Pedernales, ya memorado por el dicho Tequanitzin, hombre muy principal y sabio de la cabeza de Quiahuiztlan, de quien el día de hoy hay sucesores y descendientes en la ciudad de Tlaxcalla, reputados por muy principales en la República de ella. Y como tal persona que fue la de Tequanitzin Chichimecatl Tecuhtli, dejó en memoria estas dos guerras como hombre de fe y crédito; por lo que sus historias son celebradas y tenidas, inmortalizando la fama de sus antepasados y eternizando su memoria entre los vivos desde los siglos pasados y presentes, como se eternizará en los venideros.
En esta provincia se apartó un capitán que se llamó Ixcohuatl, que por otro nombre se llamaba Xopanuatecuhtli, y se fueron a la provincia de Zacatlan por no poder sufrir a los chichimecas, a cabo de grandes reencuentros que tuvieron y muchas muertes. En Totoyac pobló Tetzitzimitl, y Quauhtzintecuhtli pobló en Atlmoyahuacan. Entonces se entró por la poblazón de Huexotzinco: Cozcacuauhhuehue pobló en el barrio de Tecpan y Tlotlitecuhtli más abajo; en el barrio de Contlan pobló Tempatlahuac y el barrio de Xaltepetlapan pobló Cacamatecuhtli. Y Toltecatecuhtli pobló en Calpan y Cematecuhtli fue a poblar la parte de Atlixco, y ovo generación en el pueblo de Totomihuacan. En esta sazón de estas poblazones, no estaban divididas las provincias, hasta que por discordias y pasiones las vinieron a dividir. Por manera que fue a poblar Totomalotecuhtlioquichtzin de quien nació Tezoniztac, Ictopan y Ixtaccoyotl y Temayahui y Ocotochtli, en cuyo tiempo ganó y destruyó la provincia de Tepeyacac. Y fue a residir allí Quauhtzintecuhtli. El año que llamaban de Cinco Pedernales, a los veinte días de su bisiesto, que llamaban Tititl, fueron movidos los ejércitos de los chichimecas para proseguir sus poblazones hacia la parte de Tepeyacac y Tecalpan. Y yendo marchando hacia la otra sierra nevada, que llaman Poyauhtecatl, y hacia las sierras de Napantecuhtli y las sierras de Perote, por no dejar cosa ninguna sin ver, llegaron a Amaliuhcan y a Nacapahuaxcan y Chachapatzinco, lugares que iban poblando y poniéndoles nombres conforme a los acaecimientos que les sucedían en su viaje, porque desde aquí comenzaron a usar a comer las carnes guisadas, cocidas y asadas, porque de antes las comían crudas y mal asadas en barbacoas, que eran más crudas que asadas.
Y aquí, en estos lugares, los vino a ver y visitar Totolohuitzitl y Quetzaltehuiyac e Ixcoatl. Allí les dieron presentes de ollas de barro para que guisasen de comer, y ansí, por este nombre de guisar las carnes en ollas, lo llamaron Nacapahuacan y de aquí fueron a Huehuetlan y a Atlixtacan, Tepexico. Allí en Acapahuacan se armaron caballeros muchos de ellos, después de haber echado de sus tierras a los xicalancas y chozamecas y zacatecas, como en efecto lo hicieron, y les quitaron las tierras que poseían, y se fueron a poblar a otras partes y, después de esta destrucción, se vinieron a poblar muy despacio y de propósito a esta provincia de Tlaxcalla. Entraron poblando por un lugar de esta provincia que se llama Acallan y Yacacuanac y Yacahuaca Capechapan, a donde hallaron a Tlalchiyac y Aquiyach, los cuales les dijeron que no tenían que parar allí, que aquellos términos los habían ganado ellos y adquirido por linderos de la provincia de Cholollan y toda la sierra de Matlalcueye, que es la que llaman sierra de Tlaxcallan. "Estáis engañados respondieron los chichimecas , todo es nuestro y no hemos parado, que aún todavía caminamos." Y ansí pasaron adelante por diversos lugares de esta provincia, haciendo poblazones, y llegaron a Contlan, donde está agora la ermita de San Bernardino, y allí pararon más de veinte días. El primero que faltó de aquí fue Atlapahuehue en compañía de Teyohualmiqui, gran encantador y hechicero. Y subidos en el cerro de Moyotepec flechó de noche este Teyohualmiqui a Cozcatecuhtli y lo mató y a Cuetlachuatecuhtli, y Textecoma Axotl Teotzin Zacatlamincetoxcatl.
Y éstos llegaron después que rodearon estas tierras, después de la división que ovo en Tepeyacac, en ciento veinte días, y llegaron a la Sierra alta de Tepeticpac, que es en esta ciudad de Tlaxcalla, en el propio año de Cinco Pedernales. Finalmente, puestos en Tepeticpac acabaron de echar de allí a todos los ulmecas y zacatecas de estas tierras de Tlaxcalla y de Xocoyucan, donde estaban apoderados, que es cerca del pueblo de San Felipe de esta provincia, donde mataron a un capitán famoso, que se llamaba Colopechtli. Perdido su capitán, se fueron por la parte del Norte, caminando con sus mujeres e hijos, porque ansí los dejaron salir. Y fueron por Mitlinima y por Coyametepec y por Tlecoyotlipac, y por Mamaztlipilcayan y por Huehueychocayan, y como no hallaron por esta tierra cuevas en que meterse pasaron grandes trabajos, porque les llovió más de veinte días aguas menudas. Aquí tuvieron los viejos y niños muy gran llanto por las tierras que dejaban perdidas, y por esta causa se llama aquel valle el día de hoy Huehueychocayan. Y aquí quedó Coxana. Los demás pasaron adelante y llegaron a Atenatic, donde está agora el pueblo de la provincia de Zacatlan, con los Ixcohuatl, Xopancatecuhtli y Atala, donde asentaron su pueblo por consejo de Coxana, que debió ser el señor de todos estos ejércitos vencidos de los chichimecas de Tlaxcalla. Puestos y apoderados de la sierra de Tepeticpac, enviaron desde allí a Tzomacatl a la provincia de Xilotepec; y los que fueron a poblar a Xicochimalco, fueron Pucaniocchitl y su mujer, Pucani Axoch, que después fue llamado el dicho Pucaniocchitl, Cipactecuhtli.
Y como los chichimecas tanto se iban apoderando de toda la tierra, y haciéndose señores muy poderosos de ella, y todas las gentes que habían traído, y habiéndose encastillado y cogido la más inexpugnable sierra para su fortaleza, considerando los comarcanos pobladores que de tanta fortificación de estos chichimecas no podría redundar ningún bien para ellos, porque desde allí los habían de supeditar y tenellos por vasallos, lo cual no cabía en razón porque todos eran unos, iguales en linaje, pues habían venido a poblar, dijeron que cada uno se contentase con lo que había adquirido y ganado para sí y para sus deudos y demás descendientes, y determinaron de no sujetarse a ellos, que eran los chichimecas mayores y más principales, los cuales poblaron las tierras de Tepeticpac, que fue llamada Texcalticpac y Texcalla, y de Texcalla hicieron Tlaxcalla. Y substrayéndose, como se substrajeron, de su antiguo reconocimiento, presuponiendo quitalles y atajalles la pujanza que llevaban de señorear todo el mundo y derriballes de su altivez y soberbia, y que cada uno se quedase con lo que oviese ganado, dividiendo sus provincias y lugares y señalando sus términos para que fuesen conocidos y no estar sujetos a un solo gobernador, rey ni capitán. Y estando en esta contingencia, tanto pudo la codiciosa ambición que entre sí movieron guerras civiles, conspirando contra sus mayores capitanes y señores y caudillos que los habían traído y guiado de tan lejanas tierras y cansadas peregrinaciones, y ovieron lugar de tener entrada los alborotos y rebeliones entre estos bárbaros, quienes no pudieron sufrir mayoría ni igualdad.
Y ansí, con voz de libertad en boca y con la mayor parte de la gente plebeya que vino con ella, dieron tras sus más principales capitanes chichimecas, en tanto grado, que vinieron a guarecerse a las cumbres más altas de Tepeticpac. Todo lo cual hicieron a fin de substraerse y ser señores de lo que habían ganado y poblado con sus gentes. Y ansí, conjurados contra los chichimecas mayores y más poderosos que entonces había, vinieron a rompimiento y a tener la más cruda y sangrienta guerra civil que en el mundo ha habido, matándose unos a otros como enemigos crueles y rabiosos perros, siendo hermanos contra hermanos, padres contra hijos, hijos contra padres, mezclándose la sangre derramada de ellos propios y de su propia Patria, que con palabras no se pueden explicar ni encarecer las no pensadas crueldades que en esta guerra se usaron y acaecieron. Desbaratados los chichimecas de Texcaltepec de la gran traición que contra ellos usaron, se retiraron a sus fuertes con gran ofensa que los contrarios les habían hecho hasta que los vinieron a sitiar y poner cerco por todas partes para acaballos, con gran muchedumbre y pujanza de gentes que contra ellos convocaron, que necesitaron y obligaron a los chichimecas de tal manera, que enviaron por socorro a la provincia de Tetzcuco, y a los señores de allí y de otras partes, donde tenían amigos capitanes que por su mano habían puesto y repartídoles provincias en que estaban poblados. Y ansí Colhuatecuhtli, único señor de Texcalla y de Tepeticpac, envió a llamar a Cipactecuhtli, que estaba en las poblazones de Xicochimalco y lo fueron a llamar Huitzilacan y Quiltlilxochapanecatl, los cuales no se hallaron en este combate ni cerco, ni menos Pantzintecubtli, porque estaban ocupados en las poblazones de Xalpan y en las de Itztlotlan.
En el año de Nueve Pedernal quieren decir que fue el acaecimiento del cerco que se puso a esta insigne y muy inexpugnable ciudad de Tlaxcalla, que fue la primera guerra que contra ella se tuvo. A la cual vinieron a socorrer los tetzcucanos con grandes ejércitos y poder, y truxeron por presente a Culhuatecuhtli, un vaso de alabastro muy fino que le enviaba por grandeza el señor de Tetzcuco con un capitán belicoso y valiente llamado Chiname, el cual con sus gentes fue muy bien y agradablemente recibido. Y estando fortificado en los riscos de Tepeticpac con muchas albarradas y fosas y otros reparos y pertrechos de guerra, y muy grandes profundos despeñaderos que tiene la propia sierra de peña tajada, estuvieron encastillados allí aguardando el fin que había de tener esta guerra comenzada. Fue tan grande la fuerza y reparos que los chichimecas aquí hicieron, y fue su intento hacella con tanta pujanza, que fue más para inmortalizar su fama y memoria, que para defensa y resistencia presente, y por si en algún tiempo no les sucediese alguna siniestra y contraria fortuna u otra cualquiera adversidad, como suele acaecer en el mundo a los muy prosperados y favorecidos de ella. Y ansí, puestos en razón de guerra aguardaban el fin, porque su ídolo Camaxtli les tenía asegurado que habían de ser vencedores de todas las gentes, y allí había de ser el principio de su monarquía. Señoreando en aquella era y sazón en la provincia de Huexotzinco Xiuhtlehuitecuhtli, como viese que tan prósperamente los chichimecas se iban apoderando de toda la tierra y como cada día les venían gentes de socorro de diversas partes y lugares, procuró abreviar la guerra, para lo cual envió por socorro a los mexicanos tecpanecas, reinando en México todavía Matlalihuitzin.
Rogóle Xiuhtlehuitecuhtli que le enviase socorro contra los chichimecas de Poyauhtlan, sus enemigos capitales, porque se iban rehaciendo con grandes fuerzas y usurpándole las tierras que tenía ganadas, y estaban en determinación de no parar hasta llegar a los confines de la tierra y costa del mar; y que no sería razón se les diese tanto lugar, ni que se apoderasen tanto, siendo tan crueles y belicosos, como lo eran. Visto por Matlalihuitzin, rey de México, la persuasión de XiuhtIehuitecuhtli, maravillándose de tan gran novedad y repentina mudanza, no supo que le responder hasta que al fin procuró cumplir con el dicho Xiuhtlehuitecuhtli y le prometió enviar socorros como se lo pedía. Visto también por el rey de los mexicanos tecpanecas lo que contra los chichimecas trataban los de Huexotzinco envió a dar aviso de ello a los chichimecas, diciéndoles por sus embajadores de esta manera: "A vosotros, los poseedores de la alta cumbre de Tlaxcalla, sabed que somos mensajeros y embajadores del muy Gran Señor, vuestro sobrino y pariente, aquel que señorea y tiene en guarda las aguas de la gran laguna de Tenochtitlan. El llamado Matlalihuitzin os envía a decir y avisar cómo la gente trasera de Huexotzinco y su caudillo, Xiuhtlehuitecuhtli, le ha enviado a pedir socorro, porque quiere venir sobre vosotros y moveros muy cruda guerra, y que ruega a este Gran Señor nuestro, el que a tí nos envía, le favorezca con gran muchedumbre de gente que venga en su ayuda contra vosotros, el cual se la ha prometido y se la piensa enviar, y de tal manera que no le sea provechosa para ningún efecto, sino tan solamente que haga una reseña con apariencia de socorro, y no porque haya de combatir contra vosotros.
Enviamos a daros aviso para que de una parte estéis enterados que ni él ni sus gentes os vendrán a ofender. Por tanto, os ruega con grande instancia que no seáis contra los suyos, que no vienen a pelear sino a hacer una manera de cumplimiento para con los de Xiuhtlehuitecuhtli, señor de Huexotzinco. Y esto se nos mandó que dijésemos a los chichimecas, y que cuando hagáis vuestros encantamientos que reserváis a los mexicanos, no les hagáis ningún daño, como lo hicísteis cuando la gran batalla de Poyauhtlan a la orilla de la laguna". Pasado esto, Culhuatecuhtlicuanez envio a dar las gracias al señor de México de la merced y aviso que le había mandado decir. Y puestos ya en orden para venir en regimiento de guerra, habiendo ganado las voluntades de sus confederados y amigos y estando todos juntos en lo más alto de la cumbre de Tepeticpac, entraron a hacer oración en el templo de su ídolo Camaxtli, ante el cual pusieron muchas cañas de carrizo, xara y puntas de vardascas, todas con sus lengüetas y arpones, cantidad de nervios y plumas para hacer flechas y saetas. Y colocado esto ahí, invocaron al demonio con muy grandes oraciones, pidiéndole les favoreciese y ayudase, pues en todo tiempo lo había hecho ansí, y que agora más que nunca lo habían menester, pues los suyos propios habían conspirado y rebeládose contra ellos, lo cual pedían con grandes lloros y gemidos, ayunos y sacrificios que le hacían. Fuéles respondido por el mismo demonio que no temiesen y les fue revelado que usasen de una superstición o encantamiento, el cual luego se hizo en esta forma: puestos en esta diabólica oración buscaron una doncella muy hermosa que tenía una teta grande mayor que la otra, la cual trajeron al templo de Camaxtli y la dieron a beber un bebedizo medicinal, que, tomado, provocó que la teta tuviese leche, la cual le extrajeron y no salió de ella más de una gota, la cual pusieron en un vaso que llamaban "Vaso de Dios", que tenía la hechura siguiente: el asiento era redondo y ancho y en medio un remate redondo, a manera de botón, en lo alto, que era la copa del vaso a manera de un cáliz, que tenía el altor de un codo, de madera muy preciada, negro de color de ébano, aunque otros dicen que era de piedra negra muy sutilmente labrada de color de azabache, que la hay en esta tierra y la llaman los naturales Teotetl, que quiere decir "Piedra de Dios".
Sacada esta leche y puesta en el vaso, y las cañas de carrizo, y las arponadas lengüetas y vardascas con los nervios de venados, todo junto en el altar y tabernáculo de Camaxtli, lo cubrieron de rama laurel y hallándose en este estado su sacrificio y diabólica superstición, le ofrecieron papel cortado, espinas, abrojos y picietl, que es una yerba que parece beleño. En aquella época, los chichimecas no se sacaban sangre, ni se sacrificaban las carnes, solamente ofrecían papel blanco cortado, perfumes oloríficos, codornices, culebras y conejos que mataban y sacrificaban ante su ídolo Camaxtli. Ansí mismo, le ofrecían abrojos y picietl. Habiendo puesto los chichimecas esta superstición por obra, los sacerdotes del templo, y el mayor de ellos, que le llamaban Achcauhtli teopixque tlamacazcuachcauhtli, comenzaron a orar e incesar con grandes perfumes ante el tabernáculo de Camaxtli, y allí donde estaba el vaso de leche que había destilado de la mujer doncella, comenzando desde la mañana, a medio día, a puestas del sol y a media noche, incesaban y perfumaban. Lo cual se hizo tres días arreo y siempre mirando en el vaso de las saetas por si se obraba algo en ello. No vían que hacían ningún efecto sus hechicerías, antes la gota de leche estaba ya casi seca y marchita y encogida. Habiéndose de dar el combate al otro día, estando los chichimecas muy acongojados y afligidos, llegó a ver el sacerdote mayor el vaso y las cañas de carrizo, jara, nervios y puntas de vardascas, todas con seis lengüetas, y halló que las saetas y arpones estaban fabricadas, hechas y encajadas en las cañas, las vardascas todas con sus lengüetas y emplumadas, y el vaso lleno de espuma a manera de saliva y escupitina, finalmente, espumando aquella leche y en grande abundancia que se derramaba del vaso y hervía por todo el altar.
En este tiempo, ya el campo de los huexotzincas y todos sus demás aliados se habían puesto en haces, y repartidos sus escuadrones por orden para romper la batalla, y entrar por los fuertes de los chichimecas con gran osadía y ánimo temerario y atrevimiento, con espaldas y favor de todo el común y gente plebeya y demás parcialidades que habían convocado para la total destrucción de los chichimecas y de Culhuatecuhtlicuanez, su caudillo mayor. Sin género de pusilanimidad que quieren decir ni cobardía, que las gentes que para este efecto se habían convocado cubrían los cerros y campos, que casi agotaban los ríos y arroyos por donde pasaban, el cual número no sabré decir porque no he hallado quien lo pueda saber por noticia ni memoria. Mas, al fin, se dice que se hicieron grandes escuadrones en esta manera: en los campos y cerros de Xoloteopan, que es junto al barrio de San Nicolás, y en Totollan, donde está la Iglesia de Señor San Juan, y todo aquello hasta el puente de Panotlan y el barrio de Teotlapan, donde está la ermita de la Purificación, y el barrio que es agora de San Marcos Contlantzinco; finalmente, que toda la redondez de la sierra estaba tomada por todas partes para dar el combate a la sierra de Texcalticpac. Y a este tiempo, el socorro de México que venía a los huexotzincas no hizo más que hacer una reseña y vista, y se subieron a unas sierras muy altas que llaman Hualcaltzinco Quauhtlipac, que no llegaron al socorro. Y colocados en este puesto y extremo los chichimecas, cercados de tantos enemigos y con gran riesgo de perderse, al otro día siguiente, que había de ser el combate postrero y final de toda la guerra, los sacerdotes y el sacerdote mayor del templo de Camaxtli fueron al sacrificio, comenzando a hacer sus ofrendas y a perfumar a su oráculo con los inciensos y sacrificios acostumbrados y diabólicas supersticiones y acabado esto, no sin gran turbación, llegaron a ver sus hechizos y supersticiosos encantamientos y hallaron que estaban todas la flechas formadas y en su perfección acabadas, y el vaso de la venenosa leche lleno hasta arriba que vertía por todas partes.
A esta sazón, los ejércitos huexotzincas comenzaban con grande y muy altanera gritería y alaridos a combatir contra los chichimecas y a subir por la sierra, y yendo por esta orden les salieron al encuentro los defensores de su patria con la mayor furia y resistencia que pudieron. A los primeros golpes y reencuentros de su combate prendieron a uno de los contrarios y lo llevaron a sacrificar ante el ídolo Camaxtli, y a ofrecerlo por primicia y ofrenda sacándole el corazón, abriendo al miserable prisionero por el siniestro costado. Después de sacado por mano del cruel y carnicero sacerdote el corazón, lo puso por ofrenda en el altar del pésimo y horrendo ídolo de Camaxtli, cuando aún estaba palpitando, pues aún no se habían acabado a enfriar los espíritus vitales. Fue desollado en un instante, quitado el cuero y puesto sobre uno de ellos atado y ceñido con sus propias tripas. Arrastrando por el suelo los pies y manoplas del sacrificado, se presentó de aquella forma ante su infernal ídolo, hecho Chipe (que ansí llamaban a los que hacían esta ceremonia y diabólico espectáculo, que eran aquellos que se vestían de cueros humanos desollados). Y a este tiempo tocaban sus atambores, bocinas y caracoles marinos y trompetas de palos y otros instrumentos de guerra sonoros con grande estruendo y ruido, acompañado de aquella inmensa gritería que el coraje les causaba, que, como rabiosos perros, arremetían a sus contrarios, los unos por vencer y los otros por defenderse y resistir a sus enemigos; unos contra otros pugnaban con el mayor ímpetu porfiado que podían, y con el arrebatado furor que su pasión les encendía se incitaban.
Allí, las piedras duras con las tejidas hondas desprendidas, que con tempestuoso estruendo ofendían con sus duros golpes, por los aires se despedazaban y deshacían de los encuentros que se daban. Allí, el torbellino de las saetas y varas tostadas que se arrojaban los brazos desnudos y los dardos el claro día obscurecían, con espesas polvaredas, el diáfano y cristalino aire espesaban, entretejiéndose tanto unas con otras que los rayos del sol impedían ver con su velocidad y furia brava. El campo belicosísimo asombraba según la muchedumbre de tiros y saetas que por los aires volaba con increíble ímpetu y espesura. El daño y ofensa que de la una y de la otra parte se hacían era tal, que la sangre derramada de los miserables cuerpos muertos y heridos que por los cerros y collados corría, con avenidas de agua llovida puede ser comparada, que por imposible caso se puede poder contallo, Ya en este tiempo y en la mayor furia del combate, el sacerdote mayor del templo, con mayor ahinco y eficacia, oraba invocando el favor del demonio fiero y animando con altas voces a los rústicos capitanes valerosos, diciéndoles "que no temiesen, que el tiempo del vencimiento y de la victoria era llegado, que ya su gran dios Camaxtli se compadecía de ellos"... Y diciendo estas nefarias e inícuas exhortaciones, tomó el vaso de la leche, que estaba espumando, y lo derramó sobre aquel que estaba vestido de la piel del soldado prisionero, y tomando incontinente una flecha de las que por arte diabólico se habían forjado, tiróla con un arco corvo, grosero y mal formado a sus enemigos.
Luego, al mismo instante, las saetas comenzaron a moverse y salir con gran furia contra la gente enemiga, y comenzando a herir en ellos a gran priesa, se levantó una niebla espesa y obscura que unos a otros no se veían. Aquí fue el matarse, sin saber cómo, unos a otros y sin conocerse ni saber con quien peleaban. Y ansí, tornados ciegos y turbados con turbación mortal y temeraria, unos se despeñaban por grandes y profundos voladeros; otros iban mirando atrás y huyendo, sin saber por donde, despavoridos. Sucediendo otros casos desastrosos no oídos, ni en el mundo acaecidos, que se cuentan por memorables y hazañosos. Las grandes barrancas y quebradas quedaban llenas de cuerpos muertos y las mujeres chichimecas, viejos y niños imposibilitados salían al despojo de tan sangriento campo a prender y cautivar seguramente las gentes que querían. Quedaron tales con este endemoniado hecho, que casi no escapó nadie que no quedase muerto o cautivo; y los que pudieron escapar llevaron tales nuevas que tenían bien que contar eternamente de su derrota. Visto por los mexicanos el fin de la batalla cruel y lamentable, se tornaron a sus tierras desde los cerros de Tlamazcatzinco, como atrás dejamos referido, sin querer ellos menearse ni llegar al socorro de los huexotzincas con quien ellos venían. Lo cual pasó por el año de Nueve Pedernales, según su cuenta. Lo cual dejó numerado Tequanitzin Chichimecatl Tecuhtli en unos cantares o versos que compuso de sus antepasados teochichimecas, primeros pobladores de la provincia de Tlaxcalla.
Hállase que en esta edad, los chichimecas de aquellos tiempos no tenían más de una mujer, y que no se sacrificaban sus carnes, ni se sacaban sangre para ofrecer al demonio, como atrás dejamos declarado. Hacense en esta Historia memorables dos batallas, las más crueles y lamentables que en el mundo han pasado, la una la de Poyautitlan a orillas de la laguna, desde Cohuahichan hasta Chichimalhuacan, que pasó en el año de Un Conejo; y la segunda y última de Texcalticpac, que pasó el año de Nueve Pedernales, ya memorado por el dicho Tequanitzin, hombre muy principal y sabio de la cabeza de Quiahuiztlan, de quien el día de hoy hay sucesores y descendientes en la ciudad de Tlaxcalla, reputados por muy principales en la República de ella. Y como tal persona que fue la de Tequanitzin Chichimecatl Tecuhtli, dejó en memoria estas dos guerras como hombre de fe y crédito; por lo que sus historias son celebradas y tenidas, inmortalizando la fama de sus antepasados y eternizando su memoria entre los vivos desde los siglos pasados y presentes, como se eternizará en los venideros.