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Datos principales


Desarrollo


CAPÍTULO VI El capitán Juan de Añasco llegó a la bahía de Aute, y lo que halla en ella No se habían apartado los castellanos cincuenta pasos del indio, que entendían que quedaba muerto y comido del perro, cuando oyeron dar grandes aullidos al lebrel, quejándose como si lo mataran. Los nuestros acudieron a ver qué era y hallaron que el indio, con el poco espíritu que le quedaba, le había metido los dedos pulgares por un lado y otro de la boca y se la rasgaba sin que el perro se pudiese valer. Uno de los españoles, viendo esto, le dio muchas estocadas, con que acabó de matarlo, y otro con un cuchillo de monte que llevaba, le cortó las manos, y después de cortadas no podía desasirlas de la boca del perro, tan fuertemente lo había asido. Con este suceso volvieron los españoles a su camino, admirados que un indio solo hubiese sido parte para haberles dado tanta pesadumbre, mas, como no supiesen a qué parte echar, estaban confusos, sin saber qué hacer. En esta confusión les socorrió la ventura con un indio que en el camino pasado, cuando volvieron al pueblo Aute, habían preso y lo habían traído siempre consigo, y aunque es verdad que antes de la muerte del indio guía los españoles le habían preguntado muchas veces si sabía el camino para ir a la mar, nunca había respondido palabra alguna, haciéndose mudo, porque el otro le había amenazado con la muerte si hablaba. Viendo, pues, ahora quitado el impedimento y que estaba cerca, porque de donde estaban oían los embates misma muerte que al otro, habló y respondió a lo que entonces le preguntaron, y, por señas y algunas palabras que se dejaban entender, dijo que los llevaría a la mar, al mismo lugar donde Pánfilo de Narváez había hecho sus navíos y donde se había embarcado, mas que era menester volver al pueblo Aute porque de allí se tomaba el camino derecho para la mar.

Y, aunque los españoles le dijeron que mirase que estaba cerca, porque de donde estaba oían los embates y resaca de ella, respondió que jamás en toda la vida llegarían a la mar por donde ellos pensaban y el otro indio los llevaba, por las muchas ciénagas y maleza de montes que había en medio, por lo cual era forzoso volver al pueblo Aute. Con esta relación volvieron los castellanos al pueblo, habiendo gastado en este segundo viaje cinco días, y diez en el primero, con mucho trabajo de sus personas y con pérdida de los quince días, que era lo que ellos más sentían, por la pena que el gobernador tendría de su tardanza. Volviendo, pues, al pueblo, Gómez Arias y Gonzalo Silvestre, que iban delante descubriendo la tierra, prendieron dos indios que hallaron cerca del pueblo. Los cuales, preguntados si los sabrían guiar a la mar, dijeron que sí y en todo conformaron con lo que había dicho el indio que traían preso. Con estas esperanzas reposaron aquella noche los españoles, con algún más contento que las quince pasadas. El día siguiente los tres indios guiaron a los cristianos por un camino llano, limpio y apacible por entre unos rastrojos grandes y buenos. Saliendo de ellos, iba el camino más ancho y abierto, y en todo él no hallaron mal paso, sino una ciénaga angosta y fácil de pasar, que no atollaban los caballos a las cuartillas. Habiendo caminado poco más de dos leguas, llegaron a una bahía muy ancha y espaciosa, y, andando por su ribera, llegaron al sitio donde Pánfilo de Narváez estuvo alojado; vieron dónde tuvo la fragua en que hizo la clavazón para sus barcas; hallaron mucho carbón en derredor de ella; vieron asimismo unas vigas gruesas, cavadas como artesas, que habían servido de pesebres para los caballos.

Los tres indios mostraron a los españoles el sitio donde los enemigos mataron diez cristianos de los de Narváez, como en su historia también lo cuenta Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Trajéronlos paso por paso por todos los que Pánfilo de Narváez anduvo; señalaban los puestos donde tal y tal suceso había pasado. Finalmente, no dejaron cosa de las notables que Pánfilo de Narváez hizo en aquella bahía de que no diesen cuenta por señas y palabras bien y mal entendidas y algunas dichas en castellano, que los indios de toda aquella costa se precian mucho de saber la lengua castellana y con toda diligencia procuran aprender siquiera palabras sueltas, las cuales repiten muchas veces. El capitán Juan de Añasco y sus soldados anduvieron con gran diligencia mirando si en los huecos de los árboles hallaban metidas algunas cartas o en las cortezas de ellos escritas algunas letras que declarasen cosas de las que los pasados hubiesen visto y notado, porque ha sido cosa usada y muy ordinaria dejar los primeros descubridores de nuevas tierras semejantes avisos para los venideros, los cuales avisos muchas veces han sido de gran importancia, mas no pudieron hallar cosa alguna de las que deseaban. Hecha esta diligencia, siguieron la costa de la bahía hasta la mar, que estaba tres leguas de allí, y, con la menguante de ella, entraron diez o doce nadadores en unas canoas viejas que hallaron echadas al través y sondaron el fondo que la bahía tenía en medio de su canal. Halláronla capaz de gruesos navíos. Entonces pusieron señales en los árboles más altos que por allí había para que los que viniesen costeando por la mar reconociesen aquel sitio, que era el mismo donde Pánfilo de Narváez se embarcó en sus cinco barcas, tan desgraciadas que ninguna de ellas salió a luz. Hechas las prevenciones que hemos dicho, y llevándolas, por escrito para que no errasen el puesto los que fuesen a él, se volvieron al real y dieron cuenta al gobernador de todo lo sucedido y de lo que dejaban hecho. El general holgó mucho de verlos porque estaba con cuidado de su tardanza y recibió contento de saber que había puerto para los navíos.

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