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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO V Salen los españoles de Chisca y hacen barcas para pasar el Río Grande y llegan a Casquin Habiendo salido el ejército de Chisca, anduvo cuatro jornadas pequeñas de a tres leguas, que la indisposición de los heridos y enfermos no consentía que fuesen más largas. Y todos los cuatro días caminaron el río arriba. Al fin de ellos, llegaron a un paso por donde se podía pasar el Río Grande, no que se vadease, sino que tenía paso abierto para llegar a él, porque en todo lo de atrás de su ribera había monte grandísimo y muy cerrado y tenía las barrancas de una parte y otra muy altas y cortadas, que no podían subir ni bajar por ellas. En este paso fue necesario que el gobernador, y su ejército, parase veinte días porque para pasar el río era menester se hiciesen barcas, o piraguas como las que se hicieron en Chicaza, porque, luego que los nuestros llegaron al paso del río, se mostraron de la otra parte más de seis mil indios de guerra, bien apercibidos de armas, y gran número de canoas para defenderles el paso. Otro día, después que el gobernador llegó a este alojamiento, vinieron cuatro indios principales con embajadas del señor de aquella misma provincia donde los españoles estaban, cuyo nombre, por haberse ido de la memoria, no se pone aquí. Puestos ante el general, sin haber hablado palabra ni hecho otro semblante alguno, volvieron los rostros al oriente e hicieron una adoración al Sol con grandísima reverencia, luego, volviéndose al poniente, hicieron otra no tan grande a la Luna, y luego, enderezándose hacia el gobernador, le hicieron otra menor, de manera que todos los circunstantes notaron las tres maneras de veneración que habían hecho por sus grados.
Luego dieron su embajada, diciendo que el curaca señor, y todos sus caballeros y la demás gente común de su tierra les enviaban a que, en nombre de todos ellos, le diesen la bienvenida y le ofreciesen su amistad y concordia y el servicio que su señoría gustase recibir de ellos. El adelantado les dijo muy buenas palabras y los envió muy contentos de su afabilidad. Todo el tiempo que los españoles estuvieron en aquel alojamiento, que fueron veinte días, o más, sirvieron estos indios al ejército con mucha paz y amistad, empero el curaca principal nunca vino a ver al gobernador, antes se anduvo excusando con achaques de falta de salud. De donde se entendió que hubiese enviado la embajada y hecho el de más servicio por temor de que no le talasen los campos, que estaban fértiles y cerca de sazonar los frutos, y porque no les quemasen los pueblos más que no por amor que tuviese a los castellanos ni deseo de servirles. Con la mucha diligencia y trabajo que en hacer las barcas los españoles pusieron (que todos trabajaban en ellas sin diferencia alguna de capitanes a soldados, antes era tenido por capitán el que más trabajo ponía en ellas), echaron al cabo de quince días dos barcas al río, acabadas de todo punto, y de noche y de día las guardaban con mucho cuidado porque los enemigos no se las quemasen. Los cuales en todo el tiempo que los españoles se ocupaban en su trabajo no cesaron de molestarlos en las canoas, que las tenían muchas y muy buenas, que, hechos sus escuadrones, unas veces bajando el río abajo, otras subiendo el río arriba, al emparejar les echaban muchas flechas, y los españoles se defendían y los apartaban de sí con los arcabuces y ballestas con que les hacían mucho daño, porque de sus reparos tiraban a no perder tiro y hacían hoyos en las orillas del río, donde se escondían porque los indios llegasen cerca.
Al fin de los veinte días que los castellanos entendían en hacer las barcas, tenían cuatro en el agua, en las cuales cabían ciento y cincuenta infantes y treinta caballos y, para que los indios las viesen bien y entendiesen que no les podían ofender, las llevaron a vela y remo el río arriba y abajo. Los infieles, reconociendo que no podían defender el paso, acordaron alzar su real e irse a sus pueblos. Los españoles sin contradicción alguna pasaron el río en sus piraguas y en algunas canoas que con su buena industria habían ganado a los enemigos. Y, deshechas las barcas por guardar la clavazón, que era muy necesaria, pasaron adelante en su viaje y, habiendo caminado cuatro jornadas por tierras despobladas, al quinto día asomaron por unos cerros altos y descubrieron un pueblo de cuatrocientas casas asentado a la ribera de un río mayor que Guadalquivir por Córdoba. En toda la ribera de aquel río, y su comarca, había muchas sementeras de maíz, o zara, y gran cantidad de árboles frutales que mostraban ser la tierra muy fértil. Los indios del pueblo, que ya tenían noticias de la ida de los castellanos, salieron en comunidad, sin personaje señalado, a recibir al gobernador, y le ofrecieron sus personas, casas y tierras, y le dijeron que de todo le hacían señor. Dende a poco vinieron de parte del curaca dos indios principales acompañados de otros muchos, y de nuevo, en nombre del señor y de todo su estado, ofrecieron al general (como lo habían hecho los primeros) su vasallaje y servicio.
Y el gobernador les recibió con mucha afabilidad y les dijo muy buenas palabras, con que se volvieron muy contentos. Este pueblo, y toda su provincia, y el curaca señor de ella, habían un mismo nombre y se llamaban Casquin. Por la mucha comida que tenía para la gente, y por regalar los enfermos y también los caballos, descansaron los españoles seis días, los cuales pasados, fueron en otros dos al pueblo donde el cacique Casquin residía, que estaba en la misma ribera, siete leguas el río arriba, toda tierra muy fértil y poblada, aunque los pueblos eran pequeños, de a quince, veinte, treinta y cuarenta casas. El cacique, acompañado de mucha gente noble salió a recibir al gobernador y le ofreció su amistad y servicio y su propia casa en que se alojase, la cual estaba en un cerro alto hecho a mano en un lado del pueblo, donde había doce o trece casas grandes en que el curaca tenía toda su familia de mujeres y criados, que eran muchos. El gobernador dijo que aceptaba su amistad, mas no su casa, por no desacomodarle, y holgó de aposentarse en una huerta que el mismo cacique señaló cuando vio que no quería sus casas, donde los indios, sin una buena casa que en ella había, hicieron con mucha presteza grandes y frescas ramadas que eran así menester por ser ya mayo y hacer calor. El ejército se alojó parte en el pueblo y parte en las huertas, donde todos estuvieron muy a placer.
Luego dieron su embajada, diciendo que el curaca señor, y todos sus caballeros y la demás gente común de su tierra les enviaban a que, en nombre de todos ellos, le diesen la bienvenida y le ofreciesen su amistad y concordia y el servicio que su señoría gustase recibir de ellos. El adelantado les dijo muy buenas palabras y los envió muy contentos de su afabilidad. Todo el tiempo que los españoles estuvieron en aquel alojamiento, que fueron veinte días, o más, sirvieron estos indios al ejército con mucha paz y amistad, empero el curaca principal nunca vino a ver al gobernador, antes se anduvo excusando con achaques de falta de salud. De donde se entendió que hubiese enviado la embajada y hecho el de más servicio por temor de que no le talasen los campos, que estaban fértiles y cerca de sazonar los frutos, y porque no les quemasen los pueblos más que no por amor que tuviese a los castellanos ni deseo de servirles. Con la mucha diligencia y trabajo que en hacer las barcas los españoles pusieron (que todos trabajaban en ellas sin diferencia alguna de capitanes a soldados, antes era tenido por capitán el que más trabajo ponía en ellas), echaron al cabo de quince días dos barcas al río, acabadas de todo punto, y de noche y de día las guardaban con mucho cuidado porque los enemigos no se las quemasen. Los cuales en todo el tiempo que los españoles se ocupaban en su trabajo no cesaron de molestarlos en las canoas, que las tenían muchas y muy buenas, que, hechos sus escuadrones, unas veces bajando el río abajo, otras subiendo el río arriba, al emparejar les echaban muchas flechas, y los españoles se defendían y los apartaban de sí con los arcabuces y ballestas con que les hacían mucho daño, porque de sus reparos tiraban a no perder tiro y hacían hoyos en las orillas del río, donde se escondían porque los indios llegasen cerca.
Al fin de los veinte días que los castellanos entendían en hacer las barcas, tenían cuatro en el agua, en las cuales cabían ciento y cincuenta infantes y treinta caballos y, para que los indios las viesen bien y entendiesen que no les podían ofender, las llevaron a vela y remo el río arriba y abajo. Los infieles, reconociendo que no podían defender el paso, acordaron alzar su real e irse a sus pueblos. Los españoles sin contradicción alguna pasaron el río en sus piraguas y en algunas canoas que con su buena industria habían ganado a los enemigos. Y, deshechas las barcas por guardar la clavazón, que era muy necesaria, pasaron adelante en su viaje y, habiendo caminado cuatro jornadas por tierras despobladas, al quinto día asomaron por unos cerros altos y descubrieron un pueblo de cuatrocientas casas asentado a la ribera de un río mayor que Guadalquivir por Córdoba. En toda la ribera de aquel río, y su comarca, había muchas sementeras de maíz, o zara, y gran cantidad de árboles frutales que mostraban ser la tierra muy fértil. Los indios del pueblo, que ya tenían noticias de la ida de los castellanos, salieron en comunidad, sin personaje señalado, a recibir al gobernador, y le ofrecieron sus personas, casas y tierras, y le dijeron que de todo le hacían señor. Dende a poco vinieron de parte del curaca dos indios principales acompañados de otros muchos, y de nuevo, en nombre del señor y de todo su estado, ofrecieron al general (como lo habían hecho los primeros) su vasallaje y servicio.
Y el gobernador les recibió con mucha afabilidad y les dijo muy buenas palabras, con que se volvieron muy contentos. Este pueblo, y toda su provincia, y el curaca señor de ella, habían un mismo nombre y se llamaban Casquin. Por la mucha comida que tenía para la gente, y por regalar los enfermos y también los caballos, descansaron los españoles seis días, los cuales pasados, fueron en otros dos al pueblo donde el cacique Casquin residía, que estaba en la misma ribera, siete leguas el río arriba, toda tierra muy fértil y poblada, aunque los pueblos eran pequeños, de a quince, veinte, treinta y cuarenta casas. El cacique, acompañado de mucha gente noble salió a recibir al gobernador y le ofreció su amistad y servicio y su propia casa en que se alojase, la cual estaba en un cerro alto hecho a mano en un lado del pueblo, donde había doce o trece casas grandes en que el curaca tenía toda su familia de mujeres y criados, que eran muchos. El gobernador dijo que aceptaba su amistad, mas no su casa, por no desacomodarle, y holgó de aposentarse en una huerta que el mismo cacique señaló cuando vio que no quería sus casas, donde los indios, sin una buena casa que en ella había, hicieron con mucha presteza grandes y frescas ramadas que eran así menester por ser ya mayo y hacer calor. El ejército se alojó parte en el pueblo y parte en las huertas, donde todos estuvieron muy a placer.